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1.Miguel Fisac: arquitectura, ética y via religiosa en unidad Benjamín Forcano.
2.Pensando la religión: Homenaje a Manuel Fraijó (37 autores) Benjamín Forcano.
3. Enfermedad del fundamentalismo
Leonardo Boff
4. N O V E D A DES
1. MIGUEL FISAC
ARQUITECTURA, ETICA Y VIDA RELIGIOSA EN UNIDAD Benjamín Forcano
Cómo conocí a D. Miguel Fisac
Yo conocí a Miguel Fisac hace unos 25 años. Y, como todos, tuve la oportunidad de acercarme a él, a propósito de una entrevista que Luis Balbín le hizo en la Televisión Española. Digo a propósito porque concluida la entrevista, me faltó tiempo para buscar su teléfono, llamarle , felicitarle por lo que había dicho, y aceptar la invitación que me hizo para visitarlo en su casa.
A partir de ahí, aprendí bien el camino de su chalet en Alcobendas, lo visité repetidas veces, acudí a algunos de sus actos y charlas, le presenté renombrados amigos como Leonardo Boff, Jorge Carvajal, Fermín Moriano, etc. y entablé una buena amistad también con su mujer, a la que le publiqué un libro.
Al poco, pude lograr que me concediera adelantar la publicar su libro “Reflexiones sobre mi muerte”, que había decidido no hacerlo hasta después de su muerte. Y ya unos días antes de su muerte, me llamó Ana María Badell, su mujer, para que lo atendiera en sus últimos momentos. Estuve con él una hora, a solas, sentado en el borde de su cama, y emocionado comprobé con qué calma iba al encuentro de la hermana muerte.
Fallecido, pude con otros muchos familiares y amigos acompañarle hasta el cementerio donde, sin previos responsos convencionales, y en torno a la sepultura, proclamé el triunfo de su fe cristiana: “Yo, había escrito Fisac, no seré nunca un muerto, porque morir no es morir, ni acabar sino seguir y continuar, entrar en el cielo para un cara a cara con Dios eternamente”.
Su vocación: yo seré arquitecto o no seré nada
Ciertamente, cuando conocí a Miguel Fisac le recubría el manto de una fama nacional e internacional. Lo acreditan sus más de 600 obras realizadas, de ellas más de 37 en Madrid.
Sobre este particular, recorriendo el camino biográfico de D. Miguel, me llama la atención la seguridad con que en el año 1926, cuando apenas tenía 13 años, declara a su padre que quiere ser arquitecto. Su padre esperaba de él que se decantase por la profesión farmacéutica, propia de la familia y la más idónea para asegurar su porvenir. Le insistió, pero todas su razones no lograron persuadirle. Ni valieron tampoco las de un arquitecto amigo D. José López de Coca , jefe de bomberos de Madrid, que llegó a calificar la decisión del muchacho de disparatada. Muy distinta por cierto de la de otro amigo, D. Manuel Vicente, profesor suyo, que frente al jefe de bomberos, intervino con rotundidad: “Este chico será lo que él quiera. Y si quiere ser arquitecto, será arquitecto”.
A esto, siguieron las palabras mismas del propio muchacho que en otro momento, ante una carta de un profesor suyo a su padre que le comunicaba falta de aptitud para el dibujo de Estatua, replicó: “Papá suscribo totalmente lo que dice el profesor en esta carta. Pero también te digo que estoy decidido a ser arquitecto o no ser nada”.
Quizá pudiéramos encontrar aquí la clave que explicara el rumbo profesional de D.Miguel Fisac y, más aún, el origen y objeto más anhelado de su vocación, y de la energía que fue capaz de transmitirle.
La evolución de su vida religiosa
Otro aspecto, que reaparece en esta biografía de D. Miguel Fisac, es el concepto o significado de su vida religiosa. Claro que D. Miguel atravesó por diversas fases, pero asumió con naturalidad esta su evolución que nos la deja perfectamente descrita.
