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1.Una voz profética: nos odian porque hacemos cosas odiosas
2.Testimonios de téologos represaliados
Ybes Congar
Leonardo Boff
Bernhard Häring
3.Hermanitas y Hermanitos de Jesús: un testimonio, entre miles, de cómo funcinó la solidaridad en la noche de la represión.
4.Carta del Papa Francisco a los que no creen
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Una voz profética: nos odian porque hacemos cosas odiosas
.EL obispo de Melbourne Beach (Florida), Robert Bowman, que antes de ser obispo había sido piloto de cazas militares y realizó 101 misiones de combate en la guerra de Vietnam, escribió una carta abierta al entonces presidente Bill Clinton, que ordenó el bombardeo de Nairobi y Dar es-Salam, donde las embajadas norteamericanas habían sido atacadas por el terrorismo.
Su contenido es aplicable también a Bush, que llevó la guerra a Afganistán y a Irak, guerra continuada por Obama. La carta, muy actual, fue publicada en el National Catholic Reporter del 2 de octubre de 1998 con el título: ¿Por qué es odiado Estados Unidos? (Why the US is hated? ) y dice así:
«Usted ha dicho que somos blanco de ataques porque defendemos la democracia, la libertad, los derechos humanos. ¡Eso es absurdo! Somos blanco de terroristas porque, en buena parte del mundo, nuestro gobierno defiende la dictadura, la esclavitud y la explotación humana. Somos blanco de terroristas porque nos odian. Y nos odian porque nuestro gobierno hace cosas odiosas. ¡En cuántos países agentes de nuestro gobierno han destituido a líderes escogidos por el pueblo cambiándolos por dictaduras militares fantoches que querían vender su pueblo a sociedades multinacionales norteamericanas!
Hemos hecho eso en Irán, en Chile y en Vietnam, en Nicaragua, y en el resto de las «repúblicas bananeras» de América Latina. País tras país, nuestro gobierno se opuso a la democracia, sofocó la libertad y violó los derechos del ser humano. Esta es la causa por la cual nos odian en todo el mundo. Por esta razón somos blancos de los terroristas.
En vez de enviar a nuestros hijos e hijas por el mundo a matar árabes y obtener así el petróleo que hay bajo su tierra, deberíamos enviarlos a reconstruir sus infraestructuras, beneficiarlos con agua potable, alimentar a los niños en peligro de morir de hambre. Esta es la verdad, señor Presidente. Esto es lo que el pueblo norteamericano debe comprender».
. La respuesta acertada no era combatir terror con terror a Bush, sino con solidaridad. Miembros de las asociaciones de víctimas de las Torres Gemelas fueron a Afganistán para fundar asociaciones de ayuda para que el pueblo saliese de la miseria. Mediante esta humanidad es como se anulan las causas que llevan al terrorismo.
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Testimonios de algunos teólogos represaliados
En este panel ético profético, aparecen algunos testimonios
que han sabido denunciar , resistir, ser coherentes y sufrir
ante la enfermedad, la calumnia, la censura, la marginación ,
la exclusión o el destierro. Si nos lo propusiéramos, sólo a
nivel interno de la Iglesia, contaríamos centenares y
centenares en el largo y tenebroso invierno eclesial del
posconcilio. Sirven para recordar, aprender, suscitar coraje
y esperanza y asumir como nuestra la inicial y creciente
sacudida renovadora del Papa Francisco.
Del MENSAJE FINAL del 33 Congreso de Teología
??12. Pedimos la inmediata suspensión de las sanciones y la rehabilitación de todas las teólogos y los teólogos represaliados (de quienes han visto sus obras prohibidas, condenadas o sometidas a censura, de quienes han sido expulsados de sus cátedras, de aquellos a quienes se les ha retirado el reconocimiento de ?teólogos católicos??, de los suspendidos a divinis, etc.), sobre todo durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que fueron especialmente represivos en cuestiones de teología moral y dogmática, en la mayoría de los casos por su vinculación con la teología de la liberación e incluso por seguir las orientaciones del Concilio Vaticano II. Dicha rehabilitación es exigencia de justicia, condición necesaria de la tan esperada reforma de la Iglesia y prueba de la autenticidad de la misma. Reivindicamos, a su vez, dentro de las Iglesias, el ejercicio de los derechos y libertades de pensamiento, de reunión, de expresión, de cátedra, de publicaciones, no respetados con frecuencia, y el reconocimiento de la opción por l@s pobres como criterio teológico fundamental.
Con don Pedro Casaldàliga afirmamos que todo es relativo, incluida la teología, y que solo son absolutos Dios, el hambre y la liberación.
El teólogo Ives Congar abre su corazón a su madre
CARTA
Queridísima Tere:
Me anticipo un tanto: esta carta querría desearte un buen 80 aniversario. Sé que es el 24 de septiembre, y espero que, precisamente ese día, recibas un recuerdo […]. Pensaré mucho en ti el día 24 y celebraré la misa por tu intención en acción de gracias.
Congar abre su corazón a su madre y le explica claramente la situación espiritual en que se encuentra. Refiriéndose a los censores romanos del Santo Oficio, escribe:
Lo que me ha hecho quedar mal no son las falsedades que (a los ojos de los censores romanos del Santo Oficio) haya podido decir, sino haber dicho una serie de cosas que a ellos no les gusta que se digan. Haber abordado los problemas sin alinearme en la única dirección que ellos pretenden imponer al comportamiento de toda la cristiandad y que consiste en esto: no pensar, no decir nada, a no ser lo siguiente: hay un papa que lo piensa todo, que lo dice todo, y obedecerle es lo que constituye a uno como católico. Su pretensión sería ser absolutamente los únicos, y que, salvo un exiguo sector libre en materias de poca relevancia, lo único que se haga sea repetir y orquestar totalmente sus «oráculos», exclamando: ¡realmente es genial! Me han atribuido una audiencia y una influencia que yo sé muy bien que jamás he tenido. Y esto no lo quieren.
