NI MISOGNIA NI HOMOFOBIA SON EVANG?LICAS
El público que sintonizó la emisión de un programa religioso en Semana Santa con expectativas de pacificarse y pacificar, de recibir paz interior y ánimo para la convivencia, se sorprendió y se sintió incómodo al escuchar predicaciones jeremíacas, desesperanzadas y desesperanzadoras, que entonaban melodías condenatorisa con armonía de homofobia y misoginia.
En la historia del cristianismo, de la iglesia y de la teología se ha dado, por desgracia, el fenómeno de la homofobia y la misoginia en nombre de la religión. Pero ni la homofobia ni la misoginia son cristianas, si entendemos el cristianismo como la religiosidad aprendida de Jesús, según los evangelios.
Cuando una alta jerarquía religiosa proclama irrevocablemente (nada menos que en Jueves Santo) que no puede cambiar la situación y la función de hecho de la mujer en la iglesia, corre el riesgo -por decirlo suavemente- de apoyar y fomentar la misoginia.
Cuando otra autoridad eclesiástica (nada menos que en Viernes Santo) predica condenación a ultranza para toda relación íntima entre personas del mismo sexo, corre el riesgo -por decirlo con igual suavidad- de apoyar y fomentar la homofobia.
Nada de extrañar que las páginas de la voz del público lector recogieran en los días siguientes manifestaciones de rechazo por parte de la laicidad respetuosa y expresiones de vergüenza ajena por parte de personas creyentes que no pueden conciliar esa predicación con su seguimiento de la espiritualidad cristiana.
No es papel de las iglesias idealizar la homosexualidad, pero tampoco fomentar la homofobia. No es papel de las iglesias favorecer la destrucción de la vida naciente, pero tampoco enviar a la cárcel a una madre que, como decía justamente Juan Pablo II, fue tan víctima del aborto como su criatura nonata (Encíclica Evangelium vitae, n.59). No es papel de las iglesias fomentar la banalidad y permisividad sexual, pero tampoco firmar expedientes de infierno para la juventud víctima de la sociedad manipulada, de la cultura desestabilizada y de la deficiente educación en el respeto a la dignidad humana.
Hay que reconocer que nuestra sociedad no se caracteriza por ser precisamente una cultura de la vida, de la convivenvcia y del respeto a la dignidad y derechos humanos. Pero ni las éticas laicas ni las morales religiosas podrán plantar ni cultivar el ideal de estos valores, si no desarraigan la homofobia y la misoginia, empezando por la propia casa de cada ética y religión.
Imposible desmontar en cuatro líneas los prejuicios que dominan este tema hasta en la misma enseñanza de la moral. Imposible resolver de un plumazo en una columna de opinión toda la problemática de la misoginia y homofobia hondamente arraigadas en la cultura. Me limito a recensionar un punto del texto de ética de las relaciones que discutimos en el curso postgraduado.
La obra de Todd A. Salzman y Michael G. Lawler, The Sexual Person (La persona sexual. Hacia una antropología católica renovada), Georgetwon University Press, Washingtron D.C., 2008, fue premiada como mejor libro teológico, en 2009, por la Catholic Press Association. Estos autores proponen una ?moral de la sexualidad unitiva??, que respete la complementaridad mutua de la relación interpersonal. Se distancian de enfoques habituales en documentos eclesiásticos, aunque muestran una delizadeza casi exagerada hacia la doctrina oficial.
Según la Congregación para la Doctrina de la Fe, la complementaridad masculino-femenina de las personas al nivel de la genitalidad es requisito indispensable para la complementaridad afectiva en el ejercicio de la actividad sexual unitiva. En cambio, estos autores proponen la posibilidad de una complementaridad sexual no reproductiva, tanto en contextos heterosexuales como homosexuales que podría ser ?auténticamente humana y auténticamente moral??. Es una cuestión controvertida que merece y requiere debatirse sin recelo en los estudios de ética y moral teológica.
Sin embargo, la obra no convenció al Comité para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Estadounidense, para el que ?dichas conclusiones contradicen la enseñanza de la Iglesia, no pueden proporcionar una verdadera norma para la acción moral y son de hecho un peligro para la vida moral y espiritual de cualquiera??.
El mitrado y escrupuloso comité, mediante el consabido procedimiento de publicar una ?Notificación??, desautorizó con su declaración inquisitorial a los autores y exhortó con tono paternalista al público creyente a no pensar por sí mismo separándose de las indicaciones oficiales del magisterio eclesiástico. El procedimiento es parecido al usado por nuestras latitudes, hispánicas o romanas, contra la investigación teológica y la libertad de expresión y opinión pública en la iglesia. Recordamos el comentario de la castiza Santa Teresa: ?Más que al demonio temo a los que ven en todas partes demonio??.
(Publicado en La Verdad, Murcia, el 14 de abril, 2012)