Dijeron aquello que les habían enseñado, mantuvieron aquello que habían prometido, en nombre de la Iglesia, en nombre del Estado que les había confiado también una tarea social y religiosa. Fue hace 42 años, en septiembre del 1964. Los obispos españoles defendieron el derecho de Dios y de la Iglesia, contra las ?libertades subjetivas?? de la modernidad. Algunos (¡Quiroga Palacios!) fueron grandes personajes. Y sin embargo, mirados desde hoy (2006), estaban equivocados. Les recuerdo con cariño. Eran de otro mundo, no supieron ver los cambios, desde el evangelio.
Es importante saber lo que dijeron para entender o situar a parte de los obispos actuales de España, que quizá no han aprendido la lección de entonces. Dejo al lector que juzgue. Me limito a ofrecerle informaciones que aparecen en G. MICCOLI, ?Dos cuestiones delicadas:La libertad religiosa y las relaciones con los judíos??, G. Alberigo (ed.), History of Vatican II, vol IV, Peeters, London 2003. Próxima trad. Sígueme, Salamanca 2007].
El 23 de septiembre de 1964 Mons. De Smedt, obispo de Brujas, presentó en Vaticano II la nueva declaratio ?De libertate religiosa??. Dos opiniones se enfrentaban.
(1) Los defensores de la doctrina tradicional propia del Magisterio pontificio del siglo XIX. Según ella, sólo la verdad tiene derecho a la libertad, mientras que al error, ?para evitar mayores males??, se le puede conceder sólo una relativa ?tolerancia??. Según esta concepción, el modelo ideal era un Estado católico, llamado a regir y gobernar la sociedad inspirándose en las normas enseñadas por la Iglesia y a impedir la difusión de falsas doctrinas que, a juicio de la Iglesia, pudieran poner en peligro la salvación eterna de sus ciudadanos.
?sta era la ?tesis?? que se aplicaba puntualmente, de manera más o menos íntegra, cuando las condiciones históricas ofrecían la posibilidad de hacerlo, y la sociedad civil se presentaba, al menos oficialmente, como una sociedad católica compacta. Sólo como ?mal menor?? (como hipótesis) se admitía la libertad religiosa allí donde la mayoría gobernante no era católica. Así se defendía los derechos intangibles de Dios y la misión inmutable de la iglesia.
(2) Los defensores de la ?nueva doctrina?? tomaban como punto de partida las ?declaraciones de la libertad religiosa??, promovidas desde la Revolución Francesa y la Constitución de los Estados Unidos de América, a partir de finales del siglo XVIII. Iban en contra de todo el Magisterio Pontificio del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, que había puesto de relieve ?los derechos de Dios?? y de la Iglesia, frente al riesgo de los ?derechos humanos??. Tenían que mostrar que el nuevo espíritu de la modernidad no sólo no iba en contra del Cristianismo, sino que se inspiraba en los principios cristianos de la libertad humana y del valor infinito de la persona.
Fue un debate durísimo, quizá el más fuerte que ha existido en la Iglesia Católica en todo el siglo XX (quizá desde el siglo XVI). Un debate que aún no ha terminado. Aquí no quiero recoger los argumentos ni los discursos, de un lado o de otro, sino que me limito a resumir, partiendo del libro ya citado, las aportaciones de algunos obispos españoles, muchos de ellos muy queridos, los obispos de mi infancia y mi primera juventud.
El documento lo presentó De Smedt, defendiendo la apertura la modernidad y la exigencia del diálogo ecuménico, pues ?nadie debe ser forzado a abrazar la fe. En contra de eso, muchos cardenales y obispos de la Curia Vaticano (como el Cardenal Ottaviani y el Cardenal Ruffini), consideraba el concordato español del año 1953 como un modelo para las relaciones entre la Iglesia y el Estado, un concordato en el que el Estado Español reconocía la religión católica como ?religión de Estado??, de manera que las leyes de la Iglesia eran leyes oficiales para España.
