¡Horror! Otra vez Navidad, otra vez esa inconfundible mezcla de excesos con cargo de conciencia, derroche con arrepentimiento, buen rollo con ganas de huir muy lejos?? otra vez también ese momento para recordar a los que nada tienen, a los que nunca disfrutarán de nuestros excesos, aunque puede que sí sepan de ellos gracias a esas diminutas antenas parabólicas que se cuelan en los rincones más perdidos del planeta.
Para mí, uno de los países que más representa la nada de la pobreza es Chad, un gran desconocido para el público español, que en su mayor parte apenas sería capaz de ubicarlo en el mapa (en el corazón del continente africano, justo debajo de Libia y encima de la República Centroafricana). Un país que ocupa el puesto 171 de un total de 177 en el Indice de Desarrollo Humano, con una esperanza de vida de 43 años y un 75% de adultos analfabetos. Un país que lleva años sumido en la ironía de nadar en la miseria de la superficie y en la abundancia del oro negro en el subsuelo. Un país que, por último, se encuentra abocado a sufrir también los males ajenos, afectado directamente por el drama humanitario de la vecina región sudanesa de Darfur, de la que seguramente hemos oído hablar algo más.
De Darfur hasta Chad se han desplazado ya más de 200.000 refugiados, buscando los alimentos y medicinas proporcionados por las agencias humanitarias. Y los números no hacen sino crecer cada día, allí donde el mes pasado se asentaban 800 nuevas familias hoy son ya más de 4.000, y el flujo no tiene visos de detenerse. Muchas personas más siguen en movimiento, sin saber a dónde se dirigen pero con una sola certeza: la de que la casa que han dejado atrás es un lugar al que, de momento, no pueden volver. De hecho, mientras escribo estas líneas me llegan noticias de que los ataques se han recrudecidos, azuzados por inmemoriales conflictos étnicos de ?árabes?? frente a ?africanos??, que se ceban siempre en los más débiles: niños y ancianos que corrieron a esconderse entre los arbustos y deambulan ahora por los caminos sin saber dónde acudir.
Probablemente no hayamos oído hablar de ellos, porque están demasiado lejos, o su estado es demasiado débil como para arrastrarse a alguna costa y jugarse el último resto en una patera. Pero no podemos seguir jugando a ignorarles hasta que no les tenemos llamando a nuestra puerta. Si creemos de verdad que hay que atajar las causas, este es un magnífico ejemplo para demostrarlo. Lamentablemente, la comunidad internacional se ha mostrado (cosa rara) incapaz de poner freno a este nuevo drama africano, a pesar de haber asumido hace poco más de un año su responsabilidad colectiva a la hora de proteger a los civiles víctimas de conflictos armados, aún cuando los gobiernos directamente afectados no pudiesen o no quisiesen actuar.
No se trata de atragantarnos con el turrón, por desgracia ninguno de nosotros tenemos en solitario la varita mágica capaz de solucionar este problema, pero sí hay cosas que podemos hacer. Podemos dedicar media hora de nuestras vacaciones a conocer un poco más acerca del conflicto. Podemos navegar en una de las múltiples páginas web que recogen información sobre la crisis y proponen acciones sencillas para exigir la acción de la comunidad internacional. Podemos cambiar uno sólo de nuestros múltiples regalos navideños por una colecta dirigida a cualquier organización humanitaria trabajando en la zona. Podemos, en definitiva, dedicarle un poco de nuestro tiempo y nuestros desvelos navideños a aquellos que, un año más, se quedarán sin aquello que nosotros damos por sentado: volver a casa por Navidad.