LOS INMIGRANTES LATINOS RESUCITAN LA IGLESIA DE EEUU

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La Razón

En 1776 las colonias británicas de Norteamérica alcanzaron su independencia, con una población compuesta por inmigrantes llegados de los rincones más variopintos de Europa: Irlanda, Alemania, España, Francia, Italia… Más de dos siglos después, oleadas de inmigrantes llegados de Suramérica están cambiando, una vez más, la historia y la sociedad de Estados Unidos. Y es que gracias a la población latina que ha cruzado las fronteras del país, Norteamérica ha visto cómo el número de católicos que viven allí ha crecido espectacularmente en los últimos años.
Al menos así se desprende de un informe realizado por la Conferencia Episcopal de California (CEC), que aporta datos como estos: si en 1990 las diócesis católicas contaban con 53,6 millones de fieles, en 2005 eran 65,3 los miembros de la Iglesia. O lo que es lo mismo, casi un 22 por ciento más en sólo 15 años. «Es una verdadera bendición que la Iglesia católica esté creciendo y sea tan vibrante», afirmaba en el informe monseñor Stephen Blaire, obispo de Stockton y presidente de la Conferencia Episcopal Californiana.
Un colectivo que se triplica. Este aumento tan significativo tiene un protagonista clave: la inmigración latina. Miles de personas que han abandonado sus países de origen en busca de un futuro mejor pero que se mantienen fieles a sus raíces cristianas. Son los mismos que se han manifestado en la calle durante semanas en protesta por la Ley de Inmigración impulsada desde la Administración Bush y que, según el informe, triplicarán su número en 35 años. En 1990 eran 22 millones; para 2025 se estima que en EE UU vivirán 66 millones de latinos. Y la Iglesia notará, y mucho, este crecimiento. Según el informe de la CEC, para esa fecha habrá más de 82,7 millones de católicos repartidos por los terrenos del «Tío Sam». Dicho de otro modo: en 35 años, los cristianos que profesen la fe de Roma crecerán cerca del 55 por ciento respecto a 1999. Esto ya ha obligado a que las parroquias del país empiecen a adoptar medidas pastorales enfocadas especialmente a este colectivo: misas en español, programas de integración laboral, reparto de alimentos y ropa típicamente suramericanos… todo un despliegue para que los recién llegados puedan vivir su fe como en su país de origen. Eso sí, semejante aumento no sólo afectará a los laicos pues, según el informe, también se espera que se incremente el número de vocaciones. Algo que ya es toda una necesidad en EE UU, si se tiene en cuenta que sólo en la diócesis de California, desde 1995 hasta 2004, los sacerdotes en activo descendieron en 202 ordenados.
Riesgo de «fuga». Por eso no resulta extraño que los líderes del Episcopado estadounidense vean la inmigración como un desafío de largo alcance. «Esto es una bendición, sí, pero nuestro futuro no debe ocurrir por accidente, porque ahora vengan más o menos inmigrantes, sino por un buen trabajo de evangelización», afirmó monseñor Blaire. Y no conviene que se descuiden, pues los datos también reflejan que las segundas y terceras generaciones son más propensas a abandonar la fe de la Iglesia o a «fugarse» al pentecostalismo, que realiza campañas de evangelización más agresivas y que, por tratarse de comunidades más pequeñas, cuenta con más facilidad para proporcionar puestos de trabajo en pequeños comercios familiares. Sea como fuere, una cosa es segura: el futuro de la Iglesia norteamericana pasa ya por la fe de los inmigrantes.