La Iglesia se nos muestra cada día más preocupada por reclamar poder y autoridad en la sociedad, que por suscitar que los cristianos del siglo XXI sean personas con una experiencia espiritual, comprometidas con proyecto vital de Jesús de Nazaret: el Reino de Dios que está entre nosotros; más aún, que está dentro de nosotros, aunque la mayoría de los cristianos no sientan tal.
La Iglesia se revela incapaz de realizar esta misión, aunque presuma de ser ?madre y maestra??, mistagoga de la experiencia religiosa para los humanos de ayer y de hoy. Esta Iglesia manifiesta una serie de llagas; entre ellas, junto a un jerarco-centrismo patriarcal opuesto al pueblo de Dios y un romano-centrismo opuesto al evangélico ecumenismo, desta-can el olvido de la centralidad de los pobres -no es la Iglesia de los pobres, sino de los ricos, a pesar de lo que anuncia- y la helenización del cristianismo frente a la apertura intercultural-interreligiosa. Sin la centralidad de los pobres el proyecto de Jesús no tiene sentido… y sin la apertura intercultural e interreligiosa, la Iglesia se va secando en su europeocentrismo decadente.
Pero, a pesar de que los mandos de la Iglesia están más preocupados en conseguir poder e influencia que en transmitir una experiencia religiosa profunda
-o que es lo mismo una experiencia profunda de la vida- la religión no es otra cosa que ?una experiencia de vida, a través de la que se forma parte de la aventura cósmica?? (Raimon Panikkar). Y por ello ?el cristiano del siglo XXI o será místico o no será??, con una conocida expresión de R. Panikkar que hizo famosa K. Rahner.
Y en esto encuentro un fallo importante no sólo de las autoridades de la Iglesia, sino de los grupos que quieren vivir un compromiso más fiel al proyecto evangélico. Unos y otros siguen padeciendo do lo que tanto se nos echa en cara, no sin razón: que no vivimos ni transparen-tamos en nuestras vidas esa experiencia de Dios que tenía que caracterizarnos como una forma de estar en el mundo.
Una forma gozosa y radical. Se critica a las masas de cristianos sociológicos que llenan las misas de las parroquias; pero… ¿en qué sentido somos diferen-tes? Si es sólo en el compromiso social o político ?con ser importante- para eso no se precisa de la fe religiosa, de la experiencia espiritual; caemos en un reduccionismo ético de la experiencia cristiana. La Teología de la Liberación lo comprendió muy bien; por eso es una teología que valora sobremanera la espiritualidad y en los últimos tiempos se abrió a otras culturas y religiones para que no se secara su propio pozo.
Por eso, creo que la alternativa cristiana ante la crisis de sistemas y utopías que padecemos tiene que venir fundamentalmente de la mano de tres aspectos:
1.-Ahondar en una experiencia espiritual que nos lleve a vivir el espíritu de las Bienaventuranzas. Una experiencia en la que la realidad de los pobres, los pacíficos y los que buscan la justicia no sea una cuestión ideológica, sino algo vital para la comunidad y para cada uno.
2.- Esta experiencia espiritual debe estar basada en la escucha de Dios y la escucha del misterio del Mundo y de los Humanos. Una experiencia que lleva a la armonía no sólo con los hombres y mujeres, sino con toda a Creación, escuchando el ?grito de la tierra y el grito de los pobres?? (L.Boff), que van parejos. Una experiencia en la que la vuelta a la oración es fundamental.
3.- En fin, una actitud irreductible frente al jerarcocentrismo patriarca, apostando radicalmente por una Iglesia que sea realmente comunidad y discipulado de iguales, hombres y mujeres; radicalmente ecuménica e interreligiosa, e incluso más allá de las estrecheces de las religiones, que muchas veces velan e vez de desvelar el Misterio.
En este camino, espiritualidad y mística resultan indispensables. Tuvieron en décadas pasadas mala prensa entre la gente progresista, que quería huir de un espiritualismo alienante. Pero hemos ido descubriendo que la espiritualidad y la mística, lejos de ser alienantes, son una verdadera revolución de la mirada, incluso más allá del mismo fenómeno religioso; por eso tienen en los últimos tiempos cada vez más aceptación. La trampa que se hizo muchas veces en la Iglesia y en el seno de las religiones, fue la de decir que esto de la mística es cosa de unos pocos, de ?almas sublimes?? con extrañas experiencias, de monjes alejados del fragor de la vida diaria…
Pero esto no es así, como han experimentado y manifestado los grandes místicos cristianos y de todas las grandes religiones.
R. Panikkar ha escrito sabiamente en uno de sus últimos libros que debemos ?volver a reintegrar la mística en el mismo ser del hombre…. espíritu místico, tanto como animal racional y ser corporal?? (De la mística. Experiencia plena de la vida). Porque la mística no es una ?especialización??, sino la visión integral del ser humano, la ?experiencia integral de la vida??. De manera semejante insiste otro de los grandes maestros actuales de espiritualidad, Willigis Jäger, en sus obras (La ola es el mar: espiritualidad mística; Adonde nos lleva nuestro anhelo: la mística del siglo XX; Sabiduría de Occidente y Oriente: visiones de una espiritualidad integral…): ?En el siglo XX se mataron mutuamente cien millones de personas y ninguna moral sirvió… O nos hacemos místicos, o no sobreviviremos como especie??.
Necesitamos hablar de espiritualidad y de mística no como huida de la realidad cotidiana, sino como un sumergirse en la profundidad de la Realidad, en el Misterio del Cosmos, en el Misterio de Dios, que aflora en nuestra Conciencia. Necesitamos urgentemen-te, en fin, una peregrinación mística; lo único que puede y debe curarnos de la gravísima epidemia actual de la superficialidad que nos hace vivir divididos en insatisfechos, en una neurosis colectiva.