Enviado a la página web de Redes Cristianas
Al final de un año aciago uno se plantea el sentido y el sinsentido de este universo desbocado. El origen del auténtico filosofar se basa en la admiración positiva y negativa del mundo, por el estupor que nos causa su realidad. Admiración por el funcionamiento del cosmos y estupor por sus disfunciones, admiración por la belleza de la tierra y estupor por sus catástrofes naturales, admiración por la vida y estupor por la muerte.
Tras su esplendor y resplandor, el firmamento oculta oscuridades desgarradoras, mientras que la tierra esconde tras el verdor de las selvas y el azul de los mares la cruel lucha animalesca por la vida. La vida es supervivencia y, por tanto, lucha a muerte: nosotros los animales albergamos una larga lucha de encuentros empáticos y encontronazos patéticos. Ahora bien, el tránsito del animal al animal humano puede entreverse en el proceso de domesticación de animales salvajes en nuestros perros o gatos domésticos.
El proceso de domesticación humana del animal que somos se basa en la urdimbre existencial que constituye la casa (domus), en cuanto ámbito de psico-socialización que posibilita la emergencia del afecto en medio del conflicto. El amor casero o casador es así el factor clave en la hominización y posterior humanización del animal humano, un amor posibilitado por esa casa doméstica que enlaza y domestica a los miembros de la familia a través de un lenguaje común/comunitario. La casa significa el abandono de la caza exterior o silvestre, a favor del encuentro interior o doméstico.
Es este encuentro doméstico o domesticador el que “doma” nuestros instintos naturales o animales en pulsiones culturales o humanas a través del lenguaje psico-socializador. De esta forma, se configura o conforma una empatía o simpatía en medio del conflicto, ya que el propio amor humanizador es un amor de contrastes y diferencias, cuya comunicación y articulación hay que favorecer para sobrevivir humanamente. En este contexto de sobrevivencia humana el sexo animal se transforma en eros o erótica, la caza exterior en casa interior y la ley del más fuerte en la ley del más sensible o inteligente.
Pues bien, es esta inteligencia sensible la que nos hace saber que somos y no somos de este mundo, porque hemos venido a él y de él partiremos. Aquí se fundan las religiones para elevarnos a los cielos por encima de la tierra, una operación religiosa que tiene su correspondencia empírica o inmanente en el deseo científico de superar o sobrepasar este mundo en otro mundo u otros mundos, planetas o galaxias. Se trata de utopías religiosas o científicas, puesto que sin la tierra el hombre pierde pié dado que es humus terrestre, quedando así desarraigado como supuesto superhombre. En el cual se repetiría la admiración de ser flotando sobre el éter y el estupor de ser cayendo en el abismo de la muerte como paradójico refugio final.