Mujeres escuchando el clamor de la Tierra -- Beatriz Tostado

0
57

alandar

«El albergue de las mujeres tristes» es un libro de Marcela Serrano. «Las mujeres solas» es otro libro de cuentos de la misma autora. Y después hay libros y escritos tipo mujeres sumisas o textos dedicados a una clase específica de hembras (casadas, solteras, religiosas…). Pues bien. Con las que estuvo alandar en Valencia en el XVI Encuentro Mujeres y Teología celebrado recientemente, organizado por Dones Creients de Valencia, bajo el lema «Escuchar el clamor de la tierra», ni tristes, ni solas, ni sumisas (parafreseando a una asociación feminista francesa). Eran mujeres alegres y libres (en la medida en que se puede en esta sociedad). Y activas y trabajadoras y dinámicas.

Y con ideas propias que hacen lo posible por llevarlas a la práctica. No a la zaga del marido, del cura o del hombre de turno. Y, sobre todo, frente a las dicotomías en todos los sentidos impuestos por los hombres, por el patriarcado que desde tiempos inmemoriales maneja las riendas de las instituciones civiles y religiosas; el sistema, los sistemas a lo largo de la historia, para entendernos, y dentro del sistema la gran institución religiosa y jerárquica, la que escribimos como Iglesia con mayúsculas, también.

Ellas abogan y defienden, como muy bien se dejó adivinar, la armonía entre, por ejemplo, cuerpo y alma, y el ser humano y la naturaleza. Y la tradición religiosa siempre trató de separar, de dividir, no sólo hombre/mujer, sino cuerpo y alma como algo enfrentado (ay, el pecado frente a la pureza), pero ¿qué hay de la belleza y de la armonía entre ambos, del reconocimiento y de la alegría de la grandeza de reconocernos como personas íntegras? De eso sabe, y mucho, la gran teóloga argentina Coca Trillini, que dio una lección magistral hablando no sólo de la necesidad de desmontar lo que tradicionalmente y hasta ahora se nos ha vendido como único y verdadero, sino que abogó por el respeto a las personas desde el reconocimiento íntegro del ser humano.

Y la otra dicotomía, ésta que sufrimos ahora en extremo con este sistema neoliberal destructor, es la separación e incluso el enfrentamiento del ser humano y la naturaleza. Vivimos no ya de espaldas a la naturaleza, sino enfrentados a ella y destruyéndola. Otra ruptura que, de alguna manera, impide la realización plena y rompe una armonía necesaria para el bienestar.

Salvar la tierra

Ejemplos de esa aberración contaron las mujeres representantes de colectivos de la Comunidad Valenciana. Como Per l’Horta, cuya representante, Rosario Valls, explicó que lucha para que «la huerta valenciana sea espacio protegido» y «no se acabe con lo poco que queda de huerta», y se reconozca la necesidad de «salvar tierras y cultivos que dan vida». La plataforma Júquer Viu, que, según señaló Elvira Mongragón, denuncia que «los ríos apenas llevan agua» y se moviliza por los «desvíos» injustos de los ríos y de la «muy mala calidad del agua»; saben del mal uso del agua y de las desastrosas consecuencias de adaptar los cauces de los ríos a nuestras necesidades (unas veces lo son, otras capricho) o a nuestro antojo en lugar de hacer lo contrario, ¿por qué no intentar armonizar con la naturaleza y aprovechar sus bondades y sus frutos en vez de violentarla itrracionalmente?

Frente a este modo de vida, tan poco armónico, tan suicida (porque, al final, los platos rotos los pagaremos, los estamos pagando, todos), las ponentes que, el domingo, cerraron el evento (o mejor dicho, dieron el pistoletazo de salida hacia la siguiente reunión) dieron algunas pistas sobre cómo mejor estar en el mundo sin hacerle tanto daño y sin hacernos tanto daño. Desde el grupo de mujeres del Movimiento Rural Cristiano de Albacete se apostaba por el acceso a la tierra y al agua como «un derecho permanente» y la exigencia a los gobiernos de «reformas agrarias de acuerdo con las necesidades de los pueblos», o, dicho de otro modo, «soberanía alimentaria y economía solidaria». Asunción García, docente, ecologista y de las Comunidades Cristianas Populares de Zaragoza, ofreció unas pinceladas de lo que puede aprenderse de la naturaleza, que raramente sentimos y miramos y ya va siendo hora; y la teóloga Mari Pau Trainer, complementando a sus compañeras de mesa, animó a releer y a revisar el Génesis y a aprender a leer y a ser más conscientes de las joyas de la naturaleza (¿quién no ha gozado alguna vez del milagro de un amanecer?).

Como se ve, las mujeres se organizan y toman partido por defender la tierra. Y son ellas, también, la esperanza.

Hay que revisarlo todo

Hay que revisarlo todo. Las relaciones con los otros, la teología, el sistema neoliberal, las relaciones con la naturaleza; y revisar qué creemos, por qué lo creemos, la base de lo creemos, incluso el concepto de Dios (Mari Pau dixit)…Y hay que ser valientes para poder realizar esta revisión sin tener miedo a desmontar el patriarcado violento y desigual en el que estamos inmersos.

