Hace un par de años, en un pueblo de Baviera, la eucaristía dominical tenía el aspecto habitual en aquellos pagos: sonaba el órgano, cantaba un coro, salía la procesión con los monaguillos… Lo único anómalo era que las oraciones las pronunciaba y la homilía la proclamaba una chica joven. La única diferencia fue que, al llegar el momento de la consagración, colocó una forma en el ostensorio y dejó un rato en silencio.
A la vuelta de este verano algunos amigos me han contado sus experiencias de celebraciones dominicales presididas por seglares, hombres o mujeres. A veces en grandes ciudades, en ocasiones en pueblos cuyo párroco lo es de cinco o seis más.
Me da la impresión de que se trata de soluciones de emergencia pero únicamente de eso. Soluciones de emergencia que intentan remediar la escasez de sacerdotes pero sin que las acompañe una reflexión en profundidad y la previsión de un programa para el futuro. Creo haber oído alguna vez a algún obispo -¿o fue al cardenal Ratzinger?- que la Iglesia no puede hacer otra cosa que rogar al Señor que envíe obreros a su mies y confiar en que lo haga. Mi opinión es que se puede rogar a Dios y a la vez ir haciendo camino. Y lo primero al iniciarlo es reflexionar sobre las cuestiones que plantea esa solución de emergencia.
Por ejemplo, la homilía que pronuncian esos seglares ¿es su propia palabra o se limitan a leer lo que se les ordena?. Si es lo primero, está tajantemente prohibido en la Instrucción Redemptionis Sacramentum de abril de 2004 [1] . Si es lo segundo, los laicos actuantes se convierten en una especie de robot. (Como en la Instrucción no se prohíbe que predique un robot, quizá sería mejor que lo hiciera uno; una vez leí que los japoneses habían construido un robot capaz de celebrar funerales en cinco religiones).
En una ocasión, los obispos brasileños argumentaron al Papa que ese tipo de celebraciones acababa creando en la gente una confusión con los servicios protestantes. Y proponían la ordenación de personas casadas (viri probati) para paliar la escasez de celebrantes. Contra toda lógica no se hizo así.
Monseñor Ramón Buxarrais, obispo dimisionario de Málaga, en la inauguración del curso académico 1992-93 del Instituto de Liturgia de Barcelona, defendió la posibilidad de que sean ordenados como sacerdotes personas casadas. ?Fíjense que no digo ni hombres ni mujeres. Digo personas casadas?? señaló. Con lo cual dejó el camino abierto para la ordenación de las mujeres. ?Los cardenales y obispos deberíamos decir al Papa que no tenemos sacerdotes y que es un problema que tenemos que afrontar… Una solución sería la ordenación de personas casadas. Por eso, hay que insistir ante el Vaticano. Yo pediría que la Iglesia, de una manera oficial, estudiara esta cuestión… La adopción de esta medida revalorizaría el celibato, pues el que quiera ser célibe lo seria de verdad??.
Pero hay una cuestión de mucho más calado. Porque pronto no faltará quien comience a pensar: si esa celebración vale para cumplir el precepto dominical ¿qué es lo que añade una eucaristía con cura a otra sin él?. Si se pregunta a un clérigo, dará sin duda algunas razones pero dudo que sean muy convincentes. Y hasta sospecho que es fácil que acuda a la noción de sacrificio, la menos convincente de todas. Y más aún: siguiendo la argumentación de importantes teólogos, algunos pensarán que la comunidad tiene derecho a la Eucaristía y, faltos de cura, comenzarán a celebrar ellos mismos. Ya lo están haciendo.