Panel eclesio-teológico -- Benjamín Forcano, teólogo

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

De la revista E X O D O
¿ES HORA DEL EVANGELIO?
Nº 122- Enero – Febrero
1. Cinco claves de lectura del fenómeno eclesial del papa Francisco
Marciano Vidal
2. Entrevista a José Mª Castillo
Por Benjamín Forcano

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Cinco claves de lectura del fenómeno eclesial
del papa Francisco
? Marciano Vidal

Realización de algo ?pre-sentido??
El significado de la elección del papa Francisco y de su actuación en el primer año de su pontificado desborda los límites de la Iglesia para alcanzar los ámbitos más amplios de la sociedad, al menos de la que está condicionada por lo mediático sin excluir, naturalmente, la que se mueve por intereses de poder (político, económico, cultural). El que haya sido portada del semanario norteamericano Time (23 de diciembre de 2013) como «persona del año?? lo pone de manifiesto.

Por razones de espacio concentro mi reflexión en el significado intraeclesial. No descarto, sino que integro en el significado propiamente eclesial, la importancia que tiene el fenómeno del papa Francisco para el ecumenismo cristiano y para el diálogo entre las grandes religiones de la tierra.

Más que por hacer un recordatorio o una exposición de datos, en los que se ha ido desarrollando y manifestando la actuación del papa Francisco, opto por hacer una interpretación de ellos. Por otra parte, la limitación de las claves de lectura al número de cinco no es una concesión a la magia ni al simbolismo. Es sencillamente una opción para poner un límite prudencial a la exposición: suficiente para decir lo esencial y aceptable para no exagerar en verborrea.

Solo personas altamente optimistas, y con un grado bastante elevado de ingenuidad, podrán decir que se veía venir la dimisión de Benedicto XVI. En cuanto a la elección del cardenal Bergoglio para papa, pudo ser prevista por los sagaces analistas que conocían lo que había acontecido en el cónclave precedente en que fue elegido papa el cardenal Ratzinger y que fueron tomando nota del sesgo que adoptaban las discusiones cardenalicias previas al último cónclave. Pero tengo para mí que ni siquiera estos expertos discernidores llegaron a prever el terremoto de sentido eclesial que aportó la primera presentación del papa Francisco en el balcón abierto a la plaza de san Pedro: abandono de alguna determinada vestidura de identificación papal, invitación a la plegaria en común. De seguro que tampoco previeron lo que ha venido sucediendo posteriormente.

Y, sin embargo…., si el fenómeno Francisco ha tenido un amplio significado es porque ese significado ha sido reconocido. Y, si ha sido reconocido, es porque, en gran medida, se esperaba, porque era pre-sentido.

No pretendo hacer juego de palabras. Lo que quiero formular es una primera clave de lectura para entender el fenómeno Francisco en el momento actual eclesial. Es la sazón eclesial la que explica en gran medida ese fenómeno. La forma de realizar el ministerio petrino por parte del papa Francisco no viene a contracorriente ni necesita ser justificada o explicada. Es algo que se deseaba y que, por parte de bastantes, se esperaba.

Hay todavía una generación muy amplia de católicos que fueron tocados por la ilusión del papa Juan XXIII y por la profunda experiencia eclesial (teológica, litúrgica, espiritual, pastoral) del concilio Vaticano II. Lo que ven ahora en el papa Francisco les parece que es realizar, naturalmente de forma actualizada, aquel sueño primaveral de los años 60 del siglo XX. Considero que el papa Francisco es fruto maduro del concilio Vaticano II. Y veo que es maduro porque tiene asumido aquel espíritu y no precisa justificar su actuación acudiendo a textos concretos conciliares. Los que hoy bendicen a Dios por el modo de actuar del papa son los continuadores de aquella llamada mayoría conciliar que, desde la primera sesión conciliar de 1962, comenzaron a vislumbrar algo nuevo. No quiero pensar que la dura y poderosa minoría conciliar de entonces tenga su paralelo en los sectores católicos (y no católicos) críticos ante determinados gestos (por ejemplo, lavar los pies a una mujer, y ésta musulmana, en el lavatorio de Jueves Santo) y ante algunas palabras («¡quién soy yo para condenar a…!??) del nuevo papa.

Pasó mucho tiempo entre las esperanzas suscitadas en el Vaticano II y su cumplimiento. Eso es, al menos, lo que nos parece a muchos de los que en el tiempo conciliar estábamos entre los 25 y los 30 años. Para esos muchos, los tiempos postconciliares han sido tiempos de inclemencia y de invernada -lo anunció el gran teólogo K. Rahner-. La cuerda que impedía la renovación fue apretando cada vez más a teólogos, a pastoralistas, a comunidades de base. La cuerda llegó a estar excesivamente tensada. Había indicios de que la situación era inaguantable. Por eso mismo, el fenómeno del papa Francisco, sin ser previsible del todo, tiene la garantía de haber sido deseado y pre-sentido. Así, pues, es visto y aceptado, por una parte, como una libe¬ración y, por otra, como la realización de una promesa.

El Evangelio: origen y meta
Si el contexto eclesial es una clave de lectura del fenómeno Francisco lo es también, y todavía más, el texto, es decir, el significado que contiene y que expresa la actuación del nuevo papa.

El que haya venido de lejos (de Argentina) para ocupar la sede de Roma, el que haya sido un acompañante y un guía de las comunidades cristianas latinoamericanas con un papel destacado en la última conferencia del episcopado de América Latina y del Caribe en Aparecida (2007), el que hubiera experimentado en carne propia las convulsiones por las que pasó la Vida Religiosa en el postconcilio (habiendo sido provincial jesuita en la época de Pedro Arrupe), el que fuera el primer jesuita a ser llamado a dirigir la Iglesia, el que en la presentación inicial no resaltara que era papa sino que subrayara su condición primera de obispo de Roma: todos estos rasgos constituyen parte de la razón de la amplia significación eclesial del papa Francisco.

