Más de una década los movimientos renovadoras en la Iglesia católica, así como los medios de comunicación, pusieron el dedo principalmente sobre los males dentro de la Iglesia.
Se señalaba el abandono del espíritu del evangelio y del Concilio Vaticano II bajo el papado de Juan Pablo II y su principal asistente Ratzinger, reclamando a la vez una reforma radical de las estructuras jerárquicas concebidas como dominantes y obsoletas dentro de la comunidad eclesial. Aparentemente no ha cambiado absolutamente nada.
Por lo contrario: Al llegar Ratzinger al Papado, y ante sus declaraciones que han desconcertado a pueblos indígenas en Latinoamérica, a grupos islámicas y a iglesias protestantes, se interpreta con señales de retroceso al los tiempos de la contra-reforma. Paralelamente se infla con fuerza la influencia del la corriente fundamentalista y autoritaria del Opus Dei.
Sin embargo, al leer con equidad los signos de los tiempos el cambio está reproduciéndose y el esfuerzo por una iglesia más acorde con el evangelio y los tiempos no era en vano. El desarrollo paso a una segunda etapa: de los mitos destruidos, a la reconstrucción del edificio, del desenmascarar a la exaltación de lo verdadero y bueno dentro y fuera de la Iglesia oficial. En esta tarea constructiva hasta obispos se involucran. Veamos:
En la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CEPAL) del año pasado en Aparecida (Brasil), como recientemente en el Sínodo mundial en Roma, se enfatizó más que nunca la importancia del laicado, no solamente debido a la escasez de sacerdotes sino como consecuencia de una fe viva.
En Aparecida, los obispos Latinoamericanos reconocían la vigencia y animaron a las comunidades eclesiales de base, y confirmaron la validez de la teología de la liberación, movimientos que partieron del Concilio Vaticano II y, seguidamente de las conferencias episcopales latinoamericanos de Medellín y Puebla. El ajuste posterior del documento final aprobado en mayoría por una mano desconocida, antes de llegar a manos del Papa, no anula el ánimo del episcopado latinoamericano.
Aparecen obras de teólogos católicos libres y serios que con argumentos sólidos y científicos marcan una aproximación al Jesús histórico, frente al Jesús de la fe como se lo concebía en el curso de los siglos, dejando entrever entre líneas, que es aquel en que continuamente la Iglesia ha de inspirarse.
En el Perú, en cuanto los medios de comunicación- aparte de lo folclórico – todavía se interesan de la fe cristiana, dan la voz al obispo emérito Bambarén, o al Mons. Dammert, emérito el primero y fallecido el segundo. El arzobispo, cardenal y máximo representante de la secta del Opus Dei, apenas les merece una nota al margen.
No solamente en América Latina hay obispos y sacerdotes que van un camino nuevo y propio . En Alemania, la cuna de Benedicto XVI el arzobispo Reinhard Marx defendió recientemente a su homónimo Carl Marx en una entrevista con el semanario Der Spiegel. «Su movimiento marxista – dijo – tenía causas reales y pone cuestiones justificados». «Nosotros, con la ética social de la Iglesia, no confundimos jamás la obra del filósofo de Marx con Stalin y el GULAG».
Esta simpatía humana de Mons. Reinhard, significa un aliento importante para la teología de la liberación, tan sospechoso para Ratzinger que era su predecesor en la sede de Munich. – Otro obispo que con sus declaraciones contrasta con el actual Papa que no les atribuye a las iglesias protestante la designación «iglesia», es el obispo de Hamburgo Hans-Jochem Jaschke. Según la agencia epd el obispo expresaba elegios por Martín Lutero por su lucha contra el comercio con indulgencias con lo cual se financiaba la construcción de lacatedral de San Pedro.
De acuerdo a Mons. Jaschke, los 95 tesis que Luthero pegó a la puerta de la Iglesia de Wittenberg son válidas también para la Iglesia católica y no causan divergencias para teólogos católicos de hoy. Se sabe que esta acción de Lutero era la chispa de la reforma protestante, lo demás se debía a fuerzas más políticas que religiosas. Todos estos signos de los tiempos apuntan hacia cambios que van a la raíz de donde toda vida brota.
¿Quién, después de tres años de vida pública, hubiese dado a Jesús algún chance, de poner en marcha un movimiento mundial frente a tanto imperio religioso y político? Pero, la fe mueve montañas. Por eso no se justifica la resignación de los débiles y marginados por el sistema. Es tiempo de hablar, tiempo de actual. La Iglesia como pueblo de Dios no sanciona ni excomulga. Hace uso de su derecho de examinar todo y de atenerse a lo que en conciencia considera lo acertado. Presentarla puede solamente quienes cuentan con su confianza.