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La historia nos enseña que siempre ha habido pestes, plagas y otros fenómenos con consecuencias devastadoras. En otros tiempos, ante estos hechos extraordinarios, la gente se encomendaba a los dioses o a los santos; ahora nos encomendamos a la ciencia y a la tecnología. Y aunque rezarle a la ciencia y a la tecnología tiene más sentido práctico que hacerlo a los dioses, tampoco las primeras vendrán siempre en nuestro auxilio.
De modo que, recemos, supliquemos o encomendémonos a quien queramos, porque lo seguiremos necesitando. Los humanos, aunque vestidos no lo parezcamos, somos seres muy frágiles y vulnerables y nunca estaremos del todo a salvo. Esta es nuestra realidad. La muerte, de una u otra forma, siempre será nuestra sombra.
Pero las vicisitudes adversas y los contratiempos de la vida son lecciones magistrales que deberíamos aprovechar para estar más preparados ante posibles contingencias, para ser más humanos y, por qué no, para encarar la vida con más filosofía y menos miedo.
/ Antoñán del Valle (León)