Enviado a la página web de Redes Cristianas
Frente al ruido y la palabrería, la confusión, la perplejidad, la impotencia, la avalancha de la corrupción, el imperio de la mentira, la invasión consumista, las banalidades publicitarias, la frivolidad hiriente, la degradación de los sentimientos, la violencia del hambre y de los desahucios, la precariedad de esta realidad tan hosca que tenemos, de tan espesa densidad.
¿No será mejor, frente a todo ello, callar, refugiarnos en el silencio de nuestra comodidad y nuestra indiferencia, vivir una Navidad sin palabras ni emociones? Callar y huir es posible, pero ¿resulta legítimo y justo?
No. El silencio es una posibilidad y a la vez una tentación de complicidad. Tenemos por el contrario un tesoro escondido que debemos hacer aflorar cada día, el del pensamiento y el corazón limpios, el valor de la palabra y la seducción de la ternura, la calidez de la acogida y el entusiasmo de la solidaridad y el compromiso, la energía rebelde de la movilización y la denuncia, el vigor de la protesta y la imaginación en las propuestas, la austeridad, la compasión y el cuidado de los otros, la fortaleza de la resistencia.
Queremos vivir la Navidad interior (la del silencio contemplativo, la de la profundidad e intimidad de nuestras emociones y sentimientos) y la Navidad exterior de la comunicación y la cercanía. Ambas impregnadas de esperanza, con la difícil y confiada certidumbre de que Dios está con nosotros, unas veces a favor del curso de la vida y otras a contrapelo de la realidad y de la historia.
Por eso, a pesar de todo y precisamente por todo ello, os deseo una feliz y cordial Navidad.
Santiago
diciembre 2013