El mensaje y vivencias de Jesús de Nazaret experimenta una progresiva evolución que, arrancando en las primeras comunidades o asambleas esencialmente comunitarias basadas en el amor, la concordia y comunidad de bienes, dio paso, especialmente en el siglo IV, con el ambiente que rodeó al Concilio de Nicea (325), a una Iglesia Católica cultual y ritualista, con una abierta tendencia al poder y un auge de prácticas coactivas con las tendencias que disentían de ella.
En las comunidades de los primeros tiempos se daba cabida a todos, hombres y mujeres, y cada uno podía manifestar su carisma y hablar en nombre de Dios, es decir, comportarse como profeta, para edificación de los otros miembros de su comunidad. Así se detecta en la Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles y otros documentos de su época.
De esta situación movida por el Espíritu, se pasó lentamente a una unión de asambleas, cada vez más dominadas por una auctoritas sacerdotal, inspirada en el cuerpo sacerdotal y levítico del Antiguo Testamento. Se fue configurando la Ecclesia con una autoridad jerárquica que la dirigía y adoctrinaba, mientras que el espíritu profético era controlado y, en buena parte, silenciado.
La explicación de esta evolución a lo largo de la Historia requiere el conocimiento de los contextos sociohistóricos en que se produjo y de los hitos decisivos de su configuración.
El procedimiento comunitario prendió con fuerza en el ámbito Romano. En él nacía y se desenvuelvía la Buena Nueva. Puede resultar de singular interés para el conocimiento de este fenómeno la idiosincrasia de este pueblo, que antes de la República y del Imperio, estuvo movido por gentes austeras, constantes en su trabajo y nada orgullosas.
Con la expansión exterior y la entrada de riquezas emergió una clase dominante, que progresivamente se fue revistiendo de orgullo y de lujos. Las capas populares, por el contrario, se empobrecieron y desmoralizaron. Gran parte de estas últimas se acostumbró a vivir de la Annona, o limosnas de trigo dadas por los poderosos senadores para asegurarse los votos en los momentos de las elecciones.
La entrada de riquezas, procedente de las conquistas, generalizó el reparto de grano y potenció las diversiones en teatros, circos o anfiteatros e hipódromos: 1 día sobre cada 3 era de fiesta. La ociosidad que a esto siguió les habituó a entretenerse y apasionarse con los Juegos del Circo. Panes et circenses eran el resultado de las campañas electorales promovidas por los senadores en busca de los votos. Los circos eran un lugar excelente para sus ?mítines??. En el circo de Roma cabían alrededor de 250.000 personas.
Ello no evitó que la plebe o gente pobre reaccionase muchas veces contra los ricos senadores. Son ejemplo de esto los hermanos Gracos que acabaron eliminados al tratar como Tribunos de la Plebe, de defender las reivindicaciones de ésta. El esclavo Espartaco capitaneó, como otros, revueltas de esclavos que, al final, fueron completamente aplastadas por las fuerzas del Estado. La insurrección que, so capa de bando del Hipódromo, estuvo a punto, en 532, de costar el trono a Justiniano en Bizancio, duró 8 días y perdieron la vida unas 30.000 personas.
Los pobres eran muy numerosos en Roma. Entre 1 millón de habitantes, más de 200.000 pobres y esclavos acudían al reparto de grano que les hacían los Ricos-Honorables.
Como en nuestros tiempos, en aquel mundo se practicaban con los necesitados por parte de las gentes poderosas, las obras de caridad. Las mismas gentes pobres, para protegerse, se asociaban en Colegios: éstos tenían, a veces, comidas en común o buscaban sepultura para los colegiados en los conocidos Columbarios.
Muchos romanos tenían pensamientos altruistas, no en vano procedían de raíces limpias y austeras:Marco Aurelio (161-180 d. C.) emperador, imitó a Antonino (138-161 d. C.) emperador, que quiso perpetuar la memoria de su mujer, que había muerto, haciendo una fundación de caridad a favor de doncellas pobres.
Marco Aurelio escribió un libro en griego, ?Pensamientos para mí mismo?? en el que se encuentran bellas máximas, tales como las que siguen: . ?Por la mañana levántate. No has sido creado para estar envuelto en templados cobertores. Actúa como un hombre. Esfuérzate. Mira las plantas, los pájaros, las hormigas, las arañas, las abejas haciendo cada uno su trabajo. ¿No vas a hacer tú, tu trabajo de hombre??? . ?Es propio del hombre amar incluso a los que le han ofendido. La enemistad de los hombres entre ellos es contra natura. Ama al género humano??. . ?Guárdate de ser un tirano. Consérvate sencillo, bueno, íntegro, grave, natural, amigo de la justicia, piadoso, bondadoso, tierno, lleno de firmeza en el cumplimiento del deber. Lucha para proceder como La Filosofía te quiere hacer??. ?Venera a los dioses, procede en ayuda de los hombres. La vida es corta, el solo fruto de nuestra existencia sobre la tierra es mantener nuestra alma con una disposición santa, hacer actos útiles a la sociedad??.
Séneca (ministro de Nerón `54-68?), a quien obligó el nefasto emperador a suicidarse, exponía: ?Se dice, los esclavos son esclavos. Decid, no, son hombres??. ¿Esclavos?, no, amigos de humilde condición. Piensa que este ser que tú llamas esclavo, es nacido del mismo origen que tú, que disfruta del mismo cielo, que respira, vive y muere como tú. Tú puedes verlo libre, él te puede ver esclavo?? Vive con tu inferior, como tú quisieras que tu superior viviera contigo??.
Ni la religión romana ni el culto imperial eran capaces de procurar una respuesta a las necesidades profundas en relación con la purificación de culpas y el futuro de los hombres tras la muerte. Los romanos se movían en un mundo donde todo giraba en torno a su civilización. Pero su religión cívica (la diosa Roma) e imperial (emperadores divinizados) no daba respuesta a sus necesidades profundas, como las del resto de pueblos orientales, necesitados de purificación interior y de una vida más allá de la presente.
Las gentes de Roma echaban de menos elementos purificadores y salvíficos de las religiones orientales. De aquí que la población prestase cada vez más atención a las religiones llegadas de Asia Menor, Egipto, Persia y Siria. Sus sacerdotes indicaban a los fieles los medios de purificación, de satisfacer por sus faltas y, además, prometían después de la muerte la Resurrección y la Felicidad Eterna.
Entre todas esas religiones había una muy diferente de ellas: la religión de Israel, que se distinguía de las otras, porque sólo ella afirmaba que no había más que un Dios. Era practicada, no sólo en Palestina, sino que había grupos de judíos en todas las grandes ciudades de la Cuenca Mediterránea, particularmente, en Alejandría. La religión de Israel era oficialmente tolerada por las autoridades romanas y los judíos hacían prosélitos. En las sinagogas leían el A. T. bajo la dirección de los rabinos.
Palestina formaba parte de la zona oriental, donde pululaban por doquier religiones que predicaban la purificación interior y daban esperanza a la vida del ?Más Allá?? con la resurrección. En sus tierras se movían comunidades que sintonizaban con los profetas del A. T. defensores de la autenticidad de vida y de atención a los pobres y respeto por la naturaleza. Los Esenios, una comunidad de judíos, de vida austera y apartada, seguían al Profeta Isaías, confiaban en Dios y siempre le bendecían. Estaban convencidos de que Dios alimenta a los pájaros y a los peces. Defendían que había que amar al hermano, como a uno mismo. Ayudaban al indigente, al pobre, al extranjero y buscaban el bien del hermano. Repetían: ?No hagas a otro lo que no quieras que él te haga, aquí se encierra toda La Ley??.
En sintonía con esta trayectoria la interpretación religiosa de Jesús de Nazaret parecía conectar mejor con las aspiraciones de las gentes del Imperio. Jesús había predicado la fe en Dios y el amor a los prójimos pobres e ignorantes, siguiendo las directrices de los Profetas Isaías y Amós. Buscaba la pureza de corazón. Ferviente judío, no pensó fundar una religión nueva, ni romper con la religión de Israel. Venía a completar La Ley de Moisés. Como Isaías y Amós enseñaba que las prácticas exteriores de culto importaban menos que la Fe en Dios y la Pureza de Corazón. Nadie como él había predicado con tanta fuerza la Misericordia de Dios, siempre presto a perdonar al pecador que se arrepiente.
Exigía del hombre la humildad de corazón, el amor al prójimo y el perdón de las ofensas. Anunciaba que, pronto, el pecado, el mal y la muerte desaparecerían del mundo y que el Reino de Dios se establecería en la tierra. Creía que era el instrumento elegido por Dios para realizar ese gran acontecimiento.Tras su muerte, los discípulos se agruparon en Jerusalén, en torno a San Pedro. Los Apóstoles (enviados) tampoco pensaban en romper con el judaísmo. Creían que Jesús era el Mesías (Cristo en griego) resucitado por Dios y que quienes creyesen en él se salvarían. Ese era el sentido del Evangelio (Buena Nueva).
Muchos judíos les acusaban de blasfemos. Saulo (luego Pablo) era el enemigo más encarnizado. Cayó del caballo, camino de Damasco, y se convirtió en el más ardiente propagandista del Cristianismo.
Con la irrupción de esta nueva tendencia bíblica, a mediados del siglo I d. C., los judíos quedaron divididos por la cuestión del Mesías: unos decían que había aparecido con el nombre de Jesús, otros no lo aceptaban. Grupos de cristianos atacados o despreciados por los judíos, a semejanza de Pablo de Tarso, optaron por predicar la Buena Nueva del Mesías a los paganos. Pablo recorrió Asia Menor y Grecia. Afirmó que para el cristiano no era necesario someterse a todas las prescripciones de La Ley de Moisés. Así empezó el Cristianismo a separarse del Judaísmo.
Primeras Iglesias Cristianas Los cristianos se agruparon en comunidades que se llamaban ?Ecclesia: Iglesia: (Asamblea). La palabra Ecclesia aparece en el N.T. 114 veces y 2 ó 3 en las Cartas de Cautividad de San Pablo. Siempre referida a una comunidad concreta y particular, no a una iglesia universal. Parece que evangelizar estaba estrechamente unido a la creación de comunidades, que rompían con lo establecido y vivían en común, igualdad y libertad. El Libro de los Hechos de los Apóstoles relata cómo cundía el Mensaje de Jesús, el Mesías, y cómo se agregaban a la comunidad los que lo aceptaban: ?Eran constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado (??) los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común (??) siendo bien vistos de todo el pueblo?? (Hechos, 2, 42-47).
En los tres primeros siglos (I-III) las comunidades cristianas crecieron, sobre todo, en las grandes ciudades en medio de las capas bajas de la población (siervos y artesanos). Para Celso (s. II), enemigo del Cristianismo, ésta era una religión de rameras y esclavos. Otros la concebían como una religión de tejedores, herreros y zapateros.
