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Nicaragua, la utopía en el cajón -- Guillem Casasnovas

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Cristianismo y justicia

Aunque por aquel entonces yo ni siquiera había venido a este mundo, me consta que desde finales de los 70 Nicaragua se convirtió para muchos en el camino hacia la utopía. Para unos sería la conquista del poder por parte de la clase trabajadora, para otros la construcción del Reino de Dios y para otros las dos juntas – depende de la fuente de inspiración que llevó a cada uno a su compromiso con la Revolución.

El hecho es que desde la victoria sandinista el 19 de julio de 1979 mucha gente empezó a trabajar por esta utopía. La mayoría eran nicaragüenses que estaban hartos de la represión de la dictadura somocista y de los privilegios de las familias poderosas, pero también muchos venían del extranjero dispuestos a colaborar en la construcción del nuevo gobierno, en la Cruzada Nacional de Alfabetización y hasta después en la guerra para detener a “la Contra”.

La realidad que se encontraban no era ni mucho menos un paraíso terrenal, pues los carnets de racionamiento, el servicio militar obligatorio o y otras muchas dificultades estaban a la orden del día. Lo que sí que había era mucha gente – algunos que provenían de la lucha guerrillera y otros de círculos más acomodados – trabajando por un futuro mejor y más igualitario, por una Nicaragua que llevaban tiempo soñando y que parecía poder hacerse realidad.

A pesar de todos los contratiempos, muchos de los que vivieron estos años de reconstrucción los recuerdan como la mejor época de sus vidas. Sergio Ramírez, vicepresidente del gobierno sandinista durante aquellos años, afirma en las primeras líneas de Adiós muchachos que da gracias pues “de haber nacido un tanto antes, o un tanto después en este siglo de las quimeras, me la hubiera perdido”.

Con el paso de los años el sueño se fue volviendo pesadilla, en parte por las presiones internacionales (sobre todo de los Estados Unidos de Reagan pero también del Vaticano) y en parte por las propias dinámicas del país – no existía separación entre Gobierno, Estado, Partido y Ejército – y por las ambiciones personales de algunos que traicionaron los ideales revolucionarios para beneficio propio.

Desde entonces la utopía ha estado guardada en el cajón del olvido, “revolución” ha devenido una palabra maltratada y poco o nada queda en la política nicaragüense que recuerde los sueños de antaño. Los que tienen la suerte de encontrar fuentes de inspiración entre tanto desasosiego, luchan a contracorriente por poner parches a esta sociedad que vuelve a ser dual y donde la sociedad civil tiene que ir saltando obstáculos para hacerse oír. Lejanas suenan las palabras de Fernando Cardenal sj, el que fuera responsable de la Cruzada Nacional de Alfabetización y Ministro de Educación: “Confío en que los jóvenes nicaragüenses volverán a las calles para hacer historia”.

Algunos dirán que hay que olvidarse de ideales inalcanzables y tener los pies en el suelo, pues hoy en día se paga mejor el pragmatismo que la utopía. Pero esta utopía es necesaria, pues aunque sepamos que no se pueda hacer realidad, es el espejo donde mirarnos para caminar, avanzar, mejorar. Dice Gioconda Belli – una de las escritoras más importantes del país – en su libro Waslala, sobre la búsqueda de la sociedad perfecta: “¿Por qué descartar lo ideal, Melisandra? ¿Por qué descalificar el valor que tienen los sueños?

Es en la búsqueda de sueños que la humanidad se ha construido […] La razón por la que yo sigo aquí es porque pienso que Waslala, como mito, como aspiración, justifica su existencia”. No sé qué lugar escogerá la utopía para encarnarse la próxima vez, pero espero que algún día salga del cajón para que podamos dirigirnos hacia ella.

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