En este contexto se sitúan las intervenciones de los obispos españoles, que querían ser fieles a su formación y a su conciencia y que tenían que luchar entre dos frentes. (1) Por un lado estaban presionados por el gobierno, que quería defender su opción ?católica??, manteniendo la unidad española sobre criterios religiosos. (2) Por otro lado, tenían que responder a los grupos de sacerdotes y laicos que, desde la clandestinidad, denunciaban el carácter opresor del régimen franquista, los graves peligros inherentes a los estrechos lazos que la jerarquía eclesiástica mantenía con él, las consecuencias nefastas que tales vínculos suponían para la vida cristiana. Estas fueron las intervenciones más significativas.
El Cardenal Quiroga y Palacios, arzobispo de Santiago de Compostela, dice que el texto que quiere aprobar el Concilio muestra gran solicitud por la unión con los hermanos separados, probablemente para favorecerla, pero no presta casi la más mínima atención a los gravísimos peligros para la fe y la caridad, a los que expone a los fieles católicos. A su juicio, el texto conciliar responde al espíritu y a la mentalidad de aquellas regiones a las que en un tiempo se las llamaba ?protestantes??, pero olvida por completo el espíritu y la mentalidad de las regiones y de las naciones en las que la mayor parte de la población es católica… Si se aprueba el texto de la libertad religiosa puede surgir en esos países católicos tradicionales un tipo de revolución, que lleve a la libertad desenfrenada.
López Ortiz, obispo de Tuy-Vigo, afirmó que no se puede decir que el Estado (¡un Estado Católico!) sea incompetente para juzgar acerca de la verdad en materia religiosa. Esa doctrina (de la separación entre Iglesia y Estado) es a su juicio una afirmación cargada de funestas consecuencias y que pretende cambiar radicalmente la doctrina aceptada y propuesta hasta ahora por el magisterio de la Iglesia… ?Cuando un Estado declara ser católico,… entonces lo único que hace es manifestar solemnemente su obediencia a la ley divina, su voluntad de tributar públicamente a Dios el culto debido, su obligación de ayudar a la Iglesia con sus propios actos??. Eso es lo que la Iglesia, desde el siglo IV, con su constante magisterio, ha venido enseñando incesantemente como la tarea del Estado.
Para Temiño Saiz, obispo de Orense, la intención del documento conciliar (que quiere expresarse en términos adaptados a nuestro tiempo, tratando a la vez de conservar fielmente la doctrina de la Iglesia) es una intención laudable. Pero la idea que lo impregna todo, a saber, que todas las asociaciones religiosas y todas las religiones poseen los mismos derechos y merecen la misma consideración social, no puede compaginarse con la doctrina del Concilio Vaticano I, con el Magisterio papal y con y con la revelación. No todos los grupos religiosos son iguales, ni pueden tener los mismos derechos. En un Estado católico sólo la Iglesia católica puede gozar de todos los derechos.
Mons. Granados García, obispo auxiliar de Toledo, condenó como ?doctrina nueva en la Iglesia?? (como doctrina anti-cristiana), el derecho a la propaganda indiscriminada de las diversas religiones. Conforme a la tradición cristiana, sólo la verdad de la Iglesia católica pude propagarse sin perversa. Puso de relieve el hecho de que la sociedad humana no admite fácilmente la propaganda de errores que atentan contra el bien común, como sucede, por ejemplo, con la licitud del suicidio. ¿Por qué habrá que admitir entonces, con tanta facilidad, la propaganda del error religioso? ?¿Es que quizás no consideramos tan peligrosos los errores religiosos???. Por eso, para defender el derecho de la verdad, hay que evitar que se propaguen los errores religiosos. Eso significa que puede haber una ?tolerancia??, pero no una verdadera libertad para los errores.
El Cardenal De Arriba y Castro, obispo de Tarragona, tuvo una intervención breve y desolada ?Yo, el más insignificante de todos, quiero expresar únicamente los daños que ya han comenzado a causa de tantas disputas. Por lo demás, baste recordar que sólo Cristo es el Maestro, y que sólo lo son los apóstoles nombrados por él y los sucesores de los mismos, es decir, la Iglesia Católica. Nadie más tiene derecho a predicar el Evangelio. El proselitismo es un verdadero azote para la Iglesia de Cristo. En España se están viendo ya sus frutos: el abandono de la práctica religiosa e incluso algunas apostasías??.