El papa actual, sobre todo desde 1950, ha desarrollado, hasta la manía, un régimen paternalista consistente en que él, y sólo él, dice al mundo y a cada uno lo que hay que pensar y cómo hay que actuar. Pretende reducir a los teólogos al papel de comentaristas de sus discursos, sin que, sobre todo, puedan tener la veleidad de pensar algo, de tener cualquier iniciativa fuera de los límites de ese comentario: excepto, lo repito, en un margen muy estrecho, perfectamente acotado y vigilado, de problemas sin consecuencias.
Los dominicos franceses han sido perseguidos y reducidos al silencio […] porque ellos eran los únicos que tenían una cierta libertad de pensamiento, de iniciativa y de expresión. Ciertamente, se trataba sólo de una libertad dentro de la ortodoxia, pero una ortodoxia cuyas fuentes son también la Biblia, los Padres, etc. […]; y, sobre todo, somos [los dominicos franceses] los únicos, como cuerpo, libres en, y al servicio de, la verdad; los únicos, como cuerpo, que ponemos la verdad por encima de todo.
[…] Está claro que, en estas condiciones, el ecumenismo no puede estar bien visto en Roma. ?sta sólo lo concibe de una manera: la sumisión incondicional.
[…] Vuelvo a mí. Me han destruido prácticamente. En la medida de su capacidad, me han destruido. Se me ha desprovisto de todo aquello en lo que he creído y a lo que me he entregado:
ecumenismo (desde 1939 no he hecho nada, o casi nada),enseñanza, conferencias, actividad con los acerdotes,colaboraciónen Témoignage chrétien, etc.; participación en los grandes congresos (Intelectuales católicos, etc.).
No han tocado mi cuerpo; en principio, no han tocado mi alma; nada se me ha pedido. Pero la persona de un hombre no se limita a su piel y a su alma. Sobre todo, cuando este hombre es un apóstol doctrinal, él es su actividad, es sus amigos, sus relaciones, es su irradiación normal. Todo esto me ha sido retirado; se ha pisoteado todo ello, y así se me ha herido profundamente, se me ha destruido. Se me ha reducido a nada y, consiguientemente, se me ha destruido. Cuando, en ciertos momentos, repaso lo que había acariciado ser y hacer, lo que había empezado a realizar, soy presa de un inmenso desconsuelo.
Y sé que no tiene remedio. Los conozco. Sé que, cuando persiguen a alguien, lo hacen hasta la muerte. […]
Es algo atroz estar de esta forma como un muerto viviente.
Dentro de seis meses se cumplirán tres años de exilio, uno detrás de otro […].
Aquí, prácticamente, no tengo amigos. Estoy solo, atrozmente solo […].
Sé perfectamente que existen Dios y las cosas transcendentes. Pero no hemos sido hechos únicamente para esto; nos han hecho para la comunión, el don y la amistad; para la acción y la comunicación. La vocación eremítica es, tal vez, una vocación muy hermosa. Inhumana o sobrehumana (ya Aristóteles decía que el solitario es o una bestia o un dios). No es la mía.
De los que amo he aprendido mucho […]. Pero me gustaría decirte, en esta charla contigo con motivo de tus 80 años, qué es lo mejor que he aprendido de ti. Tú has tenido dones superiores; habrías podido tener una vida humanamente más amplia y desarrollada. Has tenido una vida extraordinariamente difícil y dura. No se puede juzgar a los propios padres; lo más que se puede hacer es pensar y formular algunas cosas. Pero, en fin, tú has estado sometida a unas condiciones de vida -morales y materiales- sumamente difíciles. Es inútil entrar en detalles. Pienso en muchísimas cosas que los dos sabemos y no olvidamos. De modo que podrías haber tenido una vida humanamente amplia, «feliz», con destellos culturales de todo tipo… y hoy, a los 80 años, en vez de saborear la dulzura y el reposo, se te ha impuesto una carga más pesada sin distracción o descanso.
(??.)Llorando lágrimas de mis ojos, como las hijas de Jerusalén, me digo con mucha frecuencia que hay mucha gente infinitamente más desgraciada que yo. En el fondo; si estoy triste es porque teniendo, creo, una serie de ambiciones perfectamente legítimas y puras, querría también un cierto éxito y gloria humanos. En mi berrinche y mi rebeldía hay algo de despecho. Sin embargo, cuánta gente hay más desgraciada que yo. Pienso en las tres quintas partes de seres humanos subalimentados y miserables, en todos los pobres chiquillos de los campos de concentración de todos los regímenes policiales; […] pienso en ti y en tu vida cotidianamente penosa al servicio de los demás y de papá enfermo. Me parece que soy excesivamente egoísta lamentándome, gimiendo y llorando demasiado. Porque me suele pasar incluso que me pongo a llorar sin parar cuando estoy solo. Me digo que debo no sólo aceptar mejor mi mal, con más humildad y en una comunión más alegre con la voluntad de Dios, sino que también debo, sobrellevando mi mal, asumir mejor mi parte de la cruz de los demás y del dolor del mundo. También, cada mañana, sobre todo en la celebración de la misa, tomo mi cruz del día, de una nueva jornada de aniquilación y exilio, no sólo como «una tarea actual», sino como mi participación o comunión en la cruz de todos aquellos a los que amo y en el dolor del mundo. Con este espíritu pienso en ti y contigo. En este espíritu me uno a tu vida y a tu coraje y, así lo espero, un poco a la fecundidad de tu dolor. […]
¡Cuánto amor has llegado a irradiar y ofrecer durante ochenta años! Esto es lo que tendría yo que aprender mejor; de esto, por otra parte, tengo necesidad. A la hora de la verdad, esto es lo que cuenta: lo que se haya dado en forma de amor. ?sta es también la razón por la que me resulta tan atrozmente penoso el exilio. No tengo a nadie a quien amar, nadie a quien dar algo. ¡Qué poderoso es, Dios mío, el instinto de ser padre! Para mí se presenta sin objeto y sin posibilidad de encontrar una salida.
