«La violencia contra las mujeres es un hecho universal, transcultural». La teóloga Lucía Ramón presenta en Barcelona ?Queremos el pan y las rosas»
«Muchas veces se me ha visto como una anomalía: teóloga, laica y mujer». Lucía Ramón cumple los tres requisitos, y además el don de la escritura. «Queremos el pan y las rosas. Emancipación de las mujeres y Cristianismo» (Hoac) es su último libro, que nos sirve como excusa para hablar de las dificultades con las que, aún hoy, se encuentran las mujeres que buscan, siguiendo el Evangelio, un lugar en plano de igualdad al de los hombres, en la sociedad y en la Iglesia.
¿Cómo surge Queremos el pan y las rosas?
-Este libro recoge una trayectoria larga de trabajo en el ámbito ecuménico, en el de las redes de mujeres cristianas…desde una preocupación de, digamos, «cristianismo social», que coloque en el centro de mi historia personal una espiritualidad muy conectada con el trabajo por la justicia.
Durante unos años voy moviéndome y descubriendo una manera de hacer teología que implica todos estos elementos.
Y surge una problemática que considero muy importante, que es el tema de la violencia contra las mujeres, lo que en España empezó llamándose la violencia doméstica, coincidiendo, además, con mi implicación en el ámbito ecuménico. Y descubro que hay mucho trabajo que se está haciendo desde las iglesias en Europa y a nivel internacional respecto a esta cuestión.
-Además, Valencia y Barcelona son dos sitios donde se focaliza ese trabajo, común a las distintas confesiones cristianas.
-Sí. En el año 97 yo asisto a la Asamblea Ecuménica de GRAD y allí descubro todas estas redes. Después, la Cátedra de las tres religiones, de Valencia, donde también colaboro con mujeres de otras religiones, descubriendo cómo este hecho es también un hecho trasversal, el papel de las religiones para prevenir o legitimar la violencia contra las mujeres, la importancia de realizar ese trabajo.
Así surgió la inquietud del libro. Luego me reuní con la Editorial HOAC, porque ellos tienen como una de sus principales líneas de trabajo la denuncia de la explotación de la mujer (en el aspecto laboral, por ejemplo), y entonces les propuse mi libro, que tiene la estructura de la revisión de vida católica: el ver, juzgar y actuar.
Así, partimos de un problema (la violencia doméstica), ampliamos el horizonte (para ver la generalidad de esta violencia contra las mujeres), y luego aportamos, desde la Iglesia, la perspectiva del Evangelio, para saber cómo actuar, qué caminos de acción nos está pidiendo esta realidad.
-¿Y cómo ves el panorama? Porque, prácticamente desde el inicio de los tiempos, las principales tradiciones filosóficas y confesiones religiosas (muchos pasajes en el Antiguo Testamento de la Biblia, muchos del Corán…) han amparado y justificado de alguna manera la pertenencia de la mujer al varón, lo cual viene a justificar cualquier acción de éste sobre ella, convirtiendo a la persona en propiedad.¿Hasta qué punto las religiones han estado promoviendo históricamente la violencia?
Todavía esta mañana yo venía recordando frases lapidarias de algún obispo español de hace muy poquito, viniendo a decir esto de «algo habrán hecho» o de que «no es la misma violencia un cachete que…», con lo cual, aún hoy seguimos en ese mismo camino.
¿Está en pie esta antigua dinámica?
-Yo creo que si analizamos el tema de la violencia contra la mujer con rigor, vemos que es un hecho universal y transcultural. La consideración de la mujer como «la otra», «la diferente» y el empleo de esa diferencia como excusa para la subordinación, es algo que ya encontramos en Hesíodo: el mito de Pandora, la mujer que abre la caja con todos los males para la humanidad…Está en la cultura griega, en la mitología latinoamericana (la vagina dentada…) y en otras muchas culturas. Es la dificultad para lidiar con la diferencia…
Incluso en la Ilustración, época poco religiosa, es curioso como también Rousseau, por ejemplo, que es uno de los padres del Estado moderno y no precisamente un pensador mojigato, ya planteaba, cuando decía que las mujeres tenían que quedarse en el hogar, que la razón del género de vida de las mujeres, que reconocía tan limitado, era la enmienda del Pecado original. Nada más y nada menos que un padre de la Revolución francesa recurría a una argumentación teológica. A Eva.
Las religiones nacen en la cultura y no se libran de las prácticas patriarcales. Son realidades humanas, aunque para los que somos creyentes además tengan una dimensión de presencia en el espíritu. Y se sirven de la ambivalencia: hay discursos religiosos que legitiman la violencia contra las mujeres, porque con frecuencia las élites que detentan el poder y elaboran el discurso, las normas de vida, la ética…las constituyen varones, a menudo separados de las mujeres en la convivencia cotidiana, o cercanas a ellos, pero subalternas. Con lo cual, sólo tienen ese punto de vista.