Su comportamiento no coincidía con el que defendían los dirigentes de las religiones romanas, ni los de las religiones orientales, aunque prendían con fuerza en las capas populares, tradicionalmente vejadas y despreciadas. No se les comprendía y, por eso, unas veces toleradas y otras perseguidas, acabaron por adoptar un clima de misterio, que daría lugar a numerosas animadversiones. En el siglo II se les acusaba de ?gente impía?? que no veneraba a los dioses oficiales de Roma ni al Emperador.
Según Celso, se les consideraba como una amenaza real a la estabilidad y seguridad del Imperio, puesto que se negaban a prestar servicio en el ejército y en los cargos oficiales. Según Tácito eran ?odiados por sus vicios??, como enemigos del género humano. Incluso se les acusó de crímenes con niños. Eran, en definitiva, malos ciudadanos. Los judíos, en cambio, estaban autorizados a no dar culto a los dioses romanos.
Los cristianos, frecuentemente, debieron salir al paso de tales infundios. Tertuliano escribía en defensa de su comunidad o ecclesia: ?Somos hermanos con un tipo de relaciones que entre la gente suele poner fin a la hermandad, puesto que los que compartimos un mismo sentir y pensar, sin dudarlo, ponemos en común los bienes. Entre nosotros todo es de todos, excepto las mujeres. En esto no hay consorcio, precisamente en lo único que en otra gente lo establece, al usurpar las esposas de los amigos y cederles la propia resignadísimamente?? (Apologético, XXXIX, 10-12).
En sus reuniones semanales, el Dies Solis (el dios más destacado de Roma), tienen sus celebraciones, muy bien descritas por San Justino, mártir en Roma, en 165: ?El día llamado del sol, se reúnen en un mismo lugar todos los que viven en las ciudades o en el campo y allí se leen los escritos de los apóstoles y profetas, según el tiempo disponible. Cuando el lector ha terminado, el que preside pronuncia unas palabras exhortando y animando a la imitación de esos excelsos ejemplos.
Después nos levantamos para rezar juntos en voz alta. Cuando hemos acabado de orar se traen pan, vino y agua, y el que preside eleva oraciones y acciones de gracias y el pueblo responde con la aclamación ?Amen??. A continuación se distribuyen los dones eucarísticos y se envía también su parte a los ausentes por medio de los diáconos. Los ricos que quieren dar, dan según su voluntad, y con lo recogido se socorre luego a los huérfanos y a las viudas, a los desamparados, a los presos y a los forasteros que están de paso; en suma, se atiende a cuantos padecen necesidad??.
La Didaché (68 d. C.) da gran importancia a la intervención en las asambleas de los cristianos movidos con espíritu profético.
Su arraigo entre los paganos y en el Mediterráneo permitió que progresivamente fuesen entrando en las comunidades los modos de pensar y sentir de la cultura mediterránea. Todo ello daría lugar a un sincretismo cultural. Entre otras corrientes, impactaron en el cristianismo el Platonismo y el Maniqueísmo, con la entrada en las comunidades de gentes ricas e intelectuales de la época.
Hacia mediados del siglo II la cabeza de cada comunidad estaba en poder de gentes influyentes de Roma. El sincretismo mediterráneo daría resultados configuradores de la posterior Cristiandad. San Agustín uno de los mayores mentores, escribirá el ?De civitate Dei??, marcando fuertemente el rumbo de la doctrina cristiana posterior. Para San Agustín que escribía después del saqueo de Roma por los visigodos, capitaneados por Alarico, en el año 410, la ciudad sagrada e intocable no podía convertirse en el centro de las miradas y referente de la fuerza cristiana. El cristiano debía mirar a la ciudad del ?Más Allá?? (la ideas eternas de Platón). El mundo no era más que un trampolín para conseguir aquella (progresivo desprecio de lo terreno).
El hombre tenía un único objetivo, buscar su salvación. Los poderes, tanto laicos como eclesiásticos, debían cumplir su misión, la de hacer posible con sus cuidados que los hombres alcanzasen la ciudad eterna. Estaba diseñado el Agustinismo Político. Poder eclesiástico y civil deberían ir de la mano.
Persecuciones Las comunidades cristianas recibieron una constante y gran afluencia de personas, no ya pobres y desamparadas, sino cultas, influyentes y poderosas. Este elemento, unido a las sospechas que de siempre levantó el comportamiento semiclandestino de los cristianos, daría lugar a Persecuciones que, aunque no generalizadas, se dieron aquí y allá, dependiendo de la postura religiosa de un emperador o de la facción de determinada familia senatorial opuesta a otra u otros miembros de una familia predominantemente cristiana. A nivel imperial la tensión aumentaba cuando el emperador tomaba una determinada postura religiosa. Tras Caracalla (comienzos del siglo III) le sucedió un joven que era sacerdote de un dios sirio y además se casó con una Vestal. Fueron famosas por su dureza, la de Decio (249) y Diocleciano (284).
Produjeron mártires que aumentaron la admiración hacia los cristianos, pese a no tener templos, altares, ni imágenes. Los mártires (testigos de la fe) impresionaban a la multitud. De otra parte, las comunidades cristianas llevaban una intensa práctica de solidaridad entre ellas, con comunión de bienes y atención a los pobres. Ese comportamiento atraía a muchos paganos al cristianismo. Los miembros de la comunidad cristiana, más allá de los grupos isíacos o mitraicos, poseían un fuerte sentido comunitario, se llamaban hermanos y hermanas y, además, vivían como tales, acogiendo en su seno a los abandonados y despreciados de siempre.
Era un comportamiento generalmente aceptado por los mismos enemigos, como Celso, a mediados del siglo II, lo mismo que lo aceptaban Justino, Tertuliano, Atenágoras, Minucia Félix y Orígenes. No resulta extraño que la mayor parte del populacho de Roma fuese cristiano, cuando tomó Constantino al poder.
La entrada de gentes poderosas en las comunidades, sin embargo, fue creando un espíritu diferente a la actitud profética, carismática y de entrega, mientras que se fue potenciando la auctoritas y la tendencia a conectar con la estructura sacerdotal y levítica veterotestamentaria. Cada comunidad acabó por tener a su cabeza un Obispo (vigilante), unos prestes (hombres de edad), y unos diáconos (servidores). A finales del siglo II d. C. se destacaron algunas iglesias cristianas como las más importantes. Eran las de Antioquia en Siria, Corinto en Grecia, Roma en Italia, Lyon en La Galia, Cartago en África, y Alejandría en Egipto.
En Roma, según la tradición, Pedro y Pablo habían padecido suplicio bajo Nerón. Roma estaba revestida de un carácter sagrado y eterno (Así lo puso de manifiesto el Saco de Roma por Alarico y los visigodos en 410, que daría pie a San Agustín para escribir su libro De Civitate Dei a fin de atajar la desmoralización ocasionada por el hecho y tratar de poner la atención de los fieles en la ciudad eterna, que no debía ser Roma, sino la de la otra vida.
Las jerarquías de las comunidades empezaron a acercarse al poder y a tratar de encajar mediante cierto sincretismo las corrientes de pensamiento que se movían en el área mediterránea. El diálogo entre cristianismo y platonismo dio síntesis como la de Orígenes (De principiis) tratando de reconciliar la fe con la razón del tiempo. Sus repercusiones se ven claramente en San Agustín. En las comunidades, desde el siglo II, se ve un predominio de las clases poderosas que acapararon el puesto de obispo y la institucionalización eclesiástica. ?stas se relacionaban forzosamente con el poder. Frente a esas tendencias reaccionaron los movimientos proféticos que, como el Montanismo (alrededor del 170) acentuaron la perfección ética y los carismas. La Didaxé (finales del siglo I) habla constantemente de la importancia de los profetas y sus correspondientes intervenciones en la comunidad.
Los problemas del siglo IV Durante el siglo IV el Imperio se empobreció y algunas ciudades se despoblaron y vinieron a menos. El emperador buscó su residencia en Constantinopla, la parte oriental del Imperio. Roma, en la parte occidental, continuó siendo sagrada y mítica, pero cedió el puesto administrativo a Milán.
Las invasiones, las guerras civiles y las epidemias hicieron perecer a millones de habitantes. Regiones enteras, antes cultivadas, quedaron desiertas. Las ciudades, en plena decadencia, debieron protegerse contra las razzias de los germanos y rodearse de murallas. Escasearon los productos y la moneda perdió su valor. Los emperadores reglamentaron la vida económica. Se ordenó que los hijos heredasen el oficio de los padres. Los colonos fueron adscritos a la gleba. Para solucionar el vacío demográfico, abrieron las puertas a los germanos, que se establecieron como soldados, colonos y obreros.
La debilidad del poder buscó ayuda en todos los dioses. Los cristianos, que desde 249 y, sobre todo, desde 284, y con más furor en 303, con la furiosa persecución de Diocleciano, inauguraron la llamada entonces ?Era de los Mártires??, vieron con satisfacción que los emperadores Constantino y Licinio hacían un Edicto (más que edicto carta de comunicación a los gobernadores) dando libertad al Cristianismo y a otras religiones, buscando con ello la ayuda de sus dioses. El año 312, Constantino se unía con Licinio contra Magencio y después de la batalla de Puente Milvio, a la entrada de Roma, enviaban el mal llamado Edicto de Milán concediendo la libertad a la Iglesia y a otras religiones.
Es decir, declararon nuevamente a la Iglesia cristiana religión permitida en el Imperio, equiparada en todo a la pagana. Es posiblemente el mismo decreto con que, el año anterior, 311, Galerio, pagano ferviente como su madre, posiblemente aquejado de un cáncer de vientre, ordenó el cese de la persecución, a condición de que los cristianos rogasen a Dios por su alma. El edicto de cese de la persecución de 312 era firmado por Galerio, Licinio y Constantino.
Los móviles que impulsaron a Constantino y Licinio son desconocidos. Abundan en cambio las leyendas: Eusebio en su ?Vida de Constantino??, narrada muchos años después de los sucesos, afirma que Constantino le juró que Cristo se le apareció; Lactancio, apologista cristiano, tan sólo habla, años después, de que Constantino obró bajo inspiración divina. Se ha pensado que la aparición de Cristo a Constantino fue una contrarréplica de la aparición del dios Sol a Aureliano (270-275), contada por la ?Historia Augusta?? o la aparición de Apolo, dios solar, a Constantino, en un templo del Sur de la Galia, narrada por los panegiristas del emperador, poco antes del año 310. Posiblemente fue una medida para congraciarse con el populacho de Roma, en gran parte cristiano por estos años. Parece que un 80% de las capas populares de Roma eran cristianas en ese momento.
El año 313 Constantino y su colega Licinio se reencontraron en Milán y allí decidieron permitir a los cristianos y a otras religiones la celebración pública de su culto. Se ha conservado el texto que Licinio dio a Nicomedia, en Asia Menor. En este texto, mal llamado Edicto de Milán, se lee:
?Hemos resuelto conceder a los cristianos y a todos los otros la libertad de practicar la religión que prefieran, a fin de que la Divinidad que está en los cielos sea propicia y favorable tanto a nosotros como a todos cuantos viven bajo nuestros dominios. Nos ha parecido un sistema muy bueno y razonable, no rechazar a nadie de nuestros súbditos, sea cristiano o perteneciente a cualquier otro culto, el derecho de seguir la religión que más le convenga. De este modo, la divinidad que cada cual honrará libremente, podrá concedernos su favor y su bienquerencia habitual??.
