La gente está alborotada. Y es de temer que seguramente todos nos vamos a alborotar más, a medida que el Gobierno de cada país vaya anunciando medidas restrictivas en sueldos, edad de jubilación, congelación de salarios, reducción del gato público y así sucesivamente. Lo que está ocurriendo en Grecia es una llamada de atención para todos. Y lo que ya se venir en España, tres cuartos de lo mismo. Está claro que, en los países ricos, hemos gastado por encima de nuestras posibilidades. Y así, nos hemos acostumbrado a niveles de vida, de consumo y de bienestar que no se han correspondido con nuestra productividad.
Entre otras cosas, porque hemos vivido muy bien a costa de que miles y millones de criaturas que han trabajado muy duro, ganano dos o tres dólares al día, fabricando ropa, calzado, juguetes…, ¿qué se yo?, que luego aquí a nosotros nos resultaban a «buen precio»… ¡Una canallada! Y ahora vemos que nuestras canalladas han sido tantas y tan demsesuradas, que hemos terminado por amenazar serimente (o incluso matar) la gallina de los huevos de oro. Total, «señores», que esto se ha terminado.
Pero ahora viene el problema. Y es que nadie está dispuesto a apretarse el cinturón. Yo no voy a derivar esta reflexión en la consabida dirección de que tenemos que «ayudar» más a los pobres. Eso, por supuesto, hay que hacerlo en no pocos casos. Pero este mundo no se arregle con «ayudas», sino con «responsabilidad» y «productividad». Esto es lo que – según creo – a todos nos tiene que preocupar de verdad en este momento.
En estas sociedades opulentas vivimos demasiados zánganos, que salimos adelante en la vida, motivados por dos ideas, que resultan decisivas para hundir económicamente a un país: 1) Tener un trabajo seguro, por ejemplo ganar unas oposiciones de las que ya nadie me pueda echar, como es el caso de los funcionarios del Estado. 2) Ganar lo más posible trabajando lo menos posible. No digo que todos los funcionarios del Estado, todos los empresarios, todos los trabajadores…. piensen así, y quieran vivir así. Pero tengo la fundada impresión de que estgos criterios han impregnado el tejido social y hasta la cultura, de nuestros países «ricos del sur», bastante más de lo que imaginamos.
Por poner un ejemplo muy claro: está demostrado que el absentismo laboral es ruinoso en España. Me refiero a la cantidad de gente trabajadora que, en cuanto puede, se busca una «baja» del mérdico amigo, para no dar golpe en una semana. Y mucho más gravce es la falta de responsabilidad de empresarios y patronos que se aprovechan del hambre de los parados e inmigrantes para sacarles el jugo a base de bien. ¿No es todo esto una cadena interminable de auténticas canalladas?
No le echemos la culpa a Zapatero o Aznar, al PP o al PSOE. Seamos sinceros y honestos. Aquí vivimos más culpables de lo que nos atrevemos a pensar. Por supuesto, cada cual en su sitio y según el cargo o puesto que ocupa. Pero, insisto, canallas y canalladas las hay por todos los rincones de esye oaís y de casi todos los países.
Con todo, hay una diferencia. En el caso de la Unión Europea, es evidente que los países de matriz protestanmte son más ricos y tienen niveles de desarrollo que no tenemos en los países más influenciados por la tradición católica. Seguramente, Francia es un caso de excepción, por motivos que aquí no podemos analizar ahora. Pero a lo que yo quería venir es a que me parece muy certero el análisis que hizo Max Weber sobre la ética protestante y su influencia decisiva en el desarrollo económico de los pueblos.
No entro en detalles, como por ejemplo, si las ideas luteranas o las calvinistas han sido las más determinantes en este complej asunto. En todo caso, lo que está fuera de duda es que las convicciones éticas tienen una influencia decisiva en el desarrolo económico. Por una razón que se comprende enseguida: mientras que el catolicismo ha orientado la moral y la espiritualidad más hacia el ascetismo y la vida privada, el protestantismo ha hecho más hincapie en concebir la vida ética como «responsabilidad en la propia profesión». De tal manera que debe ser centran en la vida la idea de «la profesión como vocación».
Y por cierto, una vocación orientada a la «productividad». La religión nos ha enseñado a ir a misa, oir sermones, o cumplir con determinadas prácticas religiosdas. Pero luego se encuentra uno a gentes muy piadosas que son unos auténticos irresponsables. O lo que es peor, gentes religiosas que no cumples con sus deberes de buenos ciudadanos y que se desvivan para producir en bien de la comunidad cívica y de la sociedad.
En este blog entran personas que, se hable de lo que se hable, enseguida derivan hacia la moral en el tema del aborto o en el asunto de la sumisión al papa. Yo creo, por supuesto, que esosdos temas son importantes. Y deberíamos tratarlos con todo el respeto que merecen. Pero ahora mismo, en la situación en que vivimos, lo más urgentes es repensar nuestro sentido de la propia responsabilidad y la productividad en nuestra profesión.
Mientras no arreglemos eso, no saldremos de la crisis y seguiremos siendo, seguramente «respetable» o «piadosos», pero, si no somos muy cuidadosos, también podemos ser unos záganos y hasta es posible que unos canallas. Lo digo con toda sinceridad. Y yo me meto el primero. ¡Ah! y el qu tenga las manos limpias, que tire la primera piedra.