Pero, siendo esos rasgos muy valiosos en sí y bastante eficaces para explicar el significado del nuevo papado, este únicamente se entiende si, para ello, se introduce la clave de lectura del Evangelio. El papa Francisco ha instaurado un papado evangelio-céntrico. Esta es, a mi ver, la más decisiva clave de lectura del fenómeno eclesial que comentamos. Hemos conocido múltiples y muy diversas formas histó¬ricas de ejercitar el ministerio petrino. Joseph Ratzinger, junto con otros teólogos alemanes, colocaron una raya de separación entre las formas del ministerio petrino del pri¬mer milenio del cristianismo y las formas del segundo milenio. También dijeron que era posible encontrar sis¬temas de unión de las Confesiones y de las Iglesias cristianas sobre la base de la comprensión teológica y de las prácticas eclesiales del ministerio petrino tal como este fue entendido y realizado en el primer milenio. Esta mis¬ma apreciación parece que, entre otras razones y otros motivos, llevó al papa Juan Pablo II, en la encíclica Ut unum sint (1995), a pedir sugerencias para realizar el mi¬nisterio petrino de una forma que, siendo legítima, no si¬guiera siendo el mayor impedimento para la realización efectiva de la Ecumene cristiana.

Sin negar importancia a esa separación entre el ejercicio petrino del primer milenio y el del segundo milenio, creo que las compresiones teológicas y las prácticas históricas del papado se sitúan en un espectro de paradigmas más amplio y más diversificado. A mi ver, el criterio decisivo para esa diversificación es la determinación del eje central en torno al cual es constituido y es realizado el ministerio petrino. Aludo a algunas formas históricas a fin de re¬saltar la originalidad del papado de Francisco.

– Ha habido papados romano-céntricos, para los cuales la ciudad de Roma, sede episcopal de Pedro y lugar marti¬rial de Pedro y Pablo, fue la principal razón teológica del ministerio petrino así como el ámbito más importante de la actuación papal. Verificación real y simbólica de esta for¬ma histórica es el papado de León I Magno (440-461), al mismo tiempo obispo y prefecto (alcalde) de la ciudad de Roma. Este papa, proclamado «obispo y defensor de la ciudad?? (episcopus et defensor civitatis), asumió el título de pontifex maximus (Gran pontífice), expresión abando¬nada por el Emperador romano.

– Han existido papados vaticano-céntricos, para los cua¬les el Dominio pontificio (en la Alta Edad Media: la do¬nación de Pipino el Breve al papa Esteban II, 754; más tarde: los Estados pontificios; desde los pactos de Letrán, 1929: el Estado de la Ciudad del Vaticano) constituyó un apoyo seguro de existencia para la Iglesia, una tarea de gran preocupación, y un motivo de continua confrontación con el Sacro Imperio Romano Germánico y con otros in¬cipientes Estados europeos. Iniciador de este paradigma del ministerio petrino puede ser considerado Gregorio I Magno (590-604), siendo expresiones cualificadas de él los papados de Inocencio III (1198-1216), de Gregorio VII (1073-1085) y de Bonifacio VIII (1294-1303).

– Han tenido lugar papados curia-céntricos, en los cua¬les la Curia romana, sobre todo a partir de la reorgani¬zación llevada a cabo por Sixto V (1588), constituyó la mediación básica de la función papal así como el órga¬no que detentaba el poder eclesiástico, a veces al mar¬gen y hasta en contra del mismo papa. El concilio Va¬ticano II dejó abiertas las puertas de la reforma de la Curia, pero las realizadas por Pablo VI (1968) y por Juan Pablo II (1990) no cumplieron con el objetivo conciliar. Es esta precisamente una de las tareas encomendadas al papa Francisco.

Además de las tres aludidas existen otras formas históri¬cas de ejercer el papado. Convendría aludir al papado del poder espiritual (iniciado por Pío IX después de la pérdi¬da de los Estados pontificios, 1870) y al papado del ma¬gisterio universal, cuya expresión máxima se encuentra en Pío XII (1939-1958).
Tengo para mí que la gran aportación histórica que trae¬rá -que ya está trayendo- el papa Francisco es situar el Evangelio como el eje central del ministerio petrino. Se¬rá -es ya– un papado evangelio-céntrico.

Puede ser que la presente generación de católicos no vea la desaparición del título de jefe de Estado aplicado al pa¬pa ni la reestructuración radical del servicio de las nun¬ciaturas. Pero la semilla para que advenga esa buena co¬secha ha sido lanzada y está ya germinando en la tierra.
Los frutos que sí verá la generación presente serán, sin duda:

– La reforma de la Curia romana.
– Una mayor fluidez en la relación entre el centro (ro¬mano) y la periferia (las Iglesias locales).
– Una mayor colegialidad y una mayor representación de las Iglesias (sobre todo, las de América Latina, de Asia y de África) en las responsabilidades eclesiales comunes.

En el platillo de los futuros (y esperados) logros también hay que situar la función positiva que tendrá una com¬prensión y un ejercicio evangelio-céntricos del papado pa¬ra la causa ecuménica y para la relación del cristianismo con las otras Religiones.
A pesar del énfasis que acabo de poner, no quiero limitar el carácter evangélico del fenómeno eclesial del papa Fran¬cisco al ejercicio de su ministerio petrino. La tonalidad evangélica se advierte en toda su actuación. En esta se percibe un continuo retorno al Evangelio.

Repito que es esta condición evangélica la que da la má¬xima credibilidad y la mayor garantía de renovación al papado de Francisco, una renovación no limitada al cam¬bio de estructuras sino ampliada a la renovación global del espíritu. En también aquí donde se verifica la cohe-rencia de la actuación con el nombre que el papa ha asu¬mido. El paradigma cristiano que surgió en la persona y en la actuación de Francisco de Asís parece que ha vuel¬to a habitar entre nosotros.
Hay, pues, serios motivos para esperar que haya en el pró¬ximo futuro una eclesiología más evangelio-céntrica, una teología pastoral más evangelio-céntrica, una teología es¬piritual más evangelio-céntrica, una teología moral más evangelio-céntrica.