No sabría decir, y ni siquiera expresarme a mí mismo, lo infinito que es este afecto y este agradecimiento. Humanamente, un hombre se lo debe todo a su madre; si además añade el bien de la vida espiritual, ¿qué tendrá que decir? (??)Todo esto, y todo lo que tú misma has recibido, será el contenido de mi acción de gracias.
En el inmenso y afectuoso reconocimiento por todo ello, te abrazo ochenta veces en una: desde lejos, pero sin embargo desde muy cerca.
Las razones de mi renuncia al sacerdocio
LA CARTA DE LEONARDO BOFF
Hay momentos en la vida en que una persona, para ser fiel a sí misma, tiene que cambiar. Yo he cambiado. No de batalla, sino de trinchera. Dejo el ministerio presbiteral, pero no la Iglesia. Me alejo de la Orden Franciscana, pero no del sueño tierno y fraterno de san Francisco de Asís.Continúo y seré siempre teólogo, de matriz católica y ecuménica, a partir de los pobres, contra su pobreza, y a favor de su liberación. Quiero comunicar a los compañeros y compañeras de camino las razones que me han llevado a una tal decisión.
Primero de todo digo: salgo para mantener la libertad y para continuar un trabajo que me era fuertemente impedido. Este: trabajo ha significado la razón de mi lucha de los últimos 25 años. No ser fiel a las razones que dan sentido a la vida significa perder la dignidad y diluir la propia identidad. No lo hago. Y pienso que tampoco Dios lo quiere. Recuerdo la frase de José Martí, destacado pensador cubano del posible, pasado: «No es posible que Dios ponga en la cabeza de una persona el pensamiento y que un obispo, que no es tanto como Dios, prohíba expresarlo».
Pero rehagamos un poco el recorrido.
A partir de los años setenta, junto con otros cristianos, intenté conjugar el Evangelio con la justicia social, y el grito de los oprimidos con el Dios de la vida. De esto resultó la teología de la liberación, la primera teología latinoamericana de relevancia universal. Con ella buscábamos rescatar el potencial liberador de la fe cristiana y actualizar la memoria peligrosa de Jesús, rompiendo con aquel círculo férreo que tenía al cristianismo prisionero de los intereses de los poderosos.
Esto nos llevó a la elección de los pobres y excluidos. Ellos nos evangelizaron. Nos hicimos más humanos y más sensibles a su pasión. Y también más lúcidos al descubrimiento de los mecanismos que siempre de nuevo les hacen sufrir. De la sagrada ira pasamos a la práctica social y a la reflexión comprometida. Soportamos, en comunión con ellos, la maledicencia de aquellos sectores sociales que encuentran en el cristianismo tradicional un aliado para mantener los propios privilegios bajo el pretexto de la preservación del orden que es, para las grandes mayorías, pura y simplemente desorden. Hemos sufrido cuando hemos sido acusados, por nuestros hermanos de fe, de herejía o de pacto con el marxismo y cuando hemos visto romperse públicamente vínculos de fraternidad. Siempre he sostenido la tesis de que una Iglesia es verdaderamente solidaria con la liberación de los oprimidos sólo cuando ella misma, en su vida interna, supera estructuras y comportamientos que implican la discriminación de las mujeres, la disminución de los valores de los laicos, la falta de confianza en las libertades modernas y en el espíritu democrático y la excesiva concentración del poder sagrado en las manos del clero.
Con frecuencia he hecho esta reflexión que aquí repito: lo que es error en la doctrina sobre la Trinidad no puede ser verdad, en la doctrina sobre la Iglesia. Se enseña que en la Trinidad no puede haber jerarquía. Todo subordinacionismo es aquí herético. Se enseña que personas divinas son de igual dignidad, de igual bondad, de igual poder. La naturaleza íntima de la Trinidad no es la soledad, sino la comunión. Lapericoresis (mutua relación) de la vida y del amor une a los Tres divinos con tal radicalidad que no tenemos tres dioses, sino un solo Dios-comunión. Sin embargo, de la Iglesia se dice que es esencialmente jerárquica y que la división entre clérigos y laicos es de institución divina.
Un torniquete que se estrecha
No estamos contra la jerarquía. Si ha de existir la jerarquía, ya que esto puede ser un legítimo imperativo cultural, será siempre, en un buen raciocinio teológico, jerarquía de servicios y funciones. Si no resulta así, ¿cómo se puede verdaderamente afirmar que la Iglesia es icono-imagen de la Trinidad? ¿Dónde va a parar el sueño de Jesús de una comunidad de hermanos y de hermanas si existen tantos que se presentan como padres y maestros cuando ?l ha dicho explícitamente que tenemos un solo padre y un solo maestro, (Cfr. Mt., 23, 8-9). La forma actual de organizar la Iglesia (no ha sido siempre así en la historia de la Iglesia) crea y reproduce demasiadas desigualdades en vez de actualizar y hacer posible la utopía fraterna e igualitaria de Jesús y de los apóstoles.
Por tales y semejantes proposiciones, que por lo demás se infieren en la tradición profética del cristianismo y en el proyecto de los reformadores a comenzar desde san Francisco de Asís, he caído bajo la severa vigilancia de las autoridades doctrinales del Vaticano. Esta vigilancia ha sido, directamente o por interpuesta autoridad, como un torniquete que se ha estrechado siempre más hasta hacer prácticamente imposible mi actividad teológica de profesor, conferenciante, consejero y escritor.Desde el año 1971 he recibido frecuentemente cartas y amonestaciones, restricciones y castigos. No se diga que no he colaborado. He respondido a toda carta. He negociado por dos veces mi temporal alejamiento de la cátedra. En 1984 afronté en Roma el diálogo con la más alta autoridad doctrinal de la Iglesia católica romana. Acogí el texto de condenación de varias de mis opiniones en 1985.
Y después (contra el sentido del derecho, pues me había sometido a todo) fui castigado con un tiempo de silencio obsequioso. Acepté diciendo: «Prefiero caminar con la Iglesia (de los pobres y de las comunidades eclesiales de base) que caminar solo con mi teología».
Fui destituido de la Revista Eclesiástica Brasileña y alejado de la dirección de la editorial Vozes. Me impusieron un estatuto especial, ajeno a las normas del derecho canónico, obligándome a someter todo escrito mío a una doble censura previa, una interna de la Orden Franciscana y otra del obispo a quien compete dar el imprimatur.
He aceptado todo y a todo me he sometido.
Entre 1991 y 1992, el cerco se ha cerrado todavía más. Fui alejado de la revista Vozes (la más antigua revista cultural de Brasil, de 1904); se impuso la censura a la editorial Vozes y a todas las revistas que ella publica. Me fue impuesta de nuevo la censura previa a todo escrito, artículo o libro. Y fue aplicada con celo. Y por un tiempo indeterminado habría tenido que alejarme de la enseñanza de la teología.
La experiencia subjetiva que he sacado en estos 20 años de relación con el poder doctrinal es ésta: este poder es cruel y sin piedad. No olvida nada, no perdona nada, exige todo. Y para alcanzar su fin, se toma el tiempo necesario y elige los medios oportunos. Actúa directamente o usa instancias intermedias u obliga a los propios hermanos de la Orden Franciscana a cumplir una función que compete, por derecho canónico, sólo a quien tiene autoridad doctrinal (obispos y la Congregación para la Doctrina de la Fe).
Tengo la sensación de haber llegado ante un muro. No puedo avanzar ni un paso más. Retroceder implicaría sacrificar la propia dignidad y renunciar a una lucha de tantos años. No todo es lícito en la Iglesia. El mismo Jesús fue muerto para testimoniar que no todo es lícito en este mundo. Existen límites intraspasables: el derecho, la dignidad y la libertad de la persona humana. La Iglesia jerárquica no posee el monopolio de los valores evangélicos ni la Orden Franciscana es la única heredera del Sol de Asís. Existe también la comunidad cristiana y el torrente de tierna fraternidad franciscana en los cuales podré situarme con jovialidad y libertad.
Antes que amargarme y ver destruidas en mí las bases humanas de la fe y de la esperanza cristiana y golpeada la imagen evangélica del Dios-comunión de personas, prefiero cambiar de camino, no de dirección. Las motivaciones eje que han inspirado mi vida continuarán inalterables: la lucha por el Reino que comienza desde los pobres, la pasión por el Evangelio, la compasión con los sufrientes de este mundo, el compromiso de liberación de los oprimidos, la articulación entre el pensamiento más crítico con la realidad más inhumana y el empeño de cultivar la ternura hacia todo ser creado, a la luz del ejemplo de san Francisco de Asís.
No dejaré de amar el carácter mistérico de la Iglesia y de comprender sus límites históricos con lucidez y con la necesaria tolerancia. Existe innegablemente una grave crisis en la actual Iglesia católica romana. Se confrontan duramente dos posiciones de fondo. La primera cree en la fuerza de la disciplina y la segunda en la fuerza intrínseca al curso de las cosas. La primera piensa que la Iglesia tiene necesidad de orden y por esto basa todo en la obediencia y en la sumisión de todos. Esta posición es propia por lo demás de los sectores hegemónicos de la administración central de la Iglesia. La segunda piensa que la Iglesia tiene necesidad de liberarse, y para ello tiene fe en el Espíritu que fermenta la historia y en las fuerzas vitales que como humus confieren fecundidad al milenario cuerpo eclesial. Esta posición está representada por sectores importantes de las Iglesias periféricas, del Tercer Mundo y de Brasil.
La fe como superación del miedo
Indiscutiblemente, yo me coloco en la segunda posición, en la de aquellos que han hecho de la fe la superación del miedo, que esperan en el futuro de la flor sin defensa y en las raíces invisibles que alimentan al árbol.
Hermanos y hermanas, compañeros de camino y de esperanza; que este mi gesto no os descorazone en la lucha por una sociedad en la que sea menos difícil la colaboración y la solidaridad, puesto que a esto nos invita la práctica de Jesús y el entusiasmo del Espíritu. Ayudemos a la Iglesia institucional a ser más, evangélica, compasiva, humana y empeñada en la libertad y la liberación de los hijos y de las hijas de Dios.
No caminemos de espaldas al futuro, sino con los ojos bien abiertos para discernir en el presente los signos de un nuevo mundo que Dios quiere, y dentro de este mundo un nuevo modo de ser Iglesia: comunal, popular, liberador y ecuménico. Por lo que a mí toca, quiero con mi trabajado intelectual empeñarme en la construcción de un cristianismo indio-afro-americano inculturado en los cuerpos, en la piel, en las danzas, en los sufrimientos, en la alegría y en las lenguas de nuestros pueblos, como respuesta al Evangelio de Dios que todavía no ha sido plenamente dada después de 500 años de presencia cristiana en el continente.
