Papa Francisco, ¿nuevo profeta Jeremías? -- Rufo González Pérez

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?Desde hoy mismo te constituyo en autoridad sobre los pueblos y sobre las naciones para erradicar y derruir, para recuperar y remover, para edificar y plantar.?? (Jer. 1,11)
Con estas palabras Jeremías es consagrado profeta. Desde entonces, Jeremías estará dirigido por la fuerza del Espíritu. A pesar de su timidez, el novel profeta escucha las palabras tranquilizadoras de Yahvé: ?Tú ahora, renueva tu valor y ve a decirles todo lo que yo te inspire. No temas enfrentarlos. Este día hago de ti una fortaleza, un pilar de hierro y una muralla de bronce frente a los reyes de Judá y a sus ministros; frente a los sacerdotes y el pueblo.?? (Jer. 1,18)

¿Podríamos aplicar este ?llamamiento de Dios?? a nuestro papa Francisco?

La vocación profética se percibe bajo la influencia de una elección personal de Dios. En muchos casos se especifica que ?son elegidos desde el vientre de su madre??. Las vocaciones proféticas son cauces de la fuerza de Dios. Este llamamiento va siempre ligado a un servicio a los hombres y mujeres del pueblo. El profeta es un ?servidor de Dios??; y como servidor de Dios es llamado también al ?servir a los hombres??. Su estilo no es el de la soberbia, el poder o la dominación; es el camino del servicio al pueblo.

A lo largo de la historia de la Iglesia, han aparecido personas, hombres y mujeres, que sintieron la necesidad de renovar la vida eclesial conformándola más específicamente al evangelio de Jesús. Entre estas personas contamos a san Francisco de Asís, de quien el papa Francisco ha tomado su nombre y su ?ideario??. La historia actual de la Iglesia necesitaba un profeta, dirigido por el Espíritu, capaz de ?derruir?? el mastodóntico edificio eclesial y ?edificar?? la verdadera ?casa de Dios??. ¡Qué verbos más acertadamente seleccionados los que definen la misión del profeta Jeremías: erradicar, remover, derruir, recuperar, edificar, plantar…!

Creo que el papa Francisco ha dejado bien clara cuál es su actitud en el gobierno de la Iglesia en esta situación tan trascendente para recuperar la perdida credibilidad de la Institución. Y ya ha empezado a tomar decisiones significativas. Ha comenzado por ?erradicar??, por ?remover?? y, sobre todo, por ?recuperar?? el proyecto evangélico: ?una Iglesia pobre y para los pobres??.

Francisco ?remueve?? los pilares de la Curia romana, ?erradica??, con tolerancia cero, los escándalos; arremete contra el fraude y la corrupción con el saneamiento de la banca vaticana: La corrupción y la desigualdad son dos enfermedades graves de la Iglesia. Corrupción y desigualdad van de la mano porque encuentran su caldo de cultivo en una cultura que convierte el dinero en el único criterio de comportamiento. Francisco zarandea con fuerza al «capitalismo salvaje, causante de la crisis» arremetiendo contra los despotismos financieros y propiciando la solidaridad y la justicia social. Está en juego la credibilidad de la Iglesia de Jesús, y Francisco tiene una gran oportunidad de forzar un cambio en la relación entre poder y dinero y desmontar el círculo vicioso de la corrupción. Otra forma de hacer Iglesia.

Jeremías se enfrentó duramente a los sacerdotes de su época. También Jesús censuró los valores religiosos y las formas con que se vivía la religión de su tiempo y las renueva. Jesús sale fuera de las fronteras raquíticas del judaísmo. Francisco estimula incesantemente a los creyentes a ?salir a las periferias de la vida, al encuentro de los más pobres y menesterosos??. Por eso, ?remueve?? el clericalismo, el funcionariado de lo sagrado, una estirpe acomodada en la fastuosidad, en la ostentación, en el lucimiento; instalada con frecuencia en la hipocresía; inclinada más a la condena que a la comprensión y la tolerancia; que busca el poder para trepar… Francisco quiere ?pastores que huelan a oveja??.

Francisco provoca desconcierto, no deja a nadie indiferente. Por una parte están los irritados ante sus gestos poco papales, escandalosos a veces; por otra, quienes ven en sus expresiones y palabras la esperanza de una ?evolución?? en la Iglesia. ¿Qué pensarán algunos sobre la decisión papal de canonizar a Juan XXIII al lado de Juan Pablo II, sin necesidad de milagro probatorio, rompiendo toda normativa? (Desde luego, para mí que no necesitaba milagro, ya lo hizo convocando el Vaticano II. Hay que recordar que también el papa Wojtyla se saltó la preceptiva del ?abogado del diablo?? para la canonización de san Escrivá de Balaguer). El papado, divinizado en épocas anteriores, rozando la latría, se humaniza ahora en Francisco con sus gestos sencillamente cercanos a los más débiles…

Los profetas denuncian una política, una sociedad, unas costumbres tradicionales contrarias al espíritu de Dios. Y por otra parte, anuncian tiempos nuevos. El papa Francisco nos está demostrando, con su vida y con su ejemplo, que es posible, incluso, cambiar la imagen de una institución milenaria como la Iglesia católica: ?edificar y plantar??. «No hay que tener miedo de renovar las estructuras de la Iglesia», acaba de afirmar hace unos días. «En la vida cristiana, y también en la vida de la Iglesia, hay estructuras antiguas, estructuras caducas: ¡es necesario renovarlas! La Iglesia siempre ha seguido adelante, dejando al Espíritu que renueve estas estructuras. Pidamos la gracia de no tener miedo a la novedad del Evangelio, de no tener miedo a la renovación que hace el Espíritu Santo, no tener miedo de dejar caer las estructuras obsoletas que nos aprisionan.??