Sentado detrás de un escritorio en una inmensa sala oscura de piso de madera, colocado en el costado derecho en relación a la puerta, su cuerpo volcado con expectativa a quien la abriría, monseñor Proaño atendía con una escucha atenta, empática y cordial, como si su cuerpo fuera todo oídos, a quien allí entraba y venía a hablar con él. En riguroso turno, no importaba si se trataba de sacerdotes o del indígena que bajaba del páramo a vender sus animales o parte de sus cosechas, las personas entraban con confianza. Los días de mercado las colas de indígenas eran interminables. ··· Ver noticia ···
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