Ante el desafío de renovación de la Iglesia, aparecen como paradoja la actualización de una institución medieval como el cardenalato y la ausencia del sensus fidelium…(Marco Antonio Velásquez).
El papa Francisco ha anunciado la creación de nuevos cardenales que serán investidos en el consistorio del 22 de febrero. Al nominar nuevos ?príncipes de la Iglesia?? ha dado señales de descentralización, ha concedido un lugar especial a la pobreza, ha privilegiado nuevos criterios de representatividad en el mapa mundial de creyentes, como también ha reconocido lealtades y ha inhibido algunos carrerismos. Consecuentemente ha provocado alegrías y decepciones.
Ante el desafío de renovación de la Iglesia, aparecen como paradoja la actualización de una institución medieval como el cardenalato y la ausencia del sensus fidelium; un necesario contrasentido en momentos en que las prioridades son cuestiones más complejas, como la conversión pastoral de toda la Iglesia, y particularmente de la jerarquía. Frente a la tentación de querer ver en esto la coronación de la carrera sacerdotal, y para evitar desviaciones que el Pueblo de Dios ha conocido con tristeza, ha recordado a los propios futuros cardenales que;
?El cardenalato no significa una promoción, ni un honor, ni una condecoración; es simplemente un servicio que exige ampliar la vista y agrandar el corazón. Y, aunque parezca una paradoja, este poder observar más lejos y amar más universalmente con mayor intensidad, se pueden obtener sólo siguiendo el camino del Señor: el camino de la humildad, convirtiéndose en siervo (Fil 2,5 – 8). Así que te pido, por favor, que recibas esta designación, con un corazón sencillo y humilde. Y, aunque lo hagas con alegría y con gozo, intenta que este sentimiento se aleje de cualquier expresión mundana, de cualquier celebración ajena al espíritu evangélico de austeridad, sobriedad y pobreza.?? (Carta del papa a los futuros cardenales).
El papa Francisco, mejor que nadie, sabe cuán pesada es la carga que pone en la conciencia de estos hombres que con títulos, honores, privilegios, boato y atuendos grafican el enorme poder e influencia que van a tener. El papa sabe muy bien que tendrán que lidiar con las propias flaquezas de la naturaleza humana, con el servilismo que desencadena tanta dignificación y con las acechanzas del Demonio que arrecia con fuerza en esas alturas.
Cuando, más que nunca, la misión de la Iglesia se juega en referencia al mundo -donde radica la tarea esencial de la Nueva Evangelización, y cuando la tentación de algunos es re-edificar el Cuerpo Místico en un sentido autorreferencial- es determinante, no tanto las expectativas de los propios cardenales, sino sobre todo las expectativas del Pueblo de Dios y de los otros Pueblos, la sociedad. Luego, la Iglesia, llamada a ser ?signo de comunión fraterna?? para el mundo, pone en una línea de vanguardia a estos hombres frente a la sociedad, sobre quienes pesa primariamente la coherencia del testimonio cristiano. Así, podrán ser signo de escándalo evangélico y de esperanza, o bien, ser signo de repudio social y de indignación.
Las causas de repudio e indignación eclesial sobran en un mundo globalizado, desde la comodidad, la indiferencia social, los lujos, las reverencias, la búsqueda de aplausos, el secretismo, la complicidad, la dureza del corazón, la retórica, la intolerancia, el lobby, el apego al dinero y al poder son poderosos motivos que han contribuido a descristianizar la cultura.
Los nuevos purpurados, asumiendo con radicalidad la esencia de su ministerio cardenalicio, tienen delante suyo la sublime oportunidad de poder ser los cardenales del Pueblo. Esto significa convertirse en los Moisés del presente, para hacer frente a los poderes faraónicos que somenten a multitudes de hombres y mujeres de nuestro tiempo. Sí, porque habiendo tantos hombres y mujeres valientes, gente común, que exponen cotidianamente toda su debilidad ante los poderosos, resulta escandaloso que quienes están mejor dotados con las corazas que la Iglesia pone en sus birretas y capelos, se refugien en sus privilegios tomando distancia de los problemas de la gente, especialmente cuando ?todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil??, donde ?grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida?? porque ?se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar??, porque ?Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».?? (Evangelii Gaudium 55).
Es en este terreno donde el Pueblo de Dios espera encontrar a los cardenales, verlos exponiendo toda su integridad, aun hasta derramar su propia sangre porque así habrán servido verdaderamente al Evangelio; sólo así serán los cardenales del Pueblo.
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