Pero el Edicto de Tolerancia llevó consigo concesiones muy importantes, que potenciaron la auctoritas frente al carisma y la profecía, tales como ayudas estatales en dinero para la construcción de iglesias en Roma, Italia y África. Los cristianos construyeron iglesias y las adornaron no de frescos, como los que aparecen en los corredores de las catacumbas, sino de mosaicos. Incluso comenzaron a representar el triunfo de Cristo en su gloria, vestido de púrpura y de oro, como un emperador. Se concedió al papa Milcíades la ocupación del Palacio del Laterano, donde se comenzó enseguida la construcción de la Basílica Laterana. El Estado pagaría la manutención del clero cristiano, que se vería libre de pagar tributos. Es decir, que estos privilegios, antes sólo limitados a los sacerdotes paganos, pasaban también a toda la clase sacerdotal cristiana.
Constantino no se convertiría al cristianismo hasta el 326, tras las tragedias de su casa: su esposa Fausta, ninfómana, hizo que Constantino matase a su hijastro Crispo, acusado por ella de solicitación. Pocos meses después, la madre del emperador Helena, acusó a Fausta de adulterio y la emperatriz fue ahogada en un baño. Constantino no se bautizó ni confesó sus pecados hasta el año 337, poco antes de morir, bautizado por un obispo arriano, Eusebio de Nicomedia.
Constantino, aparecía como un sincretista que tendía a un monoteísmo solar, gran religión heredada del siglo III, que incluso hacía que se representase a Cristo en esa centuria como el Dios Sol. En toda la actuación de Constantino hay una mezcla de paganismo y cristianismo. Conservó siempre el título de Pontífice Máximo, título pagano, que le convertía en jefe supremo del paganismo, título que pasó a los obispos de Roma hasta hoy.
En su política religiosa parece que desde un principio le aconsejó el obispo de Córdoba Osio. Su política filocristiana permitió a la Iglesia recibir herencias (año 321), lo que le convirtió rápidamente en una gran latifundista, sin pagar contribuciones por sus tierras. Se abolieron las leyes dictadas por Augusto contra el celibato. Esta tendencia celibataria de la Iglesia se debía probablemente a influencias maniqueas o neoplatónicas. La postura adversa del Concilio de Elvira de 302 y luego de San Agustín, para quien usar del matrimonio sin intención de tener hijos, era pecado, parece estar más en relación con el desprecio al cuerpo de las corrientes doctrinales aludidas, que con la práctica de las primeras comunidades cristianas. En Elvira no se prohibía el matrimonio, sino que se exigía abstenerse de su uso a los prestes durante el tiempo en que celebrasen los ritos sagrados.
El año 321 se aceptó el Domingo como día festivo de la semana y se le hizo coincidir con el día del Sol pagano, cristianizando esta fiesta, como antes se había hecho con la gran fiesta del Dios Sol, el 25 de diciembre, en que se celebró el nacimiento de Cristo, cuya fecha de nacimiento se desconocía entonces.
Una ley del 318 permitía a los obispos presidir tribunales para la administración de la justicia entre cristianos y entre cristianos y paganos, con lo que el Estado renunció a la administración de la justicia y los obispos se convirtieron en auténticos funcionarios estatales. El obispo de Roma Silvestre obligó a los clérigos a acudir a estos tribunales eclesiásticos. Sin embargo, Constantino prohibió que los miembros de las clases altas del Imperio recibiesen órdenes sagradas, a fin de que no dejasen de tributar. Se prohibió a los judíos perseguir a sus correligionarios que pasaban al cristianismo.
Tras la derrota de Licinio, defensor del paganismo, en 324, Constantino se volvió más hacia el cristianismo como religión de Estado: fue nombrado prefecto de Roma Acilio Severo, cristiano fervoroso y amigo de Osio. Constantino se nombró a sí mismo ?el obispo de los de fuera??, o sea de la población que no dependía de los obispos, quizás los paganos.
Constantino, siguiendo las pautas de su antecesor Diocleciano, que ante la decadencia del culto imperial, asentó el criterio de que el emperador era un jefe carismático, es decir, el representante de Dios sobre la tierra, se mostró como vicario de la divinidad y con el cristianismo intervino en las disputas teológicas y aunque procedió con tacto y prudencia, su hijo Constancio asumió de lleno su condición de carácter divino y mantuvo que el Emperador fuese el único que tenía autoridad para convocar un concilio ecuménico, el cual tenía que ser presidido por el emperador o por su legado. Los líderes cristianos se conformaban con aconsejar al emperador su convocatoria. La confirmación imperial daba a los concilios fuerza de ley para todo el imperio y para su ejecución contaba la Iglesia con el apoyo del brazo secular. Según Küng durante el primer milenio ningún concilio ecuménico necesitó la aprobación del obispo de Roma.
Se llega así al Concilio de Nicea (325), que marca oficialmente un antes y un después en la evolución de las comunidades cristianas, de su organización jerárquica y de la doctrina concreta que deben profesar.
En el Concilio de Nicea se impuso la fe de Atanasio (296-373), diácono y, pronto, obispo de Alejandría, y no la de Arrio (256-336), preste de Alejandría. Atanasio fue ordenado diácono de Alejandría, en 310, y en 325 acompañó a su obispo al Concilio de Nicea. Desde esta fecha se convirtió en defensor a ultranza del símbolo niceno y enemigo acérrimo de los arrianos. Con 35 años se convirtió en obispo de Alejandría.
El Concilio de Nicea se desenvolvió como una especie de senado, en el que el emperador asumió el poder ejecutivo. Se resumió la doctrina de Atanasio en el Credo, fórmula que rechaza el Arrianismo. De acuerdo con ello, Constantino y luego Teodosio forzaron a la Iglesia a que se organizase según el modelo de la administración del Estado. Con su ?Carta a los herejes?? amenazó Constantino a todos con confiscaciones y procesos, si no se hacían católicos.
En cualquier caso Constantino, por la paz de su imperio, condescendió también con los paganos y actuó con ritos paganos en la fundación de Constantinopla. Por eso al morir, en 337, los paganos lo divinizaron y los cristianos lo consideraron como el tricésimo apóstol. Había echado las bases de lo que sería la Iglesia, en adelante. El cristianismo, que había arraigado en el detritus de la sociedad, a partir de Constantino se convirtió en la religión de las clases altas de Roma.
Se cristianizaron las enseñas militares, empezando con el Labaro o enseña imperial. Según la tradición Cristo habría aconsejado a Constantino poner un Chrismón (con la X y la P, monogramas de Cristo) en su estandarte, con la inscripción de la visión ?Hic hoc signo vinces??. Este estandarte fue llamado Labaro. Lo llevó el Emperador Constancio II, hijo de Constantino, con la inscripción ?Triunfador a Gentium barbarorum sis??. Está en la biblioteca nacional de Francia. El chrismón pasó a adornar el Labaro del Emperador, el casco y el escudo de los soldados. La cruz se representó en el Vexillum que portaba la caballería imperial. El signo no muy usado por los cristianos, anteriormente, empezó a implantarse por todas partes.
Constantino el Grande (306-337) se convirtió en héroe defensor de la Iglesia, modelo de gobernantes, de guerreros y creador de las bases de iconografía cristiana. Su imagen a pie o a caballo, lanza en mano y bajo el signo de la cruz, avanzando hacia Puente Milvio se reprodujo en escultura y pintura monumentales, eboraria, monedas, platos, manuscritos, tejidos, etc. Y así fue emulado por emperadores, santos, y soberanos posteriores. Carlomagno como nuevo Constantino, Santiago en Clavijo, San Jorge en Aragón, San Isidoro en Baeza, San Millán en Simancas (mitificado por Berceo en el siglo XIII).
Con Constancio, sucesor de Constantino se destruyeron templos y dioses paganos, se cerraron bibliotecas, y se persiguieron prácticas paganas. La Iglesia de perseguida pasó a perseguidora. Los respectivos emperadores continuaron favoreciendo las intervenciones de la Iglesia en la vida del Estado Romano y éste fue interviniendo cada vez más en la Iglesia.
En vano, el emperador Flavio Claudio Juliano (Constantinopla 332- Maringa 363), uno de los sucesores de Constantino, procuró dar libertad a otras creencias religiosas. Pese a gobernar sólo dos años (361-363) se le conocería, en adelante, como Juliano el Apóstata. Hijo de un hermanastro de Constantino el Grande fue el único superviviente, junto con su hermano Galo, que escapó de la purga que acabó con su rama de la dinastía, en 337, en un motín promovido por su primo y emperador Constancio II. Esto, como él mismo afirmó, dio inicio a su desconfianza hacia el cristianismo.
Tras pasar su infancia y juventud apartado del poder recibió junto con su hermano una cuidada educación cristiana, llegando incluso a ser ordenados de menores. Frecuentó las escuelas más famosas y se instruyó profundamente en el Neoplatonismo, que se había convertido en el bastión del paganismo de las élites cultas. Su primo Constancio II lo nombró César de la Pars Occidentalis, en 355, con 24 años, un año después de la ejecución de su hermano, que también ostentó esta dignidad, por Constancio II.
Casó con la hermana de Constancio, Helena. Rechazó la invasión germánica de la Galia con gran efectividad. En 361 aprovechó sus éxitos para usurpar la dignidad de Augusto. La repentina muerte de su primo evitó la Guerra Civil y le convirtió en legítimo heredero. Llegó a Constantinopla a finales del 361 y lo primero que hizo fue nombrar una comisión depuradora de los consejeros de Constancio.
Nada más conocer la muerte de Constancio, Juliano hizo pública ostentación de sus creencias paganas: dio solemnemente las gracias a los dioses paganos y reunió en torno suyo a los intelectuales paganos más famosos del mundo helenístico.
Se rebeló contra las creencias que le habían sido impuestas en su juventud. En una carta escrita al rétor antioqueno Libanio atestigua que el cristianismo le había sido impuesto desde niño por su intolerante primo el emperador Constancio, pero que en su fuero interno nunca había aceptado realmente ninguna religión hasta su lectura de los poemas homéricos, a los que consideraba los textos más importantes de la religión griega. Para Juliano la antigua literatura helénica era la fuente principal de la cultura. Fue hombre bastante supersticioso y despreciaba por igual a los paganos agnósticos que a los cristianos, a los que consideraba ateos. Criticaba la discordancia de los evangelios y la oposición entre el monoteísmo judío y el trinitarismo cristiano.Cultivó su carácter sagrado haciéndose descendiente del Dios Sol.