-Digamos que la mujer sigue siendo la tentación, «la otra», a la que el hombre se enfrenta por perder el favor de Dios…
-Por otro lado, tenemos en el cristianismo (y en el libro yo trato de mostrarlo desde el título, porque es una tesis importante) la experiencia histórica de muchas mujeres que han encontrado en la experiencia cristiana -también en la espiritualidad de otras religiones, aunque yo me centre específicamente en la cristiana- fuentes para la emancipación, para la afirmación de su humanidad plena y su propia dignidad. En este sentido, creo que la espiritualidad, siempre que sea emancipatoria, potencia estos procesos de liberación.
Desarrollando esta tesis, también en el libro hago un recorrido de «mujeres bíblicas» poniendo el acento en esa dimensión. El libro también pretende reivindicar este aspecto, el bueno, de la ambivalencia de lo religioso. Hay un discurso construido, histórico, que muchas veces legitima la violencia, y eso también lo he analizado, pero a la vez recogiendo las experiencias de liberación.
-Jesús vino a romper con muchas cosas de lo viejo, como ocurre en cada una de estas experiencias. Sin embargo, la lectura histórica ha sido bien diferente a la lectura que podríamos hacer desde la óptica de la fe, puesto que las mujeres del Evangelio son tanto o más importantes que muchos de los varones que hoy son santos y que incluso algunos fueron reconocidos papas.
-En el segundo capítulo del libro le dedico unas páginas a este tema importante: cuando hablo de que el cristianismo a veces es fuente de violencia contra las mujeres, yo digo que hay que volver a Jesús y hacer una relectura de su relación con las mujeres y su mensaje. Y saco dos conclusiones: una es que Jesús no hizo un discurso específico para las mujeres, que en el Evangelio no hay una diferenciación sexual (las bienaventuranzas, el bautismo…son para todos).
-Incluso cuando habla de matrimonio y divorcio utiliza exactamente los mismos términos si es la mujer o si es el hombre quien comete el adulterio…–
?l siempre va a utilizar este lenguaje de igualdad, va a dirigirse a una humanidad de seres necesitados ante Dios con la misma dignidad. Después, vemos que es llamativa su sensibilidad ante el sufrimiento de las mujeres, que en muchos casos tenía que ver con asuntos de marginación social o exclusión, de hecho, religiosa…
La segunda conclusión de esta tesis del libro es que, si analizamos los textos evangélicos y lo que fue la praxis histórica de Jesús con lo que hoy sabemos, clarísimamente un indicador de la irrupción del Reino de Dios es la salud de las mujeres. Y esto hay que recuperarlo. Nos hemos de plantear que allí donde las mujeres sanan, se desarrollan integralmente como personas, está presente el Reino de Dios. Esto hace falta decirlo en las homilías de las iglesias y en los libros de religión. ¿Por qué no hablamos de esto si es la Buena Noticia?
-¿Se siente la mujer ciudadana de segunda dentro de la Iglesia? ¿Tiene motivos?
-Lo que creo es que verdaderamente hay poco espacio para hablar de condiciones de reciprocidad porque la mujer está hoy ausente en los lugares de producción de la Palabra. Y tanto en la predicación como en la elaboración del discurso moral o la Teología, es muy clamoroso, cuando en otros ámbitos sociales tenemos cada vez más mujeres participando e incluso ocupando puestos de responsabilidad en igualdad de condiciones, que sea tan difícil.
Por ser mujer una no tiene que tener una sensibilidad especial hacia la problemática femenina, pero sí que es cierto que la incorporación de la mujer facilita que se añadan perspectivas al trabajo (o, en este caso, a la Iglesia Católica).
Hoy por hoy, a todos los ámbitos de, digamos, «Iglesia docente», hay que acceder casi únicamente desde el sacerdocio, con lo cual, ¿cómo pueden realizar las mujeres este tipo de ministerios dentro de la Iglesia? Es un interrogante que nos tenemos que plantear.
-El problema está en que el acceso de las mujeres al sacerdocio puede ser una excusa dentro de lo que habría que cambiar a nivel global de participación, de sensibilidad…Salvando las distancias, es algo como la participación de los laicos, que parece que aumenta para cubrir la ausencia de vocaciones…
-Para mí el problema no es tanto la ordenación sí o la ordenación no, que también, sino algo por plantear a nivel teológico. De hecho, yo que soy profesora de Ecumenismo en la Facultad de Teología, lo considero de primera magnitud. Pero más allá de este debate, para mí el gran tema es cómo hacemos una Iglesia que sea responsable y que sea icono de la Trinidad y de la Humanidad. Que sea ese espacio de mediación donde también tienen que ser visibles las mujeres. Porque una Iglesia con una imagen tan potentemente masculina a mí me rechina, y creo que a la gente joven también. Es un reto que nos tenemos que plantear…
-En tu experiencia como teóloga, ¿marca el hecho de ser mujer?
