A veces pienso que nos estamos acostumbrando a encasillar en abreviaturas realidades tan importantes que nos da miedo pronunciarlas completas porque su contenido es muy fuerte. Me viene a la mente hoy una que quiénes, de alguna manera hacemos algo por los demás, la estamos utilizando al menos en los escritos e informes.
Nos está casi siendo familiar hablar y escuchar la palabra ?persona sin hogar??. Es más, incluso nos está siendo más fácil emplear la abreviatura PSH, y nos quedamos tan frescos.
No es bueno acostumbrarse a utilizar siglas si nos sirven sólo para despersonalizar y quitar la fisonomía sangrante de las situaciones de seres humanos a quiénes clasificamos para rellenar nuevos ficheros destinados al recuento y recuerdo silencioso de unas carpetas llenas de datos. Muchas veces estos datos quedarán en fríos despachos en los que no se llegó a demostrar algo de calor humano.
Mal trabajo realizaríamos si encerráramos y olvidáramos, bajo las tres letras PSH, a aquellas personas que no pueden acceder a un alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal, permanente y que le proporcione un marco estable de convivencia. Tenemos la tentación de ver a nuestro alrededor a ?hombres como árboles que se mueven??. Los convertimos en árboles sin fisonomía, sin rostro. Algunos se nos presentan como máscaras extravagantes, que unas veces ríen y otras lloran.
Tenemos el peligro de ver a nuestro alrededor un bosque de máscaras en el que cada uno marca su extraño ritmo y danzan grotescamente al mismo compás marcado por los que se consideran dueños de los recursos e imponen un grado de pobreza para cada cual. ?Mi vecino deja de ser vecino?? porque le han quitado su vivienda, pero tiene que seguir pagando ?su hipoteca??. No sabía yo que a las personas se les podía distinguir por el color de sus corbatas o por la forma de fumar haciendo filigranas con el espiral del humo de sus cigarrillos.
Tampoco me había parado a pensar que a cada uno les hemos puesto un número en nuestros listados y así nos resulta más fácil y menos gravoso hablar de gente sin saber prácticamente nada de ellos, de sus vivencias y de sus problemas. Ni siquiera los años que tienen en realidad. Y es que es muy difícil saber la edad de las personas porque no tienen corteza como los árboles. Sin embargo, si tuviéramos ojos para ver profundamente veríamos sus almas cargadas de sufrimientos y alegrías. Veríamos el sufrimiento existencial de personas resignadas, aplastadas.
Profundizar en el por qué existen tantas personas en España sin hogar nos llevaría a tener que denunciar no sólo administraciones y entidades sino a muchas personas. La verdad es que son muchas las personas que ya sean por falta de recursos o por las dificultades personales o sociales las que no pueden llevar una vida autónoma y digna del ser humano. Las estadísticas que nos hablan de treinta mil, cuarenta mil están reflejando la dificultad de adentrarnos en una realidad que estamos mirando desde lejos.
A quiénes gozamos del disfrute de una vivienda digna difícilmente podremos comprender que otra persona, en situación de sin hogar, es una de las manifestaciones más inhumanas de la exclusión social. Tal vez también nos hayamos acostumbrado a que, porque son muchas, hemos pensado que es un producto de la sociedad y que nos podemos plantear acercarles un café por las noches o chocolate calentito para aliviar el frío del invierno. ¿Podemos quedarnos tranquilos cuando a nivel nacional se calculan al menos treinta mil personas en esta situación de ?personas sin hogar??.?
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