Consecuente con su ideología, una de las primeras cosas que hizo al ser constituido como Emperador, fue proclamar la libertad de cultos y religiones, suprimiendo toda la legislación represiva que de facto había hecho del cristianismo la religión del Estado. Pese a que Constantino había legalizado el cristianismo, esta religión no fue declarada religión oficial del Estado hasta que Teodosio I lo hiciera en 380, en virtud del Edito de Tesalónica. Constantino y su inmediato sucesor habían prohibido la conservación de los templos paganos.
Muchos templos fueron destruidos y sus fieles asesinados, sin que lo impidieran estos emperadores. Juliano terminó con la persecución de los paganos y con la destrucción de sus templos, decretó la restauración de cultos paganos y la consiguiente devolución de los bienes confiscados por Constantino y sus sucesores, ordenando, además, la reconstrucción de los templos paganos arruinados.
Para contrarrestar el cristianismo se dedicó a poner en funcionamiento una especie de Anti-Iglesia pagana con un clero similar al de la Iglesia Católica. Instauró en cada provincia una especie de archisacerdotes paganos, reivindicando para sí, como cabeza de la nueva iglesia pagana, el antiguo título de Pontifex Maximus. Le concedió también al clero pagano privilegios fiscales e intentó fomentar en él las dos virtudes que más envidiaba del cristianismo, la pureza de costumbres y la caridad, que denominaría filantropía, disponiendo algo semejante a la excomunión para aquellos sacerdotes paganos que no cumplieran con sus deberes.
Su proclamada libertad de culto parecía encaminada a erradicar el cristianismo. Por lo pronto Juliano suprimió las rentas concedidas al clero cristiano por Constantino, así como la jurisdicción episcopal. Reclamó la vuelta de los obispos cristianos considerados herejes, exiliados por edictos de la Iglesia, reavivándose, en consecuencia, los conflictos y cismas de tiempos anteriores. Fue crítico tanto con el catolicismo como con el arrianismo.
Atanasio, obispo de Alejandría, líder del credo de Nicea, luchó frente a Juliano y los arrianos, por el mantenimiento de la unidad de la fe católica ortodoxa.
Juliano fue pasando de una actitud liberal a medidas cada vez más represivas contra el cristianismo. La constitución de 17 de junio de 362 prohibía a los cristianos la enseñanza de la gramática y la retórica, pretextando el contenido pagano de los libros de texto. Llegó a medidas que hicieron temer la vuelta de las persecuciones: mandó al exilio al recalcitrante Atanasio, creó impuestos especiales y confiscó bienes eclesiásticos. Fiel a su política de fortalecimiento de otras religiones no cristianas ordenó la reconstrucción del templo de Jerusalén, lo que al final no llegó a hacerse a causa de un fuego accidental.
Paradójicamente los restos de Juliano, muerto en territorio persa, fueron sepultados en Tarso y, posteriormente, trasladados a la Iglesia de los Santos Apóstoles, en Constantinopla.
En 364, con el emperador Flavio Joviano, vuelve el cristianismo de Nicea a su predominio y se reanudó la persecución de todo lo pagano. Se ordenó la quema de la Biblioteca de Antioquia. El 11 de septiembre de 364 un Edicto Imperial condenó a muerte a los paganos que practiquen la adivinación: ?sileat omnibus perpetuo divinandi curiositas??. Varios decretos confiscaron propiedades de templos paganos y se castigó con pena de muerte la participación en rituales paganos. Y así se procedió en años sucesivos.
Teodosio I el Grande, es decir Flavio Teodosio (Itálica 347- Milán 395) fue emperador de los romanos desde 379 hasta su muerte. Compartió primero el poder con Graciano y Valentiniano II. En 392 reunió la parte oriental y occidental, siendo el último emperador que gobernó a todo el mundo romano.
Teodosio promovió el trinitarismo niceno dentro del cristianismo y el cristianismo dentro del imperio.Tomó la trascendental decisión de hacer del cristianismo niceno o catolicismo la religión oficial del imperio mediante el Edicto de Tesalónica de 380. El 27 de febrero de 380, Teodosio, Graciano y Valentiniano II publicaron un edicto para que todos sus súbditos profesaran la fe de los obispos de Roma y Antioquía, esto es, la fe nicena. Pretendían con ello frenar el pulular de sectas cristianas. Este era su texto:
?Queramos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta hoy se ha predicado como la predicó él mismo, y que es evidente que profesan el pontífice Dámaso y el obispo de Alejandría, Pedro, hombre de santidad apostólica. Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad.
Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos y sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial??.
Dado el tercer día de las kalendas de marzo en Tesalónica, en el quinto consulado de Graciano Augusto y primero de Teodosio Augusto.
A pesar de que se imponía el culto de una religión monoteísta y las normas morales que la acompañaban, Teodosio protegió, en la medida de sus posibilidades, a los ahora semiclandestinos paganos de la persecución y acoso de los cristianos.
Ahora bien, como máxima autoridad del Imperio, Teodosio incluyó al sacerdocio católico en el funcionariado, lo que en la práctica los situaba bajo su autoridad.
Al año siguiente de la promulgación del Edicto de Tesalónica, el mismo emperador Teodosio convocaba el Primer Concilio Ecuménico de Constantinopla. Su objetivo era conciliar a la ortodoxia cristiana con los simpatizantes del arrianismo y tratar la problemática de la herejía macedoniana o la negación d ela divinidad al Espíritu Santo. También confirmar el credo Niceno como la doctrina oficial de la Iglesia. En realidad las tesis arrianas fueron de nuevo rechazadas y posteriormente se emitió un nuevo edicto imperial que daba carácter legal a las conclusiones del concilio. Clarificó las jurisdicciones eclesiásticas según las fronteras civiles de las diócesis y decidió que Constantinopla era la segunda en precedencia respecto de Roma.
La entrada de gran masa de nuevos fieles originó grandes cambios en la liturgia. Las salas donde se reunían las congregaciones se convirtieron en templos, los sacerdotes adoptaron vestimentas especiales para el culto y se adoptó el uso del incienso, propio de los anteriores ritos paganos.
A principios de su reinado, Teodosio era bastante tolerante con los paganos, pues necesitaba el apoyo de la influyente clase dirigente pagana. Sin embargo, con el tiempo, erradicaría los últimos vestigios de paganismo con gran severidad. Su primer intento de dificultar el paganismo fue en 381, cuando reiteró la prohibición de Constantino sobre el sacrificio.
En 388 envió un prefecto a Siria, Egipto y Asia Menor con el propósito de disolver asociaciones paganas y destruir templos. En varios decretos de 389, llamados ?decretos teodosianos?? declaró progresivamente que aquellas fiestas paganas que no se hubieran convertido en fiestas cristianas serían entonces días laborables. En 391, reiteró la prohibición de sacrificios de sangre y decretó que ?nadie irá a los santuarios, paseará por los templos, o elevará sus ojos a estatuas creadas por obra del hombre??. Los templos fueron declarados abandonados y los principales y más céntricos de las ciudades fueron ocupados por las catedrales cristianas y por otras iglesias secundarias.
Por decreto del 391, Teodosio acabó también con los subsidios que aún se escurrían hacia algunos restos del paganismo civil greco-romano.
Teodosio se representó a sí mismo en las monedas sosteniendo el lábaro. El aparente cambio de política de los ?decretos teodosianos??, respecto de la permisividad de los primeros tiempos, ha sido atribuido a menudo a la creciente influencia de Ambrosio, obispo de Milán. En 390, Ambrosio había excomulgado a Teodosio, quien recientemente había ordenado la masacre de 7.000 habitantes de Tesalónica, en respuesta al asesinato de su gobernador militar establecido en la ciudad, lo que hizo que Teodosio tuviese que llevar varios meses de penitencia pública. San Ambrosio no lo readmitiría hasta que Teodosio no mostró público arrepentimiento, demostrando así su autoridad frente al emperador.
Tras la larga penitencia y como compensación, el emperador decretó en 392 la prohibición de los sacrificios paganos y una inmensa masa de población se vio obligada a profesar una religión no acorde con su civilización. Al amparo de esta nueva prohibición se inició una fuerte represión contra la población pagana, que tuvo su culminación en la segunda destrucción de la Biblioteca de Alejandría y del gran templo de Serapis por una muchedumbre encabezada por el patriarca de la ciudad, Teófilo.
A la muerte de Teodosio en Milán, el 17 de enero de 395, Ambrosio pronunció un panegírico, titulado De Obitu Theodosii, ante Estilicón y Honorio, en el que Ambrosio detalló la supresión de la herejía y el paganismo por Teodosio. El cuerpo del emperador fue trasladado a Constantinopla el 8 noviembre 395.
Como religión oficial la Iglesia fija su organización y doctrina Las inclinaciones de Constantino hacia la Iglesia desde 312 (Puente Milvio) y 313 (Edicto de Milán) dieron cancha a la organización eclesiástica. Levantó cabeza, y de sus anteriores reuniones en casas privadas pasó a construir iglesias en antiguas basílicas, que adornaron no con frescos, como los pasillos de las catacumbas, sino de mosáicos. Representaron el Triunfo del Cristianismo y de Cristo en su gloria, vestido de púrpura y oro, como un emperador (así lo hace el mosaico de hacia 390 en la iglesia de Santa Pudenciana, erigida sobre la casa del senador Pudencio, que se decía había acogido en su tiempo al apóstol S. Pedro.
Todos los sucesores de Constantino, salvo Juliano ?El Apostata??, se habían volcado en favores a la Iglesia. Sirva de ejemplo Honorio (395 a 423), hijo de Teodosio, emperador de Occidente, casado con la hija del General vándalo Estilicón. En la catedral de Aosta (Italia) es representado en una placa de marfil, con una bandera estandarte en la mano derecha sobre la que se escribe ?IN NOMINE XPI VINCAS SEMPER??.
El término católico dado por el emperador Teodosio a la Iglesia no significaba el alcance liberador universal del Evangelio, sino la identificación de la Iglesia con todo el Imperio. El adjetivo ?católico??, había sido utilizado por vez primera por Ignacio de Antioquia, en 117, pero también lo utilizaban clásicos griegos con sentido de universal. Dice así Ignacio de Antioquia: ?allí donde deba aparecer el obispo, donde esté la gente, incluso donde Jesús podía estar, hay una iglesia universal??. El Imperio, ahora cristiano, continuó con los hombres divididos en clases sociales, con la esclavitud y todas sus formas y no con las exigencias evangélicas de abolición de divisiones sociales, políticas, culturales y religiosas, como opuestas a la fraternidad entre los hombres.
Los intelectuales cristianos conectaron con las corrientes de pensamiento mediterráneas. Se produjeron cambios progresivos, pero profundos, tanto en el pensamiento como en la organización de aquella incipiente Iglesia.
