Soy Antonio Castillo Abascal, de 54 años, de Guadalajara, cura desde el 10 de julio de 1982, y ejerciendo como tal hasta octubre de 1997; todo ello en la diócesis de Ávila.
Ramón y Andrés me han propuesto que relate de forma breve mi recorrido por el Moceop. Esto que cuento es lo que me ha salido.
Para empezar tengo que situar mi vida de estudiante entre los seminarios de Guadalajara, luego Sigüenza y los tres últimos años en Madrid. Dejo la diócesis de Madrid y marcho a Segovia a trabajar con otro compañero en un proyecto de animación social. Este proyecto se paraliza por cambio de planes y la propuesta que me llega es integrarme en Avila en un equipo de curas (Muñico) que están trabajando en proyectos de desarrollo rural (1978).
Me sitúo en Ávila como una persona foránea, bien acogida por un sector de compañeros, querida de la gente de los pueblos en los que vivo, muy a gusto con lo que hago y vivo, con muchísima libertad y con muchas ganas de aprender.
Cuando en 1996 Eva y yo decidimos hacer vida juntos, mi madre hacía cinco años que había fallecido; mi padre falleció en diciembre de este año 96. Aprovecho el verano de 1997 para comunicárselo a mis compañeros y amigos uno a uno. A algunos me cuesta comunicárselo, a otros, no: no ha sido la misma relación con unos que con otros. En todos los casos lo vivo con ganas, energía y temblor. En general, la respuesta de los compañeros curas es el silencio; percibo desconfianza. Intuyo que hay ganas de olvidar y pasar página. Encuentro apoyo de muy pocos compañeros curas, cuatro como máximo. Encuentro apoyo en dos parejas de curas casados de Avila. Encuentro respaldo incondicional en muchos amigos; de mi familia, como resultado, percibo falta de afecto y apoyo.
Cuando me planteo nuestra nueva vida, el futuro, vislumbro un horizonte positivo: mi vida ha sido siempre bastante laica, igual que mis dedicaciones y ocupaciones, en sindicatos, escuelas campesinas, trabajo en la agricultura y ganadería.
Como decía antes, en octubre de 1997 yo dejo la diócesis de Ávila tras una conversación de quince minutos con el obispo, en la que me encontré con el funcionario adecuado a quien debía decir que me iba. La diócesis siguió cargando con el pago de la Seguridad Social durante un año y me pagó durante ese año cincuenta y dos mil pesetas al mes.
Eva se queda en Madrid en un estudio alquilado, porque trabaja en Madrid y yo empiezo a vivir en Lupiana (Gu) porque allí tengo una casa. El recuerdo de este primer año es de vivir errante, sin encontrar lugar, sin encontrarme, desorientado. Es un año duro por las enfermedades de ambos. Recuerdo la angustia y el temor que me producía salir a la calle, especialmente en Ávila, hacer vida en público, encontrarme con gente que me conociera.
Como no se trata de contar mi vida, recojo de esos primeros años el esfuerzo por hacernos un hueco en el mundo nuevo en el que empezamos a vivir, hueco laboral, social, el esfuerzo por ser comprendidos y acogidos desde el corazón por las personas cercanas. El planteamiento era claro: hasta ahora la Iglesia se había encargado de continuar el cobijo, apoyo, sostén, acogida y cariño de la familia; por muy distanciado que me pudiera encontrar y sentir de la jerarquía, vivía en el seno y era reconocido por las personas del cada día. Todo ello se va al garete y emocionalmente en estos momentos me encuentro a la intemperie.
En este contexto, Eva y yo comenzamos a hacer nuestro proyecto de pareja. No es el mejor marco.
Yo entro en contacto con el Moceop en el año 2000 a través de Ramón. Ya entonces participo en las reuniones del grupo de rezos en Guadalajara.
El Moceop me ha ayudado a hacer y vivir normal algo que sentía como un drama. (Aquí tendría que contar lo de Pepe Yela, para mí don José).
Mi contacto e implicación en el Moceop es pequeño. Encuentro que uno de los lazos más importantes que aglutinan a la gente es la historia vivida en común, la amistad anterior y la que se ha ido haciendo en el grupo.
Yo no participo mucho porque tampoco tengo muchos lazos; tampoco tengo ninguna reivindicación que hacer. Sí veo necesaria la denuncia.
Yo no he llegado a entrar despacio en la vida de las personas, individualmente o en pareja, que deciden casarse después de una larga etapa célibe. Pero sí percibo, además de conocer mi experiencia-nuestra experiencia, que es una etapa muy dura, especialmente cuando se vive en soledad.
Por eso, lo que yo aporto y reclamo es un grupo que esté al lado de todos aquellos curas y monjas que están buscando nuevas formas de vivir su fe sin estar castrados afectiva y sexualmente.
Lupiana, 27 de abril de 2007.
MIS PREGUNTAS:
¿Quién cuida el alma, el corazón de las personas que se desangran tras una decisión importante de su vida y no aceptada socialmente?
¿Quién sostiene la vida…
La esperanza…
La ilusión…
Las ganas de vivir de las personas que cambian de opción a mitad de camino?
¿Cómo se aprende a vivir en pareja el afecto y el sexo después de una vida castrada?