Continuaré en el sacerdocio universal de los creyentes que es pura expresión del sacerdocio del laico Jesús, como nos recuerda el autor de la carta a los hebreos (7, 14; 8,4). No salgo triste de esta situación, sino lleno de paz, hago mía en efecto la poesía del que es nuestro mayor poeta, Fernando Pessoa: «¿Ha valido la pena? Todo vale la pena / si el alma no es pequeña.Siento que mi alma, con la gracia de Dios, no ha sido pequeña. Unidos en el camino y en la gracia de Aquel que conoce el secreto y el destino de cada uno de nuestros pasos, os saludo con paz y bien.
Leonardo Boff.
PADRE BERNHARD HÁRING
Haré valer mi derecho de reparación
Figura clave para entender el preconcilio, el concilio y el posconcilio es la del Padre Häring. Desde su postura abierta, dialogante y firme, fue amigo y consejero de Pablo VI, participó intensamente en todo el Concilio, y se hizo conocer en toda la cristiandad, por su famosa obra ?La ley de Cristo?? y otras posteriores. Acaso por todo esto, fue blanco especial de la ira y persecuciones de los teólogos-censores romanos.
Sufrió mucho, le calumniaron si piedad, pero nada de esto le hizo disminuir en todas partes su magisterio moral. Es reconocido como uno de los mayores moralistas de la Iglesia católica. Y en ese vaivén de apertura, diálogo, fidelidad a su conciencia y espíritu no violento, pudo escuchar el dolor y represión a que eran sometidos muchos teólogos :W.Duinstee, arzobispo Hermaniuk, Kentenich, Lyonnet y Zerwick, Gustavo Gutiérrez, Charles Curran, Marciano Vidal, etc.
Yo mismo lo tuve dos años como profesor y cuando fui llamado a Roma con ocasión de mi proceso extraordinario (duró 10 años) lo visité y me recibió en su habitación de Via Merulana.
Deseaba yo comunicarle mi situación, guiado por el interés que mi Gobierno General me había mostrado y, nada más saludarle, con voz fatigosa debido a sus diversas operaciones de la laringe, comenzó a hablar y se explayó por una hora en contarme sus conflictos con el Santo Oficio, el acoso inhumano de que era objeto, y las pretensiones de desprestigiarle y humillarle.
Le escuchaba yo atento y asombrado, por tanto sabiduría y paciencia y, después de que acabara, le dije:
– Pues, mire Padre, el cardenal Ratzinger me acusa de que ?mi libro NUEVA ETICA SEXUAL (objeto del proceso) ha perturbado a los fieles de la Iglesia??. Entonces, como movido por un resorte, alzado, gritó:
-Lui ha turbato la Chiesa entera.
Le expliqué por más de una hora mi caso, que me comentaba y aleccionaba con su experiencia. Terminamos y salí superconfortado. Me acompañó hasta la calle y con abrazo afectuoso me dijo:
– Coraggio Padre, Dio è grande, Ratzinger è piccolino.
Le dejé mi libro Nueva Etica Sexual y Una moral renovadora.
Antes de dos semanas, recibía contestación suya:
-Muy querido Padre Benjamín Forcano: Recuerdo con mucho gusto su visita y admiro el don de serenidad que ha recibido de Dios. Mis mejores augurios para el nuevo año, para que resulte para usted en todas las circunstancias ?año de salvación??. He leído sus dos libros. Ciertamente son expresión de gran sinceridad y también de gran amor a la Iglesia y de un gran esfuerzo para que la Iglesia muestre su verdadero rostro a imagen de Cristo siervo misericordioso??..??
.(Quienes deseen más información (jóvenes sobre todo y otros no enterados) de mi encuentro con Häring, sus cartas y relato de mi proceso, puede encontrarlo en el Anexo de 55 páginas (Nueva Etica Sexual, Trotta).
B. Häring: ? Espero, igualmente, que usted, cardenal Seper, comprenda mis sentimientos. Durante la Segunda Guerra Mundial fui obligado a comparecer cuatro veces ante un Tribunal Militar. En dos de ellas era cuestión de vida o muerte. En aquellas circunstancias me sentí honrado porque la acusación venía de los enemigos de Dios. En otras palabras, las acusaciones eran ciertas porque no me sometía a aquel régimen.
Ahora, de forma muy humillante, he sido acusado por la Congregación para la Doctrina de la Fe; las acusaciones son falsas. Más aún, nacen de un órgano de gobierno de la Iglesia a la que he servido durante mi vida con todas mis fuerzas y con toda honestidad y confío servirla con entrega en el futuro.
Preferiría encontrarme nuevamente ante un Tribunal de Hitler. Sin embargo, mi fe no vacila.
??Al comienzo del año de la reconciliación, L’Osservatore Romano me atacó implacablemente en un artículo. Guardé silencio, pudiendo hablar mucho si hubiera querido. Mantuve la misma actitud cuando medios de comunicación de gran resonancia me invitaron a hablar. El mandamiento de la reconciliación es válido hoy y siempre, incluso cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe me acusa al final del año de la reconciliación. Pero cuando el silencio se interpreta falsamente y no contribuye a la reconciliación, es necesario hablar. El servilismo, en este caso, sería sinónimo de traición a la Iglesia. Por eso he respondido con claridad y con la serenidad de mi corazón limpio de resentimientos. No dude que en esta ocasión haré valer mi derecho de reparación. «Opus justitiae pax».
Aprovecho la ocasión para expresarle mi estima. Pido su bendición en la esperanza de que usted será el Daniel que somete a juicio «a los ancianos» acusadores.
En la paz de Cristo, su servidor – Bernhard Háring. CSsR
(Mi experiencia con la Iglesia, PS Editorial, pp. 86-87 y 123)
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Un testimonio, entre mil, de cómo funcionó la solidaridad con los represaliados.