Los influjos maniqueos del Mediterráneo Oriental, el descontrol campante por la debilidad del Imperio y el deseo de purificación personal puso en funcionamiento el movimiento monacal (finales del siglo III) con S. Pacomio y San Antonio, ?Padre de los monjes??. Buscaban ideal de perfección individual y acercamiento a la ?vita apostolica??, imponiéndose las líneas de virginidad, obediencia y pobreza. Los eremitas, hombres del desierto (eremus) empezaron siendo solitarios (monachus) que luego fueron aceptando una koinos bios o vida común en los cenobios, dándose entonces la correspondiente regla para el correcto funcionamiento.
El movimiento donatista de las iglesias de África, durante el siglo IV, unía a lo religioso la dimensión social, y lucharon contra el poder de Roma y de la Jerarquía.Donatistas y Pelagianos se opusieron al bautismo de los niños y lucharon contra la identificación entre Iglesia y sociedad romana.
Todos ellos fueron puestos a raya por el poder estatal y personalidades eclesiásticas como S. Agustín, quienes defendían el control de la doctrina y la organización eclesiástica dentro del ámbito católico y la sumisión de todos los cristianos a ese ámbito instaurado por Constantino y ratificado por Teodosio.
La Jerarquía católica iba cambiando de comunidades de bienes e iguales a una Iglesia de Dios Todopoderoso con su jerarquía de funcionarios de lo absoluto. Los inicios de esta construcción serían admirados por los grandes hombres del catolicismo. Eusebio de Cesarea mitificaba la figura de Constantino, al que consideraba ?Apóstol número trece?? y Vicario de Dios. Agustin de Hipona fue una gran teólogo del Constantinismo, defendiendo sus directrices: bautismo de los niños, ya que el estado era oficialmente católico y los niños tenían el pecado original; abogó por el constatinismo político o intervención del poder en la Iglesia e impone en la Iglesia el Neoplatonismo maniqueo.
Los emperadores organizaron esa Iglesia jerárquica de acuerdo con los esquemas del imperio. La circunscripción eclesiástica tomó la de Roma y copió el modelo jurídico del Imperio Romano, con sus estructuras autoritarias y jerárquicas.
La circunscripción eclesiástica correspondió exactamente a la circunscripción administrativa romana. El territorio de una ciudad formó una diócesis, dirigida por un obispo, cuya catedral ocupó el lugar preferente de la ciudad, junto al de la suprema autoridad civil.
Todos los obispos de una misma ?provincia?? reconocieron como jefe al obispo de la capital de la ?provincia?? y se le llamó ?obispo metropolitano??, más tarde, arzobispo. A esta autoridad superior se le distinguió con el Palio, larga estola de lana blanca que simbolizaba la oveja sobre los hombros del Buen Pastor.
Entre los obispos, algunos gozaron de un prestigio excepcional. En Oriente, el de Constantinopla, Antioquia, Jerusalén y Alejandría, tenían el título de Patriarca.
El obispo de Roma, debido a las connotaciones míticas, sagradas y de poder de la ciudad y su abandono por la instalación del poder en Bizancio, apoyado en que S. Pedro predicó, murió y fue enterrado en Roma, asumió el título detentado anteriormente por los emperadores, autodenominados ?Summus Pontifex??. Desde el siglo IV detentó el Gorro Frigio, cono de cuero, usado por los frigios como signo de sus luchas por la libertad. En él se colocarían tres coronas constituyendo la Tiara pontificia, la 1ª corona fue puesta por León III en el s. VIII, cuando coronó a Carlomagno, considerándose soberano de media Italia y mostrándose como Padre de todos los reyes, príncipes y autoridades de la tierra.
La 2ª corona fue añadida en el siglo XIII por Bonifacio VIII, mostrando al papa como regente del mundo y la 3ª corona aparece con Clemente V, en 1305, en calidad de Vicario de Cristo. Pablo VI dejó de lado la Tiara.
La sociedad ?Católica?? era interpretada por el papa Gelasio (492-496) como poder. El poder que alumbró Agustín de Hipona, tras el Saco de Roma por Alarico y los visigodos, en 410. De aquí que el Papa Gelasio diga: ?En el principio del gobierno de este mundo hay dos cosas: la autoridad sagrada de los pontífices y el poder del rey?? (Carta 12, famuli vestrae pietatis) (Gongar, Yves, L´eglise. De Saint Augustín à l´époque moderne, Paris, 1970).
El paso entre los siglos IV y V supuso cambios de los sentimientos del pasado a los nuevos esquemas que se abrían al futuro. Los Padres de la Iglesia continuaron manifestando algunas de las grandes exigencias evangélicas en relación con la justicia social: Juan Crisóstomo increpaba a los adinerados de Constantinopla: ?Decidme ahora de dónde proceden vuestras riquezas. ¿De quién las habéis recibido? ?De mi padre y mis abuelos?. Entonces, remontándoos a la familia ¿Podéis demostrarme que ellos las adquirieron justamente? No podéis. En su origen proceden necesariamente de la injusticia ¿Por qué? Porque, al principio, no creó Dios ricos y pobres, no dio a unos gran fortuna y a otros nada.
Dios ofreció a todos la misma tierra. Y si es común, ¿Cómo es que tú posees incontables fanegas y el otro ni un terrón? ?Los heredé de mi padre? ? me replicas-. Pero él, de quién las recibió? ?De sus antepasados?. Pues bien, vamos a remontarnos hacia atrás y llegaremos inevitablemente al origen??. (Patrología Griega, 62,563).
Jerónimo, el traductor de la Biblia al latín, afirmaba: ?Todas la riquezas no tienen más que un origen: la injusticia. Nadie puede acumularlas, sino a costa de otros. Por eso, me parece atinadísimo ese refrán popular que dice: El rico o es explotador o heredero de un explotador?? (Patrología latina, 22,984) La iglesia del poder se configura y afirma Cuando cae el Imperio Romano de Occidente (476), el cristianismo ya está asentado como religión oficial del territorio que había ocupado el Imperio.
Se sucedieron las invasiones germánicas y el pueblo, debido a la cultura de éstas y a la pobreza dominante en todos los órdenes, se sumergió y hundió cada vez más en una conciencia mágica, supersticiosa y servil que se inoculó dentro de la Iglesia. Separado Occidente de Oriente, el primero quedó bajo la única protección cultural de una Iglesia estatal que aspiraba al poder y que usaba como instrumento para ello dicha conciencia.
Separación de Oriente y situación de Occidente En la Galia Los Francos, paganos, impondrán su hegemonía con su rey Clodoveo. El oportunismo de éste ante una Galia romano-católica y enfrentada a los arrianos visigodos de la mitad sur, le llevó a abrazar el catolicismo (489), y se casó con Clotilde, una princesa católica. Los ricos galorromanos y los obispos se hicieron sus amigos. Los visigodos arrianos fueron vencidos en Vouillé y expulsados a Hispania. Se afirmó el reino merovingio (por el mítico Meroveo, padre de Childerico y éste de Clodoveo). Los merovingios se mantendrían en el poder, desde el 511 al 751.
Con el apoyo de los merovingios la Iglesia comenzó a convertir a los campesinos galorromanos, casi todos paganos, instalando capillas y monasterios.Los reyes merovingios para tener adicta su tropa daban a los jefes grandes porciones de tierra y acabaron por administrar sus reinos mediante Mayordomos de Palacio. Uno de éstos, Carlos Martel, se apoderó de casi toda la Galia ejerciendo su poder sobre la Iglesia y los obispos, hizo en 720 desamortizaciones de bienes de la Iglesia, que tenía 1/3 de todas las tierras de Francia. Con esas tierras dio feudos a los jefes de su tropa y procuró tenerlos adictos. En 732 frenó a los musulmanes en Poitiers. Su hijo, Pepino el Breve deseoso de ser reconocido como rey de Francia accedió a la llamada del papa y luchó contra los Lombardos que agobiaban el Patrimonio de San Pedro. Ello le valió el reconocimiento por parte de la Iglesia .
Italia Quedó completamente escindida en varias demarcaciones y poderes:Roma y el Patrimonio de San Pedro, administrado por los Pontífices en nombre de Bizancio, que era su titular. Teodorico (ostrogodo) arriano actuaba con moderación ante una sociedad de cultura católica. Los obispos católicos acabaron por amargarle la vida. En el siglo VI aparecieron los Lombardos que atacaban todos los bienes de Bizancio en Italia. El Papa debió pedir ayuda a Pipino. Fue en el siglo VI cuando el nombre de papa, común a todos los obispos, quedó reservado sólo para el obispo de Roma.
Hispania Fue Reino Visigodo (531) arriano hasta 589. En ella había dos iglesias con sus correspondientes jerarquías: hispanorromanos católicos, visigodos arrianos. Se exacerbaron las tensiones entre Leovigildo y su hijo Hermenegildo por esta razón. Los conflictos se cobraron la vida del último. Muerto Leovigildo, sucedió en el trono su hijo Recaredo. Las presiones de los hispanorromanos católicos acabaron por aconsejarle la aceptación del catolicismo como religión oficial de Estado.
Recaredo emuló a Clodoveo, rey de los Francos, se convirtió solemnemente al Catolicismo y como Teodosio el Grande impuso como religión oficial del Estado al Catolicismo , en 589, en el III Concilio de Toledo (En estos Concilios se desplegó una gran influencia de S. Leandro, San Isidoro y el Abad Eutropio de Servitano). El 8 de mayo de 589 se celebró la primera sesión del III Concilio de Toledo, donde Flavio Recaredo tomaba asiento entre los metropolitanos. Emulaba así a Constantino presidiendo a los obispos de Nicea y lo mismo que él, Recaredo recibía el apelativo de ?Apóstol??. Una vez leído el documento en que se reconocía a la Iglesia católica, la asamblea episcopal aclamó a Dios y al Rey.
Se renovaba la alianza entre la Iglesia Jerárquíca y el poder político. Los obispos quedaban como responsables de la recaudación de Impuestos. Los reyes nombraban metropolitanos y obispos. ?stos acumularon tierras y esclavos: cada parroquia debía contar, al menos, con diez esclavos.
Bizancio Justiniano (527-565) quedó como único emperador, rey teocrático, que pretendió la antigua Unión del Mediterráneo bajo el Imperio Romano.Persiguió a la periferia arriana de su imperio.Construyó iglesias en Constantinopla ? Santa Sofía ? y en Rávena (Italia).Tres años después de su muerte Italia fue invadida por los Lombardos. Bizancio se desentendió progresivamente de Italia. El papa administraba el patrimonio de San Pedro en nombre de los Bizantinos.
Bizancio quedó dominado por familias ricas que, junto con los monasterios, se hicieron dueñas del territorio. Acapararon grandes extensiones de tierras. Surgieron conflictos entre los emperadores y los monasterios con motivo de los iconos.
Roma: El Papa Desde el 250, aproximadamente, los obispos de Roma empezaron a creerse con mayor poder que los otros obispos. Desde el s. VI acapararon el nombre de Papa, antes común a todos los obispos.
Gregorio Magno (590-604) administraba de hecho el Ducado de Roma, que pertenecía de derecho al emperador bizantino. Intentó hacerse reconocer como jefe de los obispos de Galia, España y África. Antiguo monje benedictino protegió a la orden e impuso la liturgia y el canto gregoriano. Envió 40 monjes a convertir a los anglosajones. De ellos procedía S. Bonifacio (680-754) apóstol de la Germania.
