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Entre las sorpresas que deslizó ayer el presidente Donald Trump, durante su primer informe sobre el Estado de la Unión, su aparente disposición a una reforma migratoria ha vuelto a colocar a toda la nación ante el inicio de un nuevo ciclo de promesas y esperanzas para llegar a esa tierra prometida de la legalización, a donde nadie pueda ser discriminado, explotado o perseguido por su condición de “ilegal” en Estados Unidos.
Donald Trump insinuó así un posible giro en el frente migratorio. Un abandono de la posición radical que defendió durante su campaña, mientras el sector más racista y extremista del partido republicano le aplaudía a rabiar y le convertía en su candidato.
“Creo que es posible una reforma migratoria real y positiva, siempre y cuando nos enfoquemos en los siguientes objetivos: mejorar los empleos y los salarios de los estadunidenses, fortalecer la seguridad de nuestra nación y restablecer el respeto a nuestras leyes”, aseguró Donald Trump.
“Si nos guiamos por el bienestar de los ciudadanos estadunidenses, creo que los republicanos y los demócratas pueden trabajar juntos para lograr un resultado que ha eludido a nuestro país durante décadas”, añadió el presidente.
Detrás de estas palabras, que se han repetido como un mantra fallido a lo largo de los últimos 30 años, están las mentiras de siempre.
Es decir, las trampas y argucias que, legislatura tras legislatura, han puesto tanto demócratas como republicanos para dinamitar toda posibilidad de acuerdo. Para decepcionar una y otra vez a esa población indocumentada cansada de vivir en las sombras y de ser utilizada como “chivos expiatorios” por los republicanos.
O como el reclamo electoral de los demócratas para seguir pastoreando impunemente a la base electoral hispana.
Por esta razón, Donald Trump no ha dudado en deslizar la oferta de una reforma migratoria que, en última instancia, dependerá de la posibilidad de un compromiso entre demócratas y republicanos.
Es decir, Trump prometió porque nada le cuesta. Se comportó como el demagogo que hemos visto desde el inicio de su campaña por la presidencia. Y, además, lo ha hecho con alevosía y ventaja porque, en caso de una nueva decepción, la culpa recaerá de nueva cuenta en el Congreso.
En junio de 2007, cuando el entonces presidente, George W Bush, vio fracasar su polémico proyecto de reforma migratoria, la base conservadora del partido republicano y el movimiento nativista que impulsó el movimiento de los vigilantes en la frontera (conocidos como los Minuteman), celebraron su victoria.
Las culpas cayeron en un Congreso incapaz de arreglar un sistema migratorio que hacía aguas por todos lados.
Posteriormente, bajo la presidencia de Barack Obama, el denominado grupo de los 8 senadores demócratas y republicanos, consiguieron una importante “victoria histórica”.
Con una votación de 68 senadores a favor y 32 en contra, la cámara alta aprobó un proyecto de reforma migratoria que contemplaba una inversión por 46 mil 300 millones de dólares para reforzar la seguridad fronteriza y una vía a la ciudadanía para más de 11 millones de indocumentados.
Además, el proyecto de ley elevaba a 40 mil el número de agentes de la patrulla fronteriza y contemplaba el reforzamiento del muro fronterizo (con la construcción de 1,126 kilómetros) y el emplazamiento de nuevos sistemas de vigilancia electrónica con el despliegue de drones y vuelos no tripulados.
El proyecto de ley naufragaría, sin embargo, en la Cámara de Representantes. La mayoría republicana se encargaría de sepultarla bajo una montaña de enmiendas y bajo el permanente reclamo de colocar siempre por delante la seguridad de la frontera con México.
Un recurso que Donald Trump ha vuelto a poner por delante de cualquier acuerdo entre demócratas y republicanos. Entre otras cosas porque nadie es capaz de garantizar el blindaje de la franja fronteriza con niveles de efectividad de capturas superiores al 90%, tal y como han exigido los republicanos.
Por lo tanto, el aparente giro de Trump en el frente migratorio es solo eso.
Un gesto aparente que intenta convertirlo en un líder “más compasivo y más presidenciable” ante la comunidad hispana y la base demócrata. Un pronunciamiento simbólico que lo convertirá en el árbitro distante de un proceso de negociaciones entre demócratas y republicanos que no irá a ningún lado, mientras el Congreso de Estados Unidos siga bajo el control de la mayoría conservadora.
Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales