Me da pena, monseñor Reig. Un obispo muy conservador, pero bien preparado, listo y, además, cercano y sencillo. De los que no escapa de los periodistas (aunque me deba una entrevista). Y de los que da la cara siempre. En cambio, ahora, ante la polémica de la misa con la bandera del aguilucho, ha optado, como casi todos sus pares, por dar la callada por respuesta. Creen que ésa es la mejor solución para no alimentar la polémica. Y se equivocan. Y, además, Reig de polémicas debe saber un rato. Doctorado en polémicas salió de Murcia.
Precisamente por eso me da pena. Porque tuvo que salir de Murcia con la cabeza gacha, por la puerta ttrasera y derrotado por un laico. No un laico cualquiera (José Luis Mendoza es el dueño de la UCAM), pero, al fin y al cabo, laico. Sólo había habíado un precedente: monseñor Martínez saliendo de Córdoba derrotado por el cura Castillejo. Pero, en el caso de Martínez, era al menos un cura y, además, su traslado, un ascenso a un arzobispado de mayor categoría.
El débil inspira piedad. Al menos, hasta ahora. ¿Y, ahora, qué le pasó a monseñor Reig? ¿Se la colaron? No parece. Porque le preguntaron si retiraban la bandera. Quizás no calibró la importancia de la foto de una misa de un obispo al lado de una bandera franquista. O sí y quiso montar el espectáculo. Y entonces es un obispo chulo y pasado de rosca. Algún día lo sabremos.
Porque una misa, sí. Y en Paracuellos, también. Y hablando de mártires, por supuesto. Pero no una misa con la bandera franquista presidiendo. Que es inconstitucional, señor obispo. Y, aunque sólo fuese por eso, debería haberla mandado retirar. Y tenga cuidado, monseñor, con sus «amistades peligrosas».
En cualquier caso, me sigue dando pena monseñor Reig. Como todos los perdedores. Uno que es así.