Nos habla de que fue avanzando en el proceso de su individualización y concienciación personal reconociendo que, sobre este particular, él siempre tuvo preocupación religiosa, “que se le avivó con la indudable e injusta persecución religiosa que se creó en España con la llegada de la República” (P.57) y que se desenvolvió dentro de un marco estricto, muy rutinario “de misas, novenas, ejercicios o grandilocuentes sermones y las típicas procesiones de la Semana Santa, de la Virgen de las Cruces y de otros santos a los que se tenía gran devoción” (P. 38).
Pero, en otro lugar, con expresa intención, no deja de recalcar que “el problema de aquellos años era el exagerado ambiente católico, que casi llegaba a la represión” (39), al que parece cuestionar cuando afirma que “ Mi padre era católico, muy caritativo, nada arrogante y nunca fue beato. Y mi madre era piadosa, volcada en la familia, preocupada por las novedades (36).
Fisac no era dado a dejar a un lado su lucha, ni orientarla “contra molinos de viento” y menos si se trataba de su vida esp¡ritual, que siempre consideró unida a su itinerario vital. Pocas veces he leído un balance tan preciso de esta su evolución como la que él hace de sí mismo. Tuve, dice, tres etapas:
– Una primera que iría desde los primeros años hasta bien pasados los 30, y que fue la religiosidad recibida por herencia familiar.
– La segunda que abarca unos 20 años, todo lo que fue su estancia en el Opus y que se caracteriza por ser una religiosidad totalmente estructural de prácticas y comportamientos de la Obra.
– Y una tercera, largamente pensada y deseada, de romper con aquello para dejar reducido el esquema de su espiritualidad –no desvirtuada- a dos puntos simplicísimos: “Decir siempre la verdad y procurar ser un hombre bueno, como reacción a una perenne simulación de todo lo que hacía y a una aparente naturalidad falsa, cada vez más insufrible para mí” (325-326).
D. Miguel expresó y encauzó el plan que albergaba, haciéndose este simple planteamiento: ”El amor a Dios y al prójimo es lo que vale y el Cielo está dentro de nosotros mismos. Si no hay nada que se oponga a la esencia del mensaje evangélico y, de otra parte, yo noto un adelantamiento espiritual y me considero mejor persona, no tengo por qué dudar. Debía quitarme muchos ritos de encima y me quedó claro que si Dios nos ha querido libres y , por tanto responsables, y si con esa libertad , yo amo a todos los hombres y amo a Dios con “Amor”, eso es lo bueno… De manera que ya no veo ni siento el catolicismo tradicional con la mentalidad tradicional, aunque continnúo siendo católico y hago mis prácticas religiosas. Yo ahora, no rezo en el sentido tradicional y conocido, porque estoy todo el día rezando. Y no tengo que hacer ningún esfuerzo de ninguna clase, ni tampoco jerarquizar las cosas que son de este mundo con las que son del otro, ya que las veo con una dimensión que me produce la impresión de ser la correcta” (326-328).
Como consecuencia, Don Miguel llega a obtener una gran paz interior y , acaso lo más llamativo, llega a perder el miedo a la muerte. Pero, este es un tema, del que no me voy a ocupar ahora.
Su estancia en el Opus y su relación con él
Desde lo dicho, entiendo que podemos aludir mejor ahora a otro aspecto básico de la vida de Miguel Fisac: su larga estancia en el Opus y su relación con él.
Se han escrito muchas cosas, no todas con rigor y veracidad, bien porque se persiste en quererla explicar con prejuicio e inequidad, bien porque se la elude por miedo a provocar reacciones adversas o bien porque se la menciona para maltratar a la Obra o maltratarle a él.
Lo acontecido entre el Opus y D. Miguel Fisac, es historia y, para conocerlo bien, se debe atender en primer lugar, a su experiencia y testimonio personal, como forma primera que disipa ficciones y falsas especulaciones.
Sin arrogancia, y tras un recorrido minucioso, me atrevería a sintetizar algunos aspectos fundamentales de esta relación.
