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Los jardines del Papa -- Joan Barril

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El Periódico

Existe la creencia de que el jugador de ajedrez es ante todo un ser muy inteligente. Ahora se lleva mucho eso de la gimnasia de la inteligencia. No es difícil encontrarse con personas que intentan resolver extraños e inútiles rompecabezas y que, al lograrlo, se sienten más inteligentes que sus vecinos. El ajedrez sería la manifestación máxima de la inteligencia.

Pero hay otro juego más difícil y menos valorado. Me refiero a las damas. El ajedrez cuenta con una variedad de fichas con unos movimientos muy precisos. Las damas son todas iguales y con las mismas reglas. El ajedrecista puede anticipar su mate con tres o cuatro jugadas de antelación. El jugador de damas, en cambio, debe diseñar estrategias a más largo plazo. Para entendernos: el ajedrez sería el juego del gobernante y las damas el juego del ideólogo. Para el primero, lo importante es dar respuesta a lo imprevisto y salvar la cara hasta las próximas elecciones. Para el ideólogo, en cambio, lo que importa es imponerse lentamente y a largo plazo.

He recurrido a este tipo de juegos de mesa porque están ligados a la actitud reflexiva y sedentaria de los grandes personajes vaticanos. El Papa Benedicto XVI, por ejemplo, tiene entre sus funciones la de mantener un clima de concordia y de autoridad moral sobre los creyentes propios y extraños. Se espera del Pontífice que sepa medir el alcance de sus palabras, porque no las pronuncia en una rueda de prensa, sino que las dice ante la historia. Un Papa debe calcular sus actos como un jugador de damas, porque para jugar al ajedrez ya dispone de otros colegas dispuestos al regate corto y a hacer de voceros de lo que más convenga.

Se nos dijo en su día que Ratzinger era un buen teólogo y una persona asaz inteligente. Por desgracia, la sabiduría no siempre es sinónimo de inteligencia. Incluso Angela Merkel, a quien no imaginamos precisamente insertando publicidad agnóstica en los autobuses de Berlín, ha tenido que llamar la atención a su egregio compatriota. Porque la verdad es que este Papa tan alabado por su supuesta inteligencia se ha metido él solo en todos los jardines de la incomprensión y de la perplejidad. Primero negó públicamente la posibilidad de que los protestantes tuvieran su iglesia.

En un famoso discurso, redactado con precisión y alevosía, fue a buscar una cita antigua en la que tildaba a los musulmanes de inhumanos. Y ahora, con esa sorprendente e innecesaria rehabilitación de lefebvristas negacionistas del Holocausto, se ha puesto a todo el orbe judío en contra y ha avergonzado a los millones de alemanes demócratas que están hasta las narices de tener que responder por unos crímenes antiguos cometidos por unos alemanes indeseables.

El teólogo suizo Hans Küng, verdadera mosca cojonera del Vaticano, fue compañero académico de Ratzinger en la universidad de Tubinga. Le conoce bien, por sus hechos y por sus obras. Küng es un verdadero jugador de damas y va destilando en sus escritos la progresiva decepción que le ha provocado su antiguo recomendado. La semana pasada, Küng declaró que lo mejor sería relevar a Benedicto XVI del papado.

Era un brindis al sol, pero sin duda el diálogo interreligioso está mucho peor hoy que en tiempos de Juan XXIII. El espíritu del Vaticano II se desmorona en manos de Ratzinger y sus fontaneros. Inhabilitaron a Küng y excomulgaron a Lefebvre. Hoy se levanta esa pena a los lefebvristas y, en cambio, se mantiene la sospecha sobre Küng. A eso antes se le llamaba «cisma». Para los jugadores de ajedrez es solo un vulgar jaque mate.

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