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Cuando escuchamos la palabra “cárcel” siempre nos viene a la cabeza y al corazón el pensar en personas que, como dice la gente popularmente, “sabe Dios lo que habrán hecho”, y cuando yo digo que voy a visitar diariamente a los presos, son muchos los que me dicen que “algo habrán hecho”. En la cárcel todos sabemos que están “los malos”, o al menos eso es lo que pensamos, y si no lo sabemos ya se encargan todos los medios de comunicación de decírnoslo y de en muchas ocasiones meternos miedo en el cuerpo. Nos sentimos incluso más seguros cuando nos dicen que hay mucha gente en la cárcel porque parece que fuera hay menos delincuentes, y eso nos da mucha seguridad. Quizás lo triste es que todo este tipo de afirmaciones a veces se oye entre los que nos llamamos “cristianos” y decimos que seguimos a un tal “Jesús de Nazaret” que además de dedicar toda su vida a los desheredados y desgraciados de la tierra, murió como morían los delincuentes más peligrosos de la época: crucificado en una cruz y fuera de las murallas de la ciudad santa, porque los delincuentes no podían ni siquiera con su sangre hacer que Jerusalén perdiera toda su pureza.
Cuando me dicen estas cosas, yo siempre contesto que es verdad que en la cárcel están los que han hecho algo, por supuesto, pero que hay algo que quizás los que no van por allí no pueden ver ni percibir y es que en muchas ocasiones aquellos que han hecho algo, “los malos” nos dan lecciones de humanidad y de solidaridad, a los que nos llamamos “buenos” o nos creemos tales. Después de diez años visitando a los chavales de la cárcel de Navalcarnero tengo claro que me dan lecciones de solidaridad y de humanidad, tengo que decir que en la cárcel he visto detalles solidarios que no he visto en la calle; he sentido un calor muy especial por su parte, he sentido abrazos que quizás no siento fuera, y he sentido quizás con toda fuerza las palabras del evangelio “las prostitutas y los publicanos nos preceden en el Reino de los cielos”. Muchos me llegan a decir incluso que si no tengo miedo de ir allí a visitarlos, y siempre digo que tengo mucho más miedo de los que están fuera, e incluso tendría que decir que quizás las puñaladas más grandes de mi vida me las han dado no dentro de la cárcel sino fuera de ella, incluso entre gente muy cercana, muy creyente y supuestamente seguidora de Jesús.
Desde aquí, tengo que decir que quizás fue lo que vivimos un día más el sábado en Navalcarnero todos los que participamos en la carrera solidaria a favor de Manos Unidas; todos los que allí estábamos, presos, voluntarios, capellanes, funcionarios, comprobamos que se puede hacer algo por los demás sea cual sea nuestra situación, y todavía más que además de hacer algo podemos sentir que el sufrimiento compartido nos hace más humanos, nos acerca a la realidad más profunda del ser humano y por supuesto, si nos hace más humanos, nos hace también más cristianos.
Desde hace cinco años, y tomando la idea de los compañeros de la cárcel de Meco, venimos realizando, con motivo de la campaña anual de Manos Unidas, nuestra carrera solidaria a favor de los más pobres de la tierra y teniendo como referencia esa utopía de terminar con la injusticia y el hambre en el mundo; Manos Unidas, nuestra ONG cristiana nos invita cada año a mirar a nuestro mundo como lo mira Dios, a descubrir que ese mundo no es el que Dios quiere para todos sus hijos, que está injustamente repartido y que nosotros tenemos que comprometernos con él en ese sueño de Jesús: El Reino de Dios, un Reino que supone justicia, paz y fraternidad para todos y todas los que vivimos en el planeta.
Como siempre solicitamos el permiso en la subdirección de tratamiento de la cárcel, que como ya estaba aprobado de otros años, han vuelto a aprobar. El objetivo era que los chavales de la cárcel sintieran que hay muchas personas que no tienen nada para vivir en el mundo, y que incluso ellos que en ocasiones dicen que están mal descubrieran que otra mucha gente esta peor; ellos lo saben porque además raro es el dia que no piden en las Eucaristías por los más pobres, los parados y los que pasan hambre. Como siempre decidimos en el equipo de capellanía hacer la carrera en la hora de las misas de los sábados, y además diciéndole a los chicos que no es que ese día no hubiera misa, sino que era “una misa especial” que era como “la praxis de la Eucaristía”, que el rito que todos los sábados celebrábamos íbamos a vivirlo ese día en la práctica del compromiso; les hacíamos ver a los chicos que la Eucaristía celebrada tiene que ser eucaristía vivida. Lo decimos cada día: de nada vale celebrar la misa cada sábado si luego somos incapaces de comprometernos al estilo de Jesús en lo que vivimos a diario, concretamente en el módulo, en el patio y en todo lo que es la vida de la cárcel, para hacer también una cárcel más humana y más evangélica. Todos los sábados tenemos dos misas y por eso tuvimos también dos carreras, con las personas que participan en cada una de ellas. A las misas salen los chavales que están apuntados en una lista, y este dia la lista se amplio, pudiendo salir los que se apuntaron específicamente también a la carrera solidaria. Se lo anunciamos días antes a los chavales para que se apuntaran y se pudieran después pasar las listas a seguridad, y así lo hicieron.