Primero: Don Miguel deja bien claro que él trata con respeto a toda persona del Opus, y hasta dice amarlas con cariño y afecto entrañable. Demasiado sabe él, por experiencia propia, que el mundo interior de la persona crece condicionado por un determinado contexto sociocultural, que le acompaña en su modo de actuar y de pensar, convirtiéndose en norma de vida sobre todo en los primeros años de la infancia y adolescencia. Y cada persona, cuanto más cerrada y uniforme es la sociedad, más tiene esa norma como correcta. No puede, por tanto, despreciar a nadie, por considerar que está obrando con buena conciencia de acuerdo a lo que se le ha enseñado. Y,
Segundo: D. Miguel sabe también, y de ello habla ampliamente, que toda persona, puede evolucionar y evolucionar hasta sentirse incómoda y prisionera dentro del sistema cultural en que ha sido formada.
Tercero, D.Miguel, comenzó a sentirse vinculado a la Obra cuando tenía 22 años, concretamente desde el 29 de febrero de 1936. Esa vinculación se prolongó por 20 años y llegó incluso a ser miembro numerario de la Obra, hubo de oir cómo Mons. Escrivá le dijo que tenía vocación de sacerdote y que , de no serlo, sería el único que como seglar podría ser miembro elector de la Obra.
El Fundador de la Obra lo rodeó siempre con especial trato, le hacía confidencias, buscaba entretenerlo y sacarlo de sus perplejidades cuando le rondaba la idea de que no tenía vocación, fue enormemente complaciente con él en espera de que al final acabaría por entrar en el Opus.
Se puede entonces imaginar que ese espacio de tiempo dio lugar para que pasara por situaciones, experiencias y momentos muy diversos. Pero, al final, después de dudas, angustias, vueltas y más vueltas y esperas de una y otra parte, lo que la biografía nos transmite es lo siguiente:
– D. Miguel tuvo claro desde el principio que él no tenía vocación para el Opus. Y esa decisión la mantuvo inalterable. Así lo confiesa en diversas partes: “Yo nunca me decidí a entrar por mí mismo. Al principio, cuando yo hablaba con don José María,le insistía que “de entrar nada” (96). A compañeros que intentaban presionarle, les recordaba: “Ya os dicho al Padre Escrivá y a todos en varias ocasiones, “que de entrar nada” (97). Y, durante su encierro en Daimiel y muchas veces después de la guerra les repitió a uno y otros que él no tenía vocación y que se quería salir. Y, como le exigieron guardar secreto y no decir nada de su vocación a sus padres, tenía una gran angustia, “hasta el punto de que había días que salía llorando a la calle” (154).
“El resultado, concluye Fisac, es que viví 20 años con los que mandaban en el Opus, sin querer mandar, ni sobresalir . Pero, eso sí, llegué a conocer a fondo cómo vivían, pensaban y actuaban en la más estricta intimidad, con sus virtudes y defectos” (158). “Nunca me sentí integrado en la Obra. No quise enterarme ni de órdenes, ni de jerarquías, ni de organización, ni de relaciones con la jerarquía Católica. Como numerario de la Obra que era, me atenía con rigidez a la situación que, en principio, había aceptado, aunque reconociera que había sido una equivocación” (159).
-Paradójicamente, el joven Fisac, a pesar de su inequívoca falta de vocación, no fue capaz de desligarse del Opus. La razón nos la da él mismo, él se encontraba bien allí, con compañeros que había conocido y con los que se llevaba estupendamente, era propicio al afecto, la amistad y la lealtad y, pudiendo compartir su estancia en el Opus con los estudios de su carrera de arquitecto, no veía que tal estancia le obligara a declararse miembro de la Obra. Esto ni lo pensaba ni lo quería de ninguna manera, pero a su vez la convivencia con unos y otros le iban atando afectivamente, haciéndole cada vez más dependiente, pero sin que abdicara de su idea original de no entrar en el Opus. Y, muy hábilmente por otra parte, el padre Escrivá y cuantos le rodeaban, no le imponían tomar una decisión terminante, dejándole estar y tolerarle al máximo. Seguramente porque creían que acabaría teniendo vocación.
A respetar y venerar los consejos de la Obra contribuían, según él, el considerar a los sacerdotes por la educación recibida como representantes de Dios, la gran autoridad moral que inspiraban y, en el caso de Monseñor Escrivá, la convicción de que era un elegido de Dios.
