Tras el ingreso de Rumanía y Bulgaria en la Unión Europea, los más de 400.000 rumanos y 100.000 búlgaros que están empadronados en España estrenan en estas elecciones derecho a voto. Su sufragio podría ser decisivo en decenas de localidades, si no fuese porque parece que su participación no va ser demasiado alta.
Milka Vladimirova es búlgara, pero vive en Madrid desde hace seis años. Ella, al igual que otros 101.617 de sus compatriotas y otros 407.159 rumanos en España, está empadronada y, aunque sabe que este mes se celebran elecciones municipales, ignora que puede votar. De haberlo sabido, asegura que lo hubiera hecho.
Como Milka, son muchos los ciudadanos búlgaros y rumanos que desconocen que, por ser ciudadanos comunitarios desde el pasado 1 de enero, gozan del derecho de sufragio activo y pasivo (derecho a votar y a ser candidato) en las elecciones municipales, no así en las autonómicas o en las generales. Para poder ejercer su derecho a voto, tan sólo necesitan estar empadronados y haberse inscrito en el censo electoral, dado que, al ser la primera vez que pueden votar, no figuran en él.
Sin embargo, tal y como dice la coordinadora de la Asociación de Inmigrantes Búlgaros en España Balcan, Katya Bozhidarova, “la mayoría no sabe que tiene derecho a votar”. “Muchos creen que por el hecho de que sólo tengan residencia, pero no permiso de trabajo, no pueden hacerlo. No saben que con estar empadronado ya pueden apuntarse al censo. Cuando se enteran, se sorprenden bastante y preguntan por qué nadie les ha dicho nada. La verdad es que no tienen información”, afirma.
Un círculo vicioso
El porqué de ese desconocimiento parece apuntar a varios motivos. Según Katya, “los partidos políticos se han dedicado a hacer muchas fiestas, pero no han hecho nada para explicar a los ciudadanos que pueden votar” y a eso se suma el hecho de que “la gente está agobiada por obtener el permiso de trabajo y está cansada de esperar papeles”.
Es decir, ahora mismo “el primer interés de los búlgaros que llegan a España no es la política, sino empezar a trabajar de forma legal”. Además, “también influye la cultura de elecciones que hay en Bulgaria, donde el porcentaje de gente que vota es muy bajo”, explica. Es el perfil de Penka Nedeva, también búlgara. Ella lleva viviendo ocho años en Madrid, donde está empadronada y, a pesar de que sabía que podía votar y que para poder hacerlo tenía que haber cumplimentado la documentación que el Instituto Nacional de Estadística le envió a principios de año, dice no haber tenido tiempo.
Precisamente fue gracias a ese envío como la rumana Ana Florea se enteró de que podía votar. Ella vive en Madrid desde hace seis años y, pese a que no tiene mucho interés en la política, piensa acudir a las urnas de Alcalá de Henares, la localidad donde reside, “principalmente porque es bueno para la integración, ya que si vives aquí y estás integrado, hay que implicarse y participar en la vida de la ciudad”. Su marido, Miguel, también tiene la intención de votar el próximo 27 de mayo.
Lleva en España dos años más que Ana y ha sido él quien la ha animado para que participe. Ellos son dos de los 1.500 rumanos que, según el presidente de la Federación de Asociaciones de Inmigrantes Rumanos de España (Fedrom), Miguel Fonda, han formalizado su deseo de votar en la Comunidad de Madrid.
Un porcentaje muy bajo frente a los aproximadamente 150.000 que hay en toda la Comunidad y que Fonda atribuye a una especie de círculo vicioso: “Los partidos políticos no han hecho lo suficiente por informarles porque consideran que los rumanos y los búlgaros se interesan poco por la política, y éstos a su vez se interesan poco porque los políticos no hacen nada porque se interesen más”. Además, “son ciudadanos que no tienen confianza en los políticos, porque están acostumbrados a unos políticos con unos niveles importantes de corrupción, y eso hace que la gente sea muy desconfiada de cara a la participación política y a los resultados de esa participación”, explica.
Escasa repercusión
Todo esto lleva a pensar que el sufragio de rumanos y búlgaros no va a tener la gran repercusión que en un principio se creía. A pesar de sumar más de 500.000 posibles votos entre ambos colectivos y de ser los rumanos la tercera población de extranjeros más numerosa en España —por detrás de los marroquíes y los ecuatorianos—, tanto Katya como Fonda se atreven a afirmar que su voto “no va a tener ninguna repercusión” o que, de tenerla, “va a ser muy escasa”.
Ese efecto electoral residía en aquellos municipios que cuentan con un alto porcentaje de población rumana, como son algunas localidades de Castellón y del Corredor del Henares en Madrid. Un caso evidente de la influencia que podían haber tenido es la localidad madrileña de Alcalá de Henares, donde viven unos 20.000 rumanos, el 10 por ciento de su población, y donde se creía que el influjo del voto rumano podría determinar la elección de uno o dos concejales.