En esto trabajaron las más de cien mujeres, provenientes de casi todos los rincones del Estado español, que se acercaron al Encuentro Mujeres y Teología, de la mano de la propuesta de Dones Creients de Valencia. «La escucha al clamor de Gaia, nuestra gran casa, excluida y oprimida por el capitalismo patriarcal globalizado, como las mujeres, sobre todo las más pobres».

O en palabras de Trillini. «Hay que tejer con dos hilos, del feminismo y de la ecología». La teóloga argentina discípula, entre otras, de Ivone Gebara, señaló en la primera gran ponencia del encuentro (grande también por su lucidez, la fortaleza de su discurso, por su alegría, por su deshinibición y por la ausencia de prejuicios) algunas verdades que se han dado como tales y seguramente no lo son, dentro de su onda de «desemascarar lo que se nos es dado como natural y no lo es». Y aquí puso el dedo en algunas de las llagas. «No hay verdades únicas, no hay dogmas»; «la redención a través del sufrimiento no es algo tan verdadero»; «el más allá no justifica lo que estamos sufriendo hoy»; y, frente a ese oscurantismo, reivindicó «la fiesta, la alegría, no la redención sacrificial ni la lectura masculino-patriarcal de los textos»». Y de ahí a la «reconstrucción de toda la teología cristiana» y a una «resignificación de lo sagrado (qué es sagrado, qué se nos ha enseñado como sagrado, qué consecuencias tiene esa sacralidad)». Ahí es nada.

Una gran fiesta

Fue una gran fiesta de la teología y del feminismo. De mujeres que hacen teología, religiosas y laicas, con o sin hijos, que trabajan codo a codo, y que, conscientes o no, de alguna manera hacen realidad eso de Otra iglesia posible fuera de los cánones de la mirada masculina. Mercedes López Herrera llegó de Sevilla con otras colegas de EFETA (Escuela Feminista de Teología de Andalucía); Mercedes Carrizosa (¿lograrán algún día las mujeres oficiar oficialmente?) y otras amigas de Madrid; las numerosas dones de Cataluña llegaron con Mª Pau Trainer (una referencia) a la cabeza; de Bilbao (con el compromiso de organizar el encuentro del año próximo) también fue un buen grupo, de la mano de Mónica, comprometida en el ámbito de la enseñanza; y muchas más, de Zaragoza, de Mallorca, de Albacete, de Canarias, de Valladolid, de Cantabria, de Asturias (un grupo intercongregacional que trabaja en la cárcel), de La Rioja y, en la distancia, el mensaje de dos religiosas cacereñas, presentes sin estar allí.
El encuentro fue un gozo lleno de alegría y rezumó buen humor.

Cómo mirar esta tierra

«La Bibllia nos enseña a mirar esta tierra», exclamó Mari Pau, haciendo una relectura del Génesis y del «dominad la tierra». «Cada día es como una creación y cada día es mejor (vamos dando vuelta a la muerte para seguir creando vida)». Y unas cuantas pistas. «Una postura no dogmática; capacidad de adaptación; un Dios ligado a la naturaleza; una naturaleza que lleva hacia Dios». Porque, se nos recuerda, «el mundo es de todas y todos, y todas y todos estamos invitados a la fiesta».

Y de cómo mirar la tierra algo nos indicó también Asunción García, ecologista y de Comunidades Cristianas Populares de Aragón. «Hay que recuperar el lenguaje de la naturaleza». Ritmos y armonía (respeto a los ciclos frente a intervenciones depredadoras y suicidas); diversidad (más de 30 millones de especies de animales y plantas) frente a homogeneidad; Unidad frente a la

exclusión (todo forma un conjunto interrelacionado); tendencia al empate (equilibrios sucesivos); pura economía (gastar sólo lo necesario); humildad y levedad; fraternidad.

Tragarse la tierra

El mar tropieza con el cemento; los campos de golf y los cultivos de regadío en tierra de secano se beben el agua desviada de su curso natural; y la huerta, l’horta, un desastre. Y muchas mujeres están muy enfadadas. Mas se organizan y luchan. Por ejemplo, desde el colectivo Per l’Horta (queremos a la Huerta y la necesitamos) se baten «contra la dictadura del crecimiento insostenible»; y alertan del peligro de que no haya «una ciudadanía exigente, porque no hay información y se elimina lo crtítico».

La plataforma Júquer Viu se queja de «las alteraciones masivas del ciclo del agua» y del estado de la tierra, «maltratada y prostituida». De la Asociación Unificadora de la Punta (la Albufera) varias quejas. «Nos echaron de nuestra casa, nos expropiaron, porque dijeron que era bueno para Valencia y para los valencianos; y no se ha hecho nada. Es muy doloroso. Produce rabia y dolor. Chafaron la tierra que durante siglos ha dado de comer a mucha gente, y ahora, ¿dónde está la huerta? No existe, se nos muere, y con ella morimos todosy perdemos una parte de nuestra cultura». Y un mensaje. «Ecología es amor a la tierra y a nosotros mismos. Al destruir la tierra, ríos, mares y todo lo demás, estamos destruyendo a Dios. Somos unos auténticos asesinos».