Dice Fisac: “Reconozco que todos los que ya estaban dentro se portaban conmigo educadamente, muy amigablemente y con firmes deseos de agradar. Lo que hizo que cada día me gustara más el ambiente y que tuviera mayor confianza en todos” (95) . “La verdad es que les quería mucho a todos, después de tanta convivencia, aventuras y peripecias pasados juntos; sin embargo, cada vez que veía a solas a don José María Escrivá, le decía en confianza y repetidas veces que yo no tenía vocación y que quería marcharme de la Obra” (140).
En cierta ocasión, cuando el padre Escrivá le dijo que tenía vocación Fisac se quedó tan sorprendido que no supo qué decir. Y confiesa: “Tuve una inconcebible debilidad en mi forma de ser que , luego, he lamentado siempre. Y ha sido ésta la explicación auténtica y sincera de mi forzada entrada y de mi larga permanencia en el Opus” (100).
En un esrito, que no pertenece a este libro, Miguel Fisac cuenta el final de esta su dramática situación. Cuando se plantó y dijo que se iba de la Obra, él estaba en Madrid. Pero, antes de marcharse, le dijeron que el padre Escrivá le esperaba en Roma. Cogió un avión, llegó, se encontraron, hablaron y don Escrivá aceptó que él, en efecto, no podía continuar. Pero le dijo que hablara antes con Alvaro del Portillo. Reunido con Alvaro, entre otras cosas le dijo: “Miguel, quiero pedirte perdón por las coacciones a que te hemos sometido para que no te fueras, pero has actuado durante todos estos años de forma tan generosa que por eso, hemos creído que tenías vocación”.
Se despidieron y Miguel Fisac pudo exclamar: “Por fín, me vi en la calle. Y respiré. Ese ambiente de secretismo y ese mentir, durante todos los años que estuve en la Obra, me habían agobiado”.
Integración de la arquitectura físico-espiritual de Miguel Fisac
De pronto y hacia la galería, D. Miguel es reconocido como un arquitecto vanguardista, de creatividad absolutamente original, que no dudó en disentir del enfoque de la arquitectura contemporánea y de apuntar a su desfase y mediocridad dentro de nuestro país. Su preparación y autoformación y su conexión con las corrientes más innovadoras le hacían estar en la copa de la opinión pública, sacudida como nunca, cuando lograron demoler su emblemática obra La Pagoda.
Pero pienso que, bajo esa fama, se encubría el secreto –no ponderado- de la unidad que mantenía entre la exterior arquitectura urbanístico-social y la arquitectura ético-religiosa de su interior, ambas integradas.
Es inmensa y provocadora la obra arquitectónica de Fisac. Pero, a quien le siga internamente, descubrirá que frente “al formalismo plástico deshumanizado , sin resultados lógicos con el programa humano y social, al que debería servir”, él decide hacer arquitectura actual definiéndola “como un trozo de aire humanizado”, que se convierte en una especie de “remanso espiritual”, que despierta el sentido de lo transcendente y que, para Fisac, se realiza de una manera excepcional en La Alhambra de Granada.
No sé si esa humanización trascendente es la que le guiaba al genio Fisac y la que le hacía proyectarse en sus obras. Pero, no tengo duda de que la trama de su vida funciona a base de tres ejes éticos esenciales: ser libre, decir siempre la verdad y ser un hombre bueno.
Es cierto que Miguel Fisac hereda un catolicismo muy ritual, pietista y extrínseco, que le hace vivir irrequieto e irritado en ocasiones y que en el quehacer de su obra le lanza al inconformismo, a la denuncia y al compromiso de movilizar conciencias y acciones que reconduzcan el camino de la degradación urbanística y de una convivencia humana desnortada y atemorizada.
Esa base ético humanista que crece hasta lograr plenitud cristiana, es la que hizo a Fisac insobornable con la mentira y la maldad y le hicieron caminar en rebelde libertad, en paz y sin miedo a la muerte: “El día en que dejé la Obra, cogí mis dos pequeñas maletas, y camino de la casa de mis padres empecé a pensar: y ahora, Miguel, ¿qué? Pronto me dí la respuesta: debo procurar ser un hombre libre, bueno, en el recto sentido de la palabra y decir siempre la verdad” (212). “Para mí, la salida fue una liberación, principalmente espiritual; una decisión de la que siempre he dado gracias a Dios. A partir de ese día , comencé a encontrarme mucho más tranquilo, al desparecer ese agobio interior general que allí padecí durante dos décadas” (213).