En la práctica, la carrera consistía en contribuir con mi esfuerzo de manera solidaria, a paliar el hambre en el mundo. Conseguimos varios patrocinadores para la carrera de modo que cada chaval según las vueltas que fuera dando al campo de futbol así contribuía a la causa. Pero hicimos mucho énfasis en que lo importante no era dar muchas vueltas sin más, sino contribuir con nuestro esfuerzo, que no el que diera más vueltas y consiguiera aportar más dinero para el proyecto diocesano sería mejor, sino que cada uno podía aportar algo, no tanto en cantidad, sino en calidad. Y fue una experiencia bonita.
También ese día pedimos permisos para que puedan acudir personas que habitualmente no van a la cárcel pero que en actividades especiales quieren participar, y eso me parece muy importante porque es la manera de dar a conocer la cárcel a la gente de fuera, de quitar tabúes y de que luego la gente que participa pueda comentar como ha sido la vivencia a la gente de fuera. Por eso también este dia acudieron diez personas de fuera para participar en la carrera. Después de pasar los controles pertinentes, como cada sábado, fuimos al campo de futbol para pegar carteles de Manos Unidas por todo alrededor y ambientar el espacio, el día además era muy especial, de primavera, con un sol especialmente radiante que nos acompañó toda la mañana. Hacia las diez y cuarto vino el primer turno para la primera carrera, los chavales que acuden a la misa más otros quince mas que se habían apuntado para este dia.
Comenzamos con un rato pequeño de oración para ambientar la actividad; cantamos un canto, “pequeñas aclaraciones”, donde juntos fuimos diciendo que cada vez que nos preocupamos de los demás “va Dios mismo en nuestro mismo caminar”, y también como siempre es emocionante el escuchar las voces de los presos cantar, sin vergüenza, sin importarles quedar bien o mal, sino participando con su canto. Después leímos datos del hambre en el mundo y a continuación el pasaje de la viuda de San Lucas, Lc 21, 1-4, donde recordamos las palabras de Jesús “esa pobre viuda ha echado todo lo que tenía para vivir”, y les hicimos caer en la cuenta a los chavales lo que ya comentaba antes: la importancia de compartir lo que tenemos, no mucho o poco sino lo que tenemos, nosotros no íbamos a compartir dinero sino nuestro esfuerzo y solidaridad con los pobres; hicimos un rato de oración de petición y terminamos rezando el padrenuestro y presentando el proyecto que la diócesis había cogido este año, y que era para Paraguay y para la promoción de las personas de allí.
Después del breve rato de oración que nos introducía en “esta especial eucaristía” comenzamos la carrera, y fue emocionante ver como todos participaban, unos corriendo y sudando a chorro, otros con sus muletas caminando y comentando mientras caminaban con otros que iban a su lado; todos riendo, alegres y sintiendo que estaban colaborando con una causa muy especial. Estuvimos corriendo cuarenta y cinco minutos porque luego tenían que venir los del segundo turno. Al terminar pusimos en común la experiencia y dimos un aplauso fuerte a la gente de Paraguay; les hice ver que igual que nosotros habíamos colaborado con gente que no conocíamos, también eran muchas las personas que sin conocerles nos preguntaban a diario por ellos y nos daban dinero o ropa para compartir con “los chicos de Navalcarnero”; y todos coincidimos en señalar que la solidaridad tiene que ser de todos contra todos, que todos podemos aportar algo, y que siempre conviene mirar al lado para descubrir que necesita el otro de mí. Fue toda una lección humana y cristiana, y una vez más descubrimos juntos que el Dios de Jesús revoloteaba entre nosotros, que el maestro de Nazaret también había corrido a nuestro lado, y que los pobres entienden siempre a los pobres.
