Enviado a la página web de Redes Cristianas
Lo bueno de morirse es que después de muerto todo el mundo habla bien de ti; lo malo, que dado el estado en que te encuentras tu autoestima no puede mejorar.
Al difunto le solemos minimizar los pecados y exaltar las virtudes. Hasta los más enemigos encontrarán alguna bondad en el fallecido. Menos mal que todos los muertos están sordos, porque si no, al escuchar algunas alabanzas, se morirían de risa.
Cuando nos morimos todos ganamos en prestigio social y, además, a los más notables y famosos les erigen estatuas o les ponen sus nombres a calles o plazas; lástima que para entonces ya no les haga ilusión.
A todos los muertos se les quiere mucho. Seguramente porque no dan malas contestaciones, son comprensivos, no dan un ruido y, además, son generosos, pues nada es suyo.
¿Por qué tendremos tan buena opinión de los muertos? ¿Será porque ya no nos hacen sombra ni les tenemos envidia? ¿Será por misericordia? ¿O será porque nos volvemos más humanos ante la realidad de la muerte, conscientes de que también un día a nosotros nos llegará?