Sabor a auténtico (una metodología más evangélica) y una cercanía compasiva hacia las personas necesitadas (opción preferencial cristiana).

Estoy convencido de que lo que más ha agradado a la gen¬te sencilla en la actuación del papa Francisco hasta el pre¬sente ha sido, por una parte, la autenticidad en las for¬mas y la cercanía compasiva en el contenido. Soy consciente de que son dos claves de lectura independientes entre sí, pero opino que en este caso pueden ser asumidas como si se tratara de una sola realidad con dos caras: la de la forma y la del significado.

El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Fe¬derico Lombardi, ha tenido que aclararlo porque de otra suerte seguiría en pie la sospecha de que la repercusión mundial del fenómeno Francisco era efecto de una ope¬ración de marketing bien programada y magníficamente ejecutada por una empresa dedicada a esos servicios. Di¬jo el padre jesuita en Toledo el 28 de enero de 2014: «les puedo asegurar que no se ha iniciado en el Vaticano una nueva estrategia de comunicación en el sentido de un es¬tudio previo de las actividades, discursos o gestos del pa-pa con el fin de llamar la atención de presentes y te¬ner éxito. No hay una estrategia planificada desde un despacho??.

Todas las instituciones, pero más las de larga tradición, sufren el anquilosamiento cultural y la tendencia al ba¬rroquismo en los gestos, en la vestimenta, en el lengua¬je. Es a eso a lo que, de modo bastante irónico y hasta des¬pectivo, se le aplica hoy el término de parafernalia (Diccionario de uso de María Moliner, s. v.). La Iglesia, sobre todo en los personajes oficiales (papa, obispos) y en las ceremonias públicas (misas-espectáculo), ha padeci¬do -y, en gran medida, sigue padeciendo- de ese mal, lle¬gando a fórmulas rayanas en el ridículo como los cinco metros de cola que podían tener las capas de los carde¬nales (después de haber sido reducida la capa magna de los doce metros).

En las manifestaciones públicas del papa Francisco la gen¬te sencilla ha visto la autenticidad en los gestos, nacida esta de la verdad y vehiculada por la sencillez. También en esto se constata una vuelta al frescor del Evangelio: «sea vuestro lenguaje: ‘sí, sí, no, no’: que lo que pasa de aquí viene del Maligno?? (Mt 5, 37).

La autenticidad en las formas suele ir asociada a la verdad del contenido. En los gestos públicos -se puede pensar que también en las actuaciones que no tienen una mani¬festación pública- del papa Francisco se advierte una cer¬canía hacia las personas concretas (a veces, llamándolas por su nombre; en algún caso, invitando a un cura co¬nocido a subir a su lado en el papamóvil). Esa cercanía es llamativamente compasiva, como cuando se ha visto al papa acercarse físicamente a una persona disminuida psíquicamente o llamativamente deforme físicamente.

No quisiera quedarme en la periferia de la anécdota si¬no, a través de la corteza de esta, llegar al núcleo de la categoría, realizando así una vez más el sabio camino hermenéutico que nos indicó Eugenio d’Ors. Tanto la auten¬ticidad en los gestos como la cercanía compasiva en el significado de las prácticas públicas del papa Francisco están indicando un camino a recorrer en el pensamiento y en la vida de la comunidad católica.

En las reflexiones éticas recientes, tanto de carácter filo¬sófico como de orientación teológica, se viene sugiriendo la necesidad de reordenar el cuadro de valores o de vir¬tudes que ha predominado en la cultura occidental cris¬tiana. Se impone una nueva aretología (tratado sobre las virtudes, siendo la areté griega lo que es la virtud en el mundo latino) o una nueva estimativa (tratado sobre va¬lores, siendo la estimativa según J. Ortega y Gasset la fa¬cultad para captar y emitir valoraciones preferentes).

Pues bien, en una escala de valores y en un cuadro aretológico de raíz cristiana y de sensibilidad genuinamente hu¬mana, hay valores y virtudes que debieran subir varios puestos. Uno de esos valores o una de esas actitudes que debieran ser revalorizadas es la autenticidad, nacida de la veracidad y encauzada mediante la sencillez. Frente a tanta doblez e hipocresía, frente a tantos formalismos va¬cíos, frente a tantas grandilocuencias estridentes se im¬pone una alternativa basada en la llaneza sencilla y au¬téntica. Quizás con resonancias erasmianas, el Quijote lo expresó con elegancia cervantina: «Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala?? (I, 26).

La cercanía compasiva hacia los necesitados ha sido bien tematizada en la teología de la liberación a través del prin¬cipio práxico y hermenéutico de la opción preferencial por el pobre. La Iglesia católica en su conjunto, desde la jerarquía hasta las comunidades de base pasando por la teología y la pastoral, ha asumido esa orientación. El nue¬vo papado puede ser que ayude a encontrar cauces efi¬caces para su realización.

Por haber elevado a nivel de categoría el mensaje que transmiten las prácticas públicas del papa Francisco no quiera dejar de subrayar la valía en sí de la anécdota. He¬mos asistido, con cierto aire de sorpresa, a determinadas formas de comunicación inhabituales en un papa:
– La homilía, frecuente o casi diaria, en la celebración eucarística en la Casa Santa Marta.

– La entrevista propiamente tal: a destacar la concedida a un grupo internacional de revistas jesuitas y puesta en forma última por el joven y brillante director de la Civilta Cattolica, padre Spadaro (la entrevista fue reali¬zada en agosto de 2013 en la Casa Santa Marta y di¬fundida el de septiembre de ese mismo año)
– La entrevista convertida en crónica (los italianos hablan de resoconto), como la que compuso el citado padre A. Spadaro del coloquio mantenido por el papa Francisco con la Unión General de Superiores Mayores (27 de no¬viembre de 2013).
– La carta pública, como la dirigida al prestigioso perio¬dista italiano y fundador del diario La Repubblica Eu¬genio Scalfari (11 de septiembre de 2013), con poste¬rior entrevista privada según nota del mismo periodista (La República, 1 de octubre de 2013).
– También habría que colocar en este grupo: las llama¬das telefónicas y las cartas no hechas públicas.

