Los sacerdotes casados, signo del Espíritu (XXIV): El sacerdote ministerial puede recibir el regalo divino del enamoramiento -- Rufo González

0
120

Enviado a la página web de Redes Cristianas

?Hay que responder a los impulsos del Espíritu?? (GS 11)
Hace unos días ha sonado fuerte el grito angustioso de unas mujeres italianas. Ha sido en una carta escrita al Papa Francisco, donde califican su situación como ?un continuo tira y afloja que despedaza el alma?? (Pablo Ordaz, en El País; 20 de mayo de 2014). Dicen rotundamente: ?Nosotras amamos a estos hombres y ellos nos aman a nosotras. No se puede romper un vínculo tan fuerte y hermoso??. Y no sólo, habría que añadir, ?no se puede romper?? por ?ser fuerte y hermoso??, sino porque este amor, como todo amor verdadero, ?viene de Dios??: ?donde hay amor, allí está Dios??. ?Quien no ama no tiene idea de Dios, porque Dios es amor?? (1Jn 4,7-8). Los profetas veían en este lazo amoroso una parábola de la pasión de Dios por su pueblo. El amor del enamoramiento es un amor que surge de las entrañas: es gratuito, desinteresado, sólo busca el bien del amado. Como el amor de los padres a los hijos. Por algo en la Biblia llamar a Dios ?esposo?? y ?padre-madre?? es un modo de reconocer la experiencia profunda del creyente en el Misterio de Dios.

Así lo expresaron los profetas. Con vigor supo plasmarlo especialmente Oseas, que, en su amor y boda con una prostituta, vio una imagen de Dios, enamorado de la humanidad, no correspondido, como él. El Dios que crea por amor no tiene otra salida que seguir amando. Eso lo percibe Oseas en su enamoramiento: no puede dejar de amar a su esposa Gomer, a pesar de su infidelidad. El corazón le sigue diciendo: ?te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y derecho, en amor y ternura; te desposaré en fidelidad y tú conocerás al Señor?? (Os 2, 21-22). En su enamoramiento descubre los sentimientos de Dios: ?con cuerdas de ternura, con lazos de amor, los atraía… El corazón me da un vuelco, todas mis entrañas se estremecen. No dejaré correr el ardor de mi ira…, porque yo soy Dios, no un hombre?? (Os 11,4-9). Esta lógica del Amor la vivió Jesús, y nos lo dio a conocer. Por eso sus parábolas asombraban y escandalizaban a los amigos de la ley: el hijo pródigo, la igual retribución a los trabajadores, invitar a quien no puede invitar, etc.

El misterio del enamoramiento

Perdonad la autocita. Copio una página de mi libro sobre preparación al matrimonio, donde describo el fenómeno del enamoramiento y su significado profundo:

?Dos per­sonas muy con­cretas que se vieron en­vueltas sin saber cómo ?en el amor??. Siem­pre hay un misterio en esta realidad de enamo­rarse. En un determi­nado momento una persona, entre las muchas que rozan nuestra vida, despierta en nosotros una atrac­ción especial. ¿Dónde fue? ¿Cuán­do? Poned en común vuestros recuerdos.

Empezamos a cent­rarnos en esa persona, a descubrir­la… Su aspecto físico, su voz, su mirada, su sonri­sa, su forma de tratarnos, su manera de pen­sar… todo lo que vamos descu­briendo nos agrada. No parece tener defectos para nosotr­os. Despierta en nosotros sentimien­tos, deseos, sueños, imagina­ciones… que nadie hasta ahora había sus­citado. Sin que­rer la hemos ido haciendo el centro de nuestra vida. Nues­tro tiempo y nuestro espacio empiezan a girar en torno a ella. Mido las horas que faltan para verla. Recorro los espacios más invero­símiles para encon­trarme con ella. Las esperas me duelen como el hambre o la sed al que no tiene para comer o beber. Incluso el mundo se ha cambiado para mí. Hay una diferencia abismal entre estar enamorado y no estar­lo. El mundo, la vida, el trabajo, la familia, todo… tiene ya otro sentido. Se vive de otra forma. Parece que una atmósfera, un aire, una tempera­tura determinada, está rodeando toda nuestra vida.

