Vuelven los rumores de que en Roma están preparando una nueva instrucción sobre la liturgia. En realidad, da la impresión de que siempre están preparando un documento de ésos. Sobre la liturgia o sobre cualquier otra cosa. Pero esta vez los rumores son persistentes. El tal documento lleva años dando vueltas por las oficinas vaticanas, recibiendo correcciones y más correcciones. Hasta que al final, el día menos pensado, ¡zás!, nos caerá encima como una losa.
Y se dice que uno de sus contenidos, el que corre más de boca en boca, es que se vuelve no sólo a autorizar sino a recomendar la misa en latín. No me extrañaría que se recomendase también que el sacerdote celebrase dando la espalda al pueblo. Claro que no se expresaría así, sino que se diría que el sacerdote y el pueblo deberían estar vueltos todos en la misma dirección, supongo que hacia Dios. No se trataría de volver a la misa de san Pío V, liturgia que algunos grupos siguen celebrando con autorización expresa, sino a la de Pablo VI, pero en latín.
¿Un movimiento sin sentido? ¿Un guiño a los más conservadores? ¿Un canto del cisne a la que fue, y ya no es por mucho que quieran algunos, la lengua de la Iglesia? De todo un poco pero también un paso más en la cancelación del Concilio Vaticano II y, lo que es peor, una vuelta más de llave a la puerta de la iglesia que se cierra ante el mundo. Ya no es que usemos unas palabras difíciles de comprender (parénesis, kerigma, discernimiento y tantas otras). Ahora cortamos por lo sano y queremos usar una lengua diferente, una lengua que nadie usa ni comprende, una lengua que a algunos les parece llena de misterio. Hasta no me extrañaría que hubiese gente, de esos de la New Age, que volviesen a la iglesia por el gusto de estar en una celebración que sería más misteriosa, por incomprensible, y más llena, supongo, de incienso para terminar de dar ambiente.
En realidad todo es un rumor. No hay nada seguro. Pero ya es preocupante que surja un rumor de este tipo. Y que haya personas en la iglesia que lo acojan y que piensen seriamente en su posibilidad. Hasta ha habido quien me ha recordado amablemente que el texto de la constitución sobre la sagrada liturgia no dice que en adelante se celebrarán misas en lengua ?vernácula?? (palabra extrañísima que se usa entre los liturgistas para hablar de los idiomas que hablamos en la vida real) sino que, si se viera necesario, se podrían hacer algunas celebracio¬nes en esas lenguas ?vernáculas??. Es decir, el texto da por supuesto que la lengua oficial y habitualmente usada es el latín. Y si no se lo creen busquen en el documento de sobre la liturgia del Vaticano II, los números 36 y 54, lean también los otros números que encontrarán de paso. Verán con sorpresa que algunos textos del Concilio (no todos, claro) se han quedado muy viejos porque la vida les ha sobrepasado.
Para ser honestos, con los textos del Concilio en la mano, nos pueden poner el latín como la lengua de la liturgia y dejar las lenguas ?vulgares?? o ?vernáculas?? para algunas cuestiones accesorias. ¡Qué pena! Aumentaremos la distancia entre la iglesia y el mundo de hoy. Y lo que es peor, Dios, el Dios de Jesús, cada vez se nos quedará más lejos.
Porque, digo yo, el Dios que se encarnó y se hizo uno de nosotros, que caminó por nuestras calles y bebió en nuestras tabernas, como decía una canción de Cantalapiedra, seguramente no habló en latín, ni utilizó el incienso ni cosas parecidas. Lo suyo no era el misterio ni la lejanía sino la transparencia y la cercanía. Hablaba el mismo lenguaje de las personas que le rodeaban, sintió con pasión sus dolores y se alegró con sus alegrías. Fue a una boda y no sabemos con seguridad si estuvo en la ceremonia religiosa pero sí está atestiguado que estuvo en el banquete. Se mezcló con los pobres y gente de mala fama.
A todos los habló de Dios Padre y de su reino. A todos los invitó a comer sin preocuparse de las normas de pureza. ?l mismo se hizo impuro. Pero siempre prefirió estar con esa gente que mezclarse con los sacerdotes y los fariseos. Lo suyo no fue el templo sino la calle, no el centro sino el margen. Al final, lo mataron los poderosos y fue enterrado en una sepultura fuera de las murallas. Los pobres lo reconocieron vivo y sintieron revivir su esperanza.
Hoy parece que algunos en la iglesia están empeñados en olvidarse de Jesús y convertir la iglesia en un recinto donde los pecadores y la gente de mala ralea no puedan entrar, donde se hable un idioma que nadie entiende hoy en día. Ni siquiera los más cultos. Para marcar distancias. Frente a Jesús, siempre cercano, quieren una liturgia misteriosa y lejana, rodeada de los humos del incienso y celebrada en un idioma extraño. ¡No quieren caer en la vulgaridad de usar una lengua ?vulgar??!
¿No han pensado en la división que se creará? Empezará a haber parroquias que celebren la liturgia en latín ?las oficialmente buenas y cumplidoras? y las que no. Los católicos, los pocos que van todavía a misa, se dividirán. Terminarán siendo unos de Pablo y otros de Apolo.
Creo que es lícito preguntarse en qué mundo viven los que así piensan. Y también en qué Evangelio creen. Hace unos días escuché a un conferenciante que en la iglesia la mayoría vivimos en la nostalgia del ?Cuéntame??, que los jóvenes viven en ?Los Serrano?? y que los obispos, la jerarquía eclesiástica en general, viven en ?Crónicas de un Pueblo??. Y, a fe mía, que se quedó corto.