Al amplio y diversificado uso de medios habría que aña¬dir las tácticas comunicativas empleadas. Por ejemplo, el empleo de fórmulas sintéticas y redondas que funcionan a modo de titulares.
De seguro que las personas interesadas en la comunica¬ción humana ya habrán pensado hacer -y probablemen¬te ya habrán realizado- estudios sobre la peculiaridad co¬municativa del papa Francisco. Por no ser experto en este saber y porque no es el cometido de la presente reflexión, no prosigo en este tipo de contenido. Lo que me ha inte¬resado resaltar es la autenticidad en los gestos y la cer¬canía compasiva en el significado. Ojalá esa doble orien¬tación consiga carta de ciudadanía en la vida de los católicos, en las estructuras eclesiales, y en el pensamiento teológico y en la actuación pastoral.

Un cristianismo aligerado doctrinalmente, pero más cargado en prácticas de servicio.
Sospecho que el pontificado de Francisco no será reco¬nocido históricamente por haber propiciado un desa¬rrollo especial en los diversos campos del saber teológi¬co: en estudios bíblicos, en formulaciones teológicas, en teoría canónica o en prácticas litúrgicas. El leve aligera-miento en ropaje ceremonial en su primera aparición como pontífice en la balconada de la basílica ante la pla¬za de San Pedro fue presagio de esos otros aligeramientos de carácter doctrinal.

La afirmación precedente no quiere indicar una minusvaloración del pensamiento en el conjunto del hecho cristiano. En el primer documento del papa Fran¬cisco, la exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013), hay una referencia explícita a la necesidad de pe¬netración teológica del kerigma (nn. 160-174). De se¬guro que el servicio teológico seguirá siendo apoyado por el papa. No podía ser de otro modo si se quiere conseguir el objetivo de anunciar la alegría del Evangelio al mundo actual, marcado por variaciones culturales importantes.

Cuando afirmo que el pontificado de Francisco no será un pontificado volcado hacia lo doctrinal quiero subra¬yar algunas sensibilidades que presiento serán rasgos pe¬culiares del próximo futuro en la Iglesia católica. Anoto las siguientes:

– Sin negar que en el ministerio episcopal se dan los tres servicios del enseñar, del santificar y del regir, según se señala explícitamente en Lumen gentium, n. 25, del con¬cilio Vaticano II, el obispo no tenderá a ser teólogo situándose por encima o, lo que sería aún peor, en contra de este. El papa Francisco ha expresado el deseo de que los obispos sean fundamentalmente pastores y que dejen el servicio propiamente teológico a los centros específi¬cos dedicados a ello.

– Ha habido épocas en que para el conjunto de la acción de la Iglesia el cristianismo fue concebido preferente¬mente como una doctrina. Sobre tales situaciones pesó la crítica o, al menos, la sospecha de F. Nietzsche de que el cristianismo consistía en un platonismo para el pueblo. La época presente -y, más, la futura- quiere ver en el cris¬tianismo ante todo una opción de vida.
De los dos rasgos anotados se puede deducir fácilmente que las estrategias y tácticas pastorales que tenderá a pro¬piciar el pontificado de Francisco no buscarán implantar en la Iglesia una exacta y rígida ortodoxia sino una fiel y coherente ortopraxis. Con esta afirmación no quiero ne¬gar la una (la ortodoxia) mediante la afirmación de la otra (la ortopraxis); tampoco quiero deshacer la tensión teo¬lógica entre fe-obras. Lo que pretendo es subrayar la prevalencia de la práctica frente a la teoría a fin de vivir una comprensión correcta de la opción de fe cristiana.

Me viene a la mente el recuerdo del teólogo malagueño José María González Ruiz, a quien se le puede conceder la paternidad de la expresión ortopraxis entendida en re¬lación dialéctica con ortodoxia y quien acuñó la fórmula «creer es comprometerse??. Expresión y fórmula que des¬pertaron del «sueño dogmático?? (de la comprensión del cristianismo en clave meramente doctrinal) a muchos ca¬tólicos en las décadas de los 60 y 70 del s. XX. También rememoro el difícil pero glorioso camino teológico-espiritual-pastoral de las comunidades latinoamericanas des¬de Medellín (1968) hasta Aparecida (2007). El momento presente de la Iglesia católica, bajo la presidencia de un papa que viene de esa «periferia??, está marcado por una comprensión del cristianismo como ortopraxis, liberada es¬ta de las falsas hipotecas marxistas con cuyo miedo a ve¬ces se la quiso ahuyentar del horizonte de los católicos.

Considero que esta variación en la comprensión del cris¬tianismo es una clave decisiva para interpretar el fenó¬meno eclesial del papa Francisco. No se mide el cristia¬nismo por la pureza de la verdad teórica sino por la autenticidad de la verdad de la vida. Esta nueva insis¬tencia no solo es más conforme con el Evangelio sino también más coherente con la cultura general de nuestra época.

Una pastoral ?en positivo?? y un cristianismo liberado del pesimismo antropológico.
A la gente sencilla le agrada que le den ánimos y no re¬primendas, que le indiquen caminos de salida en lugar de cerrarle sendas. Atendiendo de nuevo a la hermenéu¬tica nietzscheana, es preciso que el cristianismo no en¬venene las fuentes de donde brota el placer de la vida y la posibilidad de caminar hacia adelante
Quizás debido a su formación jesuítica, la concepción que del cristianismo tiene el papa Francisco está alejada del pe¬simismo antropológico de corte jansenista y de una vi¬sión trágica del mundo y de la fe a modo de Pascal. Sos¬pecho que su comprensión antropológica será de signo realista, tal como aparece en la constitución Gaudium et Spes: una condición humana que se realiza en la tensión entre la grandeza sublime del don de la libertad y la mi¬seria profunda de la posibilidad de hacer el mal.

La exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 de no¬viembre de 2013) es una presentación de la misión de la Iglesia en positivo, desde y para la alegría del Evangelio. Siendo el Evangelio «el mensaje más hermoso que tiene este mundo?? (EG, n. 277), muchas veces su belleza, su ale¬gría y su fuerza han quedado «sepultadas?? debajo de una antropología pesimista, de una moral rigorista, de un legalismo inhumano, de una pastoral condenatoria.

El papa Francisco parece haber inaugurado en la Iglesia una nueva «retórica?? y una nueva «pragmática?? para ex¬presar y para vivir el Evangelio. Estoy convencido de que esta innovación no es algo pasajero, como una tormenta de verano. Es una variación de largo alcance. Es como una gozosa «primavera?? culminará en un radiante «vera¬no?? y en un «fructífero?? otoño.

Comparto con algunos el que no hay que aumentar ex¬cesivamente las expectativas y que no es procedente co¬locar sobre la persona del papa Francisco la satisfacción de todas nuestras ilusiones y utopías. Pero también creo que no hay que disminuir la esperanza. Esta, además de fundamentarse en garantías de orden religioso, se apoya sobre las condiciones humanas. Una de ellas es, para mí, la que considero metodología de cuño jesuítico que ya es¬tá siendo puesta en práctica por el papa Francisco: utili¬zar bien los tiempos, ampliando el momento de consulta y siendo rápido y certero en las decisiones.

Comparto con algunos el que no hay que aumentar excesivamente las expectativas y que no es procedente colocar sobre la persona del papa Francisco la satisfacción de todas nuestras ilusiones y utopías.Pero también creo que no hay que disminuir la esperanza. Esta, además de fundamentarse en garantías de orden religioso, se apoya sobre las condiciones humanas. Una de ellas es, para mí, la que considero metodología de cuño jesuítico que ya está siendo puesta en práctica por el papa Francisco: utilizar bien los tiempos , ampliando el momento de consulta y siendo rápido y certero en las decisiones.

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ENTREVISTA A JOSE Ma CASTILLO
Por Benjamín Forcano
José Ma Castillo, granadino, de Puebla de Don Fadrique; ordenado sacerdote, fue jesuita y si¬guió en la Compañía hasta el 2007; Licenciado en Teología por la universidad de Granada y Doc¬tor en Teología por la universidad Gregoriana de Roma; por más de 40 años profesor de teología en la Facultad de Teología de Granada y profe¬sor invitado en las Universidades Gregoriana de Roma, Comillas de Madrid y ?José Simeón Ca¬ñas» de El Salvador; cofundador de la Asocia¬ción de teólogos y teólogas Juan XXIII; en 2011 la Universidad de Granada le confiere el Docto¬rado Honoris Causa en Teología; escritor y autor de numerosos libros; docente y conferenciante iti¬nerante en Estados Unidos y Europa (Portugal, Francia, Alemania, Suecia, Bélgica y especial¬mente en Italia). Y en esta trayectoria, diversas veces puesto a prueba y censurado, por ser fiel y libre en su enseñanza.

. José Ma, me siento particularmente dispuesto a esta entrevista, por considerarte viejo amigo, co¬lega de lides teológicas y colaborador de nues-tra revista ?xodo. Creo que te conocemos y te hemos acompañado a sabiendas de lo necesario y valioso de tu labor teológica. Nunca has estado solo. Representabas el sentir de muchas per¬sonas y sectores de la Iglesia, a los que resulta¬ba connatural estar a tu lado compartiendo tus nuevos rumbos y propuestas.

Pregunta. En la iniciada apertura y reforma del Papa Francisco, nos gustaría saber qué ha supues¬to para ti y cómo has recibido la actuación (palabras y gestos) del Papa Francisco.
Respuesta.El nuevo obispo de Roma, el Papa Francisco, es un hombre sorprendente, que cada día me sor¬prende más. A mí y a mucha gente también. Den¬tro y fuera de la Iglesia. Lo que más me llama la atención, en este hombre, no es su forma de ejer¬cer un cargo (el de Papa), sino su forma de vivir (tan profundamente humana). Desde el papado de Gregorio VII (s. XI), lo que más se venía des¬tacando en los papas era el poder, su potestad ple¬na y universal. Y lo peor de este asunto es que hubo muchos papas que, mientras ejercieron el papado, vivieron convencidos de que ellos tení¬an ese poder ilimitado. Lo mismo que muchos cristianos también se lo creyeron y se lo siguen creyendo. Por eso ahora hay muchos católicos que están decepcionados, desengañados y has¬ta irritados con el Papa Francisco. Porque no hace en la Iglesia los cambios que ellos se imaginan que un «Papa ejemplar» tendría que hacer, se¬gún las preferencias de cada cual. Lo determi¬nante de un Papa no es su «potestad», sino su «humanidad».

P. Echando la vista atrás, ¿tu larga trayectoria teológica de más de 40 años fue siempre en una única dirección o señalarías en ella mo¬mentos de cambio importantes?

R. Yo nací y crecí en una familia de derechas, reli¬giosa y chapada a la antigua. En el seminario y en la formación que me dieron los jesuitas se re¬forzaron las convicciones que viví en casa de mis padres. En mis primeros años de sacerdote, yo era un jesuita tradicional. Hasta que, precisamente en Roma, los años que estuve en la Gregoriana coin¬cidieron con las dos primeras sesiones del con¬cilio Vaticano II. Allí empecé a darme cuenta de la distancia que hay entre la Iglesia y el Evan¬gelio. Y lo que empecé a ver en Roma se me con¬firmó y se acentuó cuando volví a España. La convivencia con los jóvenes jesuitas de los años 60 me transformó. Más que profesor o formador de aquellos jóvenes, quise ser amigo de ellos. Lo que tuvo una consecuencia decisiva en mi vi¬da: no sé si fui o no fui educador de aquellas ge¬neraciones juveniles; lo que sí sé es que ellos me cambiaron a mí.

En Roma vi la distancia que hay entre la Iglesia y el Evangelio. Conviviendo con los jóvenes de la década de los 60, me di cuenta de la distancia que hay, además, entre la Igle¬sia y la sociedad. La institución eclesiástica vi¬ve tan lejos de la cultura de nuestro tiempo, que ni se da cuenta de dónde está realmente, ni a dónde va por el camino que lleva. Por eso au¬menta cada día el descrédito del clero. Y la can¬tidad de gente que no quiere saber nada de ese extraño estamento.