Yo entiendo con estas palabras que el anhelo radical de Miguel Fisac de ser libre lo retuvo como sagrado e intocable y es lo que de alguna manera vió amenazado cuando le presionaban para quedarse en el Opus. Y ese mismo anhelo es el que, cimentado sobre la verdad y la bondad, le guió en el campo de su profesionalidad para ejercer incansable un alternativa humana y humanizante y ejercer con todo derecho la protesta, la crítica y la denuncia de todo cuanto deterioraba, sobornaba o malvendía la dignidad personal y la dignidad de una justa y armónica convivencia de todos.
2
PENSANDO LA RELIGION
Homenaje a Manuel Fraijó
Edición de
Javier San Martín y Juan José Sánchez
E D I T O R I A L T R O T T A
UNIVERSIDAD NACIONAL
DE EDUCACIÓN A DISTANCIA
Benjamín Forcano
No en vano la trayectoria del homenajeado en este libro ha sido “un prolongado forcejeo con la religión, para intentar arrancarle su mejores secretos”, según confiesa él mismo. Y esa trayectoria ha estado guiada por una manera de presentar la religión, inabitual en territorio español, que ha acercado a filósofos de toda condición y a toda gente abierta al pensamiento. Son nada menos que 37 autores los que, con peso docente de años en Universidades e Institutos de Investigación, como profesores y con cargos relevantes, como directores de revistas, escritores y conferenciantes, como visitantes o invitados en Universidades extranjeras, han colaborado con libertad y desde la orilla de su pensamiento.
Y, han acudido a la cita, primero de todo por amistad, una amistad larga, –padezco una enfermedad profesional: el escepticismo, le escribe Fernando Savater, pero no soy escéptico en la amistad- y también porque “hemos permanecido juntos en esa sutil y accidentada línea donde se encuentran la filosofía y la teología” (Andrés Torres Queiruga).
Y es que, y en esto el acuerdo aparece unánime, Fraijó es una de las personas que más han contribuido en nuestro país a la clarificación dentro de lo posible, del fenómeno religioso.
A nivel popular, seguramente no se ha divulgado ni es muy conocida su obra: “La religión es un producto de gran circulación; la filosofía sólo conoce recintos pequeños. No surgen nuevos planteamientos teológicos. Y la filosofía sufre el mismo estancamiento. Si esta apreciación es correcta, los resultados pueden ser funestos. Ardientes credos religiosos, sin instancias correctoras, desembocaron siempre en el fanatismo y la intolerancia. Cuando los pueblos creen tener en sus manos el testamento literal de sus dioses, sin mediaciones críticas y atemperantes, se convierten en un peligro para la paz. Nuestros días están conociendo este fenómeno” (Pensando la religión, Manuel Fraijó, pp. 16- 17).
Fraijó señala que, en este mundo de rigor científico y conceptual, no es deseable creer sin razones, la “fe del carbonero” no tiene futuro fácil y acaso por ello hemos salido malparados de la modernidad, pues siempre hemos sido más proclives a una religión “sentida” que “a pensarla”: ”Mientras creímos, lo hicimos sin filosofía ni teología, es decir, sin saber muy bien en qué creíamos; y, cuando hemos dejado de creer, de nuevo lo hemos hecho sin la conveniente y necesaria reflexión, es decir, sin saber en qué hemos dejado de creer” (Idem, p.62).
Todo esto predispone a entrar en el pensamiento de Fraijó y descubrir cuáles han sido los temas que como filósofo de la religión más le han preocupado: ¿cuál ha sido para él la función humanizadora de la religión y su verdad frente a sus múltiples y perversas desfiguraciones?
A esta misma pregunta responden brillantemente todos los autores que escriben en el libro. Cada cual desde su especialidad y perspectiva desarrolla temas que coinciden con los tratados por Fraijó, llevando su reflexión a campos y dimensiones que no hacen sino desentrañar y ampliar lo que Fraijó ha hecho toda su vida.