Gregorio Magno en línea con las tendencias de cristianización más moderadas, desarrolladas en los tiempos de Teodosio I, daba consejos a los misioneros: ?Hay que guardarse de destruir los templos (en Inglaterra). Sólo deben destruirse los ídolos que se encuentren. Se asperjarán los templos con agua bendita y se pondrán en ellos altares y reliquias. Si los templos están bien construidos, es conveniente que pasen del culto de los demonios al servicio del verdadero Dios, y así verá el pueblo que sus templos no son destruidos y acudirán voluntariamente a los lugares que les son acostumbrados para adorar al verdadero Dios.
Y como quiera que en ese país tienen la costumbre de inmolar bueyes en sacrificio a los demonios??, que en lugar de inmolar sus animales al diablo, los sacrifiquen en honor de Dios. Resulta absolutamente imposible cambiar completamente los espíritus endurecidos. Cuando se quiere llegar a la cima de una montaña, se asciende paso a paso, no se puede educar a saltos?? (Beda (674-753), Historia de los Anglos.)
Como se ve, la comunidad cristiana se había desdibujado del todo, suplantada por el clero y por los cultos y ritos. De ahí que en Hispania, el Islam progresara tan rápido entre las gentes, salvo el caso de los ?Mártires voluntarios?? de Córdoba, que procedieron fundamentalmente por motivos culturales y fiscales.
Los Lombardos, asentados en Panonia (Hungría) se desplazaron hacia la Lombardía y, poco a poco, fueron conquistando zonas de Italia: hacia el 750 quitaron a los Bizantinos el Ducado de Rávena, a lo largo del Mar Adrático y se encaminaron sobre Roma.
El papa Esteban II, en conflicto con el Emperador bizantino por el asunto de los iconos, no esperaba socorro de él. Por ello se dirigió a Pipino el Breve, lo visitó en la Galia, le reconoció como rey legítimo e imploró su ayuda (754).
Pipino luchó contra los Lombardos, les arrebató el Ducado de Rávena y la Pentápolis, y en lugar de entregarlos a su legítimo propietario, el Emperador de Oriente, los donó al Papa (756). ?ste, con el Ducado o Exarcado de Rávena y la Pentápolis, unidos a Roma y al Patrimonio de S. Pedro por el Pasillo de Perugia, constituyó lo que después se conocería como ?Estados Pontificios??, que permanecerían bajo su poder hasta el siglo XIX, cuando se produce la unidad italiana, bajo Victor Manuel II, a impulsos de Cavour. El papa se convertía así en soberano temporal, poder que sigue manteniendo hoy, aunque reducido a la Ciudad del Vaticano.
El papa, en reconocimiento a la ayuda recibida, consagró a Pipino rey de los francos ?por la gracia de Dios?? afianzando así la teoría del derecho divino de los reyes, que sólo a Dios deben dar cuenta. Primero lo ungió S. Bonifacio, y luego, el Papa Esteban II. Para legitimar el comportamiento del papa, en la curia romana se confeccionó un documento falso atribuido a Constantino y en el que apoyó la Iglesia su poder hasta finales del siglo XV.
Acostumbrados en la Iglesia a las Falsas Decretales, justificó tanto la concesión de corona a Pepino, como el nacimiento de los Estados Pontificios, con la elaboración en la Curia Pontificia de la Falsa Donación de Constantino:
?Concedemos a nuestro Santo Padre Silvestre, como Pontífice y papa universal de Roma y a todos los pontífices sucesores suyos que hasta el fin del mundo reinarán en la sede de San Pedro, nuestro palacio imperial de Letrán (el primero de todos los palacios del mundo). Después la diadema, esto es nuestra corona, y al mismo tiempo el gorro frigio, es decir la tiara, y el manto que suelen usar los emperadores, y además, el manto purpúreo y la túnica escarlata y todo el vestido imperial y, además, también la dignidad de caballeros imperiales, otorgándoles también los cetros imperiales y todas las insignias y estandartes y diversos ornamentos y todas las prerrogativas de la excelencia imperial y la gloria de nuestro poder.
Queremos que todos los reverendísimos sacerdotes que sirvan a la santísima Iglesia Romana en los distintos grados, tengan la distinción, potestad y preeminencia de que gloriosamente se adorna nuestro ilustre senado, es decir, que se conviertan en patricios y cónsules y sean revestidos de todas las demás dignidades imperiales. Decretamos que el clero de la Santa Iglesia Romana tenga los mismos atributos de honor que el ejército imperial. Y como el poder imperial se rodea de oficiales, chambelanes, servidores y guardias de todas clases, queremos que también la Santa Iglesia Romana se adorne del mismo modo.
Y para que el honor del Pontífice brille con toda magnificencia, decretamos también que el clero de la Santa Iglesia Romana adorne sus caballos con arreos y gualdrapas de blanquísimo lino. Y del mismo modo que nuestros senadores llevan el calzado adornado con lino muy blanco (de pelo de cabra blanco), ordenamos que de este mismo modo lo lleven también los sacerdotes, a fin de que las cosas terrenas se adornen con las celestiales para gloria de Dios (??).
Hemos decidido igualmente que nuestro venerable padre el Sumo Pontífice Silvestre y sus sucesores lleven la diadema, es decir, la corona de oro purísimo y piedras preciosas que, a semejanza con la que llevamos en nuestra cabeza le habíamos concedido, diademas que deben de llevar en la cabeza para honor de Dios y de la sede de San Pedro. Pero ya que el propio beatísimo papa no quiere llevar una corona de oro sobre la corona del sacerdocio, que lleva para gloria de San Pedro, con nuestras manos hemos colocado sobre su santa cabeza una tiara brillante de blanco fulgor, símbolo de la resurrección del Señor, y por reverencia a San Pedro sostenemos la brida del caballo, cumpliendo así por él, el oficio de mozo de espuelas: estableciendo que todos sus sucesores lleven en procesión la tiara, como los emperadores, para imitar la dignidad de nuestro imperio.
Y para que la dignidad pontifica no sea inferior, sino que sea tomada con una dignidad y gloria mayores que las del imperio terrenal, concedemos al susodicho pontífice Silvestre, papa universal, y dejamos y establecemos en su poder por decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no sólo nuestro palacio, como se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, distritos y ciudades de Italia y de Occidente.
Por ello hemos considerado oportuno transferir nuestro imperio y el poder del reino a Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro nombre y establecer allí nuestro gobierno, porque no es justo que el emperador terreno reine donde el emperador celeste ha establecido el principado del sacerdocio y la cabeza de la religión cristiana.
Ordenamos que todas estas decisiones que hemos sancionado mediante decreto imperial y otros decretos divinos, permanezcan inviolables e íntegras hasta el fin del mundo. Por tanto, ante la presencia del Dios Vivo, que nos ordenó gobernar y ante su tremendo tribunal, decretamos solemnemente, mediante esta constitución imperial, que ninguno de nuestros sucesores, patricios, magistrados, senadores, súbditos, que ahora o en el fututo estén sujetos al imperio, se atreva a infringir o alterar esto, en cualquier manera. Si alguno, cosa que no creemos, despreciara o violara esto, sea reo de condenación eterna y Pedro y Pablo, príncipes de los apóstoles, le sean adversos ahora y en la vida futura, y con el diablo y todos los impíos sea precipitado para que se queme en lo profundo del Infierno.
Ponemos este decreto con nuestra firma, sobre el venerable cuerpo de San Pedro, príncipe de los apóstoles, prometiendo al apóstol de Dios respetar estas decisiones y dejar ordenado a nuestros sucesores que las respeten. Con el consentimiento de nuestro Dios y Salvador Jesucristo entregamos este decreto a nuestro padre el Sumo Pontífice Silvestre y a sus sucesores para que lo posean para siempre y felizmente??. (FALC?N, Antología de textos y documentos de Edad Media, Valencia, 1976, págs. 49-50).
Pipino ayudó a San Bonifacio a reformar el clero de la Galia en plena decadencia, lo que reconocía el Santo, diciendo que sin su ayuda ello hubiese resultado imposible.
Esta política de entendimiento con la Iglesia se continuó con su hijo Carlomagno (768-814). En el año 800 Carlomagno fue coronado emperador por León III, papa. Nacía así, el Sacro Imperio Romano Germánico, en forma de Teocracia. En el acto de Coronación, el monarca dijo: ?Lo vuestro es, Santísimo Padre, elevados los brazos a Dios, como Moisés, ayudar a nuestro ejército hasta que el pueblo cristiano alcance la victoria??.
El teólogo Alcuíno fue el mentor del invento. Carlomagno dirigía a sus obispos y expandía con la espada el cristianismo entre los sajones. Dirigía el clero de sus estados y se afanaba en convertir al cristianismo a musulmanes y paganos (musulmanes de España y germanos paganos). En cada uno de los doscientos condados de su Reino había un conde, con todos los poderes y éste era ayudado por el obispo. Los obispos eran elegidos, comúnmente, por Carlomagno.
Conde y obispos formaban la aristocracia del país. Con ellos tomaba el rey las decisiones, que luego publicaba en sus Capitulares.
Procuró mejorar la Instrucción de los clérigos enseñándoles latín para su liturgia y para las gestiones de su administración. Su ministro de instrucción pública era Alcuino, monje inglés. Bajo sus auspicios se fundaron escuelas catedralicias y monacales. Su renacimiento cultural llegó hasta el siglo X. Recibió en sus territorios influencias del arte bizantino y árabe.
A los ojos de los contemporáneos, Carlomagno era el sucesor de los emperadores romanos cristianos, Constantino y Teodosio. Muchos eclesiásticos deseaban un Imperio cristiano de Occidente, dirigido, a la vez, por Carlomagno y el Papa.
Expandió el cristianismo por los territorios de Sajonia y les exigió su aceptación y comportamiento con normas violentas y drásticas:
?Quien entre violentamente en una Iglesia pagará con la muerte. Quien con desprecio del Cristianismo rechase respetar el Santo Ayuno de Cuaresma?? pagará con la muerte. Quien a instancia del diablo y compartiendo los prejuicios de los paganos queme a uno de sus semejantes, hombre o mujer, o dé su carne a comer, o la coma él mismo, bajo pretexto de sortilegio??, será castigado con la pena capital. Quien entregue a las llamas el cuerpo de un difunto, siguiendo el rito pagano, ?? será condenado a muerte.
