Cada mañana P. e I., que no quieren que se les conozca porque algunos de sus familiares no saben que viven en la calle, acuden cada mañana al centro de día de Cáritas. Allí se toman un café con leche y hacen un rato de cola esperando ducharse con agua caliente «para quitarse el frío de la noche», puntualiza I. Y sobre todo hablan. «Se encuentran a gusto, no se sienten juzgados, ni rechazados ni se encuentran con la hipocresía que reciben cada día en la calle», explica Inma Ferrá, trabajadora social del centro de día de Cáritas.
«Te miran como si no estuvieras», comenta I., que pasa las noches en una chabola que se ha hecho con unas chapas, unos colchones y unos somieres. «Hay mucha hipocresía en la sociedad. La gente sabe que algunas personas dormimos en la calle, pero hace como que no nos ven. Piensan que son mejores que nosotros», añade P., que en estos momentos duerme en una caseta de obra en los alrededores de Vila. Ninguno de los dos está muy seguro de hasta cuándo podrá continuar guareciéndose del frío en estos refugios o, como les llaman ellos, «agujeros». «Igual llegas un día y te encuentras con que te han desaparecido tus cosas y las mantas», afirma I. Los dos aseguran que les han llegado a robar la mochila incluso cuando dormían utilizándola de almohada.
Las noches no son tranquilas. «Siempre hay alguna vecina de cuatro patas con la que tienes que pelearte para que no te quite lo poco que tienes», explica I. refiriéndose a las ratas. P., en cambio, recuerda el tiempo que pasó malviviendo en una de las habitaciones de la antigua Comandancia Militar. «La gente no quería ir porque decían que había fantasmas. Yo cada noche trepaba hasta el primer piso y dormía en una de las treinta o cuarenta habitaciones que tiene el edificio, atrancando la puerta con un hierro», explica. Los dos confiesan que duermen siempre con algo con lo que defenderse cerca. Por si acaso.
Un día cualquiera
Ambos se enteraron de la ayuda que ofrecía Cáritas a los sin techo por otras personas. «Se corre la voz», apunta Inma Ferrá. «A mí me lo dijo Elena, del centro social de Ponent», explica P., que trabaja aparcando coches en descampados. Ahí cada día intenta conseguir el dinero que le hace falta para pagarse al mediodía un bocadillo y comprar tabaco. El día es mejor si consigue también algo de dinero para tomarse una cerveza antes de volver a su caseta de obra. «Lo primero que haces cada día es despertarte y mirar dónde estás», añade.
El caso de I. es diferente. Hace un tiempo tuvo un accidente y todavía está pendiente de que le llamen de nuevo para operarle la pierna, no puede trabajar en nada que requiera mucha fuerza, así que pasa muchas mañanas en los talleres de formación de Cáritas. «Lo importante es tener el coco ocupado para no comerte mucho la cabeza», afirma. Pintar y leer hacen que el tiempo pase más rápido cuando no está en el centro. Incluso cuando se va a dormir pone la radio para no darle muchas vueltas a la cabeza. Los días que no va al centro de día pasa bastante tiempo en algún bar. «Allí no hace frío, ves gente y como tienen televisión estás entretenido», confiesa.
Están tan acostumbrados a vivir en la calle que aseguran que le han perdido el miedo. «Sólo tengo miedo de mí mismo. Soy el único que me puedo hacer daño de verdad», afirma I. A pesar de esto, confiesan que su día consiste en estar 24 horas alerta, especialmente cuando escuchan lo que les ha ocurrido a algunas personas en su misma situación en otros lugares. «Aquí no nos han quemado, pero sí es cierto que algún día pueden pegarte una paliza», afirma I.
Una vida mejor
Ambos critican los obstáculos que tienen que superar cada día. Por ejemplo, aseguran que para poder cobrar algunas ayudas necesitan tener una cuenta bancaria. Sin embargo, para eso en algunas entidades les piden que ingresen un dinero el mismo día de apertura. P. explica que le han llegado a pedir hasta 500 euros para abrir una cuenta. Otras veces únicamente 20 euros, dinero que no suelen tener.
Cuando se les pregunta cómo han llegado a vivir en la calle no son muy claros. Responden que es una mezcla de la situación a la que llegaron en un momento de sus vidas y en la que no ayudaron nada el entorno ni las amistades. A pesar del momento que están viviendo, los dos confiesan que imaginan una vida mejor. Un día en el que tengan un lugar decente al que volver después de un día de trabajo. «Aunque sea una pensión, pero un lugar en el que poder tener mis cosas», comenta I. Su compañero, en cambio, asegura que no todo el año vive en la calle. «Hay temporadas en las que gano para poder alquilar un piso», afirma P. Si no tuvieran la esperanza de mejorar su vida no se levantarían cada mañana. Lo que tienen muy claro es que depende de ellos mismos. «O salgo yo de ésta o no me saca nadie», sentencia.
300 personas sin hogar
Cáritas calcula que en estos momentos en las Pitiüses viven en la calle o en infraviviendas unas 300 personas. El invierno es la época más dura y por eso la entidad ha pedido mantas, ya que algunos están pasando mucho frío.