Hermanitas y Hermanitos de Jesús Hno. (——————)
(Padre Foucauld) Región de España Curia General ?Roma
Querido hermano (????.):
En nombre de las Hermanitas y Hermanitos de Jesús de la Región de España te saludamos y deseamos Paz y Gracia.
Teniendo conocimiento de la expulsión de vuestra comunidad de Claretianos de nuestros amigos y hermanos Benjamín Forcano, Secundino Movilla, Rufino Velasco, J. Sierra, Evaristo Villar y Jesús Azilu, queremos hacerte llegar nuestra tristeza y nuestra preocupación comunitaria por este hecho.
Celebrando la fiesta de la Trinidad, se nos hacía presente. Padre, Hijo y Espíritu Santo unidos en comunidad y comunidad dialogante, abiertos, acogedores, amantes. Referencia obligada para nuestras comunidades religiosas y para nuestras relaciones fraternas.
Vuestro comportamiento nos lleva a reflexionar también sobre el pasaje del Antiguo Testamento, Génesis. Una vez más, parece que la historia se repite: ?José es vendido por sus hermanos??. Más veces será por dinero, otras por el poder y otras por presiones jerárquicas. ¡La honestidad de los hermanos hay que defenderla hasta con la propia sangre!
Te compartimos que para nosotros, para muchas personas con las que compartimos nuestro pan día a día, tus hermanos son punto de referencia??. Nos ayudan a caminar con Esperanza, nos ayudan a crear espacios de Vida, y no de muerte, iluminando desde la fe , las realidades crudas que nos toca vivir en las ?periferias del mundo??.¿Acaso no deberías alegrarte por ellos y por ello? Los pobres lo hacen.
Por todas estas cosas , por la importancia que tienen en nuestras vidas, primero ellos como personas, pero también sus trabajos teológicos-pastorales, te compartimos nuestra tristeza de corazón, nuestra preocupación y nuestro ?rechazo?? a su expulsión de vuestra comunidad. ¡Son tus hermanos!
Sabemos que la Iglesia clerical no es la que se distingue por saber dar marcha atrás en sus decisiones tomadas, si ello fuera necesario y abrir los brazos de nuevo. Pero queremos que nuestro gesto sea, al menos, una ?voz testimonial??, aunque sea una voz que csama en el desierto.
Perdona nuestro atrevimiento, pero en conciencia, pensamos que debíamos compartir contigo nuestra tristeza y nuestra preocupación fraterna.
Un abrazo fraternal
Hermanitas y hermanitos de Jesús
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Carta del Papa a los que no creen
Escribe al Papa el fundador del diario italiano la Republica,
Eugenio Scalfari, quien había planteado dudas sobre la fe.
12 ? Septiembre – 2013
* Vale la pena leerla entera y comprobar cómo expresa el mejor estilo de fidelidad al Evangelio y a los planteamientos y espíritu del Vaticano II. Indirectamente, los teólogos , artífices del Vaticano II , -por años acallados y desprestigiados- pueden sentirse reconocidos y agradecidos.
Estimado Dr. Scalfari,
Con gran cordialidad, al menos a grandes lineas, quisiera tratar de responder a la carta que, desde las páginas de «la Repubblica», ha querido dirigirme el 7 de julio con una serie di reflexiones personales suyas, que luego ha enriquecido sobre las páginas del mismo periódico el 7 de agosto. Le agradezco, ante todo, por la atención con la que ha sabido leer la Encíclica «Lumen fidei». La cual de hecho, por voluntad de mi amado Predecesor, Benedicto XVI, que la concibió y en gran parte redactó, y de quien, con gratitud, la he heredado, está dirigida no sólo a confirmar en la fe de Jesucristo a aquellos que ya se reconocen en ella, sino también a abrir un diálogo sincero y riguroso con quien, como Usted, se define «un no creyente desde hace años interesado y fascinado por la enseñanza de Jesús de Nazaret».
Creo que es sin duda positivo, no solo para cada uno de nosotros como individuos sino también para toda la sociedad en la que vivimos, que nos detengamos a dialogar sobre una realidad tan superior como la fe, que se basa en la enseñanza y la figura de Jesús. Pienso que existen, en particular, dos circunstancias que hoy día hacen necesario y precioso este diálogo, el cual constituye además, como es sabido, uno de los objetivos principales del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, y por el ministerio de los Papas quienes, cada uno con la sensibilidad y la contribución propias , han seguido desde entonces el camino trazado por el Concilio.
La primera circunstancia – como se desprende de las páginas iniciales de la Encíclica – deriva del hecho que, a lo largo de los siglos de la modernidad, se ha asistido a una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia en la vida del hombre desde los orígenes se han expresado precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido etiquetada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. De este modo entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de matriz iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicabilidad. Ha llegado la hora , y precisamente el Vaticano II ha inaugurado este ciclo, de iniciar un diálogo abierto y sin ideas preconcebidas que reabra las puertas a un encuentro serio y fecundo.
La segunda circunstancia, para quien busca ser fiel al don de seguir a Jesús en la luz de la fe, deriva del hecho que este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: sino que es una expresión íntima e indispensable. Permítame que le cite a este respecto una afirmación de la Encíclica que considero muy importante: puesto que la verdad que la fe atestigua es la verdad del amor – e lee – «Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos.» (n. 34). Es éste el espíritu que anima las palabras que hoy le escribo.
