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Laicos en el altar -- Ane Urdangarin

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Diario vasco

Son muy parecidas a las misas, pero sin consagración. Seglares dirigen en iglesias guipuzcoanas la liturgia de la palabra
Esta celebración, destinada a las misiones, se ha ido extendiendo ante la escasez de curas
«Es un modo de celebrar, una aproximación, pero lo ideal es la misa», dice el delegado de liturgia
Los laicos que dirigen estas celebraciones cuentan con una autorización del obispo

«En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero». Una docena de feligreses y otros tantos miembros del coro siguen las palabras del santo evangelio según San Mateo. Estamos en la iglesia de San Miguel de Garagartza, uno de los barrios de Arrasate. Previamente, han escuchado la primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios y la lectura ‘Yo no me olvidaré’ del profeta Isaías. En medio, un salmo.

Es la liturgia de la palabra, casi idéntica a las cientos de misas que se celebran por doquier los fines de semana en Gipuzkoa: hay una homilía, se canta el ‘Gure Aita’ y los feligreses comulgan. Aunque se aprecian unas diferencias notorias. No hay consagración, porque el que dirige la celebración no es un sacerdote, sino un vecino de Mondragón que viste de calle y se llama Eugenio Otaduy. En el altar le ayuda Arantxa Ezkurra, otra arrasatearra.

Como estos dos guipuzcoanos laicos, otros seglares palían con su compromiso y dedicación la exigua nómina de párrocos, que ante el insuficiente relevo generacional se ven incapaces de llegar los domingos a todas las ermitas y parroquias del territorio, especialmente las de las zonas rurales.

Las liturgias de la palabra no suponen ninguna novedad en Gipuzkoa. Bien las conocen los vecinos de Bolibar, San Prudencio, Aztiria o Aldaba, por poner unos pocos ejemplos. Gesalibar, Bedoña y Garagar-tza son las últimas incorporaciones. Un grupo de feligreses vinculados a la parroquia de San Juan Bautista de Mondragón se encargan de llevar a cabo las liturgias los domingos en los que no hay cura. «El objetivo es que se involucren los propios vecinos de estas anteiglesias. Aunque el tema está bastante encauzado, primero quieren ver cómo funciona, cómo se hace, antes de dar el paso», explica el párroco Horario Argarate.

Este grupo, de reciente creación, está formado por 18 voluntarios de Arrasate que, por turnos, acuden a estas anteiglesias. También moderan este tipo de servicios litúrgicos en la villa cerrajera cuando, por ejemplo, un funeral imposibilita al párroco acudir a una residencia de personas mayores a dar misa. Excepto una monja, los 18 agentes de la pastoral de San Juan Bautista que suelen oficiar la liturgia de la palabra, y que cuentan con la autorización del Obispado, son laicos. Más de la mitad son mujeres.

«Parroki asko, abade gutxi»
Fernando Laspiur se estrenó hace varios domingos ante una quincena de feligreses en la iglesia de Santa Eulalia de Bedoña. «Arrasate inguruan parroki asko eta abade gutxi», describe a la perfección, en euskera, la situación creada no sólo en el Alto Deba por la falta de vocaciones. Demasiadas iglesias para tan pocos curas. Laspiur estaba acostumbrado a realizar las lecturas en la parroquia de Mondragón, «pero nada más».

Ahora, modera las liturgias de la palabra. «Solemos ir dos personas: uno hace el papel del sacerdote y el otro de ayudante». La primera experiencia fue positiva. «La gente no está aún acostumbrada, porque es algo nuevo, pero salió contenta». Al final, hasta les felicitaron.

El objetivo de esta iniciativa, cuenta, es atender e implicar a los feligreses de esas anteiglesias. Y por eso celebran estos servicios, «porque si conforme avancen los meses no hay liturgias, estas parroquias y ermitas acaban cerrándose». Por eso, mientras puedan, tienen intención de mantener vivas este tipo de celebraciones.

Este tipo de iniciativas supone una de las respuestas a la escasez de sacerdotes. Según cuenta Horacio Argarate, en Bayona, por ejemplo, se optó por la opción contraria: cerrar las iglesias y reducir el número de celebraciones. «En otros lugares los feligreses se reúnen para el rosario o para rezar, pero sin una persona que dirija o celebre», explica el párroco. Como el País Vasco, en el resto de las comunidades se decantaron por llevar a cabo este tipo de servicios dominicales que, sin llegar a serlo, se asemejan mucho a la misa. «Los feligreses se tendrán que acostumbrar a estas liturgias mientras no haya curas», se resigna.

En los pueblos y barrios menos poblados de Tolosaldea ya están acostumbrados. Los sacerdotes pueden tener muchos dones, pero aún no poseen el de la ubicuidad. Jose Ignacio Eguzkitza es el párroco de Alegia, y también de Abaltzisketa, Alegia, Altzo e Ikaztegieta. A él le corresponden también Larraitz, Aldaba, Orendain… La ayuda de los seglares se antoja imprescindible para mantener el culto en tantos sitios. Por eso, optaron por la liturgia de la palabra, «y nos va bien», dice.

