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Orar es cosa de curas y monjes/as!, se repite con frecuencia. Pero se puede decir que es algo que compete a todo ser humano, al menos al creyente, en cuanto que en su interior siente el impulso y la necesidad de contactar con el Misterio, con Dios, relacionarse con ?l y entrar en diálogo con un Tú que plenifica y da sentido a la existencia humana. Es, en definitiva, un encuentro no casual, sino buscado, donde se realiza una experiencia religiosa radical, que, como escribe P. Ricoeur, es una ?síntesis de presencia e interpretación??.
Ahora bien, en primer lugar, ¿cuál es el por qué de la oración?; o lo que es lo mismo, razón o razones, por las que el ser humano, hombre o mujer, siente la necesidad de contactar y dialogar con el Tú trascendente y a la vez inmanente. Ya Aristóteles nos dio una clave, cuando, al preguntarse por el origen de la Filosofía, se responde que está en ?el asombro??, en la capacidad de asombrarse, de maravillarse, que tiene el ser humano. El encuentro, pues, con lo enigmático y misterioso es inmediato y, desde esta realidad nueva, el siguiente peldaño es el Misterio. A este respecto nos recuerda HU von Baltasar que el hombre ??es un ser con un misterio en el corazón, que es mayor que él mismo??.
Zubiri va más lejos. Dios es la realidad fundante de todo lo real, una ?realidad-fundamento??, a la que el ser humano ha de estar re-ligado, ya que ?el hombre encuentra a Dios en la plenitud de su ser?? o dicho de otro modo, el ser humano es ?una manera finita de ser Dios??. Asimismo Pablo de Tarso, que proviene de un mundo donde no hay diferencia entre atrio y templo, expresa con vehemencia la religación en su discurso filosófico a los atenienses: en Dios ?vivimos y nos movemos y existimos?? (Hchos., 17,28). Dios, nos viene a decir Pablo, es el ancla de nuestro ser, sustenta nuestra finitud y nos recrea en cada momento. El estar, pues, religado al Ser trascendente pertenece a la estructura óntica del hombre, del homo religiosus. Viene en nuestra ayuda Ortega y Gasset, quien no concibe que ??ningún hombre, el cual aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso??. No menos explícito es ?. Cioran, filósofo cercano al nihilismo, cuando confiesa: ?Yo no aguantaría una temporada en el paraíso, ni siquiera un día. ¿Cómo explicar entonces la nostalgia que tengo de él? No la explico; vive en mí desde siempre; estaba en mí antes que yo??. Desde esta nostalgia óntica surge la necesidad del encuentro con Dios, es decir, la oración.
En segundo lugar, una vez expuesto el por qué de la oración, hay que preguntarse por el para qué. Aquí la lista puede ser interminable, desde dar gracias por el don de la existencia, ese regalo del que poetiza JM Valverde, hasta pedir disculpas por las incoherencias múltiples en la rutina del día a día o manifestar nuestra preocupación por necesidades varias. Pero he de resaltar un para qué imprescindible: el tomar conciencia de que yo soy responsable del otro, como advierte E. Lévinas; y así como no puedo abdicar de mi yo, no puedo tampoco abdicar del otro. El encuentro con Dios, mediante la oración, no puede enclaustrarse en un narcisismo solipsista; tiene su propia urgencia que impele al hombre a la responsabilidad por el otro, pues, y me remito a Laín Entralgo, aunque yo esté solo, otros yos, ?otros?, y mi encuentro real con tal o cual hombre no será sino comprobación empírica y viviente de esa ontológica estructura de mi propio ser.
Oración y compromiso. Encuentro y diálogo con Dios es encuentro y diálogo con otro ser humano. La oración personal, la oración en el atrio, no puede caer en un pietismo, tan en boga en muchos grupos religiosos y espacios cenobíticos, donde se prima la relación personal con Dios, mientras que se margina, o hasta se desprecia, la relación comunitaria, el compromiso con la realidad sufriente del otro, sea cual que sea su origen. Jesús de Nazaret marca una senda formidable y sin recovecos: ora al Padre y atiende a quien lo necesita, denunciando a su vez las injustas e hipócritas actuaciones de muchos de su sociedad. No sé qué se podría decir de las actuaciones tanto del arzobispo de Valencia, Cañizares, defendiendo la unidad de España, como la del obispo de Solsona, Novell, defensor de la independencia catalana, quienes, ni uno ni otro, han denunciado, como se merecía, la corrupción o las políticas injustas de recortes promovidas por Rajoy y por Mas, las cuales han empobrecido a la mayor parte de la población española y catalana.
Oración y compromiso también desde la oración comunitaria, la del templo, la litúrgica. Si se vive comunitariamente las exigencias de la oración, no se puede echar en saco roto el compromiso con la realidad histórica que viven los otros, con quienes oramos juntos. G. Bernanos, en el Diario de un cura rural, afirma que si ?Dios nos diera una idea clara de la solidaridad que nos une a los demás, para el bien y para el mal, no podríamos, efectivamente, seguir viviendo??. Partiendo de la imperiosa necesidad de la oración, el activismo solidario, la acción frenética en favor de los demás sin el soporte de la oración, se languidece más pronto que tarde, perdiendo vigor y frescura.
Para Simone Weil ?el prójimo, los amigos, las ceremonias religiosas, la belleza del mundo no pasan a ser irreales tras el contacto directo del alma con Dios, al contrario, entonces es cuando se hacen reales esas cosas que antes eran medio sueños??.