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3º) La autocomplacencia en expresiones arcaicas y cursis, como ?Lex credendi et lex orandi??. Llama la atención el ánimo de mantener fórmulas y expresiones que usadas durante siglos, hoy pierden no solo vigor, sino sentido, ante la realidad actual del poco conocimiento del latín por la inmensa mayoría del presbiterio joven español. Ya no se estudia el latín como instrumento de aprendizaje y trabajo. Que el misal exprese las leyes de creer y de orar, dicho en latón, parece algo muy positivo, serio e ilustrativo, pero, efectivamente, en español, pierde bastante de ese encanto que ostenta en la lengua del Lacio. Pero no solo a mí, sin que a mucha gente, no solo laica, sino clerical, no nos gusta el concepto de «ley» para creer ni para orar. Porque la distinción, fundamental para poder enjuiciar a pensadores y teólogos cristianos , entre Dogma y Teología, es absolutamente necesaria.
Y, por extensión, aplicándola a las expresiones que comento, una cosa es la ley o norma para creer, y otra la normativa para «la expresión» de la fe o de la oración. ES decir, la fe no cambia, ni la esencia de la oración, pero sus expresiones, sí. Y esto es algo que parecen haber olvidado los autores y redactores del nuevo Misal Romano. En mi entrega de 14/10/2016, hacía mención y un pequeño comentario del artículo de Jairo del Agua, del 11/09/2016, de título audaz, provocativo y, ciertamente, llamativo: «¿Tiene la Jerarquía misericordia del Pueblo de Dios?» Os presento unas afirmaciones duras y combativas de este autor, para que comprobéis la orientación que da a su crítica: («Ruego encarecidamente que NO lean esta meditación, sobre la urgentísima «reforma litúrgica», los católicos de fe frágil, insegura, rígida o fanática»). O esta otra: «Los clérigos que construyen la «liturgia» deberían ayudarnos a orar, a unirnos con Dios. Pero, por desgracia, esa ayuda se ha quedado en dar «orden y forma» a las ceremonias de culto»).
Y es sobre la relación con Dios, sobre la sensibilidad que hacia ?l demuestra nuestra oración es donde nuestro crítico y rebelde autor demuestra su perplejidad, como expresa este párrafo: «Primero nos hacen leer (en la Eucaristía), (para alimentarnos, dicen) textos del AT totalmente contrarios al Evangelio y al Abba revelado por el Señor. Un único ejemplo para no cansaros: Hace pocos días leíamos este suave texto (los hay mucho peores) del profeta Nahúm: «El Señor es Dios celoso y vengador; el Señor se venga y se arma de ira, se venga el Señor de sus adversarios y se enfurece contra sus enemigos» (Nah 1,2). ¿Es una lectura alimenticia? Porque yo me quedo bizco intentando ver al Abba que nos manda perdonar a los enemigos, poner la otra mejilla, que hace salir el sol sobre justos e injustos… ¿Los católicos somos politeístas y tenemos varios «dioses»? ¿Con cuál de ellos nos quedamos? Yo no comparto el tono bárbaro y feroz de la crítica, pero sí la orientación: que las sucesivas reformas litúrgicas deben de tener en cuenta el cambio enorme de sensibilidad de los fieles. Como la Sagrada Escritura, a través del principio de la Economía de la Revelación, va mudando del «Dios de los ejércitos», al del perdón al enemigo, y al «amor al prójimo, como a sí mismo», (primer paso fundamental, en el Antiguo T.), y al «amaos como yo os he amado (Jesús)», como paso definitivo, en el Nuevo T.
4º) La pervivencia de signos y fórmulas que no tienen que ver nada con la primitiva celebración de la Eucaristía-Pascua. La serie de venias, genuflexiones, sombreros, y atuendos que usamos en la Celebración de la eucaristía no tienen, evidentemente, nada que ver, no solo con los de la ?ltima Cena, sino con la Liturgia de los primeros siglos de la Iglesia. ¿Qué tiene que ver con la Liturgia cristiana un sombrero como la mitra, probablemente, del imperio egipcio? ¿Alguien imagina a S. Pedro con ese sombrero? ¿Quién comete mayor abuso, Pedro Casaldáliga, algo de que fue acusado, o los que visten ostentosamente esa prenda, solo como signo de magnificencia y poder? ¿Es ley de obligadísimo cumplimiento en la Iglesia, por parte de los sucesores de los apóstoles, (¿¡!?) el uso de ese sombrero, y si no lo es, por qué algún obispo no nos priva, de momento, alguna vez, de ese pequeño horror? No es, ni debe de ser, inherente, a la Eucaristía, en su celebración denominada solemne, ese carácter de espectáculo, con maestro de ceremonias, y tantos servidores. Nunca, ¡nunca! , deberíamos olvidar que la celebración de la Eucaristía, si no se identifica del todo con la Pascua de los judíos,, procede de ella, y es la que Jesús conocía, y exaltó, y dejó como gran regalo a sus seguidores. Y que la celebración de la Pascua era, y sigue siendo, una celebración familiar, característica que según la mayoría de los analistas, ha sido clave en su supervivencia, y en la identificación, y mantenimiento, como pueblo, de Israel. ¡Y pensar que para esta gran celebración anual los israelitas nunca han necesitado de la superestructura sacerdotal, clerical! no hay nada que más responsabilice y anime a un padre de familias que presidir en su casa, todos los años, la íntima, pero solemne y lúcida, celebración pascual.
5º) El exceso de expresiones penitenciales y de oraciones que reflejan un Dios terrible y asustador. En la línea del artículo de Jairo del Agua, quiero recordar que a mí siempre me ha sorprendido, y me ha producido un sentimiento negativo, la abultada exposición de oraciones, sobre todo en las llamadas colectas, después del rito penitencial, y pos-comunión, al final de la celebración de la Eucaristía, antes de la bendición final. En la Edad Media, muy propicia al sentimiento desmesurado e inquietante del pecado, y con el añadido perturbador, si no de la idea de un Dios terrible y justiciero, sí, por lo menos, de la facilidad y repetición de expresiones que podían, y todavía pueden, indicar esa sensibilidad, hoy enfermiza para nosotros, que proliferaron en ese tipo de oraciones, y que parecen agradar, y hasta provocar júbilo, en los liturgistas romanos, o, por lo menos, en los responsables del nuevo Misal. En el 3º Domingo de Cuaresma aparece esta oración colecta, después del rito penitencial: «Señor Dios, fuente de misericordia y de toda bondad, que enseñaste que el remedio contra el pecado está en el ayuno, la oración y la limosna, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas. Por Nuestro Señor Jesucristo». De todos modos, el exceso de fórmulas penitenciales desvirtúa, en mi opinión, el sentido pascual, y de Resurrección, de la Eucaristía, y casi hace olvidar que todos los que las celebramos estamos ungidos con el oleo del Señor, que nos ha comunicado su Espíritu, y nos ha trasladado a su Reino de su luz. Y, sobre todo, y muy importante, que el Espíritu del Señor Resucitado es mucho mayor, sin comparación, que nuestros pecados, y «nos hace dignos de celebrar estos misterios» , como decimos poco después de la Consagración.