-Cuando empecé a estudiar Teología, no me lo planteé, porque yo ya soy de una generación que creció con la idea de que había una igualdad legal en la democracia, y ni se me habría ocurrido que pudiera haber sido tratada de forma diferente. Y, curiosamente, cuando ya estaba estudiando fue cuando me di cuenta de que aún había muchas cosas que cambiar.
Estudié en tercero de carrera Antropología teológica, y me explicaron que el varón y la mujer, en el cristianismo, fueron creados a imagen de Dios, ambos representantes de la plenitud de lo humano y lo divino, y luego, en cuarto, estudié Derecho Canónico y descubrí que ni siquiera puedo acceder al lectorado en una liturgia, y que, por lo tanto, si un sacerdote decide que no quiere que yo lea, no puedo subir al altar. Esto me provocó una fuerte conmoción…Y ahí es cuando empiezo a leer, a buscar mucha más información, y a darme cuenta de que, prácticamente, en mis años de Facultad -en siete años de Teología- no se me había citado a ninguna teóloga. ¡Y hay muchísimas!
Muchas eran consideradas maestras de espiritualidad, pero es extraño por qué no podían ser también consideradas teólogas. Depende lo que se entienda por Teología: si es un discurso sobre Dios persuasivo, convincente, adaptado a los tiempos…es evidente que muchas mujeres, como Teresa de Jesús, hicieron teología.
-Te recordaba que hace un mes apenas, con motivo de la Nueva Biblia Conferencia Episcopal, se organizó una rueda de prensa y se habló de la cantidad de ponentes…y, de entre los 25-40 que había, sólo una era mujer.
-Nuria Calduch, me imagino.
-Así es. Y te planteabas: es indignante y debería ser imposible.-Sí…Yo creo que el reto es que todos nos hagamos ese mismo planteamiento: ¿qué pasa con esto?
-¿Y qué es lo que tiene que hacer la Iglesia? ¿Qué podemos hacer los laicos, las mujeres con responsabilidades dentro de su iglesia, que quieren trabajar en ella desde dentro?-Lo primero que hay que hacer es tomar conciencia de que esto es un «antisigno», por así decirlo. El hecho de que la presencia en ese congreso sea casi exclusivamente de varones, refleja la desigualdad, la dificultad de acceso de las mujeres al estudio de la Biblia, al pensamiento teológico. Lo segundo que hay que hacer es potenciar y apoyar las vocaciones de las mujeres laicas que quieran servir a la Iglesia, ayudar y abrir caminos.
Y después, las propias mujeres, a través de la agrupación en redes, tenemos que dar un paso adelante y comprometernos. No desanimarnos ante la dificultad, sino afirmar nuestras propias vocaciones. Yo sé que, como teóloga, muchas veces se me ha considerado (aunque no siempre negativamente) como una anomalía, por ser laica y ser mujer. Pero hay que pasar de esa sensación (sentirte «extranjera residente», como dice Elisabeth Schüssler Fiorenza), a afirmar tu propia identidad como bautizada, miembro de la Iglesia, tan llamado por Jesús al apostolado como cualquier otro.
–Un par de preguntas cortas y vamos cerrando.
Sacerdocio de la mujer: ¿sí, no o medio pensionista?–
En primer lugar, lo que creo de este tema es que no puede haber un silencio obligatorio sobre la cuestión. Me parece inaceptable que este tema no se pueda discutir. Cualquiera que se dedique a la Teología, que se mueva en este ámbito, sabe que es un tabú, que no se puede debatir…Y además, me parece especialmente escandaloso cuando dentro del ecumenismo es fundamental, porque afecta a nuestra relación con los anglicanos, la Iglesia evangélica…
Así que, para mí, lo primero que habría que hacer es reabrir la reflexión y que cada uno, con libertad, nos podamos expresar, partiendo de la información que hoy tenemos sobre el origen del cristianismo: en los últimos años, los historiadores de la Iglesia hemos encontrado muchos datos nuevos sobre los primeros cristianos, con elementos que debemos pensar y articular. Considero que no puede considerarse una cuestión cerrada.
