El nombramiento de José Ignacio Munilla como obispo de San Sebastián ha causado conmoción. Diríase que volvemos a los tiempos en que los asuntos internos de la Iglesia eran vividos como cuestiones públicas, que afectaban a toda la sociedad.
Cuando las más altas autoridades eclesiásticas, en Roma y en nuestro país, repiten el lamento quejoso por la pérdida de presencia y valoración de la Iglesia en la sociedad, especialmente por lo que juzgan oposición e incluso persecución por parte del poder político, ahora, gracias a este conflictivo nombramiento, consiguen de nuevo volver al primer plano de la actualidad.
No les ha sido difícil: les ha bastado sustituir a uno de los mejores obispos que había en la Iglesia en España, Juan María Uriarte, por uno de los más prometedores representantes del clan episcopal de la firme derecha en lucha tanto contra el gobierno socialista como contra los sectores abiertos, o simplemente moderados, del catolicism.
José Ignacio Munilla era el candidato previsto y promocionado por el cardenal Rouco y todo el grupo de obispos denominados ?de Toledo?? porque bastantes de ellos allí estudiaron, convocados por el cardenal Marcelo González; ahora dominan en muchas diócesis y en la Conferencia Episcopal. Su común característica es la rigidez doctrinal, la intolerancia moral, el gusto por el combate contra el gobierno. Es la derecha, pero lamentablemente no una derecha inteligente ?como podría ser la más fiel al papa Benedicto? sino de una altura intelectual y pastoral temiblemente baja.
En el caso del nombramiento de Munilla pensaron que por el hecho de ser euskaldun, de ser vascoparlante, no provocaría oposición en la iglesia guipuzcoana. Sin captar que precisamente por ser de allí, le conocen. Ahora recurren ?como también hacen diarios que uno imaginaría mejor informados como El País o ABC? a cuestiones políticas, a la recurrente acusación de nacionalismo. No es el caso: Munilla no es nacionalista pero además es ultraconservador. Ese es el máximo problema.