El ataque de los españoles se concentró principalmente en la afirmación de que las autoridades públicas no son competentes para pronunciarse sobre la verdad en materia religiosa. Esa es una doctrina que ?debe rechazarse por completo??, porque va en contra la Sagrada Escritura, de la tradición de la Iglesia y, de un modo especial, se opone a las enseñanzas constantes de los sumos pontífices, que han sido invariables (condenando la libertad religiosa) a lo largo de todo el siglo XIX.
Por su parte, Mons Muñoyerro (Arzobispo titular de Sion) hizo ver dramáticamente los peligros a los que semejante doctrina hace que queden expuestos los concordatos. Si triunfa la doctrina de la libertad religiosa, los gobernantes católicos, obedeciendo al concilio, deberán rescindir esos concordatos, que el mismo Vaticano ha propiciado, sacrificando de este modo la unidad católica de sus países.
Si sigue adelante el documento de libertar religiosa ?se perderá aquella unidad de la que disfruta España, que posee el gran mérito de haber salvado al Catolicismo en la edad Moderna, de haber hecho que la América Latina y las Filipinas fuesen católicas, de haber conseguido en nuestro tiempo la grande y única victoria contra el comunismo??. El arzobispo concluía: ?Reverendísimos Señores, os ruego que tengáis bien presentes estas cosas para evitar los males que pueden predecirse, si el gobierno español decidiera rescindir el concordato y fomentara la libertad en materia religiosa, como se propone en el esquema
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Numerosas intervenciones repite la acusación de que la declaración se halla en abierta contradicción con el magisterio pontificio, disipa su autoridad y sugiere la idea de que la Iglesia ha podido engañarse. Mons. Hervás y Benet, prelado de Ciudad Real, autor de un extenso y detallado ?votum2 (escrito dirigido al Concilio) apela finalmente de manera directa al Papa para exponerle las gravísimas consecuencias que la doctrina contenida en la declaración (que introduce verdadera y propiamente ?cosas nuevas?? en la enseñanza de la Iglesia) no puede menos de tener para la autoridad del magisterio pontificio.
Estos obispos españoles tenían razón: la nueva enseñanza del Concilio sobre la libertad religiosa contradice abiertamente al magisterio tradicional de la Iglesia y va en contra de casi todos los textos de los papas, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Ciertamente, los defensores de la ?libertad religiosa?? podían apelas al espíritu evangélico, a la caridad de Cristo y al cambio de las circunstancias históricas.
Pero, de hecho, el texto del Concilio iba en contra de la última tradición católica y se acerca a mucho más a ciertos ?errores?? del modernismo que al Magisterio Pontificio. Lo que estaba en juego no era algo marginal. Los españoles no luchaban simplemente a favor del franquismo o de su ?teología particular??; ellos defendían algo que había sido connatural en la iglesia católica (al menos en la Iglesia fiel al Vaticano) en los últimos dos siglos. No quisieron ser ?políticos??, no quisieron ?plegarse??. Defendieron lo que les habían dicho, lo que habían aprendido, lo que estaban viviendo.
Los obispos españoles defendían lo mismo que ha seguido defendiendo Marcel Lefebvre, que ya entonces ponía de relieve las consecuencias catastróficas que la declaración sobre la Libertad religiosa tendría en el terreno religioso, moral y político-social, para la evangelización y para el apostolado de la Iglesia. Lefevre afirmaba que la declaración estaba inficionada de relativismo y de idealismo, y concluyó dramáticamente: ?Si esta declaración es aprobada solemnemente en su forma actual, entonces sufrirá un gran detrimento el respeto del que la Iglesia Católica disfruta entre todos los hombres y entre todas las sociedades por su indefectible amor a la verdad hasta el punto de derramar su sangre y por el ejemplo de virtud, tanto individual como colectiva, y esto sucederá en perjuicio de muchas almas, que no se sentirán ya atraídas por la verdad católica??.
Pues bien, en conjunto, los obispos españoles ?supieron perder?? (¿perdieron de verdad?). Ellos aceptaron de manera ejemplar el Concilio. Así contribuyeron a la transición española, que estaba ya iniciándose en esos años. He dicho que supieron perder, pero los problemas de fondo continúan. Las cosas no suelen resolverse en 42 años.