No voy a comentar, como es obvio, el recorrido particular de los 37 autores, -tarea ímproba e inapropiada para este lugar- sino que prefiero subrayar el modo como Fraijó los aborda, y precisamente desde lo que él mismo ha escrito en este libro. En eso es un maestro.
Fraijó se ha ocupado de los grandes temas de la filosofía de la religión en innumerables artículos y, especialmente, en una quincena de libros; entre otros, subrayo los siguientes: Realidad de Dios y drama del hombre; El futuro del cristianismo; Jesús y los marginados; El sentido de la historia; Fragmentos de Esperanza; El cristianismo, una aproximación; A vueltas con la religión; Dios, el mal y otros ensayos… Los simples títulos indican el campo por el que se embarca el transcurso reflexivo del autor.
El lector advierte enseguida que Fraijó tiene una manera natural de hacer su tarea: invita a la reflexión serena, sin prejuicio, convocando a un diálogo abierto y tolerante. Con él son muchos, cercanos o distantes, los que se sienten invitados a pensar en la religión y a pensar la religión, sin que haya rechazo sin conocerla, sin mirarla con ira o indiferencia, sino con ojos limpios y hasta con empatía y así poder confrontarla con la razón ilustrada y crítica, lejos de todo dogmatismo , lejos de todo fundamentalismo.
Surge de esta manera el diálogo, que tanto necesitamos, entre la razón y la religión; ambas se interpelan y cuestionan: la razón emplaza a la religión a resistir la tentación del dogmatismo y a saber compartir con ella, pudiendo descubrir que, bajo el polvo de la tradición o la costra del dogmatismo, existen aspectos de verdad y sentido ocultos u olvidados.
Dicho esto, ¿sobre qué temas centra Fraijó su interés y reflexión investigadoras? Los enumeran con lucidez los dos autores, responsables de la edición del libro, J. San Martín y J. José Sánchez: : “Fraijó concita en torno a los interrogantes que inquietan a los humanos y se han convertido en los grandes temas permanente de su pensamiento: Los avatares entre religión y ética, el problema del mal y el sufrimiento de las víctimas, el sentido o sinsentido de la vida y de la historia, la desazonadora experiencia de la finitud y de la muerte, el problema de Dios o de su ausencia, el limitado alcance la razón y del lenguaje humano, la esperanza siempre fragmentada” (Pg. 10).
Me resulta imposible, exponer uno a uno los temas citados. Pero no renuncio a citar algunos pensamientos del autor que estimulan, a quienes lo lean, a acompañarle más adentro.
– “Ninguna religión aclara qué puede haber movido a su Dios, o a sus dioses, a crear un mundo presidido por tanto dolor y sometido a tanta destrucción. Las más atrevidas, las monoteístas, nos invitan a familiarizarnos con la idea de la resurrección de los muertos. Obviamente, la filosofía no sabe qué hacer con semejante desmesura. Ni siquiera aceptó nunca el término, aunque se le aproximó mucho acumulando pruebas a favor de la inmortalidad. San Agustín pensaba que la creencia en la inmortalidad suavizó considerablemente el carácter de provocación que, sin duda, fue siempre inherente al sombroso anuncio de la resurrección de los muertos” (Pg. 46-47).
– “En muchos de mis escritos he evocado esas dos fuerzas que luchan en el fondo de cada ser humano: el ímpetu del deseo, que se resiste al perecimiento y a la frustración definitiva, y la pausada y serena interpelación de la razón que nos recuerda permanentemente las obligaciones que tenemos contraídas con la sobriedad y el límite” (Pg. 47).
