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Fuente: Observatorio eclesial
El 1 de octubre se cumplen 93 años del reconocimiento del voto a las mujeres en España gracias al compromiso feminista de Clara Campoamor. Un mes antes había pronunciado un discurso memorable en el Parlamento
en defensa de la igualdad política de los hombres y las mujeres apelando al mito bíblico de Lilith.
Durante mis largos años de estudios de Filosofía, Teología y Biblia, nunca oí hablar de Lilith, cuyo descubrimiento fue muy tardío. La ignorancia sobre este personaje de la mitología hebrea es casi enciclopédica.
Cuando explicaba la asignatura de ?Las mujeres en el judaísmo? en el curso de Humanidades que impartí desde durante tres lustros en la Universidad Carlos III de Madrid, acostumbraba a preguntar al principio: ?¿Quién fue la primera mujer de Adán??. La respuesta era casi unánime:?Eva?. Pero siempre había una alumna que respondía:?Lilith?.
Y me producía una gran satisfacción, ya que su respuesta me daba pie para empezar la genealogía de la historia de las mujeres con el mito de Lilith como referente del no sometimiento de las mujeres a la voluntad
de los varones, incluido el Yahvé hebreo, y como símbolo de la igualdad y del empoderamiento de las mujeres.
Quien sí conocía, y muy bien, el mito de Lilith era Clara Campoamor (Madrid, 1888-Suiza, 1972), abogada y política madrileña y una de las tres diputada de las Cortes Constituyentes de la II República Española, quien, como he indicado al principio, lo citó en su discurso del 1 de septiembre de 1931 en el Parlamento en defensa del voto de las mujeres, teniendo en contra a la diputada Victoria Kent.
En aquel discurso calificó de profunda piedad y de profunda ternura ?estatuir el divorcio en España, porque no hay matrimonios deliciosos, y es insensato querer condenar a la indisolubilidad del vínculo cuando no haya manera de que se soporten dos en la vida, arrastrando
uno de los cónyuges, o tal vez los dos, el peso de esa cadena, a la manera que arrastraban antiguamente los presidiarios aquellas bolas de hierro que marcaban la perpetuidad de su pena?.
Había diputados que se oponían al divorcio alegando que supondría un ataque a las ideas religiosas. Su respuesta no pudo ser más respetuosa, al tiempo que más coherente. Les reconoció de buen grado el derecho a
que la sociedad respete sus creencias y a proteger el
sacramento del matrimonio, pero les dijo que a lo que
no tenían derecho era a imponer a toda la ciudadanía
su criterio y su voluntad.
A dichos diputados les recordó que, en vez de cumplir
la doctrina de Cristo, lo que hicieron fue ?un pacto con
el trono, y los pactos del altar con el trono se han hecho
siempre en beneficio del trono y con desdoro del altar?,
y que la bandera de las causas humanitarias, ?no de
caridad?, que ellos no recogieron, es la que se quiere
llevar al proyecto de Constitución.
Les echó en cara que incumplieran su mandato de con-
ciencia, se alistaran con los poderosos y sirvieran al
trono. Y les preguntó: ?¿cómo podéis quejaros ahora de
que nosotros recojamos esa bandera olvidada y caída y
tratemos de levantarla para instaurar de una vez [??] lo
que es deber de ternura hacia los hermanos de todos
los órdenes y en todas las esferas?.
Fue en este momento del discurso en el que se refiere
a Lilith como prueba de lo vieja que es ?la lucha de los
sexos? y presenta a la mítica primera mujer de Adán
como paradigma de mujer que se niega a acatar la vo-
luntad del varón. En dicho mito descansa una parte
fundamental de la argumentación de Clara Campoamor.
Este es su razonamiento:
?Solo voy a haceros un pequeño recuerdo. Esta historia
de la guerra de los dos sexos es tan vieja como el
mundo. La vieja leyenda hebraica del Talmud nos dice
que no fue Eva la primera mujer de Adán, sino Lilith,
que se resistió a acatar la voluntad exclusiva del varón
y prefirió volver a la nada, a los alvéolos de la tierra; y
entonces, en la esplendidez del paraíso, surgió Eva, astuta y dócil para sumisión de la carne y del espíritu?.