Otro caso aún más claro es el de La Sénia, en Tarragona, donde de las 5.976 personas que residen allí, 867 son rumanos, lo que supone el 14,5 por ciento de su población. En total, se calculaba que en al menos 400 localidades de toda España su voto iba a influir, en mayor o menor medida, a la hora de elegir alcalde.
A la caza del voto
Esa cantidad de votos no podía pasar desapercibida para los partidos políticos, que, aunque a nivel nacional no han puesto en marcha acciones específicas para atraer el voto de rumanos y búlgaros, sí han actuado a nivel más local. Lo han hecho sobre todo en aquellos municipios que cuentan con una amplia colonia rumana, donde han organizado actos y reuniones con este colectivo. Incluso, algunos alcaldes, como los de las localidades madrileñas del Corredor del Henares, o los de Castellón y Logroño, han viajado a Rumanía con el objetivo de establecer conveníos, estrechar lazos con la comunidad rumana o firmar hermanamientos entre ciudades.
Sin embargo, de lo que se queja el presidente de la Asociación Cultural e Integración del Pueblo Rumano en Alcalá de Henares, Gheorge Gainar, es que pocos partidos se han interesado por incluir en sus listas a candidatos rumanos. “Los grandes partidos piensan que con nosotros van a ganar algunos votos, pero van a perder el doble por la otra parte. Es muy triste”, se lamenta. Él se presenta en Alcalá con Los Verdes, “el único partido que se puso en contacto con nosotros”, y cuyo cabeza de lista, Julio Santiso, lleva con él, además de a Gainar, a una polaca y a un colombiano.
“Las asociaciones de inmigrantes de Alcalá ya teníamos la idea de hacer una especie de frente común para defender nuestros intereses, pero fue a raíz de la propuesta de Los Verdes cuando nos decidimos a presentarnos con ellos. Nos gusta su filosofía”, explica. En cuanto a su objetivo, lo tiene claro: la integración. Según Gainar, “lo primero para lograrla es crear una concejalía de inmigración desde la cual colaborar entre las distintas instituciones y asociaciones para analizar problemas y buscar soluciones desde la base”. Cuando se le pregunta si cree que sus compatriotas le votarán, duda un poco más: “Eso no lo sé, pero confío en los rumanos y sé que los que me conocen me van a votar”.
De electores a candidatos
Como ciudadanos comunitarios, los rumanos y los búlgaros tienen derecho no sólo a votar, sino también a presentarse como candidatos elegibles. Sin embargo, muy pocos partidos han apostado por incluirles en sus listas para las elecciones municipales de este año. En la localidad madrileña de Alcalá de Henares se presenta en los primeros puestos de la lista de Los Verdes el rumano Gheorge Gainar y en Arbúcies (Gerona), un compatriota suyo va el número cuatro de cinco concejales. Además, en Armilla (Granada), el PSOE ha incluido en el puesto 18 de su lista a una candidata rumana.
El primer partido formado por rumanos
A pesar de que lo más seguro es que no concurra en estas elecciones, la creación del primer partido político formado por rumanos, el Partido Independiente Rumano (PIR), fue sonada.
Fundado en noviembre del pasado año por el empresario Augusto Constantín, un constructor rumano afincado en el municipio castellonense de Burriana, y apoyado económicamente por el presidente del club Steaua de Bucarest, Gigi Becali, su objetivo era el de captar los votos de sus compatriotas en la provincia de Castellón, la segunda en España con más ciudadanos rumanos empadronados —unos 30.000, la mitad de los cuales en la capital—, de cara a conseguir dos o tres concejales en el Ayuntamiento castellonense. En cuanto a su programa político, el partido de Constantín busca “defender los derechos de los rumanos en España y en la Unión Europea, pero mediante una política integral que atienda los intereses generales de todos los ciudadanos”.
Para ello, reclaman, entre otras cosas, iglesias ortodoxas, bibliotecas y escuelas bilingües, la homologación de los títulos académicos entre Rumanía y España, y acceso a la doble nacionalidad. Pero tras esta aspiración también se escondían los intereses del excéntrico millonario Gigi Becali.
El magnate, uno de los hombres más ricos de Rumanía, está decidido a alcanzar la presidencia de su país y para ello ha planeado ir financiando pequeños partidos independientes rumanos en distintos países de Europa. A lo largo del continente hay repartidos en torno a cuatro millones de rumanos, por lo que su idea es que estos partidos le ayuden a captar un buen número de esos votos, de los que luego pueda servirse en su intento —el segundo— por llegar a ser presidente.