NO A LA PENA DE MUERTE. Franz Wieser(Perú)

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La contradicción en que incurren los que están a favor de la pena de muerte para violadores de menores, es patente. Admiten que son enfermos mentales, que son incurables para podérselos reincorporar en la sociedad, pero su crimen es tan grave que merecen el castigo máximo, que es su fusilamiento. Hasta el ?pero??, todos podemos estar de acuerdo. Sin embargo, que la enfermedad, aunque sea terriblemente perniciosa para su entorno, merezca un castigo, es un abrupto. Que tengan que ser aislados y neutralizados (¿por qué no castrados?), es otra cosa.

Con esto no está dicho que no pueda haber culpabilidad personal en los o los violadores. Sin embargo, matarlos es lo mismo como tratarlos como chivos expiatorios para una culpa colectiva. La pasión, la indignación, el grito espontáneo para el linchamiento y muerte del individuo perverso es comprensible, pero son malos consejeros en cualquier circunstancia, y más cuando se trata de la vida humana.

El mal no se elimina del mundo, eliminando al malo, sino venciéndolo con el bien. ¿Qué sería de ti y de mí, si hubiéramos heredado los mismos genes, nacido y vivido en las mismas hacinamientos, ambientes, abandono y desamor? ¿Acaso hemos podido elegir, dónde nacer y ser criados? ¡Cuánto de culpa por comisiones y omisiones de todos nosotros puede haber, por no crear un ambiente más habitable y solidario en que uno cargue con el peso del otro!
Unos se remiten al Antiguo Testamento para justificar la ejecución del malvado.

Entonces tendríamos matar a pedradas a todas las mujeres adúlteras, y a cuantas más. – También la fe se ha desarrollado, aunque no en todas las sectas religiosas y Jesús, que ha reincorporado en la sociedad a marginados por los justos, y salvado la adúltera de la muerte, dijo que sus discípulos lo van entender cada vez mejor, lo que Dios quiere. Sin embargo, ya en el A.T. Ezequiel puso en la boca de Dios: «No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva y se convierta.» (Ez 33, 11)