P. Dentro del contexto histórico eclesial que te ha tocado vivir, ¿qué significado atribuyes al concilio Vaticano II y cómo valoras el pa¬pel de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI?
R. El entusiasmo y las esperanzas que suscitó el Concilio Vaticano II son el indicador más claro de que es mucha la gente que quiere «otra Iglesia» y «otra forma de estar presente» la Iglesia en el mundo. Pero aquel entusiasmo empezó pronto a tambalearse. Y terminó por hundirse. ¿Qué ocu¬rrió para acabar en semejante fracaso? El Vaticano II renovó la teología de la Iglesia. Pero no cam¬bió el sistema de gobierno de la Iglesia. La Igle¬sia que tiene su centro en el pueblo creyente; y la Iglesia que tiene su centro en la jerarquía go¬bernante, estas dos «iglesias» representan dos eclesiologías yuxtapuestas, pero no integradas la una en la otra, como bien dijo el cardenal Suenens.

La consecuencia ha sido que, en los años posteriores al Concilio, se fue sobreponiendo, más y más, el gobierno jerárquico de la Curia Vaticana a la participación responsable del pue¬blo creyente. El gobierno de la Iglesia tomó así un camino antievangélico. Más identificado con los intereses políticos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher que con la humanidad ejemplar de Jesús. Los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI han tenido a la Iglesia sin gobierno durante más de 30 años. El gobierno lo ha ejer¬cido una Curia dividida y enfrentada en luchas de poder. Hasta desembocar en una situación de marginación social y descomposición interior cu¬ya única salida no ha podido ser otra que la re¬nuncia de un Papa que se vio incapaz para seguir en el cargo.

R. Dentro concretamente de España, ¿el mensa¬je y espíritu del Vaticano II fueron bien recepcionados o se estancaron y fueron blo¬queados? ¿Respaldaron nuestro ingreso en la democracia o la frenaron?
P. Durante el Concilio y los años siguientes, Espa¬ña vivió el final de los 40 años de dictadura y de nacional-catolicismo que mantuvieron a la Iglesia española marginada de Europa. Yo mis¬mo, nacido y educado en Granada, en el mismo colegio en el que había estudiado García Lorca, me enteré de la existencia y muerte de este ge¬nio mundial de la literatura cuando viajé por pri¬mera vez a Italia. No fue mera casualidad que algunas de las instituciones religiosas más integristas hayan tenido su cuna de nacimiento en Es¬paña. Franco siguió, hasta su muerte, multando y metiendo curas en la cárcel de Zamora.

El dic¬tador era el que hacía la terna para los nom¬bramientos de obispos. Y a los nuevos obispos les exigía ir a su palacio a hincarse de rodillas delante de él para jurarle obediencia. El pos-con¬cilio fue tenso y duro. No sólo en España. Tam¬bién en Roma. En 1971 estuve con los obispos es¬pañoles en el Sínodo mundial, dedicado al sacerdocio y la justicia. El cardenal Tarancón fue el relator oficial sobre las «cuestiones prácticas?? que interesaban a los sacerdotes. Sin contar con el cardenal, al imprimir el texto de su discurso, un monseñor de la Curia le cambió varios pasa¬jes importantes.

Las papeletas para el texto final tuvieron que ser firmadas por los obispos. ¿Qué libertad podía enseñar aquella Iglesia? Por eso fue tan meritoria y ejemplar la postura, en defensa de la democracia, que asumió una im-portante mayoría del episcopado, inmediatamente después de la muerte de Franco.
P. Personalmente, puesto que has estado en medio de esta pugna a favor o en contra del cambio, ¿cómo has visto este proceso? ¿Qué repercusiones y costes tuvo en tu vida: re¬signación, resistencia, censura, marginación…? ¿Qué significa este involucionismo para la vida de los ciudadanos y con qué consecuencias?

R.El sentimiento más vivo y desagradable que ten¬go es que fui cobarde. Y por cobardía fui dema¬siado sumiso al sistema eclesiástico. Esto es du¬ro decirlo. Pero es más duro vivirlo. En España, la religión ha sido -y sigue siendo- un factor de¬terminante para el sufrimiento o el bienestar de los ciudadanos. En los años de la dictadura, la Iglesia estuvo de rodillas ante el dictador. Y aho¬ra, en la democracia, está en silencio ante la bru¬talidad de un sistema que concentra el capital y el poder en unos pocos (muy pocos), buscando y aceptando privilegios económicos y legales, al tiempo que mantiene las mejores relaciones po¬sibles con la economía canalla que está destro¬zando la clase media y hundiendo en la miseria a los más débiles. No nos damos cuenta de que el Evangelio no es un libro de religión, sino un proyecto de vida para humanizar este mundo. En Jesús, Dios -al encarnarse- se humanizó. Por eso sus tres grandes preocupaciones fue¬ron la salud de los enfermos, la comida de los pobres y las relaciones humanas. Muchas ve¬ces he buscado más «lo divino?? que «lo huma¬no??. Con frecuencia, este proyecto de vida me ha deshumanizado.

P.¿Dónde encuentras la clave para explicar la ce¬rrazón de nuestra Jerarquía e Iglesia a alinearse con el Concilio y rechazar la modernidad?

R. En la Iglesia somos muchos los que vivimos más preocupados por el poder y la gloria que por re¬mediar el sufrimiento de los más débiles. Por eso el Papa Francisco está sorprendiendo a tanta gente y es uno de los hombres más importantes del mundo. Pero creo que la clave para explicar la cerrazón de nuestra Jerarquía hay que bus¬carla en los orígenes mismos de la Iglesia. Los documentos más antiguos que nos informan de las primeras «iglesias?? son las cartas de Pablo, que se escribieron entre los años 49 al 56. La re¬dacción de los evangelios que ha llegado hasta nosotros es posterior al año 70. O sea, la Iglesia se organizó, no según las enseñanzas del Jesús terreno (al que Pablo no conoció), sino según las exigencias del poder sagrado, tal como se prac¬ticaba en el judaismo y en la religión del Impe¬rio. Este problema no se ha afrontado nunca en la Iglesia. Y todavía no se ha resuelto.

