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El ex-presidente de Egipto, Hosni Mubarak, (derrocado por su negativa a la instalación de bases norteamericanas en suelo egipcio), reveló en una entrevista al diario egipcio El-Fagr la existencia del presunto plan para dividir a toda la región de Medio Oriente, consistente en la instauración del “caos constructivo” mediante la sucesiva destrucción de los regímenes autocráticos de Irak, Libia, Sudán, Siria e Irán y reservando para Jordania el rol de “nueva patria del pueblo palestino”.
En la actualidad, se estaría dibujando un nuevo escenario de confrontación abierta que buscaría una rápida victoria militar que refuerce la imagen diluida de Netanyahu como líder fuerte ante la proximidad de las elecciones en Israel, extremo confirmado por sus declaraciones de realizar “una operación amplia contra la Franja de Gaza en un futuro no muy lejano”. Así, según la agencia de noticias palestina Al-Youm, “Netanyahu amenaza con lanzar un ataque masivo contra la Franja de Gaza” y en este contexto prebélico, habría que situar las declaraciones de Seyed Hasan Nasral, secretario general de Hezbolá a la cadena libanesa Al-Mayadeen, en las que afirma que “el campo de batalla de una guerra en el futuro abarcará todos los territorios palestinos (ocupados por Israel) y nuestros misiles pueden golpear cualquier objetivo en una guerra futura”.
La propaganda de Netanyahu será dirigida no al sujeto individual sino al Grupo en el que la personalidad del individuo unidimensional se diluye y queda envuelta en retazos de falsas expectativas creadas y anhelos comunes que lo sustentan, sirviéndose de la dictadura invisible del temor al Tercer Holocausto, proceda de Hamás, de Hezbolá o de Irán. Netanyahu aspira a resucitar el endemismo del Gran Israel (Eretz Israel), ente que intentaría aunar los conceptos antitéticos del atavismo del Gran Israel (Eretz Israel) y que bebería de las fuentes de Génesis 15:18, que señala que “ hace 4.000 años, el título de propiedad de toda la tierra existente entre el Río Nilo de Egipto y el Río Eúfrates fue legado al patriarca hebreo Abraham y trasferida posteriormente a sus descendientes”.
Dicha doctrina tuvo como principal adalid a Isaac Shamir al defender que “Judea y Samaria (términos bíblicos de la actual Cisjordania) son parte integral de la tierra de Israel. No han sido capturadas ni van a ser devueltas a nadie” y en ella se basan los postulados del partido Likud liderado por Netanyahu quien aspira a convertir a Jerusalén en la “capital indivisible del nuevo Israel”, tras la invasión de su parte oriental tras la Guerra de los Seis Días (1.967) y que tuvo su espaldarazo internacional al trasladar la Administración Trump la Embajada Estadounidense a Jerusalem, lo que se tradujo en una nueva masacre en Gaza (más de 90 muertos en la celebración del 70º Aniversario de la Nakba) y el repudio hipócrita de la comunidad internacional.
Ello supondría la restauración de la Declaración Balfour (1.917), que dibujaba un Estado de Israel dotado de una vasta extensión cercana a las 46.000 millas cuadradas y que se extendía desde el Mediterráneo al este del Éufrates abarcando Siria, Líbano, parte nororiental de Irak, parte norte de Arabia Saudí, la franja costera del Mar Rojo y la Península del Sinaí en Egipto así como Jordania, que pasaría a denominarse Palesjordán tras ser obligado a acoger a toda la población palestina de Gaza y Cisjordania forzadas a una diáspora masiva (nueva nakba).
GERMÁN GORRAIZ LÓPEZ-Analista