Antes de que la adormecedora vida cotidiana borre lo que hemos vivido en esta luminosa mañana de abril, queremos compartir las impresiones y los sentimientos que bullen en nuestro cerebro.
Acudimos a una convocatoria recibida por mensaje de móvil a las 24:00 horas de ayer que acababa con un dramático “necesitamos ayuda”. Se trataba de una amenaza de derribo de una vivienda en La Cañada Real. Pensamos que nuestras actividades previstas podían aplazarse. Se trataba de acudir una vez más en apoyo de la lucha desigual de “unos nadies” frente al aparato del Estado.
El madrugón y las dudas iniciales sobre la convocatoria mereció la pena soportarlos. Asistimos a un nuevo capítulo de la serie en vivo y en directo de las contradicciones en las que se asienta nuestra democracia.
A las 8 de la mañana nos fuimos congregando alrededor de la casa amenazada de derribo, un puñado de vecinos, de personas que trabajan con estas familias, algunos miembros de las iglesias de San Carlos Borromeo de Vallecas y de Santo Domingo de la Calzada de La Cañada Real y otros. Una juventud consciente y activa nutría el grupo y algún que otro prejubilado. El núcleo externo al barrio compuesto de unas 40 personas había acudido probablemente por motivaciones políticas, éticas, científicas, solidarias… Se decidió que algunos intentaran negociar con el mando policial y pedirles la orden de derrribo. No mostraron nada ni aceptaron ninguna negociación.
Los vecinos, los amenazados, estaban compuestos por una pequeña comunidad marroquí, que convive en ese sector con familias españolas que construyeron su casa en este barrio hace más de 30 años. Eran dos grupos claramente diferenciados y en este caso unidos por la misma adversidad. Eran pocos pero algunos más se fueron animando, uniéndose poco a poco formando diversos grupitos. A los marroquíes se les había aconsejado que permanecieran en segundo plano para protegerles por su situación de mayor vulnerabilidad.
Sorprendentemente también había un nutrido grupo de medios: Rne, Tve, Telemadrid, Antena 3 y otros. Menos mal, porque la avalancha de cámaras grabando servía de freno a la intervención de la policía, aunque no nos hagamos ilusiones sobre la información que la respectiva cadena dará a la opinión pública. Cuatro horas de grabación de situaciones dramáticas, emotivas, tensas para luego resumirlo en un informativo de Rne en el que se dice “los vecinos estaban tranquilos”. Cada vez el lenguaje informativo evita expresar con propiedad la realidad.
Pero los protagonistas de la mañana fueron los agentes de la autoridad. La aplastante desproporción entre los congregados y las fuerzas del orden nos recordaba de nuevo la desigual lucha que debe mantener el ciudadano con el poder, cuando decide defenderse. Fue un alarde de estrategia militar avasallador. Dos helicópteros sobrevolando, más de 100 antidisturbios de la PN, 40 guardias civiles, varias patrullas de la policía municipal, un grupo de policías a caballo, otro grupo de policías con motocicletas. Todos ellos desplegados acordonando la zona, siguiendo un plan estudiado y aprendido para combatir enemigos peligrosos como nosotros, ¿para ellos seríamos terroristas?
Y la sorpresa mayor fue que un grupo de 10 policías camuflados con pintas de jóvenes alternativos y algunos con las caras tapadas con pañuelos y capuchas, intentó mezclarse con el pequeño grupo de resistentes. La bronca que se llevaron fue aleccionadora y tuvieron que ser rescatados por los antidisturbios. Alguno de ellos podría pensar: ¡Qué poca amabilidad para unos pacíficos agentes del orden que lo único que hacen es utilizar tretas para poder inculpar a los incautos vecinos! No es otra cosa que la aplicación de la guerra psicológica. El engaño también se estudia como arma.
El puñado de civiles fuimos siendo empujados literalmente para alejarnos de las casas a derribar. Cuando nos tuvieron alejados apareció una procesión formada por varios coches escoltando a tres máquinas para demoler las casas, varios de los que iban dentro llevaban las caras tapadas ¿de quien se escondían?. El abucheo a éstos fue mayor.
Y de esta manera, ya rodeados por las fuerzas de a pie y a caballo por todas partes solo nos quedó presenciar con asombro e impotencia la demolición de las casas. La primera, sin haber sido avisado por ninguna orden judicial, pertenecía a una familia marroquí con varios niños dentro. No les dejaron sacar sus cosas. Contemplar el derribo torpe y lento de los muros, las puertas y las ventanas por el monstruo de la máquina es aterrador; ¡cuántas energías de las pobres gentes machacadas! Si además, ves que ese monstruo-máquina está manipulado por un trabajador que se gana la vida dejando a los pobres sin casa es una imagen de la sinrazón y de la barbarie de la sociedad civilizada. Se destruye su casa y no se les da ninguna alternativa. Solo les queda volver a rehacer de nuevo con los restos otra vivienda.
Y así con otras dos casas.
De un lado las lágrimas, la rabia contenida, los gritos y las protestas y la impotencia, del otro la frialdad de la pura fuerza con modales aparentes, pero sin contemplaciones. Fue un cuadro demoledor en todos los sentidos.
A la cabeza bullen un sinfín de preguntas. ¿Qué sociedad estamos construyendo? ¿podemos sentirnos seguros con esa policía amenazante con los débiles? ¿qué sentido tiene ese despliegue para demoler las casas de unos ciudadanos trabajadores? ¿para eso están las fuerzas del orden? ¿qué sentimientos siembra en los jóvenes que asistían inermes a la destrucción de sus casa?
Estamos permitiendo la creación de un estado policial que nos proteja. Pero de quien nos debe proteger? ¿De los pobres? ¿ de los emigrantes que vienen a trabajar y construyen un sitio para vivir? ¿qué delito es hacerse una casa para que viva la familia?
¿dónde está la política de integración?
Queridos amigos, solo queríamos compartir con vosotros lo que hemos visto, sufrido y aguantado al lado de un grupo de ciudadanos marcados y despreciados injustamente. No podemos permitir que hechos como éste puedan ser considerados como necesarios y se puedan justificar. ¿De parte de quien está el derecho?
Madrid 22 de abril de 2008
(Información enviada por Iglesia de base de Madrid)