Sin duda, en tu enseñanza teológica hay un cuadro de valores, sopesados por la investi¬gación moderna y por la tradición auténtica de la Iglesia, que tú remites siempre a Jesús y a su Evangelio. Si esto es así, ¿qué es lo que hay que poner en cuestión, esta nueva teolo¬gía o la praxis imperial, obsoleta y mundanizada, de la Curia romana?

La praxis de la Curia romana se basa en un su¬puesto, que es falso y peligroso. Se trata del su¬puesto según el cual Jesús fundó una religión, la religión cristiana. De forma que los mandata¬rios de la Curia son los dirigentes sagrados de esta religión, en la que «lo sagrado?? se tiene que anteponer siempre a «lo profano??, «lo divino?? a «lo humano??. Los problemas que este criterio acarrea para las relaciones de la Iglesia con el Estado y con la sociedad son interminables. Mien¬tras la teología católica siga estancada en este criterio, la Iglesia será una institución trasno-chada, con más de doscientos años de retraso respecto a la cultura de nuestro tiempo. Decidi¬damente hay que afirmar que Jesús no fundó ninguna religión. Jesús vivió y habló de tal ma¬nera que entró en conflicto con la religión. Lo primero, para Jesús, fue aliviar el dolor de los que sufren. Y para dejar patente que eso es lo pri¬mero, desobedeció constantemente a los sacer¬dotes, a los maestros de la ley y a los observan¬tes religiosos. Por eso lo mataron. Si la religión mató a Jesús, ¿cómo se puede decir que Jesús fundó una religión?

P.¿Cuáles serían, en tu quehacer teológico, los tres o cuatro aspectos que has tenido en pri¬mer plano y por los que más te has desvivido?

R. Siempre tuve la impresión de que la teología se preocupaba más por responder a los problemas de siglos pasados que por resolver los proble-mas que ahora interesan más a la gente. Por eso, lo primero que me hizo desvivirme fue el empe¬ño por actualizar la teología, en la medida de mis cortas y bastante limitadas posibilidades. Es¬to fue motivo de crecientes problemas, que son bien conocidos. Mi exclusión de la Facultad de Teología coincidió con el asesinato de los jesuí¬tas de El Salvador. Desde entonces, estuve bas¬tantes años dando clases de teología de los sa-cramentos y de espiritualidad en la UCA. La cercanía a los pobres y a la Teología de la Libe¬ración me hizo más sensible al sufrimiento de los más débiles. En los últimos años, me preo¬cupa mucho el problema de la religión. Son de¬masiados los cristianos a quienes les interesa más la religión que el Evangelio. Justamente al revés de lo que hizo Jesús.

P.Desde la compleja herencia recibida -preconciliar y conciliar-, ¿otorgas al Papa Francisco poder para llevar a cabo las reformas hace tiempo esperadas? ¿Cuáles serían las priori¬tarias y qué condiciones requerirías para po¬der realizarlas?

R.El Papa Francisco lleva sólo un año en el cargo. Un solo hombre, en un solo año, no puede re¬formar lo que se ha construido en casi dos mil años. Además, este Papa se ha encontrado con un episcopado y una Curia romana que él no ha¬bía organizado y creo que a él no le gusta, tal como está. Por otra parte, es una equivocación pensar que el Papa tiene un poder ilimitado. No lo tiene. El Papa está más limitado de lo que ima-ginamos. ¿Qué puede hacer, entonces? Lo que está haciendo. Al Papa Francisco le preocupa más el sufrimiento de los pobres y enfermos, de los ancianos y de los niños, que el esplendor de la religión y de la Iglesia.

A partir de estas pre¬ocupaciones, este Papa ha iniciado un camino nuevo para el cristianismo. Lo decisivo ahora es que los demás sigamos el mismo camino. No nos debe preocupar que se modifique la teología, la moral o el derecho canónico. Lo que debe aca¬parar nuestro interés y nuestra atención es el sufrimiento de la gente, las asombrosas des¬igualdades ante las que no podemos seguir ca¬llados, la corrupción de tantos políticos y hom¬bres de la religión.

P. ¿Ves en camino de reemplazo la vida otrora pujante de la vida religiosa y del sacerdocio presbiteral?

R. Jesús no fundó ni la vida religiosa ni el sacer¬docio. En los evangelios, en la teología de Pablo, en el resto del NT, en toda la tradición del siglo II, no se habla ni de vida religiosa ni de sacerdocio ministerial en la Iglesia. Por tanto, de la misma manera que la Iglesia pudo ser la verdadera Igle¬sia de Jesús sin sacerdocio y sin vida religiosa, no es ninguna herejía ni disparate alguno pen¬sar que pueda llegar el día en que lo mismo los curas que los frailes y las monjas se acaben. Otra cosa es el episcopado, un tema que necesitaría un estudio específico para comprender su razón de ser. Pero una Iglesia sin clero sería una Igle¬sia en la que el pueblo creyente podría recupe¬rar su protagonismo.

Los creyentes en Jesús el Señor se sentirían verdaderamente responsables en la Iglesia, por la Iglesia y para la Iglesia. Tal co¬mo están las cosas, ahora mismo, a este clero le veo un futuro muy problemático. A no ser que en el clero se introduzcan cambios importantes: clérigos que vivan de su trabajo (como hacía san Pablo), que puedan casarse (como lo estaba san Pedro), que vivan pobremente (como vivió Je¬sús). A partir de eso, que cada comunidad -siem¬pre de acuerdo con el episcopado local y con la propia cultura- se organice de forma que pueda responder a las carencias y esperanzas de cada pueblo, de manera que la Iglesia local sea una fuente de esperanza, de justicia y de libertad.