Los psicólogos comparan el enamoramiento con una enfer­medad o fiebre alta. No estamos en condiciones de ser objeti­vos, dicen. Una especie de reacción química ha invadido nues­tra perso­na, y nos ha afectado a todos los niveles, cor­porales y espiri­tuales. Tiene sus riesgos, como toda situación límite, y no permanece mucho tiempo de la misma manera. Pero no pueden por menos de reconocer que es una ex­periencia suma­mente agra­dable, que tiene un mensaje profun­do, que hay en ella una llamada a cuidarla, a profundizarla y a darle un cauce verda­de­ra­mente humano?? (NOS CASAMOS EN LA FE CRISTIAN­A. Curso práctico de preparación al matrimonio. 3ª ed. Sígueme. Salamanca 2007. Pág. 29-30).

El concilio Vaticano II reconoce que ?el Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo por el don especial de la gracia y de la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, demostrado con tierno afecto y de obra, e impregna toda su vida; más aún, se perfecciona y crece por su misma generosa actividad. Supera, por tanto, largamente la mera inclinación erótica, que, cultivada con egoísmo, se desvanece rápida y miserablemente?? (GS 49).

Dios observa esta ?aflicción del pueblo, el clamor debido a sus opresores…?? (Ex 3,7ss)

Supongo que el Papa Francisco, educado según el evangelio, se conmoverá ante esta comunicación de las mujeres italianas. En ella se subrayan los sufrimientos que la disciplina celibataria de la Iglesia católica occidental trae consigo:

?Se sabe muy poco del devastador sufrimiento al que está sometida una mujer que vive junto a un sacerdote la fuerte experiencia del enamoramiento. Queremos, con humildad, depositar a sus pies nuestro sufrimiento con el fin de que algo pueda cambiar, no solo para nosotras, sino para el bien de toda la Iglesia…

Cuando, destrozados por tanto dolor, nos decidimos a un alejamiento definitivo, las consecuencias no son menos devastadoras y a menudo queda una cicatriz de por vida tanto en ellos como en nosotras. Las únicas alternativas son el abandono del sacerdocio o la condena perpetua a una relación secreta.

En el primero de los casos, la grave situación con la que la pareja tiene que chocar se vive con gran sufrimiento por parte de los dos: porque también nosotras deseamos que la vocación sacerdotal de nuestros compañeros pueda ser vivida plenamente, que puedan seguir sirviendo a la comunidad.

La segunda opción, el mantenimiento de una relación secreta, conlleva una vida escondiéndose continuamente, con la frustración de un amor incompleto que ni siquiera puede soñar con un hijo, que no puede existir a la luz del sol. Puede parecer una situación hipócrita, permanecer célibes teniendo una mujer al lado, en silencio, pero desgraciadamente no pocas veces nos vemos obligadas a esta dolorosa elección??.

Es inhumana esta norma, aunque ?haya más puntos positivos que errores??

No puedo compartir la opinión del entonces arzobispo de Buenos Aires, hoy Papa Francisco, en su libro de conversaciones con el rabino Abraham Skorka, ?Sobre el cielo y la tierra??, en el que apoya que siga la misma ley ?con todos los pros y los contras que conlleva, porque en diez siglos de experiencias hay más puntos positivos que errores; la tradición tiene un peso y una validez??.

Para que sigan los ?puntos positivos??, está el celibato opcional. Para evitar los ?errores?? está la libertad de poder ejercer el ministerio en situación matrimonial. La ?tradición?? impuesta, apoyada en ignorancia y malentendidos sobre la sexualidad, debe revisarse desde el Evangelio de la libertad guiada por el amor. Ahogar sentimientos y vivencias buenos es atentar contra la libertad, derecho humano. Y, en cristiano, es apagar el Espíritu, que sopla donde quiere, y a quien ?no podemos extinguir?? (1Tes 5,19).

Rufo González