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Los sacerdotes casados no “han abandonado la casa de Dios” ni “vuelto la vista atrás”
No es conforme con el Espíritu de Jesús el que parte del clero, sobre todo el alto clero, haya recurrido a manipular el Evangelio para condenar la libertad de cambiar una opción buena por otra igualmente buena, como es el formar una familia. Por muchas promesas que una persona haya hecho, cuando cambian las circunstancias personales (mentalidad, formación, jubilación, soledad…) o sociales (cultura, valoración social…), es honesto que pueda cambiar de conducta, mientras la nueva conducta goce también de bondad. En el artículo anterior demostré teóricamente que los que deciden formar una familia, aunque antes hubieran prometido mantenerse célibes toda la vida, no dejan “la casa de Dios” ni “vuelven la vista atrás” en el seguimiento de Jesús. Célibes y casados podemos seguir a Jesús y estar en la “casa del Padre”. Las promesas y las leyes humanas están al servicio de la persona, no al revés. Las creaciones humanas (leyes, hábitos, costumbres…) están al servicio de la vida humana: “¿que está permitido en sábado, hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o matar?” (Mc 3, 1-6; Mt12, 9-14; Lc 6, 6-11).
Lo trágico es que la Iglesia no haya sido aún capaz de prever y dar salida evangélica a estos cambios humanos. Por mantener la ley que vincula celibato y ministerio, permite romper vocaciones y vidas ministeriales claras, no respeta “el derecho (ius habent) de los cristianos de recibir… los auxilios de la palabra de Dios y de los sacramento” (LG 37), denigra la conciencia de muchos y buenos presbíteros y algunos obispos. Es el caso sobre el que escribí la semana pasada. Miremos su vida. Leamos el testimonio de J. M. Carballo Ferreiro sobre este buen canónigo de la catedral de Mondoñedo, José María Rodríguez Díaz:
“Soy el hijo pródigo. Soy el hijo pródigo”
– “Pues ¡enhorabuena!, hermano y amigo, porque yo todavía ando por fuera, en el camino de vuelta. Prepárate para la fiesta, pero creo que no va a ser muy grande; porque tú, lo que se dice irse de casa no te fuiste”.
– Te respondía de forma indirecta aconsejándote aplicarte a ti mismo lo que habías predicado a otros sobre la misericordia de Dios, y volvía a cavilar en cómo se puede decir que renegó de nada quien como tú desbordaba fe, vivió preocupado por la Iglesia, por la diócesis, por los curas, por los necesitados, por el prójimo, promoviendo o impulsando iniciativas solidarias como la de un hogar calentito para que los viejos de la comarca no tengan que ser desenraizados y trasplantados, porque los árboles viejos no prendemos de nuevo, palidecemos, nos secamos y morimos de pena.
“¿Volvería la vista atrás este hombre…?”
– «¿Volvería la vista atrás este hombre que ya antes de enfermar rezaba con devoción, le confortaba tanto la comunión, investigó sobre curas santos, promovió un libro sobre Don San Jaime, amó entrañablemente su tierra?
– ¿Este que usó todos los medios posibles para denunciar cacicadas e injusticias, reafirmar verdades y crear conciencia social con la misma energía con que, estando aún de cura y canónigo en Mondoñedo, animaba a participar en unas jornadas sobre la Virgen María pregonando megáfono en boca: “La Virgen también es cosa de hombres!”?
– ¿Volvería este hombre la vista atrás de aquello de: “Bienaventurados los limpios de corazón”, cuando él valoraba siempre lo que hacían los demás y no dejaba espacio para contar lo que hacía él? Así, tuvimos que sospechar que había más de lo que muchos sabíamos cuando supimos que las banderas del Ayuntamiento lloraban a media asta tu partida, en un gesto que honra a la Corporación Ribadense” (Religión Digital, 20.05.17).
Los sacerdotes casados también pueden ser santos
¿Por qué, me pregunto muchas veces, la Iglesia no valora la vida de estos hombres entregados a sus ideales justos, pioneros de la santidad sacerdotal no célibe? ¿Hasta qué punto nos ha envenenado “la Ley” -mejor: sus mantenedores y defensores a ultranza- para no reconocer y exaltar los valores de sacerdotes y obispos brillantes antes y después de abandonar el celibato? A esta ley se la ha dado tanta importancia que parece que su renuncia es cuestión de vida o muerte en la fe cristiana. Se ha afeado este uso de la libertad cristiana, se ha humillado a quienes tomaban la decisión de rescindir la promesa celibataria, se ha dado la impresión de que celibato y ministerio son incompatibles y de que no puede ser santo un sacerdote casado. Por ello hay que borrar de la Iglesia a quienes se han atrevido a hacerlos compatibles. Se ha interpretado su vida como cesión a la debilidad humana, que se deja llevar por el espíritu del mal. Se ha tildado de irresponsabilidad ante la Iglesia y de provocar un escándalo para los cristianos más fieles.
El Espíritu de Jesús “reaviva el don de Dios” también en los curas casados
Es un hecho de experiencia, que la Iglesia oficial no reconoce o aparenta no reconocer. Para los máximos dirigentes eclesiales no existe La “Federación Internacional de Sacerdotes Católicos Casados”, constituida en París el 25 de mayo de 1986, para relacionar y convocar a los grupos federados de diversas naciones y continentes. Su primer presidente fue el sacerdote francés Bert Peeters, y vicepresidente para Latinoamérica: el obispo argentino Jerónimo Podestá y su esposa Clelia Luro. La Federación Europea de Curas Casados, que integran a sacerdotes del Reino Unido, Bélgica, España, Francia, Austria, Alemania, Italia, publicó a finales de 2015 un libro precioso: “Curas en unas comunidades adultas”. En España lo distribuye Moceop. Cuenta la experiencia de sacerdotes casados acogidos en comunidades adultas en la fe. Es una experiencia del Espíritu, sin duda. Estos sacerdotes siguen “reavivando el don de Dios que recibieron cuando les impusieron las manos, no un espíritu de cobardía, sino un espíritu de valentía, de amor y de dominio propio” (2Tim 1, 6-7).
¿Cuándo las instancias más elevadas de la Iglesia “dejarán de apagar el Espíritu, no tendrán en poco los mensajes inspirados, examinarán todo, retendrán lo que haya de bueno y se mantendrán lejos de toda clase de mal”? Lo que no está encuadrado en la Ley lo rechazan automáticamente. No es el proceder de Jesús: “- Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo. Jesús replicó: – No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9, 38-40; Lc 9; 49-50).
La Iglesia dirigente exalta el celibato, no el sacerdocio
Es curioso que la Iglesia clerical sólo celebre bodas de oro sacerdotales de los célibes. Es un modo de exaltar el celibato, no el sacerdocio. Cuando lo “eterno” es el sacerdocio. El celibato no deja de ser una ley impuesta, nunca aceptada por todos. Celebran lo arbitrario, y dejan de lado, desdeñan, lo “divino”. Y todos sabemos que lo permanente, lo indisoluble, es el sacerdocio. La ley del celibato la pueden “solucionar-disolver” cuando quieran los mismos que la impusieron por la bravas. Recuerda el reproche de Jesús: “pagáis el diezmo de la hierbabuena… y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios” (Lc 11,42).