María de Nazaret, ¿una reina enjoyada con oro de Ofir? -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

En la festividad de hoy, Asunción de María a los cielos, en la homilía he afirmado a mis fieles que las lecturas de la Eucaristía de esta fiesta se encuentra una verdadera, sólida, y veraz, Teología mariana. Pero una de mis feligresas, catequista y alumna de las clases de Biblia, me ha interpelado, (la homilía, en mi parroquia, cuando hay poca gente, es, generalmente, interactiva), reconociendo estar de acuerdo con mi afirmación, en el conjunto de las lecturas, pero poniendo dos reparos a mi afirmación: 1º), la primera lectura, del libro del apocalipsis, -» Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. … Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo…

El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono;» y 2º), el salmo responsorial, «Hijas de reyes hay entre tus preferidas; a tu diestra una reina, con el oro de Ofir.» Mi perspicaz participante en la Eucaristía se refería, como paso a explicar, a la especial aplicación simbólica que la Liturgia parece realizar de estos textos refiriéndolos a María. Que es lo que voy a explicar, así cómo que estoy fundamentalmente de acuerdo en lo que esta lúcida mujer ha comentado.

1º) El texto de Apocalipsis, (11:19; 12:1-6, 10). Es evidente que en la Edad Media ese texto apocalíptico se aplicó a María, cuando ni el autor, ni la Iglesia primitiva dio nunca pistas para imaginar la importancia teológica de la Madre de Jesús, y menos en la terrible dialéctica de poder que se esconde en la lucha del Dragón contra esa mujer. Esto es lo que Natalia, -nombre ficticio-, ha razonado, en lo que estoy perfectamente de acuerdo. Y todavía más: reconociendo que en una época en que los reyes y reinas, y las personas encaramadas en el poder se solían contemplar como dotados por Dios on una vocación y una misión especial en la instauración, y asentamiento, del Reino de Dios. Nada mejor, para exaltar a la madre del Señor, que reconocer en ella la mujer del Apocalipsis, aunque no tuviera, como así es, nada que ver.

2º) El Salmo Responsorial, (Salmo 45:10-12, 16), cuyo texto hemos visto más arriba, del que hago mención en el título del artículo. Mi amiga ha insistido, con toda razón, que lo que sugiere este salmo no tiene nada que ver con las palabras de Isabel en el Evangelio, y, sobre todo, con el himno del Magníficat, en que la misma María proclama cuales son las preferencias de Dios, y su estilo. Así que voy a seguir el mismo proceso argumental de mi amiga, para reafirmar que, efectivamente, las lecturas de hoy marcan la línea de la auténtica y verdadera teología mariana, y lo haré en dos apartados, con una conclusión final.

Las palabras de Isabel: «Feliz tú porque has creído…». En este texto se basa el gran Karl Rahner para su famoso ensayo «María, la primera creyente». Frente a la Teología mariana triunfalista, la de los títulos rimbombantes de la letanía del Rosario, que proclama a María reina de tantos grupos, y hasta de cosas bonitas, como «Torre de marfil», etc., su pariente Isabel solo destaca un rasgo, que, además, es el único que la hace semejante a nosotros, y en lo que la podemos intentar imitar, en su profunda fe en los designios de Dios.

Y quiero dejar bien claro que muchos, la mayoría, que quieren exaltar a María, esa joven decidida y valiente de Nazaret, que, según una tradición que se remonta a los siglos IV-V, tuvo, incluso, que pasar por la prueba de las «aguas amargas» a la que eran sometidas las jóvenes de cuya virginidad o fidelidad al marido se sospechaba, lo que hacen, digo, con tanta exaltación sin fondo ni argumentos bíblicos, es quitar a María su mayor título de merecimiento y de gloria: su fe, en situaciones inéditas, complicadas, arriesgadas, y comprometedoras. Y si hacemos una lectura llana y lisamente literal del Nuevo Testamento, (NT), sobre todo del Evangelista Lucas, convertimos a la Virgen en una marioneta en manos de ángeles y de enviados ilustres, ante los que no se puede dudar. ¡Bendita Isabel!, que iluminó el motivo por el que consideraba feliz a su prima, ¡porque había creído en lo que había intuido como Revelación de Dios, y, por eso, esa obra ingente, maravillosa, y asustadora para una niña de 14-16 años, se cumpliría. Sí, ¡bendita Isabel!, (¿o bendito Lucas que supo captar con finura, y expresar con belleza, los secretos de la vocación de María?).

a) El grito «subversivo» de María (Lucas) en el Magníficat… Me ha sucedido, sobre todo, en algunas convivencias, mas aquí, en España, que en Brasil, que algunos jóvenes, dirigidos y aleccionados por catequistas, sobre todos si éstas eran religiosas, consagradas, se dice hoy, se entusiasmaban con el canto del Magníficat en las Vísperas que solían cerrar, antes de la cena, las actividades del día. Se entusiasmaban, pero no caían en la cuenta en la fuerza y en la energía, no casi, sino subversiva del todo, de ese himno, que, evidentemente, no pudo ser repentizado ni improvisado por una joven galilea, que probablemente no sabía leer. Y no es nada plausible que una chica, en esas condiciones, no solo improvisara, sino que ni siquiera con meses de meditación y estudio fuera capaz de componer una pieza de lo más profundo, teológico, y, desde el punto de vista literario, de lo más técnico, lleno de citas bien hiladas y secuenciadas, con las palabras e ideas deslizándose suavemente como en un arroyo transparente, plácido, pero vivo y rápido. SE trata de una de las páginas más hermosas, inspiradas, poéticas, y, al mismo tiempo profundas de toda la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.
b) …, de contenido altamente socio-político. He insinuado más arriba la diferencia de lectura, o de entusiasmo, entre los jóvenes españoles y brasileños, ante el texto, y todavía mejor, ante el himno cantado del Magníficat. Y el motivo es claro, y se entiende fácilmente: el Magníficat es el himno no oficial, pero sí oficioso, y, sobre todo, vital e inspirador de las comunidades de base latino-americanas. Lo he calificado de «grito subversivo» porque subvertir, en español, significa poner abajo lo que estaba encima, y arriba lo que se encontraba abajo. Este es el puro concepto de «subversión», que entendió, y practicó tan diligentemente la Revolución Francesa. Claro, que la subversión del Magníficat es sin violencia física, pero no dejando, por eso, de pretender una verdadera, profunda y radical, -«llegar hasta la raíz»- revolución socio-económico-política.

Conclusión final: Y, con este texto, pronunciado, estrenado y santificado por María, ¿se puede entender la Teología Mariana de las coronaciones pontificias, de los mantos y joyas, de los camerinos de las vírgenes que harían, ¡a veces han hecho!, las delicias de los capos y jefes mafiosos y amigos de lo ajeno? ¿No tenía, pues, razón, mi amiga Natalia al chocarle tanto el estribillo del salmo responsorial, «una reina enjoyada con oro de Ofir»? A mí, una Teología que permite tal desplazamiento del centro y de la esencia de la reflexión neo testamentaria sobre María, no me conmueve; más bien, me estorba, casi me escandaliza. Amo y admiro demasiado a aquella joven valiente y decidida de Nazaret para verla metida en estos berenjenales de mantos suntuosos, coronas y joyas que contradicen lo que esas dos mujeres admirables, Isabel y su prima, nuestra María de Nazaret, nos comunicaron.