La trampa del «Gobierno estable» -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Se suele definir el resultado de las elecciones del 20/Diciembre como ?resultado incierto??. Nada más inexacto cuando se habla de números. Cada partido que se ha presentado ha sacado el número de votos que se han contado y recontado, y no es más incierto porque haya cuatro, en lugar de dos partidos, con un número generoso de votos, y, por tanto, de escaños. Algo parecido sucedió cuando IU, en sus tiempos más gloriosos, llegó a tener más de 20 escaños, en la época de Julio Anguita, por los años 90. Y no se tiene recuerdo de que esa situación parlamentaria fuera un caos.

Es evidente que no es lo mismo llegar al Parlamento con 21 escaños, -y más de dos millones de votos, eso sí-, que con 40, que son los que ha conseguido Ciudadanos, o los 69 que ha conseguido Podemos. Esta mayor desconcentración de votos y escaños es la que hace inexactas muchas de las interpretaciones poselectorales que se han dado, y se están dando todavía. Es verdad que el PP ha perdido muchos votantes, lo mismo que el PSOE. Pero no hubieran significado el mismo fracaso esos 123 escaños del PP, o los 90 del PSOE si no hubieran irrumpido, con fuerza, como novedad total, y, en la medida en que se ha dado, inesperada, los nuevos partidos. Así que pienso que tanto el primer puesto del PP lo ha conseguido con un resultado dignísimo, como el segundo del partido socialista es un logro más que digno.

Las comparaciones con elecciones anteriores, además de odiosas, como todas las comparaciones, son, en este caso, injustas. Porque las condiciones y las posibilidades de los partidos tradicionales se han visto sometidas a un cambio tan drástico, como apresurado. La reacción de los electores españoles ha sido un verdadero tsunami, que ha arrollado a los partidos clásicos como un ciclón. Y una vez acontecido ese maremoto, lo que pide la lógica, la racionalidad, la prudencia y la visión políticas es analizar bien, despacio, lo más objetiva y serenamente que se pueda, los motivos que han producido ese tifón, ese innegable huracán político que ha sacudido a nuestra sociedad, y tenerlos muy en cuenta no solo en los papeles, y en las reuniones de gabinete, sino en la modelación del nuevo Gobierno, y en el funcionamiento y clarividencia de la actividad legislativa del Parlamento.

Con las consideraciones previas que he asentado más arriba podremos dilucidar qué es lo que quieren decir con ?la necesidad de un Gobierno estable??, y los miedos que se esconden detrás de esa apresurada afirmación. Porque si esa condición de gobernabilidad quiere decir lo que me temo, no estoy de ninguna manera de acuerdo en que esa estabilidad sea mejor que una cierta inestabilidad. Y, ¿qué es lo que me temo?

Que un Gobierno estable exija una amplia mayoría. Esta ha sido la situación que ha producido el terremoto que hemos contemplado y vivido en las últimas elecciones, que nos ha llevado a la dispersión y descentralización de votos y escaños, y que nos han regalado cuatro años de una actividad legislativa, parlamentaria, y gubernamental, nada destacables por su pureza y su finura democráticas, más bien al contrario.

Que esa estabilidad exija una oposición inexistente o débil. Esa estabilidad es magnífica para el gobernante, pero peligrosa, nada recomendable para los ciudadanos. Un gobierno demasiado estable, que quiere decir, no nos engañemos, demasiado fuerte, tiende más al abuso que otro que sufre una cierta inestabilidad, que está sometida a los vaivenes de una oposición decidida, fuerte y capaz de hacerse notar en las tareas legislativas y de Gobierno.

Que la estabilidad no sea requerida por los ciudadanos, sino por entes jurídicos y financieros, como los mercados, los bancos, el banco europeo, y los intereses de las grandes empresas. Porque, efectivamente, haced la prueba, preguntad a un amigo, que sea gente normal, si es un punto importante de sus preocupaciones la estabilidad del Gobierno. Yo ya lo he hecho, y me han puesto cara de susto, o de sorpresa. El CIS ya dice de qué están preocupados los ciudadanos: de la amenaza yihadista, del paro, de cómo atender a los dependientes, de la educación de los hijos, del pago de la hipoteca, en fin, de temas del día a día, y del peso de la vida, en general. Así que dejemos a los políticos que hagan su tarea, y no intervengamos, desde las alturas de la Iglesia jerárquica, aconsejando a los responsables políticos, y alertándolos de la importancia decisiva de la estabilidad del Gobierno, (¡como ha hecho el cardenal Cañizares ..!)