En el barrio tolosarra de Aldaba, son tres mujeres las que se suelen situar en el impresionante altar mayor de la iglesia de San Miguel Arcángel, con su enorme cristalera que permite ver la Sierra de Aralar. Axun Zubeldia, María Dolores Zabala y Mari Cruz Uranga se encargan de echar una mano a Eguzkitza, «porque tiene doce pueblos y un domingo no puede dar más de tres misas».

Hace unos doce años que Axun comenzó a celebrar estas liturgias los domingos en los que no había sacerdote, que suele ir, más o menos, una vez al mes. De vez en cuando, estas tres mujeres sorprenden a los visitantes. Hace no mucho, por ejemplo, apareció una pareja que como otras tantas se había casado en Aldaba. Nunca habían estado en una liturgia de la palabra ni sabían de su existencia. Y siguieron la celebración que suelen moderar Axun, María Dolores y Mari Cruz. Como en el resto de las liturgias de estas características, las obleas que se reparten en la comunión suelen estar previamente consagradas por un cura en una misa anterior.

Sin consagración

Antonio Astigarraga recuerda que cuando era párroco de Aretxabaleta ya hacían este tipo de celebraciones. Actualmente es el delegado de liturgia de la Diócesis de San Sebastián y, como tal, explica que la liturgia de la palabra se diferencia de una misa de domingo en que «falta la plegaria eucarística, dentro de la cual está la consagración». La diferencia teológica, matiza, «es que uno es la eucaristía del sacramento, y lo otro es un acercamiento a ese sacramento, pero sin que llegue a serlo.

Es una aproximación, pretende suplir de alguna manera a la eucarístia, pero lo ideal es que se celebre siempre la eucarístia, porque ese es el sacramento». Astigarraga recuerda que cuando en una liturgia de la palabra se recibe la comunión, «eso previene de una eucaristía que se ha celebrado antes. No es presente». De hecho, cuenta que en las celebraciones orientales le llaman «la liturgia de los resantificados, de los dones que ya fueron consagrados».

Roma denominó a este tipo de oficios «celebración en domingo en ausencia o en espera de presbítero». Pero esta modalidad, subraya el delegado de liturgia, no estaba en principio pensada para países europeos, «sino para las tierras de misión sin sacerdote, donde pueden estar seis meses sin ver a un cura. Aquí, si se quiere, a unos pocos kilómetros hay misa, pero la opción pastoral ha sido que en vez de hacer bajar de un pueblo pequeño o un barrio al feligrés, que un laico o un religioso se acerque a esa pequeña comunidad cristiana para celebrar de este modo».

No obstante, insiste Astigarraga, en ningún caso es conveniente equiparar la liturgia de la palabra con la misa dominical. «Es un modo de celebrar, pero no el ideal, que sería hacerlo con misa, pero dada nuestra situación pastoral…».

No es fácil saber cuántas personas se dedican a moderar liturgias de la palabra en Gipuzkoa. «Es muy difícil saberlo», contestan los entrevistados. Lo cual no significa que cualquier ciudadano se pueda situar en el altar. Hace falta el visto bueno del Obispado.

«Estas personas van a realizar un servicio, un ministerio a la comunidad cristiana pero no a título personal, ni en nombre del párroco, sino en nombre de la Iglesia», explica el delegado diocesano de liturgia. Son, en definitiva, unos enviados de la Iglesia para que ejerzan el ministerio, para lo que cuentan con el pertinente permiso.

Recibimiento
Al principio, algunos feligreses asumen estas funciones a modo de prueba, para ver cómo se sienten. Porque no es sencillo ocupar el lugar del cura. Y no sólo el físico, porque en algunos casos incluso se puede llegar a cuestionar la autoridad moral de estos voluntarios. Horacio Algarate cuenta que ha habido quien ha tenido que oír comentarios o preguntas acerca del tipo de vida que llevan, o cuestiones similares. «Suelen ser bien recibidos por la gente que acude a las liturgias, pero entre los que no tienen la costumbre de asistir, puede haber comentarios como ‘quién eres tú para estar en el altar’… Algunos empiezan pero lo dejan», dice el sacerdote.

Hace no mucho, el Obispado de San Sebastián dio la autorización a los 18 voluntarios propuestos por la parroquia mondragonesa de San Juan Bautista para moderar estos servicios, manteniendo de esta forma la línea que adoptaron los anteriores regidores de la Diócesis de San Sebastián ante la desatención de algunas iglesias y la escasez de unos curas con las agendas cada vez más repletas. Este permiso se oficializó, como se suele hacer en estos casos, con el nombramiento y la bendición.

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