A finales de 2000 mi editor Leopoldo Blume le envió al escritor José Saramago mi libro La Caravana de la Muerte. Las víctimas de Pinochet con la intención de que escribiese un pequeño prólogo. El pleno de la Corte Suprema chilena ya había aprobado el histórico desafuero del ex dictador y senador vitalicio Augusto Pinochet por existir sospechas fundadas de su participación como autor, cómplice o encubridor en el llamado caso de la “caravana de la muerte”.
Varios altos oficiales encabezados por el general Sergio Arellano Stark, nombrado como su oficial delegado por el propio Pinochet, se trasladaron en un helicóptero a diferentes localidades chilenas con el objetivo de “unificar los criterios en los consejos de guerra” pocas semanas después del golpe de Estado que derribó al gobierno democrático de Salvador Allende.
Este viaje de la muerte fue breve pero macabramente productivo: 75 prisioneros políticos, muchos de los cuales habían sido condenados a penas de prisión, fueron fusilados en Cauquenes, La Serena, Copiapó, Antofagasta y Calama.
Fueron ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo sin que existieran sentencias de muerte. Los cuerpos de las víctimas fueron enterrados en fosas comunes o en el desierto. En 2000, 27 años después, los restos de 18 prisioneros seguían sin aparecer.
Recuerdo todavía cuando Pilar del Río, esposa de José Saramago, me llamó para decirme que el escritor portugués había escrito un texto para mi libro. “Te lo mando por correo. Creo que te va a gustar”, me dijo muy emocionada.
El texto de Saramago me llegó pocos días después de que el juez Juan Guzmán ordenase el 29 de enero de 2001 el arresto y el procesamiento de Pinochet como “autor inductor” del homicidio de 57 prisioneros y el secuestro de otros 18 cuyos restos continuaban en paradero desconocido.
Sólo alguien que atravesó un desierto literario durante 30 años que le fortaleció como escritor y como persona podía escribir un texto tan bello y solidario con las víctimas. Sólo alguien que nació en una familia humilde y que nunca desertó de sus orígenes podía escribir con dolor sobre el dolor. Incluso se inventó un término para describir a los protagonistas del libro: los injusticiados.
Publicarlo aquí es el mejor homenaje que le puedo hacer cuando ya ha abandonado el barco de la vida.
“No es posible escribirle un prólogo al dolor. El dolor llena todo el espacio, se arrastra por los corredores, sube por las paredes, hace añicos los cristales de las ventanas, revienta el techo, es un aullido, un grito lacerante, un gemido sordo y continuo, un silencio. El dolor es una palabra que no quiere saber de otras palabras. El dolor convierte en superfluas todas las palabras. El dolor no lee los prólogos porque ni siquiera es capaz de leerse a si mismo. Cuando le pedimos al dolor que diga el dolor que siente, sólo podrá usar las palabras que existen por ahí, no ésas que sería necesario inventar para que el dolor doliera tanto a quien las oyera como antes le dolió a quien tuvo que sufrirlo. El dolor es la cara preferida de la injusticia.
Este libro habla de dolor y de injusticia, habla de torturados y de desaparecidos, habla de muertos y de la incorruptible y eterna esperanza de la vida. Aquí hablan los que saben que van a morir, y también los vivos que, hora tras hora, año tras año, van transportando consigo esos millares de muertes para impedir que sean olvidadas. No es fácil vivir llevando la muerte dentro, pero no hay otra manera de defender la memoria de los injusticiados. Porque ellos no fueron olvidados aparece este libro. Porque ellos no fueron olvidados el pueblo chileno se levanta un poco más todos los días. Todos los muertos van dejando atrás sus muertos, pero hay ocasiones y circunstancias en que un pueblo los necesita tanto como necesita a los vivos que lo constituyen. Pienso que es ésa, hoy, la situación del pueblo chileno. Sólo podrá reconocerse entero, completo, cuando haya conseguido reincorporar, como parte nuevamente vivificante de su historia, la memoria de los asesinados y el respeto por los que, contra todas las adversidades, les sobrevivieron. La vida, así, puede reaprenderse”.