Todo sajón no bautizado, que no acepte hacerse bautizar, queriendo permanecer pagano, pagará con la muerte. Quien se alíe con los paganos en contra de los cristianos??, pagará con la muerte. Quien falte a la fidelidad que debe a su rey, pagará con la pena capital. Todos los niños deberán ser bautizados en el plazo de un año?? Quien se deje llevar por la negligencia a la hora de presentar un niño al bautismo, en el curso del año, sin el consejo o la dispensa e un cura, pagará al fisco una multa de 120 sueldos de oro, si es de cuna noble; de 60 sueldos, si sólo es un hombre libre??. (A. Alba, Rome et le Moyen Age??, pág. 209)
Con el heredero de Carlomagno, Luís el Piadoso, sin personalidad, y dotado de gran devoción religiosa, la Iglesia tuvo las manos libres para organizarse e imponer su organización y propia cultura al País. El clero se dividió en facciones y privaron al emperador Luís de sus derechos a favor de sus hijos, para lo que se inventaron Falsas Decretales.
Se llaman Falsas Decretales o Pseudos-Isidoro a una colección de decretos apócrifos, falsamente atribuidas a un tal Isidorus Mercator, durante mucho tiempo confundido con Isidoro de Sevilla. Redactados en los años 30 y 40 del siglo IX, las Falsas Decretales constituyen una de las más importantes fuentes del derecho canónico medieval.
El anónimo compilador se esconde bajo el nombre de un obispo ficticio ?Isidorus Mercator??, tradicionalmente llamado ?pseudo Isidoro??. Reúne lo mejor de colecciones precedentes (Hispana y también Dionysio-Hadriana y Quesneliana), pero también una centena de decretales totalmente inventadas. La colección es parte de un grupo compuesto hacia mediados del siglo IX en la provincia eclesiástica de Reims.
Consideradas como auténticas hasta el siglo XVII, la colección obtuvo una gran difusión desde el pontificado de Nicolás I (858-867). No fue sustituida hasta el siglo XII por el Decreto de Graciano.
La colección es parte de un conjunto de falsificaciones, todas salidas del mismo taller. Forman un conjunto de unas sesenta decretales, todas falsas, de los papas de los tres primeros siglos de la era cristiana, además de concilios griegos, africanos, galos y visigóticos, y una recopilación de decretales de los papas, entre Silvestre I y Gregorio II. En esta última parte se encuentran piezas perfectamente falsificadas e interpoladas, así como más de treinta cartas papales falsas.
El contexto en el que surgieron estuvo enmarcado en los años treinta del siglo IX: en 833 el emperador Luís el Piadoso fue privado de sus derechos imperiales por sus propios hijos, apoyados por parte del episcopado. En el ámbito de este episcopado y para salvar a los obispos implicados de su cese, cárcel o destierro, se hicieron muchas de las decretales. ?stas buscaban la defensa de la ortodoxia, la estrecha relación de los obispos con el papa, la inviolabilidad de los bienes eclesiásticos y algunos aspectos de la liturgia y de los sacramentos.
Se propagaron rápidamente por Francia, Italia y el Valle del Rin. Durante la Reforma Gregoriana del siglo XI tomaron auge y especial vigencia en la lucha contra la Simonía y continuaron desarrollándose hasta el Decreto de Graciano (hacia el 1140). El Decreto reemplazó a todas las colecciones anteriores; pero con el Gran Cisma de Occidente, en los siglos XIV y XV, las Falsas Decretales retomaron el interés de los canonistas.
Durante la Edad Media los especialistas tomaron las Falsas Decretales como textos perfectamente auténticos. ?nicamente, en el siglo IX, el arzobispo Hincmar de Reims parece saber más de lo que juzgaba político admitir. La aceptación de las decretales cambió en el siglo XV. Determinados grupos buscaron argumentos en contra de la autenticidad de las falsas decretales. Pero fue entre los siglos XVII y XIX cuando la crítica les dio la puntilla.
Se dividió el Reino de Carlomagno entre los hijos de Luís el Piadoso, creándose en el Tratado de Verdún (843) tres reinos: el Reino de Carlos, en la parte Occidental, desde el Saona y el Ródano; el reino de Lotario, entre el Ródano y el Rin, y el reino de Luís el Germánico, al Este del Rin. Este último heredó, con el tiempo, el título imperial y se convirtió con uno de sus sucesores, Otón el Grande (935-973) en el Sacro Imperio Germánico. La Iglesia cayó bajo el dominio absoluto de los emperadores germanos con el irrefrenado Cesaropapismo y las Investiduras.
Emperador y Papa dominaron a una cristiandad pobre e ignorante, en calidad de Vicarios de un Dios pantocrático (el Pantocrator del Románico) hecho a su imagen.
Son emblema de ese poder los castillos feudales, las iglesias románicas y los grandes monasterios de monjes enriquecidos; algunos como Cluny con hasta 3.000 monasterios vasallos. Era la época del poder de los Abades.
Los obispos, tradicionalmente elegidos por el clero y los fieles de la diócesis hasta el siglo VII, eran ahora escogidos por los príncipes y los emperadores. Los bienes de cada diócesis eran su feudo. La fidelidad que contaba para ser elegido, era la debida al Príncipe y no la fe de Jesús.
Cundió la más profunda y generalizada corrupción: venta de cargos eclesiásticos (Simonía) y la tendencia de los obispos de dejar sus feudos en herencia a sus hijos. Fue el momento de la pugna a muerte por implantar el celibato eclesiástico, a fin de quitar fundamento jurídico a los obispos o abades, ya que no estarían de esa manera reconocidos para el matrimonio y por consiguiente para transmitir bienes en herencia. Determinadas facciones buscaron una brecha justificadora y cundió el Nicolaismo o postura que defendía la legitimidad de los clérigos para casarse, tener hijos y dejar herederos. Lógicamente, fue condenado por la iglesia gregoriana.
Los intentos reformadores de monasterios (Cluny y Císter) duraban poco tiempo, pues enseguida caían bajo el señuelo del poder y de la riqueza.
Los obispos y monasterios en el más puro estilo feudal compartían esclavos con otros señores: Así repartían los niños de los esclavos entre ellos: ?Nosotros, monjes de Marmoutier y Gautier Renaud poseíamos en común esclavos y esclavas, que debieron partirse entre nosotros?? Hemos recibido, por nuestra parte, de los hijos de Renaud de Villena un muchacho, ?Bartholmi? y tres niñas, ?Hersende, Melisende, Letgarde?, y además, entre los hijos de ?Guaxelon? una niña, ?Aremburge? y un muchacho, ?Gautier?. Se exceptuó de la partición una niña muy pequeña, que aún está en su cuna. Si ella vive, será propiedad común nuestra hasta que concluyamos un acuerdo, que la asignará a una u otra señoría??.
Otro ejemplo es el que sigue: Un esclavo del dominio real se había casado con una esclava de la Abadía de París. De la unión nacieron cuatro niñas. En 1152, el rey Luís VII y la Abadía se las repartieron: ?Nuestros representantes, dice el rey, a los que se ha permitido escoger, han escogido y tomado dos niñas, ?Christiane? y ?Andree?; las otras dos, ?Galendis? y ?Anthea? se quedan para la Abadía??.
Absolutismo de Gregorio VII y lucha contra las Investiduras Gregorio VII (monje Hildebrando, elegido papa en 1073) luchó contra las Investiduras, pero no por cuestiones de autenticidad cristiana, sino por acaparamiento del poder y con el fin de independizar el poder de la Iglesia (Jerárquica) de las influencias del poder imperial, sentando con claridad que la Iglesia tiene el poder supremo. Puso a toda la Iglesia bajo el poder de la Santa Sede y trató de hacer lo mismo con el imperio, reinos y nobles. Elaboró, como afirmación de su poder, los Dictatus Papae, en 1075. Son los siguientes:
1. La Iglesia Romana ha sido fundada por el Señor. 2. Sólo el Pontífice Romano puede ser llamado justamente universal. 3. Sólo él puede deponer y absolver a los obispos. 4. Un legado papal, aunque sea de inferior condición que un obispo, puede deponer a éstos. 5. El Papa puede deponer a los ausentes. 6. No puede haber comunicación con los excomulgados por el Papa. 7. Sólo el Papa puede promulgar leyes de acuerdo con los tiempos, fundar congregaciones, transformar en abadía una canonjía y al contrario, dividir un obispado rico y agrupar varios obispados pobres. 8. Sólo él puede usar las insignias imperiales. 9. Sólo al Papa pueden besar los pies los príncipes. 10. Su nombre debe ser recitado en todas las iglesias. 11. Su título es único en el mundo. 12. Le está permitido deponer a los emperadores.
13. Le está permitido trasladar a los obispos de sede. 14. Tiene derecho a ordenar un clérigo de cualquier iglesia para el lugar que quiera. 15. Aquel que haya sido ordenado por él puede mandar en la iglesia de otro, pero no debe hacer la guerra; no debe recibir de otro obispo un grado superior. 16. Ningún sínodo general puede ser convocado sin él. 17. Ningún libro puede ser considerado canónico sin su autorización. 18. Sus sentencias no puede ser revocadas por nadie. 19. Nadie puede juzgarle. 20. Nadie puede condenar a aquel que apele a la Sede Apostólica. 21. Las causas mayores de cualquier iglesia deben ser remitidas a él para que las juzgue. 22. La Iglesia Romana nunca se ha equivocado y, según los testimonios de la Escritura, no se equivocará jamás. 23. El Pontífice está santificado por los méritos del bienaventurado Pedro.
24. Por orden y consentimiento del Papa les es lícito a los subordinados acusar. 25. Puede, fuera de asambleas sinodales, absolver y deponer obispos. 26. No es católico quien no está de acuerdo con la Iglesia Romana. 27. El Pontífice puede desligar del juramento de fidelidad a un monarca inicuo??.
(Ed. M. G. H, Epistolae Selectae II, págs. 201-208)
Pero esos Dictados, pronunciados en el siglo XI, no fueron cosa de una época oscura, sino que trascendieron el tiempo. Según el vigente Código de Derecho Canónico el Papa tiene una potestad que es ?suprema, plena, inmediata y universal?? en la Iglesia (c. 331). Es un poder sin límites: el canon 333, párrafo 3, dice: ?no cabe apelación ni recurso?? contra una decisión del papa. O sea, es un poder inapelable. Según el canon 1404, es un poder que no puede ser juzgado por nadie. Por tanto, fuera de cualquier fuero, eclesiástico o civil. Esto queda confirmado por el canon 1372, que dispone que ?quien recurra al Concilio Ecuménico o al Colegio de los Obispos contra un acto del Romano Pontífice, debe ser castigado con una censura??, que puede ser la excomunión, la suspensión ?a divinis?? o el entredicho.
Y en cuanto Jefe de Estado, el artículo 1º de la ?Nueva Ley Fundamental del Estado de la Ciudad del Vaticano??, dice que el Papa ?tiene la plenitud de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial??, es decir está hablando de una Monarquía Absoluta.
Las Cruzadas A fines del siglo XI (1095) el papa Urbano II, como señor de la Cristiandad, predicó en Clermont la Cruzada contra los Turcos Seljúcidas, bajo el lema ?¡Dios lo quiere! En la I Cruzada, el 15 de julio de 1099, viernes, día de la muerte de Jesús, los cristianos tomaron al asalto la ciudad de Jerusalén. Dividieron Siria y Palestina en cuatro estados: el reino de Jerusalén para Godofredo de Bouillón, etc.