-¿Y tú cómo lo ves?-Honestamente, y después de reflexionar a fondo sobre el asunto, yo creo que el problema principal es el argumento que le niega el derecho al sacerdocio a la mujer, que es que la mujer no pude actuar in persona Christi porque no es varón. Eso quiere decir que yo no puedo representar a Cristo tan plenamente como un varón.
-Como suponer que murió y resucitó por menos de la mitad de la población mundial…-Claro…el argumento es inaceptable. Respecto a la conveniencia o no, soy más ambiciosa: creo que hay que repensar los ministerios.
-¿En qué sentido?-¡En muchos! Hay que ampliar la visión de los ministerios, desclericalizar la Iglesia…
¿Sacerdocio sí o no? Mientras el sacerdocio sea la condición para poder acceder a la Teología, al Magisterio, a la «dirección espiritual» o a su acompañamiento a nivel oficial, ¡pues sacerdocio sí!
–Pero lo ideal sería cambiar el paradigma.-Exacto. Y hay que estudiarlo dejándose interpelar, además, por las Iglesias hermanas. No dar pasos en falso y seguir haciendo camino.
-Lo tenemos que ir dejando, Lucía… ¿Por qué Queremos el pan y las rosas?-Porque lo que hemos descubierto las mujeres en esa lucha histórica por la afirmación de nuestra dignidad humana, es que la justicia no es sólo redistribución, igualdad de oportunidades…sino que también es lo que decía Jesús: abundancia, gratuidad, cuidado, fiesta, creatividad; gozar de las cosas buenas de la vida…
Las mujeres cristianas queremos pan, pero también las rosas. Hacer teología participando plenamente en la creación a nivel social. Es colocar el cuidado en el centro del debate de la justicia: el ministerio de los cuidados hasta ahora ha sido asignado a las mujeres, pero lo necesitamos todos. Las cosas están cambiando: nos hemos incorporado al mundo laboral y el cuidado de los niños, de los enfermos, de los ancianos tiene que seguir organizado. Así que humanicemos más a los varones, y eso también humanizará más a las mujeres.
–Pues ojalá, tú y yo que somos jóvenes, podamos ver parte de esto.
Muchas gracias por el esfuerzo de plantear esta y otras tesis en el libro. Que tiene, además, prólogo de Ignacio G. Faus, que además de otras muchísimas cosas, es bloguero en Religión Digital (aunque no sea el título que pone como principal en las tarjetas).
Muchas gracias, Lucía Ramón, por estar aquí. Esta es tu casa. Bienvenida.-¡Gracias!
-Queremos el pan y las rosas. Emancipación de las mujeres y cristianismo, Ediciones HOAC: ¡Háganse con él!
Y nos vemos en próximas entrevistas en Religión Digital. Muy buenos días.
Titulares
Hay que vincular la espiritualidad con el trabajo por la justicia.
La violencia contra las mujeres es un hecho universal, transcultural.
La violencia contra el sexo opuesto es el reflejo de la dificultad para lidiar con la diferencia.
Las élites que detentan el poder y elaboran el discurso de las religiones, están formadas por varones.
La espiritualidad, si es emancipatoria, potencia los procesos de liberación, la humanidad plena y la dignidad propia.
Con el libro reivindico el aspecto «bueno» de la ambivalencia de lo religioso: las experiencias de liberación.
Cuando el cristianismo es fuente de violencia contra las mujeres, hay que volver a Jesús, a su mensaje respecto a ellas.
Jesús no hizo discursos específicos, un Evangelio de mujeres: las bienaventuranzas, el bautismo…son para todos.
La salud de las mujeres es la irrupción del Reino de Dios.
«Allí donde las mujeres sanan y se desarrollan integralmente como personas, está presente el Reino de Dios».
La incorporación de la mujer (al mundo laboral, al seno de la Iglesia) facilita que se añadan perspectivas.
¿Cómo hacemos una Iglesia que sea responsable, icono de la Trinidad y de la Humanidad y espacio de mediación donde también sean visibles las mujeres?
Para combatir la violencia doméstica, hay que empezar por dejar hablar y contar con las mujeres, sobre todo con las que están trabajando en ámbitos sobre los que la Iglesia institución se pronuncia.
Cuando estudiaba, me preguntaba por qué muchas mujeres se consideraban «maestras de espiritualidad» pero no se las podía llamar teólogas.
Muchas veces se me ha visto como una anomalía: teóloga, laica y mujer.
Me parece inaceptable el silencio obligatorio ante el sacerdocio de la mujer: que sea un tema tabú, que no se pueda discutir.
Sí al sacerdocio femenino, mientras siga siendo la única condición para poder acceder a la Teología, al Magisterio, a la dirección o acompañamiento espirituales.
«Las mujeres cristianas queremos pan, pero también las rosas. Colocar en el centro el cuidado».