Finalmente, el abate Rosmini veía como una quinta llaga eclesial el control de los bienes por parte del poder civil. Pareciera que esa herida no existe hoy. La autonomía que las iglesias locales han logrado en su propia organización, lo que supone también libertad y responsabilidad en el tratamiento de los bienes, está estipulada y reconocida en documentos oficiales: tratados, concordatos, acuerdos bilaterales, leyes de libertad de culto.
Hay zonas geográficas donde persisten problemas por la existencia de leyes que controlan la vida y la acción de las iglesias, pero son las menos y no representan problemas abrumadores. Sin embargo, los bienes eclesiásticos y el uso de los dineros sí que presentan interrogantes. La Iglesia católica actúa como una gran transnacional que maneja bienes, los acrecienta, los traslada, los hace entrar en las bolsas de valores del mundo civil y juega con acciones.
Para qué decir con las iglesias de la Reforma protestante, especialmente aquellas con poder comunicacional en la TV, que esquilman a sus seguidores cambiando dolares y monedas por salmos e imposiciones de manos. Cuando las religiones le ceden terreno a los bancos dejan de tener credibilidad.
Jesucristo no tenía problemas en este campo. Cuando tenía que pagar los impuestos (al imperio romano) enviaba a Pedro al lago a sacar un pez y a convertirlo en unas monedas vendiéndolo seguramente en el mercado,dato que los evangelistas mitificaron después diciendo que Pedro pescó un dorado o una merluza y le sacó las monedas de la boca.
Pero las cosas han cambiado. La inconmensurable obra de caridad y acción social que mantienen las iglesias a lo largo y ancho del mundo requiere fondos. No existe en el planeta otra institución que tenga tanta acción de socorro y de caridad y que alcance tamañas proporciones.
Pero tampoco hay institución más misteriosa para administrar sus dineros. Las grandes empresas por lo menos deben publicar una vez al año sus inventarios y el resultado de sus negocios, aunque sea manipulando información y diciendo sólo lo que les conviene. Las iglesias locales y el Vaticano son bastante reacias a entrar por un camino de mayor transparencia. Existe un atávico convencimiento que a la Iglesia no la controla ningún poder de este mundo.
Y también por el temor a reconocer que el llamado “estiércol del diablo” -como llamaban algunos anacoretas al dinero- es, sin embargo, necesario para una institución que habla del cielo pero que tiene que vivir en esta tierra. Ya se sabe que hasta en el nivel de parroquias, el clero es capaz de entregar a los laicos -ministros de comunión- las llaves del sagrario. Lo que no entrega son las llaves de las alcancías.
Quizá a eso se deba que la opinión popular afirme siempre que la Iglesia es rica. La expresión “los curas tienen plata” es una frase popular. Y así, los pobres acuden a las parroquias para recibir ropa o comida, y cuando tienen necesidad de orar se van a los cultos evangélicos. Queda el consuelo que en la hora final no se va a preguntar a los creyentes si hicieron muchas plegarias, sino si vieron las necesidades de los marginados. Pero es evidente que se requiere una mayor información, mayor transparencia, mayor control en los bienes eclesiásticos.
Por otra parte, la figura del Vaticano, de las catedrales del mundo, de los museos religiosos, de las vestiduras litúrgicas, de los objetos del culto, responde más a un estilo judaizante -sacado de la Ley de Moisés- que al estilo del campesino pobre que fue Jesús de Nazaret y sus amigos, que tenían unos botes de pesca en el lago de Galilea. En este sentido, la frase del obispo brasileño Pedro Casaldáliga acerca de este tema resulta decidora: “El Papa no necesita un Estado (Vaticano). El único estado que le corresponde es el estado de gracia”. Grave herida es ésta del control de los bienes en la Iglesia.
Como palabra final, anoto lo que ha señalado el autor del libro El día de la cuenta: “Jesús de Nazaret nos advirtió que el peor enemigo de la casa del Padre está dentro, no fuera: es el propio poder religioso, la seguridad, que emana de la autoridad de hombres. ¿Dónde ha habido más negocios? ¿En el mercado Vaticano o en el viejo templo denunciado por Jesús?” Sin duda que el Espíritu de Dios -que sopla como el viento en las quebradas y nadie sabe de dónde viene ni a dónde conduce- está diciendo muchas cosas en este tiempo de escandaleras, abusos, manejos económicos escabrosos. Lo que falta es que lo escuchemos. Bueno, el pueblo fiel ya lo ha hecho y ha juzgado. Falta precisamente que lo escuchen los que tienen poder eclesial.