?De las diecisiete Constituciones dadas después de la guerra, tanto tres niegan o aplazan el voto de la mujer. Los hombres de esos países han reconocido que Adán no ganó nada con ligarse, en vez de a la mujer independiente, de voluntad propia y de espíritu amplio, a la Eva claudicante y sumisa? (cf. Isaías Lafuente,
La mujer olvidada. Clara Campoamor y su lucha por el
voto femenino, Temas de Hoy, 2011).
En 2003, setenta y dos años después del discurso de
Clara Campoamor, y quizá inspirándose en él, el can-
tautor canario Pedro Guerra dedicó una canción a Lilith
en su disco ?Hijas de Eva?, en la que le reconocía como
la primera mujer que se negó a someterse al varón, a
dejarse gobernar por él, y se decidió a volar.
?¿Quién fue la primera mujer/ la que se hartó de vivir
para Adán/ y se marchó del Eden?/ ¿Quién fue la mujer
que pasó/ del paraíso del bien y del mal/ y sin pensarlo
se fue?/ Ni heroina, ni princesa,/ ni voluble, ni perversa,/
crece libre y no se deja/ someter./ ¿Quién fue la mujer
que también/ surgió del polvo y la arcilla y no fue/ hueso
del hueso de Adán?/
¿Quién fue la mujer que creció/ en la subversión y no
quiso entender/ el se*o sin libertad?/ Ni heroína, ni prin-
cesa,/ ni voluble, ni perversa,/ crece libre y no se deja/
someter./ Lilith fue la primera mujer,/ Lilith fue la prime-
ra mujer,/ la primera mujer./ ¿Quién fue la mujer que
cansada/ de vivir infeliz y atrapada/ se decide a volar?
¿Quién fue la primera mujer/ que independiente en su
forma de ser/ no se dejó gobernar?/ Ni heroína, ni prin-
cesa,/ ni voluble, ni perversa,/ crece libre y no se deja/
someter./ Lilith fue la primera mujer,/ Lilith fue la prime-
ra mujer,/ la primera mujer??.
Desde mi interpretación feminista, creo que Lilith es hoy
uno de los símbolos más luminosos de la lucha contra
el patriarcado. Ella es una mujer insubordinada y rebel-
de. Osa afirmar su propia identidad sin dependencia del
varón, cuestiona el rol dominante del hombre y reclama
paridad con él. Abandona a su compañero Adán des-
obedeciendo a Dios, que le manda someterse a él. Se
atreve a invocar el nombre de Dios, algo que estaba
prohibido en el judaísmo porque invocar su nombre era
conocer su esencia y se consideraba un acto de sober-
bia.
Quebranta lo establecido y niega el orden social de las
cosas. Aparece como mujer mala por ser insumisa en
oposición a la mujer buena y sumisa asociada con la
maternidad (Eva) y con la pureza (María).
Abre la puerta a la transgresión e instiga el deseo
prohibido. Es apátrida, extraña, autoexiliada. Creo que
le es aplicable lo que dice Virginia Woolf de sí misma:
?En mi condición de mujer, no tengo patria. Como mujer
no quiero patria. Como mujer, mi patria es el mundo en-
tero?.
A lo que la teóloga feminista Jane Schaberg añade:
?Como mujer, no tengo religión. No soy judía o cristiana
o musulmana o pagana. Como mujer soy judía y cris-
tiana, musulmana y pagana?.
Igualmente puede aplicarse a Lilith la descripción que
hace Virginia Woolf de su amiga Ethel Smyth, composi-
tora inglesa y dirigente del movimiento sufragista: ?Per-
tenece a la raza de las pioneras, de las que van abrien-
do camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y ba-
rrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido
abriendo camino para las que van llegando tras ella?.
(amerindiaenlared.org) 12/10/2024
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