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Mas escándalo que pena en la inauguración de la plenaria de la CEE (Conferencia Episcopal Española) -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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He leído atentamente el artículo de José Manuel Vidal, director de Religión Digital, en el número de hoy, 17 de Abril de 2018, y, como afirmo en el título, me ha provocado más escándalo que pena. Me meto mucho con los obispos, pero no es por desamor, y mucho menos por odio, sino por amor a la Iglesia. Como le dije en una ocasión al Cardenal Rouco Varela en una entrevista respetuosa y fraterna, remedando el «Me duele España» de los de la Generación del 98, a mi, en el mismo sentido fervoroso y leal que ellos sentían por su patria, a mí «me duele la Iglesia», y por eso me meto tanto con los obispos. Intentaré resumir los principales motivos para esa crítica y esos reproches hacia los miembros de la CEE.

Los obispos no siguen a Jesús en su ocupación, más que preocupación estéril, por los problemas de los hombres. El Señor se ocupó mucho más por los problemas corporales y materiales de su gente que por la «salvación de las almas». Esta última expresión, que tanto gusta en medios clericales, pues hasta es usada en el cierre del código de Derecho canónico, (CIC), nunca fue usada por Jesús, ni ninguna otra equivalente. Por la sencilla razón de que, para un judío, la salvación de las almas era humo, pura palabrería, un brindis al sol. Y para la moderna antropología, también. Lo que llamamos alma, sin el cuerpo, es cero, nada, sombras, humo. Jesús, con su vida y su muerte, salva a la humanidad entera, -¡no a muchos!-, para una vida corporal diferente, como estamos viendo en los textos de este tiempo de Pascua.

En el evangelio del último domingo, 3º de pascua, el mismo Jesús resucitado, que es Él mismo, con carne y huesos, y no un fantasma, entra primero en el cenáculo con todas puertas y ventanas cerradas, -cuerpo más sutil y flexible que el nuestro convencional-, y después, ante la duda y la incredulidad de los apóstoles, apela a la prueba definitiva: pide algo de comer, y come y pescado asado.

De hecho, en su vida mortal, el ¨Maestro de Nazaret» se ocupa de los siguientes problemas de su gente: de sus enfermedades, ¡y los cura!; de su hambre, ¡y les da de comer!; de sus impurezas legales, ¡y limpia a los leprosos, y corta la hemorragia de la hemorroisa!; de sus vergüenzas y sus dudas, ¡y habla con la Samaritana, y bebe de su pozal!, una mujer impura, prostituta, y, ¡encima!, samaritana; d los abusos de os poderosos hacia el pueblo, ¡y por eso monta el pitote de las puestos del mercado por los suelos, con el dinero y los artículos a la venta; y consuela el dolor de quienes han perdido seres queridos, devolviéndoselos a la vida!; y superando la marginación de la mujer, rodeándose de ellas en sus andanzas evangelizadoras, y encomendando a une mujer, María Magdalena, la misión de anunciar, con autoridad su Resurrección, carisma principal de los obispos, sucesores de los apóstoles, elevando a la mujer, en contra de lo que dicen prohombres de la Iglesia, a las alturas del ministerio sagrado.

(En el discurso inaugural de la Asamblea Plenaria, por parte del presidente de la CEE, no hubo ni una palabra, ni siquiera de recuerdo, de los problemas de los emigrantes, de la angustia de los jubilados, de la tremebunda corrupción política, del desamparo de los jóvenes bien preparados que tienen que emigrar, de los problemas de los trabajadores, provenientes de las reformas de las leyes laborales, siempre mejorando la condición de los empresarios, y empeorando las de los empleados, et., et.).

Nuestros prelados tampoco imitan al papa Francisco, que no para de clamar contra los desmanes del sistema económico liberal-capitalista; contra el tráfico y comercio de armas, (ahora nuestro Gobierno acaba de firmar un contrato de venta de armamento con Arabia Saudita, muy ventajoso económicamente, bendecido por los obispos, a través de sus veceros de la 13tv, pues si los señores obispos están en desacuerdo con la opinión de sus tertulianos, ¡que salgan a la palestra y los desmientan!, o que los retiren de sus emisoras); contra el abuso en el trato a los emigrantes y refugiados; que no cesa de gritar a favor de los derechos de los más pobres; del respeto a todas las tendencias sexuales; denunciando los horrores y sin sentidos de las guerras; del exceso de clericalismo, a quien ha llegado a tildar del «mayor mal de la Iglesia actual». No se pueden entonar loas al papa Francisco, y, después, hacer lo contrario de lo que él predica y hace, y así dedicar íntegramente el discurso de apertura de la Asamblea Plenaria de los obispos a problemas internos, es decir, al mundo clerical.

¡Y el presidente de la CEE insiste en el problema de la falta de sacerdotes en España! No me gusta nada ese tono plañidero, ni me hace ninguna gracia insistir en el error de la nomenclatura: que lean nuestros obispos la Carta a los Hebreos, y dejarán de emplear na terminología propia de las religiones naturales, y se irán, poco a poco, amoldando al hecho del sacerdocio único y eterno de Jesús, Sumo sacerdote según el rito de Melquisedec, con un sacerdocio profundo y nada convencional, ¡pues Jesús no era cura, ni pertenecía a la casta sacerdotal, ni en los primeros siglos hubo clérigos, a ver si alguna vez, en lugar de lamentarnos, cogemos el toro por los cuernos, y producimos una valiente, profunda y decisiva revisión e nuestros parámetros pastorales convencionales, y volvemos a una situación parecida a la Iglesia primitiva, con los adelantos sociales que la evolución de la humanidad nos ha proporcionado, ayudándonos así a resolver con más agilidad y libertad ciertos problemas, insolubles con la mentalidad del Impero Romano, como el papel de la mujer, elevándola a puestos ministeriales, que siempre debería haber ocupado, y con una organización más democrática y socialmente más adecuada, que no se opone en nada, sino que combina mucho mejor, con el estilo y talante de Jesús.

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