Lo que distingue a los inmorales públicos sin conciencia es su predilección por dos frases a propósito de sus propios escándalos, bellaquerías o infamias: ‘No me arrepiento de nada’; ‘volvería a hacer lo mismo’. Desde que se las oí a Fraga, hace treinta años, ha ido desfilando por este país mucho político y mucho cura sin conciencia…
Es cierto que tampoco ni a políticos ni a obispos que no son significativamente inmorales les oímos fácilmente decir que estén arrepentidos en casos que el común sentido dicta que debieran estarlo. Alguna vez, con un esfuerzo arterial inusitado el Vaticano ha pedido perdón en algún caso delirante de siglos… Pero en este país, nadie de los que sobrenadan institucionalmente en la sociedad se arrepiente ni pide perdón por nada. Es más, cuanto más repulsiva es una conducta u opinión, mayor énfasis y publicidad a su contumacia da el político o el clérigo.
Pero hay una diferencia entre tener o no tener conciencia. El que la tiene y yerra suele callar y dimitir por razones personales, mientras que el otro, el impúdico por antonomasia va fraseando por ahí el ‘no me arrepiento de nada’, ‘volvería a hacer lo mismo’. Ese es su pedigrí…
¿Quién, si tiene conciencia tal como la entendemos, no admite haber podido equivocarse en su envite poniendo en juego la suerte material o moral de personas concretas, de colectivos, de pueblos o de toda una sociedad? Cuando las decisiones y valoraciones de los personajes públicos que fingen mirar por los intereses materiales o espirituales colectivos producen efectos sociales de gran calado, es brutal -es decir, de brutos- no admitir haber podido causar daño. Cualquier bien nacido no tiene inconveniente en aceptarlo y dirá que, si llega a calcular las consecuencias, en la misma situación hubiera adoptado otras medidas..
Sabíamos mucho de la hipocresía del basto tejido clerical (la hipocresía es su historia operativa), pero ahora, a esa proverbial hipocresía ha añadido el típico cinismo de fascistas, nazis y neocons. Para mayor inri estamos en Cuaresma, tiempo de perdón, y justo es el presidente de la CEE, Blázquez, quien, en nombre del colectivo purpurado se permite proclamar que no se arrepienten ni van a pedir perdón por nada. Pese a pasarse la vida predicando los textos sagrados donde la soberbia aparece como el más grave pecado, acaba incurriendo en la soberbia y cinismo de los políticos más irresponsables y chulescos que todos conocemos, merecedores del Averno…
Los desastres psicológicos y espirituales ocasionados en la sociedad por esa clase de cristianismo infecto mezcla de cinismo e hipocresía, son insoportables. Y sin embargo, ahora los purpurados han decidido unirse oficialmente al canallismo del tándem nazi y sin conciencia, Bush-Aznar; aunque hay que reconocer que en el fondo y a su vez ambos son herederos morales y mentales de ellos.
Y por si fuera poco, Roma pagando a traidores… Nunca se ha visto que un Estado laico asigne 6.000 millones a sus enemigos. Y esto es lo que hace el español pagando esa suma a los obispos, en grave agravio comparativo, además, de otras religiones.
¿Por qué no contabiliza oficialmente el ministerio de Economía el número de católicos por el de los contribuyentes que marcan la casilla en la declaración sobre la renta? Así todos sabríamos de una vez cuántos prosélitos tiene esa organización odiosa. Cuando lo haga, más de uno se quedará petrificado…
Por otro lado, en lugar de exigir los obispos al Estado que no fabrique tanto rico y ceñirse al consejo de Cristo de dar al César lo que es del César, exigen comisiones al César robusteciendo al mismo tiempo al mayor enemigo político del César…
Y todo esto sucede cuando hace mucho que España dejó de ser católica. Como lo ha sido a la fuerza durante muchos siglos, no se resignan a admitir que España es cualquier cosa menos católica y mucho menos cristiana. Por eso los obispos no se arrepienten: equivaldría a reconocer que tienen mucha razón los que aquí y en todo el mundo van desertando y odiando a tan odiosa institución.