La fe, para mí, nace del encuentro con Jesús. Un encuentro personal, que ha tocado mi corazón y ha dado un rumbo y un sentido nuevo a mi existencia. Y así mismo un encuentro que ha sido posible gracias a la comunidad de fe en la que he vivido y que a su vez me ha permitido acceder a la inteligencia de la Sacra Escritura, a la vida nueva que como agua fluyente brota de Jesús a través de los Sacramentos, a la fraternidad con todos y al servicio de los pobres, verdadera imagen del Señor. Sin la Iglesia – créame – no habría podido encontrar a Jesús, bien sabiendo que ese inmenso don de la fe reposa en la frágil vasija de arcilla de nuestra humanidad.Precisamente a partir de aquí, de esta experiencia de fe personal vivida en la Iglesia, me encuentro a gusto escuchando sus preguntas y buscando, junto con Usted, las sendas que nos permitan, quizás, comenzar a andar un trecho del camino juntos.
Me disculpo por no seguir punto por punto los razonamientos que Usted plantea en su editorial del 7 de julio. Me parece más fructífero ? o digamos que me es más natural – ir directamente a la esencia de sus consideraciones.
No entro tampoco en la modalidad expositiva de la Encíclica, en la cual Usted señala la falta de una sección dedicada expresamente a la experiencia histórica de Jesús de Nazaret.
Observo solamente, para comenzar, que un análisis de este tipo no es secundario. Se trata en efecto, siguiendo por lo demás la lógica que guía el articularse de la Ecíclica, de centrar la atención en el significado de lo que Jesús dijo e hizo y, en última instancia, en lo que Jesús ha sido y es para nosotros. Las Cartas de san Pablo y el Evangelio de san Juan, a los cuales se hace particular referencia en la Encíclica, se basan en el sólido fundamento del ministerio mesiánico de Jesús de Nazaret que alcanza su culminación resolutiva en la pascua de muerte y resurrección.
Por lo tanto, es necesario enfrentarse con Jesús, diría, en la concreción y aspereza de sus vicisitudes, tal como nos las narra sobre todo el más antiguo de los Evangelios, el de san Marco. Se constata aquí que el «escándalo» que la palabra y los actos de Jesús provocan a su alrededor derivan de su extraordinaria «autoridad»: una palabra, ésta, registrada ya en el Evangelio de san Marco, pero de difícil traducción. La palabra griega es «exousia», que literalmente hace referencia a aquello que «proviene del ser», que se es. No se trata de algo exterior o de algo forzado, sino de algo que surge de dentro y que se impone por sí mismo. De hecho Jesús conmueve, desplaza, innova a partir – él mismo lo dice – de su relación con Dios, llamado familiarmente Abba, quien le confiere esta «autoridad» para que él la emplee en favor de los hombres.
Así Jesús predica «como uno que tiene autoridad», cura, llama a sus discípulos a que lo sigan, persona… todas cosas que, en el Antiguo Testamento, son de Dios y sólo de Dios. La pregunta que recurre en el Evangelio de san Marco: «Quién es éste que…?», y que se refiere a la identidad de Jesús, nace de la constatación de una autoridad diferente de la del mundo, una autoridad que no tiene como fin ejercitar un poder sobre los otros, sino servirlos, darles libertad y plenitud de vida. Y esto hasta el punto de poner en juego la propia vida, de experimentar la incomprensión, la traición, el rechazo, hasta ser condenado a muerte, hasta caer en el estado de abandono en la cruz. Pero Jesús permanece fiel a Dios, hasta la muerte.
Y es precisamente entonces – como exclama el centurión romano al pie de la cruz, en el Evangelio de san Marco – en el que ¡Jesús se muestra, paradójicamente como el Hijo de Dios! Hijo de un Dios que es amor y que quiere, con todo su ser, que el hombre, que cada hombre, se descubra y viva él también como su verdadero hijo. Esto, para la fe cristiana, está confirmado por el hecho de que Jesús ha resucitado: no para triunfar sobre quien lo había rechazado, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que la muerte, el perdón de Dios es más fuerte que cualquier pecado, y que vale la pena emplear la propia vida, hasta el final, para testimoniar este inmenso don.
Esta es la razón, ilustre Dr. Scalfari, cuando ve en la encarnación del Hijo de Dios el quicio de la fe cristiana. Ya Tertuliano escribía «caro cardo salutis», la carne (de Cristo) es el quicio de la salvación. Por que la encarnación, es decir el hecho de que el Hijo de Dios haya venido en nuestra carne y haya compartido alegrías y dolores, victorias y derrotas de nuestra existencia, hasta el grito en la cruz, viviendo cada momento en el amor y en la fidelidad a Abbà, es testimonio del increible amor que Dios nutre por cada hombre, del valor inestimable que les reconoce. Por ello, cada uno de nosotros está llamado a hacer suya la mirada y la elección de amor de Jesús, a entrar en su modo de ser, de pensar, de actuar. Esta es la fe, con todas sus expresiones, puntualmente descritas en la Encíclica.
Siempre en el editorial del 7 de julio, Usted me pregunta además cómo entender la originalidad de la fe cristiana puesto que ésta se basa precisamente en la encarnación del Hijo de Dios, respecto a otros credos que en cambio giran en torno a la trascendencia absoluta de Dios.
La originalidad, en mi opinión, radica precisamente en el hecho de que la fe nos hace participar, en Jesús, en la relación que ?l tiene con Dios que es Abba y, bajo esta luz, en la relación que ?l tiene con todos los demás hombres, incluso con los enemigos, bajo el signo del amor. En otros términos, la filiación de Jesús, como nos la presenta la fe cristiana, no nos ha sido revelado para marcar una separación insuperable entre Jesús y los demás: sino para decirnos que, en ?l, todos hemos sido llamados a ser hijos del único Padre y hermanos entre nosotros. La singularidad de Jesús está dada por la comunicación, no por la exclusión.