P.Los cambios que estamos viviendo anuncian mutación profunda de los paradigmas tradi¬cionales. ¿Ves en el Occidente posmoderno al¬ternativas de recuperación para la vivencia del cristianismo?
R.El 30 de abril de 1944 escribió Dietrich Bonhoeffer su famosa carta en la que hizo una de las afir¬maciones más lúcidas que se hicieron en el si-glo XX: «Nos encaminamos hacia una época totalmente arreligiosa. Simplemente, los hombres tal como de hecho son, ya no pueden seguir sien¬do religiosos. Incluso aquellos que sinceramente se califican «religiosos??, no ponen esto en prác¬tica en modo alguno; sin duda con la palabra ‘re¬ligioso’ se refieren a algo muy distinto??. En los ambientes cristianos se le ha tenido miedo a Bon- hoeffer. Pero los hechos que estamos viviendo le están dando la razón. La crisis de la Iglesia y de la religión es patente, la estamos palpando y la sentimos en nuestra propia intimidad.

Es más, si el Papa Francisco está teniendo el éxito que todo el mundo ha visto, tal éxito se debe -según creo- a que el jesuita Bergoglio ha desplazado el centro de su religiosidad. Ese centro ya no es¬tá dentro de la basílica de San Pedro, sino fue¬ra del templo, en la plaza, en las televisiones de casi todo el planeta, entre la gente, en sus visi¬tas a los barrios pobres, en su cercanía al sufri¬miento humano. Para el Papa Francisco, el cen¬tro de la Iglesia no está en la religión, sino en la humanidad, en la debilidad de los enfermos, los ancianos y los niños. Eso es lo que ha hecho a este papa, en pocos meses, que sea visto como el «hombre del año 2013??. Al proceder de esta manera, este papa está actualizando la presencia de Jesús. Porque, a fin de cuentas, dos mil años antes que este papa, Jesús fue un profeta de Dios, un hombre de Dios, que no fue muy religioso, al tiempo que fue profundamente humano. Por eso la gente se entusiasmó tanto con Jesús.

Como ahora se ha entusiasmado con el Papa Francisco. Mucha gente no sabe, ni se imagina, que «Dios es un producto tardío en la historia de la religión?? (G. van der Leeuw, W. Burkert…). Mucho antes que en Dios, los hombres pusieron sus creencias en los rituales, en los sacrificios, en las observancias de la religión. Esto es lo que está tocando a su fin. La gente ya está harta de ceremonias, normas, rituales presuntamente sagrados. Le tenemos un misterioso miedo, y hasta pánico, a lo humano. Creemos más en lo económico, en lo político, en lo religioso. Pero sólo humanizando este mundo es como podemos encontrar al Dios que se nos dio a conocer en Jesús de Nazaret.

P. ¿O va a ser, al final, una batalla entre el men¬saje liberador de Jesús -y de otros credos éti¬cos y religiosos- y el proyecto reductor y de¬vastador del neoliberalismo globalizado?
R. No estamos ante la batalla entre la religión y el capitalismo. Todo lo contrario: religión y capita¬lismo se sustentan mutuamente, se legitiman y perviven ayudándose entre ambos. La batalla de¬cisiva es la que se ha desencadenado entre lo humano y lo inhumano, entre la felicidad y el su-frimiento. Ahí, en eso justamente, es en lo que se va a decidir el futuro de la humanidad. Y el fu¬turo del cristianismo. Teniendo siempre en cuen-ta que solamente lo que nos hace felices es lo que nos hace verdaderamente humanos. El «ho¬mo sapiens?? dio sus primeros pasos, en este mun¬do, hace cien mil años. Desde entonces, lo hu¬mano se ha ido sobreponiendo a lo inhumano. La crisis actual no es el final. Es un paso ade¬lante. Y será un paso decisivo.

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E X O D O n. 122 – Editorial
Hora del evangelio, desde que hemos conseguido hacer de la memoria una herramienta de extensión de nosotros mismos, ha sido siempre. En nuestra era, los cristianos que reconocieron «evangelio?? en la persona y en los dichos y gestos de Jesús de Nazaret eran muy conscientes de estar enfrentando, con esta apropiación, la teología oficial del imperio que confesaba a Augusto evangelio verdadero. La inscripción de Priene actualmente en el Museo Pergamon de Berlín llega a decir que el natalicio de Augusto es una nueva creación: «el comienzo de todo… el comienzo de la vida y del vivir??. porque, «con su epifanía, Augusto salvó al mundo entero de descender al caos y excedió las esperanzas de quienes profetizaron buenas noticias [euaggelia para el futuro??.

Dada la fragilidad humana y los límites de caducidad que nos cercan, siempre vamos a necesitar algún evangelio que nos ayude a romper las cadenas de la cotidianeidad que nos atan y nos abra a la novedad que persigue siempre la vida. Porque el espíritu humano es indomeñable. La historia está cargada de momentos que confirman esa ley no escrita pero certera: la novedad irrumpe cuando el horizonte aparece más cerrado, o, en la visión del profeta, «en la oscuridad de la noche brilla una gran luz?? (Is 9).
Nuestros días también están esperando algún evangelio que nos mueva a romper la locura de una sociedad mundialmente desarticulada; a superar el vértigo que nos produce la brecha entre los poquísimos super avaros de la economía y sus innumerables víctimas; a no permitir que la tierra se nos convierta en un inmenso desierto; a no soportar por más tiempo las divisiones entre instituciones de sentido como las religiones. Necesitamos un evangelio que nos impulse hacia una civilización intercultural y planetaria.

Con sorpresa, en la larga noche del postconcilio, estamos asistiendo a la novedad que ha supuesto la llegada del papa Francisco. Sus gestos personales están resultando un revulsivo contra el desánimo y están poniendo en práctica lo que él llama la «revolución de la ternura??. ¿Es otra vez hora de buenas nuevas?
En ?xodo nos ha interesado particularmente su hoja de ruta, su programa -aún en expectativa- como aparece en su exhortación Evangelii Gaudium. Mirando de reojo este documento, hemos programado este número que ponemos en tus manos.

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