No estaba el horno para bollos. No estaba el ambiente en San Petersburgo para que el G-5, el grupo de los principales países emergentes, lograra una atención especial de los poderosos del mundo para los problemas de los países emergentes y de los países que tratan de emerger, sobre todo los de África.
La crisis de Oriente Próximo, que se agravó mientras los jefes de Estado y de Gobierno estaban reunidos, se llevó la mayoría del tiempo y lo mejor de los pensamientos de los congregados. Porque la escalada de los ataques israelís al Líbano, un país que no ha declarado la guerra a Israel, sobrepasa lo que la legítima defensa (entendida ampliamente) justificaría. Cierto que el Lí-
bano alberga, por complicadas razones históricas y de equilibrio regional, a un ala radical del movimiento islamista, los combatientes de Hizbulá, que comenzaron a lanzar misiles a algunas ciudades israelís como represalia por el trato a los palestinos. En todo caso es una situación complicada, que puede tener graves consecuencias para la región y para el mundo (¿podría aguantar la economía mundial un petróleo a 100 dólares el barril?). Los líderes de las democracias occidentales no supieron ponerse de acuerdo para conseguir un alto el fuego y cambiar el curso de las agresiones mutuas. Cuando no coinciden las simpatías no pueden coincidir las voluntades.
Otro problema vital para Rusia y para el Occidente rico era el tema de la energía. Aunque está íntimamente relacionado con los problemas de Oriente Próximo, se trató como si la inestabilidad política de la región fuera algo endémico, inevitable e irreparable. Esta tácita –o metodológica– suposición convierte a Rusia, que va ganando estabilidad política bajo la mano firme de Putin, en un proveedor estratégico del oro negro y del gas natural, y en un regulador privilegiado del mercado. Esto conviene a la estrategia a largo plazo de EEUU, que apunta a depender cada vez menos de las fuentes de energía de Oriente Próximo. Rusia es, después de todo, el segundo proveedor de petróleo del mundo y el primero de gas natural.
EL COMPROMISO que adquirió Rusia antes sus pares en la reunión pretende «mejorar la seguridad energética mundial mediante el refuerzo de la transparencia, la previsión y la estabilidad de los mercados internacionales». En otras palabras, evitando la especulación y dando información de la situación real de la oferta en coyunturas críticas. El compromiso de Putin para que los mercados funcionen con eficiencia lo ha elevado a una plataforma de respeto. Aunque quizá no logró tanto respeto (al menos por parte de algunos) por su decidida defensa de la energía nuclear, «segura», desde luego, como no podía menos que añadir con lo vivido en Chernobil.
Para los problemas del mundo pobre quedó poco tiempo y entusiasmo. No se pudieron evitar totalmente, porque se habría convertido en una burla la invitación a los líderes de Brasil, México, la India, China y África del Sur (el G-5) en representación de los países emergentes y de los que tratan de emerger. Esos países, que junto con Rusia forman los llamados países BRIC, o países con más esperanzas de llegar pronto a ser contados entre los desarrollados, tienen algunos contenciosos con los países ricos, sobre todo en cuestiones de comercio. Del acuerdo entre los dos grupos depende que no fracase el año que viene la ronda de Doha, la ronda de negociaciones comerciales que empezó en el 2001 en la capital del emirato de Qatar.
Los países emergentes quieren que se abran del todo los mercados de los países industrializados a sus manufacturas, y que renuncien a subsidiar los productos agrícolas que comercian internacionalmente (cereales, azúcar, carne, frutas tropicales…). A los emergentes, los países industrializados les exigen igualmente que abran sus mercados a sus manufacturas y a los servicios que prestan internacionalmente, y, además, que respeten los derechos de propiedad, las patentes industriales, marcas registradas y otras defensas de la innovación y la inversión en nuevos productos. En San Petersburgo, el representante chino prometió estudiar la reducción de su protección industrial, a la espera de medidas recíprocas. El presidente Chirac, por su parte, declaró que la UE no podía hacer concesiones significativas en agricultura mientras no lo hicieran también EEUU y otros exportadores ricos (como Australia y Canadá). Total, que no hubo avances y la ronda de Doha no está más cerca de acabar con éxito que antes de la cumbre.
SE PAG? un tributo verbal a la necesidad de fomentar la educación, sobre todo la educación para la democracia; de combatir las enfermedades infecciosas, pero no se prometió nuevo dinero para ello. Las oenegés, no sólo las tradicionales de los países industrializados, sino las nuevas de Rusia (que están ganando protagonismo en su sociedad), una vez más han manifestado descontento y frustración por los vagos –y casi rutinarios– acuerdos alcanzados para el desarrollo de los países más pobres, que realmente no estaban representados en la cumbre: la lucha contra las enfermedades que diezman a sus poblaciones y el combate estructural contra la pobreza. El ganador de la conferencia fue Rusia y el perdedor, como es tradicional, África. El mundo pierde también, porque no hubo condena a los abusos contra los derechos humanos que se llevan a cabo en la lucha contra el terrorismo, tanto en Chechenia, Palestina o Guantá- namo, como en Londres o París.