La ignorancia y el fanatismo de la gente propicio la organización de La Cruzada Popular: Uno de los más poderosos auxiliares del Papa en la predicación de la Primera Cruzada fue Pedro el Ermitaño. Por doquiera que pasaba levantaba gran entusiasmo entre las gentes pobres. ?Algo divino se apreciaba en todas sus palabras. Hasta tal punto llegaba la admiración que el pueblo arrancaba, para guardarlos como reliquias, los pelos de la pequeña acémila que montaba???? ?Los condes y los caballeros cuidaban todos sus preparativos, mientras que los pobres hacían los suyos con un ardor que nada podía detenerlos??
Cada uno dejaba su casa, su viña, su patrimonio, los vendía a bajo precio y se ponía en marcha lleno de alegría?? Se apresuraban a convertir en dinero todo lo que no podía servir para el viaje?? ?Los pobres herraban sus bueyes como a los caballos y los enganchaban en las carretas, en las que ponían algunas provisiones y a sus hijos pequeños, que llevaban de esa manera consigo. Estos niños, cuando veían un castillo o una ciudad, se apresuraban a preguntar si era esa Jerusalén, a la que se encaminaban. Los niños, las viejas y los viejos se preparaban para la partida. Sabían que ellos no combatirían jamás, pero esperaban ser mártires. Decían a los guerreros: ?Vosotros sois valientes y fuertes, vosotros combatiréis; nosotros sufriremos con Cristo y así conquistaremos el cielo??? (Del cronista Guibert de Nogent (1053-1124).
Toma de Jerusalén (15 julio 1099): ?Se veía en las calles y plazas pedazos de cabezas, manos y pies. Peones y caballeros se abrían paso a través de los cadáveres. Pero todo eso no era todavía más que poca cosa. En el Templo y en el Pórtico de Salomón se cabalgaba metidos en la sangre hasta las rodillas del caballero y hasta la brida del caballo. Justo y admirable juicio de Dios, que quiso que este mismo lugar recibiese la sangre de aquellos, cuyas blasfemias lo habían manchado durante largo tiempo?? (Raymond d?Agile, Historia de los Francos que tomaron Jerusalén)
Godofredo de Bouillón escribía al Papa: ?Si deseáis saber lo que se ha hecho con los enemigos encontrados en Jerusalén, sabed que en el Pórtico de Salomón y en el Templo, los nuestros cabalgaban sobre la sangre de los sarracenos y que les llegaba a la rodillas de sus monturas?? (Alba).
Otro testimonio afirmaba: ?Alrededor de diez mil sarracenos fueron masacrados en el Templo. Quien asistió a ello, vio sus pies teñidos con la sangre de los hombres degollados hasta la espinilla?? (Alba).
Hubo también Cruzadas Interiores contra la Herejía: Inocencio III predicó, en 1208, la Cruzada contra los Albigenses, que acabó en masacre. La persecución posterior para purificarlos, acabó con la instauración de la Inquisición que, en torno a 1230, fue encargada a la recién fundada Orden de Predicadores. Sus procedimientos de indagación fueron expeditos: si el inculpado se negaba a reconocerse hereje, se le obligaba a confesar su culpa por la tortura. El que abjuraba de la herejía, era condenado a penas más o menos graves. El que se negaba o recaía en la herejía, después de abjurar era entregado por la Iglesia al brazo secular, y quemado vivo.
La Inquisición frenó y dio cuenta de muchos movimientos de protesta contra la Iglesia que se producían en los siglos XI y XII. Muchos grupos buscaban la ?vita apostolica??. Planteaban un retorno a las iglesias primitivas: Esteban de Muret (1080), Roberto de Abrissel (1096) y otros (Ver Norman Cohn, En pos del Milenio y en forma de novela, El Nombre de la Rosa), sostenían una iglesia, como asamblea de creyentes y no simples muros. Pedro de Brusco (1110) rechazaba el bautismo de los niños, la construcción de templos y determinadas ceremonias litúrgicas. Fue quemado hacia 1126.
Los Albigenses predicaban el contacto personal con Dios. Pedro Valdo y Arnaldo de Brescia, muerto en 1155, predicaba la pobreza de la Iglesia. San Francisco de Asís y otros, buscaban la ?vita apostolica??, plasmada en la predicación itinerante del Evangelio. Entendían por Iglesia no la Jerarquía de los Clérigos, sino la fraternidad de los laicos. Atacaban el orden social y político, por eso se les conoce como herejías sociales.
Los movimientos solidarios con los huérfanos, pobres , enfermos y marginados, si accedían a ser reglamentados por la Iglesia, sobrevivían; si se oponían, eran perseguidos como herejes.
Francisco de Asís tuvo suerte al morir pronto, pues así escapó de ser tildado de hereje. Los Dominicos se ajustaron a lo que ordenó la Jerarquía y se pusieron a sus órdenes.
Apogeo del poder absoluto del Papa con Inocencio III El camino del poder en la Iglesia culminó con Inocencio III (1198-1216), que realizó el sueño de Gregorio VII. Reunió en Roma, en S. Juan de Letrán, el III Concilio de Letrán, en 1215, en el que se abordaron todas las grandes cuestiones religiosas y políticas de la época. Los 1.500 asistentes aceptaron sin oposición los proyectos presentados por el Papa. La Iglesia se convertía en una monarquía pontifica.
El Papa mandaba sobre los Reyes Enrique IV emperador de Alemania ya había tenido que ir a hacer penitencia ante Gregorio VII, a los pies del Castillo de Canosa, de la Condesa Matilde. El empeño del Papa en mandar sobre el emperador, hizo surgir la Querella entre Sacerdocio e Imperio. Juan sin Tierra tuvo que hacerse vasallo de la Santa Sede, para recuperar los estados que le había quitado el papa. En 1204 el rey de Aragón, Pedro II, hacía donación de su reino a Inocencio III: ?Yo, Pedro, por la gracia de Dios rey de Aragón, conde de Barcelona y señor de Montpellier, deseando sobre todo obtener la bendición de Dios, la del Apóstol y la de la Santa Sede, declaro que ofrezco mi reino a ti, admirable padre y señor, soberano Pontífice Inocencio, tanto a ti, como a tus sucesores y a través de ti, a la Sacrosanta Iglesia Romana. Y este reino lo constituyo censatario de Roma en la tasa de 250 piezas de oro que mi tesoro pagará cada año a la Sede Apostólica. Y juro por mí y mis sucesores que seremos tus vasallos y obedientes súbditos??
A comienzos del siglo XIV se producía el enfrentamiento entre Bonifacio VIII y Felipe IV el Hermoso, rey de Francia. A partir de aquí y durante el siglo XIV, el Papado degeneró en instrumento de la monarquía de turno y debió cambiar de estrategia. Para seguir detentando el poder, la Iglesia se ve obligada a caminar de la mano de la monarquía más fuerte en cada momento. Así sucedió con los Reyes Católicos y luego con Carlos V.
De todas formas, la Iglesia había consolidado a lo largo de los siglos una enorme influencia: Influía todos los ámbitos de la Cristiandad: imponía el calendario, las campanas marcaban el tiempo, obligaba a la asistencia a misa y a la recepción de los sacramentos, especialmente el de la Confesión (Ver La Confesión Auricular).
Controlaba a la población mediante sus propios tribunales de justicia en todo lo que atañía directamente a ella, como por ejemplo el Diezmo Eclesiástico, el matrimonio, etc. Los castigos impuestos por ella debían cumplirse en la cárceles eclesiásticas. Lanzaba contra los renuentes diferentes censuras de excomunión, entredicho, suspensión a divinis. Era la única que impartía cultura (los sacristanes hacían funciones de inspectores de primeras letras), controlaba las universidades y otros centros de enseñanza.
Contó con importantes ideólogos como Tomás de Aquino, supremo teólogo de la Iglesia Feudal, que justificó el sistema de servidumbre y legitima el derecho de propiedad privada (ius utendi et abutendi en abierta contradicción con la tradición evangélica y patrística).
Otros pensadores abrían caminos más en consonancia con la razón: Pedro Abelardo, abogaba por el uso de la razón; Marsilio de Padua con el Defensor Pacis, ponía en el centro de la vida, no al cristiano que busca la ciudad celeste, sino al ciudadano que debe de construir la ciudad terrena.
La Devotio Moderna que reducía la Fe al ámbito de las cuestiones privadas y sujetivas fue debidamente domesticada y puesta como instrumento para conducir al individuo burgués. La concepción de comunidad cristiana, siempre mirada con desconfianza, dio paso a la concepción individualista del hombre. Dios se encuentra en la intimidad del alma (Ejercicios espirituales) y es por la oración privada y la ascesis individual como se llega a Dios (Kempis).
Mediante tales procedimientos la Iglesia consiguió una de las economías más saneadas: Propiedades, diezmo y limosnas. Decía San Bernardo (siglo XII) que no hay obispo que en sus desplazamientos no vaya acompañado de 60 caballos y más (Para mantener este ritmo de vida estaba el impuesto eclesiástico de la Procuración que debían pagar los fieles de la parroquia visitada). Sus fuentes de ingresos eran las más saneadas y seguras: Reliquias y peregrinaciones. El Purgatorio, sus misas y rituales.
Entierros en lugar sagrado: capillas funerarias. Penitencias impuesta por la confesión: donar tierras y edificios, levantar templos y monasterios. Anulación de matrimonios o grandes donaciones a cambio de ratificación: Guillermo I el Conquistador de Inglaterra y su mujer, a cambio de ratificación de su matrimonio, ya que eran parientes, debieron levantar él, un monasterio de varones, ella, otro de mujeres. Grandes fundaciones piadosas, como la del Obispo Quixada, eran gobernadas por el clero o las órdenes religiosas, con absoluta libertad y en sus respectivos provechos.
Los siglos XV y XVI Fueron tiempos de eclosión de movimientos e ideas. De incubación y desarrollo de la Reforma, frenada rápidamente por la Contrarreforma de Trento, que retomó las ideas de Gregorio VII y del IV Concilio de Letrán. Pese a las ideas liberales, o quizás contra ellas y las desamortizaciones, la Iglesia se aferró al pasado de los Dictatus Papae, y definió la Infalibilidad Pontificia, en 1870, en el Conc. Vaticano I. Desnortada de la tendencia propugnada por las grandes corrientes sociales e intelectuales, defendió un amarillismo social con la ?Doctrina social católica?? de León XIII.
Pero numerosos grupos de cristianos tomaron tendencias más acordes con los tiempos. La Investigación teológica y patrística condujo a la Escuela de Tubinga, que redescubría a la Iglesia como comunidad inspirada por el Espíritu Santo (La Didaché). La Teología de la Liberación entroncó con los pobres y con el Jesús del Evangelio en América Latina. Defendió la solidaridad y rechazó el poder. A semejanza de ellos numerosas comunidades cristianas buscan por doquier la ?vita apostólica?? de las primeras comunidades.
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