Para los católicos y católicas salvadoreños, y más allá de nuestras fronteras territoriales, este nuevo aniversario del martirio del Arzobispo ?scar Arnulfo Romero, se reviste de mucho simbolismo. Por un lado, porque recién ha concluido la Semana Santa, el principal acontecimiento del catolicismo, en la que se rememora la vida, muerte y resurrección de Jesús Cristo.
Según los relatos bíblicos, Jesús el Nazareno murió en la cruz, bajo el poder del imperio romano y por la hipocresía del círculo del poder religioso judaico de aquel tiempo, entre otras razones no menos espirituales, por la opción preferencial de los pobres, asumida por aquel.
Monseñor Oscar Arnulfo Romero, siendo Arzobispo de la diócesis de San Salvador, como pastor de la iglesia católica, adoptó también el camino señalado por Jesús Cristo: la defensa de los más desvalidos, de los sometidos y perseguidos por el sistema imperante, es decir, por las grandes mayorías, los pobres de El Salvador.
Por cierto, muchos intelectuales y religiosos salvadoreños, han resaltado las coincidencias entre los motivos del martirio de Jesús y de Monseñor Romero, de ahí una de las razones por las que se inició el proceso de canonización de Monseñor Romero, aunque para su pueblo ya es un Santo.
Y, por el otro, porque la difícil situación que viven la mayoría de salvadoreños en estos momentos, salvo en lo político, fueron de los temas denunciados por Monseñor Romero, durante sus homilías mientras estuvo al frente de su Iglesia.
Los bajos salarios, la opulencia de unos pocos, la hambruna de muchos; la falta de atención médica hospitalaria, la carestía de la canasta básica, también fueron temas de denuncia del Arzobispo mártir, por lo que la derecha de este país, aglutinada posteriormente en el partido ARENA, le acusó de ?comunista??, y por ello lo condenaron a muerte, la cual fue concretada, el 24 de marzo de 1980, cuando el pastor oficiaba una misa en la capilla del Hospital de cancerosos la Divina Providencia.
Seguramente, si Monseñor Romero viviera, estuviera señalando con valentía y sin temores al actual gobierno, por mantener políticas que sólo han favorecido a unos pocos y han afectado a las grandes mayorías. Señalaría y acusaría al actual gobierno, de ser el único responsable de que los salvadoreños no garanticen el pan de cada día, que cada vez se ponga en peligro la llevada a la mesa de los frijoles y la tortilla, principales ingredientes de la dieta alimenticia de centenares de miles de salvadoreños y salvadoreñas.
Sin lugar a dudas, Monseñor acompañaría a este pueblo en su clamor porque se le garantice el sustento diario; se pondría, sin ambigüedades, en contra de la minería metálica; en contra de la privatización del agua; en contra del consumismo desmedido promovido desde los medios de comunicación; en contra de la expulsión de salvadoreños hacia los Estados Unidos, con lo que se desintegra la familia, con lo que violan también la constitución y los cánones religiosos.
Obviamente, si Monseñor Romera viviera, volvería a ser condenado por los mismos, pues son ellos mismos los responsables del sufrimiento del pueblo salvadoreño en la actualidad.