Largo peregrinar el de Manuel Fraijó por los lares de la filosofía y la teología, tentando y descifrando esa verdad que proclaman las religiones y que fue objeto permanente de su búsqueda. Han sido muchas sus fuentes, desde que comenzó en Alcalá de Henares y siguió luego por Nápoles, Austria, Münster, Tubinga, donde concontró a los “ culpables (Caffarena, Tornos, Gutwenger, Rahner, Kasper, Kúng, Bloch, Moltmann, Panneberg –sobre él hizo sus tesis doctoral- y otros) de sus aportaciones escritas sobre la esperanza, la filosofía de la religión, la fenomenología del hecho religioso, el cristianismo, el diálogo interreligioso, la verdad de las religiones, la utopía, el sentido de la vida, la resurrección, el mal y el devenir histórico, la ética en confrontación con las religiones, los proyectos ilustrados, las grandes teologías del siglo XX y tal vez algún tema más” (Pg. 47).
He intentado, dice,“recrear” lo que ví y oí en los escenarios que me tocó vivir. Y concluye: “Con todo, si se me obligase a destacar algún atisbo de originalidad propia tal vez los situaría en la actitud intelectual con la que me aproximo al hecho religioso. (Así lo han destacado además algunos de los que se han pronunciado sobre mis libros). Tal actitud rehuye tanto la adhesión precipitada (Nietzsche es contrario a cualquier género de adhesión) como el rechazo rotundo. Considero que ningún Dios ha sido lo suficientemente explícito como para que le podamos otorgar una confianza ilimitada. La verdad de las religiones sólo se podrá contemplar, como suele decir el filósofo de la religión J. Hichk, cuando doblemos la “última curva”. Desearía mantener hasta el final el signo de interrogación. No me gustaría incluso quedarme sin preguntas. Pero sé que es el destino de muchas filosofías. Y el filósofo de la religión, si es radical, si atraviesa el desierto de la negatividad, es un firme candidato al mutismo, al silencio. Todas las religiones se mueven, como destacó Feuerbach, en el ámbito de la invisibilidad. Una invisibilidad que, en palabras de D. Bonhoeffer, “nos destroza”, nos condena al eterno tanteo, a la fe, a la “apuesta” de Pascal. “Yo no enseño, narro”, repetía Montaigne; frase que entusiasmaba a Goeethe. Narrar es también lo que han pretendido estas mis páginas”. (Pg.47-48).
3
Enfermedad del fundamentalismo
Leonardo Boff
Octubre -2014
Todo lo que está sano puede enfermar. La religión, al contrario de lo que dicen sus críticos como Freud, Marx, Dawkins y otros, se inscribe dentro de una realidad saludable: la búsqueda de la Última Realidad por el ser humano, que da un sentido último a la historia y al universo. Esa búsqueda es legítima y se encuentra atestiguada en las más antiguas expresiones del homo sapiens/demens, pero puede conocer expresiones enfermizas. Una de ellas, la más frecuente hoy, es el fundamentalismo religioso, que también se manifiesta donde reina el pensamiento único en política.
El fundamentalismo no es una doctrina en sí, sino una actitud y una forma de vivir la doctrina. La actitud fundamentalista surge cuando la verdad de su iglesia o de su grupo es entendida como la única legítima con exclusión de todas las demás, consideradas erróneas y por eso sin derecho a existir. Quien imagina que su punto de vista es el único válido está condenado a ser intolerante. Esta actitud cerrada conduce al desprecio, a la discriminación y a la violencia religiosa o política.
El nicho del fundamentalismo se encuentra históricamente en el protestantismo norteamericano de finales del siglo XIX cuando irrumpió la modernidad no solo en lo tecnológico, sino también en las formas democráticas de convivencia política y en la liberalización de las costumbres. En este contexto surgió una fuerte reacción por parte de la tradición protestante, fiel a los ideales de los «padres fundadores», todos procedentes del rigorismo de la ética protestante. El término fundamentalismo está unido a una colección de libros publicados por la Universidad de Princeton por los presbiterianos que llevaba por título Fundamentals. A Testimony of Truth, 1909-1915 (“Los fundamentos, el testimonio de la verdad”).
En esta colección se proponía un antídoto a la modernización: un cristianismo riguroso, dogmático, fundado en una lectura literalista de la Biblia, considerada infalible e inequívoca en cada una de sus palabras, por ser considerada Palabra de Dios. Se oponían a toda interpretación exegético-crítica de la Biblia y a la actualización de su mensaje para los contextos actuales.