Hacia las once y media comenzaron a llegar los del segundo turno para la segunda carrera; en esta ocasión salieron más, porque de los no habituales salieron treinta personas para participar. Tuvimos el rato de oración y luego nos lanzamos a la carrera de nuevo. Cada uno participaba como podía, unos animaban cantando y chillando con el megáfono, otros andaban, otros corrían, unos con muletas, otros sin ellas, pero eso sí todos con ilusión y con un mismo fin. Una vez más, y como en otras ocasiones todos pensamos por un momento que estábamos en otro sitio, que no estábamos en la cárcel, que allí no había ni presos, ni voluntarios, ni gente en libertad ni gente en prisión, sin que había seres humanos unidos por lo mismo; que no importaba lo que hubiera hecho uno u otro, que había hermanos y hermanas unidos, con diferentes vidas, con diferentes mochilas, con diferentes sentimientos y problemas pero en torno a lo mismo, nos sentimos seres humanos, nos sentimos seguidores de Jesús, y sentimos que nos había unido la pobreza de otros más pobres que nosotros.
Fueron muchos los que nos daban las gracias por haber realizado la carrera, y porque nos decían “ha sido algo diferente” y además “cada vez que venís por aquí los sábados nos hacéis que nos olvidemos de dónde estamos”. Confieso que cada vez que oigo esto se me caen lágrimas de emoción, no porque me crea que soy bueno, sino porque siento que Dios sigue contando conmigo cada día para ser su mediador, su instrumento, para llevar su esperanza entre aquellos privados de libertad. Y además hicimos de la carrera algo festivo, nuestro esfuerzo también se transformó en fiesta, y es que cuando uno ayuda a los otros se siente contento y alegre. Sentimos además que la fe nos ayuda a entender nuestra vida, pero que la fe supone sobre todo preocuparse por los otros e intentar hacerles felices. Y además desde diferentes creencias, porque por supuesto que también participaron en la carrera personas de fe musulmana, porque los pobres y Dios no distinguen de credos ni de creencias.
Hacia la una menos cuarto, y después de poner en común también cómo se habían sentido marcharon hacia los módulos de nuevo para continuar el día. Pero como siempre, al marcharse todo es de nuevo una fiesta: abrazos, besos, buenos deseos… todos dando gracias por lo vivido, gracias por ir a visitarlos y gracias por estar allí. Las palabras de Jesús en casa de Simón el fariseo también resonaban en mi interior en aquellos momentos ·”” ¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para lavarme los pies, pero ella ha bañado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el beso de la paz, pero ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste con aceite mi cabeza, pero ésta ha ungido mis pies con perfume. Te aseguro que si da tales muestras de amor es que se le han perdonado sus muchos pecados”; aquellos hombres maltratados por la vida, con el peso del delito a sus espaldas, con la mochila de la vida llena de sinsabores, nos habían vuelto a demostrar no sólo que merece la pena seguir adelante sino que todos podemos hacer cosas buenas por los demás, y que cada vez que las hacemos “va Dios mismo en nuestro mismo caminar”.
Al final de la carrera y después de expresar cómo nos habíamos sentido, entregamos la oración que ha hecho Pedro Casaldáliga, el profeta de los pobres, para Manos Unidas, donde el obispo que ha dedicado y dedica toda su vida a los sin tierra y los pobres de Brasil, habla de las Manos necesarias de los cristianos: “Manos sembradoras de Vida, manos abiertas sin fronteras, tensas en la pasión por la justicia, tiernas en el amor, fraternas manos de tus propias manos, unidas a tus Manos solidarias, partiendo el pan con todos, unidas a tus manos traspasadas en las cruces del mundo, unidas a tus manos ya gloriosas de Pascua”.
Cuando salimos de la cárcel por aquella dolorosa M-30, como llaman a aquel corredor de la cárcel, todos comentábamos lo vivido; a muchos se nos volvían a caer las lágrimas por dejarlos en aquel lugar hostil, pero llevábamos el corazón lleno de vida, lleno de esperanza y lleno de Dios. Son muchos los nombres y las situaciones con las que allí convivimos, dolor, esperanza pero también sentido de posibilidad y de apertura al futuro. Ellos nos daban las gracias por haber ido allí, y nosotros, y yo en concreto cada día les doy las gracias a ellos por permitirme ser cura y vivir mi experiencia de seguimiento de Jesús de un modo tan especial. Y termino citando al teólogo profeta de la liberación Gustavo Gutierrez: “ la espiritualidad de la liberación nos exige “practicar a Dios”, ir “cambiando”a Dios , de conversión en conversión, de fe en fe, de amor en amor, de servicio en servicio, de esperanza en esperanza” ; es lo que hicimos en esta mañana en la cárcel: practicar al Dios de la vida que se entrega en la Eucaristía con nuestra entrega pequeña pero grande a la vez, en nuestra solidaridad con los pobres del tercer mundo; pero esa fue la gran lección: que los pobres se hicieron solidarios con los pobres. Y reconocer lo que nos dice el Evangelio de San Mateo: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” ( Mt 25, 41)
Navalcarnero 25 de Febrero de 2017