Puede criticarse, y en muchos aspectos la crítica es atinada, determinada beligerancia del Gobierno socialista con la Iglesia católica. Pero este impulso gubernamental de carácter laicista ¿se hubiese producido de no mediar durante la pasada legislatura notorios errores de la jerarquía eclesiástica? Sinceramente: el laicismo socialista —algo diferente a la deseable laicidad— se ampara también en la torpeza del episcopado, cuyos principales errores serían los siguientes:
1. La jerarquía eclesiástica ha olvidado que la Iglesia es también una estructura de poder transversal, no partidista y cuasi institucional, de manera que viene obligada a ejercer la política de negociación y asumir el pragmatismo del posibilismo. Lo hizo con la financiación —que negoció correctamente—, pero no ha sabido manejar la discrepancia en torno a la asignatura de Educación para la Ciudadanía llamando a una improbable objeción de conciencia —iniciativa que ha fracasado y ha deteriorado las relaciones de la jerarquía con la patronal de los colegios religiosos concertados (FERE)— y que el Gobierno ha interiorizado como un grave desafío. La connivencia con el PP en éste y otros asuntos —por ejemplo, las críticas al “proceso de paz” con ETA— ha visualizado a los obispos como agentes de la oposición política al PSOE y al Gobierno.
2. Los prelados han perdido la cohesión interna. La división no sólo ha quedado demostrada a propósito de la elección del cardenal Rouco Varela como presidente de la Conferencia Episcopal —se alzó con la mayoría por un solo voto de diferencia respecto del obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez—, sino también con ocasión de la decisión del Nuncio del Papa en Madrid, Manuel Monteiro, que en plena pelea dialéctica con Moncloa invitó al presidente del Gobierno, no a un “caldito”, sino a una cena en la legación vaticana, con el visto bueno de la Secretaría de Estado, a pocas semanas de las elecciones generales. ¿Qué decir de las relaciones entre la jerarquía de la meseta y la periférica, catalana y vasca? El Gobierno sabe que el episcopado español está transido por fuertes divisiones internas.
3. La jerarquía eclesiástica ha perdido cualquier tipo de anclaje con el mundo cultural y mediático en España. De no ser por Juan Manuel de Prada —el único escritor católico que con una militancia valiente y brillante pero solitaria es atacado también desde las ondas episcopales—, los obispos no tendrían quién les escribiese. Los éxitos de ventas de los últimos libros de Fernando Vallejo (La puta de Babilonia, abiertamente agresivo e injurioso para la Iglesia) y de Eduardo Mendoza (El asombroso viaje de Pomponio Flato, una novela que con fina ironía y magnífica y elegante prosa desacraliza a Jesús, María y José) debieran activar las alertas del mundo cultural católico próximo a los prelados. Por otra parte, la profesión periodística y los editores no pueden por menos de sentirse burlados cuando, en su último mensaje (“Laicos cristianos: sal y luz del mundo”), los obispos acusan a algunos medios de comunicación de ofrecer de la Iglesia una imagen “parcial, sesgada y distorsionada”, cuando esa imputación tendrían que hacérsela a los medios de los que ellos son propietarios.
4. En el colmo de la inoportunidad, el órgano oficioso de la jerarquía —la revista Alfa y Omega, que se distribuye los jueves con el diario ABC— lanza (página 19, 8/05/08) un cerrado ataque al PP (“La oposición dormida”) en la misma línea de los que atribuyen a Mariano Rajoy una “ambigüedad” que estaría provocando “decepción”. ¿Se está situando una parte de la jerarquía en el discurso más duro de la derecha política española?
La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal será recibida en audiencia por el Papa el próximo día 19. Después, se espera una declaración pública que se producirá en plena campaña de declaración del IRPF, crucial para la financiación de la Iglesia en España. Los obispos deben hacer autocrítica, saber dónde su discurso es débil, desentrañar las razones profundas de la cada vez más generalizada displicencia para con la Iglesia, descubrir por qué el laicismo gubernamental “vende” en la sociedad española y localizar el tono en el que sus palabras, sus mensajes, deben ser pronunciados para recabar la atención de la opinión pública.
La Iglesia católica no puede seguir en la recesión en la que ahora está inmersa. No basta con responsabilizar al Gobierno de laicista: suena a excusa de mal pagador. El desafío consiste en abordar una labor de introspección moral e intelectual para determinar la forma de estar de la Iglesia en la sociedad española del siglo XXI. Un ejercicio similar al que hizo el episcopado español cuando acertó, en los años ochenta, a acompasar su paso al de los ciudadanos. Esa sintonía ahora se ha quebrado, laicismos gubernamentales al margen.