Sin duda, de ello también se desprende – y no es una nimiedad ? la distinción entre la esfera religiosa y la esfera política, sancionada con aquel «Dad a Dios lo que es de Dios y a Cesar lo que es de Cesar», afirmado claramente por Jesús y sobre la cual, arduamente, se ha construido la historia de Occidente. La Iglesia, en efecto, está llamada a sembrar el fermento y la sal del Evangelio, es decir el amor y la misericordia de Dios que alcanzan a todos los hombres, señalando la meta ultraterrena y definitiva de nuestro destino, mientras que a la sociedad civil y política le compete la dura tarea de articular y encarnar en la justicia y en la solidariedad, en el derecho y en la paz, una vida cada vez más humana. Para el que vive la fe cristiana, esto no significa fuga del mundo ni búsqueda de hegemonía alguna, sino servicio al hombre, al hombre todo y a todos los hombres, a partir de la periferia de la historia manteniendo siempre vivo el sentido de la esperanza que lleva a obrar el bien a pesar de todo y mirando siempre más allá.
Usted me pregunta también, como conclusión de su primer artículo, qué decir a los hermanos hebreos a cerca de la promesa que Dios les ha hecho: ¿ Ha caído completamente en el vacío? Este es – en verdad – un interrogante que nos interpela radicalmente, como cristianos, porque, con la ayuda de Dios, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II, hemos redescubierto que el pueblo hebreo sigue siendo, para nosotros, la raíz santa de la cual Jesús ha brotado.
También yo, en la amistad que he cultivado durante todos estos años con los hermanos hebreos, en Argentina, muchas veces en la oración he interrogado a Dios, especialmente cuando me venía en mente el recuerdo de la terrible experiencia de la Shoah. Lo que puedo decirle, con el apóstol Pablo, es que jamás se ha quebrantado la fidelidad de Dios a la alianza estrecha con Israel y que, a través de las terribles pruebas de estos siglos, los hebreos han conservado su fe en Dios. Y por esta razón, jamás les estaremos suficientemente agradecidos, como Iglesia, pero también como humanidad. El pueblo hebreo además, con su perseverancia en la fe en el Dios de la alianza, nos recuerda a todos, incluso a nosotros los cristianos, que estamos siempre a la espera, como peregrinos, del retorno del Señor y que por lo tanto debemos permanecer siempre abiertos a ?l sin jamás atrincherarnos en lo que ya hemos alcanzado.
Paso ahora a las tres preguntas que me hace en el artículo del 7 de agosto.
Tengo la impresión de que, en las primeras dos, lo que le interesa es entender la actitud de la Iglesia hacia quien no comparte la fe en Jesús.
En primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a quien no cree o no busca la fe. Considerando que – y es la cuestión fundamental ? la misericordia de Dios no tiene límites si nos dirigimos a ?l con corazón sincero y contrito, la cuestión para quien no cree en Dios radica en obedecer a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla significa tomar una decisión frente a aquello que se percibe como bien o como mal. Y en esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar.
En segundo lugar, me pregunta si el pensamiento según el cual no existe absoluto alguno y por ende tampoco una verdad absoluta, sino solo una serie de verdades relativas y subjetivas, es un error o un pecado. Para comenzar, >yo no hablaría, ni siquiera por lo que respecta a un creyente, de verdad >»absoluta», en el sentido que absoluto es aquello que es inconexo, aquello que carece de toda relación. Ahora bien, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Jesucristo. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! Tanto es así que incluso cada uno de nosotros percibe la verdad y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no significa que la verdad sea variable y subjetiva, todo lo contrario. Significa que la verdad se nos revela siempre y sólo como un camino y una vida. ¿No fue acaso el mismo Jesús el que dijo: «Yo soy el camino, la verdad, la vida»? En otras palabras, siendo en definitiva la verdad toda una con el amor, exige humildad y apertura para ser buscada, escuchada y expresada. Por lo tanto, es necesario aclarar bien los términos y, tal vez, para salir de los encajonamientos de una contraposición… absoluta, replantear a fondo la cuestión. Pienso que esta es hoy una necesidad imperiosa para entablar ese diálogo sereno y constructivo que tanto deseo y del cual hablaba en mis primeras líneas.
Como último punto me pregunta si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar a Dios. Sin duda, la grandeza del hombre radica en su capacidad de pensar a Dios. Es >decir en su capacidad de vivir una relación consciente y responsable con ?l.
Pero la relación se da entre dos realidades. Dios – este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡pero cuántos, ayer y hoy, los comparten! – no es una idea, si bien altísima, fruto del pensamiento del hombre. Dios es realidad con «R» mayúscula. Jesús nos lo revela – y vive la relación con ?l – como un Padre de bondad y misericordia infinita. Dios no depende, por lo tanto, de nuestro pensamiento. Además, aún si acabara la vida del hombre sobre la tierra – y para la fe cristiana, en todo caso, este mundo, así como lo conocemos está destinado a acabarse – , el hombre no acabará de existir y, de un modo que no nos es dado saber, tampoco el universo creado con él.
La Escritura habla de «cielos nuevos y tierra nueva» y afirma que, al final, en el donde y en el cuando que se encuentra más allá de nosotros, pero hacia el cual, en la fe, nos encaminamos con ansia y espera, Dios será «todo en todos».
Ilustre Dr. Scalfari, concluyo de esta forma mis reflexiones, suscitadas por lo que ha querido comunicarme y preguntarme. Recíbalas como una respuesta provisional, pero sincera y optimista, a esa invitación que me ha parecido vislumbrar de andar un trecho de camino juntos. La Iglesia, créame, no obstante su lentitud, sus infidelidades, sus errores y los pecados que pudo >haber cometido y puede aún cometer en aquellos que la componen, no tiene otro sentido ni fin sino el de vivir y testimoniar a Jesús: ?l que ha sido enviado por Abba «a traer a los pobres la alegre noticia, a proclamar a los prisioneros la liberación y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4, 18-19).
Con fraterna afinidad
Francisco