Esta tendencia fundamentalista ha estado siempre presente desde entonces en la sociedad y en la política norteamericana. Adquirió expresión religiosa en las llamadas «electronic Churches», esas iglesias que se valen de los modernos medios televisivos de comunicación que cubren el país de costa a costa y que tienen otras semejantes en Brasil y en América Latina. Combaten a los cristianos liberales, los que practican una interpretación científica de la Biblia y aceptan los movimientos modernos de las feministas, de los homoafectivos, de los que defienden la descriminalización del aborto. Todo eso es interpretado por ellos como obra de Satanás.
La vertiente política asimiló a la religiosa, uniéndola a la ideología política del «destino manifiesto», creada después de la incorporación de territorios de México por parte de Estados Unidos, según la cual los norteamericanos tienen el destino divino de llevar claridad, los valores de la propiedad privada, del libre mercado, de la democracia y de los derechos a todos los pueblos, como lo afirmó el segundo presidente de Estados Unidos, John Adams. Como rezaba la versión popular y política, los americanos son «el nuevo pueblo escogido» que va a llevar a todos a la «Tierra de Emanuel, sede de aquel Reino nuevo y singular que será concedido a los Santos del Altísimo» (K. Amstrong, En nombre de Dios, Companhia das Letras, São Paulo 2001).
Esa amalgama religioso-política ha dado origen a la arrogancia y al unilateralismo en las relaciones internacionales de la política exterior norteamericana que perdura también bajo Barack Obama.
Un tipo semejante de fundamentalismo lo encontramos en grupos católicos extremadamente conservadores que todavía sostienen que «fuera de la Iglesia no hay salvación». Se afanan en convertir al mayor número de personas que pueden para librarlas del infierno. Algunos grupos evangélicos, especialmente en sectores de las iglesias carismáticas con sus programas de TV, revelan discursos fundamentalistas, particularmente de cara a las religiones afrobrasileñas, pues consideran sus celebraciones como obras de Satanás. De ahí los frecuentes exorcismos y hasta invasiones de terreiros para «purificarlos» del Exu.
El fundamentalismo más visible tanto en grupos católicos como en algunos grupos evangélicos se muestra en las cuestiones morales: son inflexibles ante los problemas del aborto, las uniones de los homoafectivos, el empeño de las mujeres por su libertad de decisión. Promueven verdaderas guerras ideológicas en las redes sociales y medios de comunicación contra todos los que discuten tales cuestiones, aunque estas formen parte de la agenda de todas las sociedades abiertas.
Lamentablemente tenemos una candidata a la presidencia de la República, Marina Silva, que manifiesta un tipo de fundamentalismo que es el biblicismo. Hace una lectura literalista de la Biblia, como si en ella se encontrase la solución de todos los problemas. Como bien dijo el Papa Francisco, la Biblia antes que un depósito de verdades es una fuente inspiradora para la iniciativas humanas benéficas. Hay que ponerla detrás de la cabeza para iluminar la realidad, no delante de los ojos, tapando así la realidad.
El Estado brasilero es laico y pluralista. Acoge todas las religiones sin adherirse a ninguna. Según la constitución no es lícito que una determinada religión imponga a toda la nación sus puntos de vista. Una autoridad puede tener sus convicciones religiosas pero no es por ellas, sino por las leyes como debe gobernar. Existen cuatro evangelios, no solo uno. Y todos ellos conviven entre sí en la diversidad de las interpretaciones que dan del mensaje de Jesús. Es un ejemplo de la riqueza de la diversidad. El mismo Dios es la convivencia eterna de Tres Divinas Personas que por el amor forman un sólo Dios. La diversidad es fecunda.
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N o v e d a d e s
Xabier Pikaza: LA NOVEDAD DE JESUS: Todos somos sacerdotes
Leonardo Boff: LA GRAN TRANSFORMACIÓN EN LA ECONOMÍA Y EN LA ECOLOGIA
Benjamín Forcano: SOBRE LA CRISIS
Pedro Casaldáliga: MISA DE LOS QUILOMBOS
Benjamín Forcano: El PAPA FRANCISCO
Andrés Saiz : AL FINAL DEL CAMINO: ANDRES, UN JESUITA FUERA DE LEY